Como cocinar una 'ratatouille'
"Lupus es autoficci¨®n. No hay hechos objetivos. Simplemente introduje emociones de la infancia, recuerdos de algunos viajes
... Pero yo no soy el protagonista", argumentaba el suizo Frederik Peeters (Ginebra, 1974) en el pasado Sal¨®n del C¨®mic de Barcelona en torno a una pr¨¢ctica que caracteriza gran parte de su producci¨®n y que est¨¢ muy presente en el mundo del c¨®mic pese a carecer de una definici¨®n te¨®rica consensuada. Desde Alex Robinson, quien en Malas Ventas (Astiberri) proyecta sus experiencias como dibujante en ciernes y vendedor frustrado, a Peter Bagge, que se bas¨® en su propia trayectoria vital para encaminar al adolescente y disoluto Buddy Bradley de la serie Odio (La C¨²pula) hacia la madurez, son numerosos los autores que han amalgamado en sus obras biograf¨ªa y ficci¨®n. En el c¨®mic, donde los trabajos de corte intimista y autobiogr¨¢fico afloran con m¨¢s frecuencia que en otros medios de expresi¨®n, la autoficci¨®n se antoja casi como un fen¨®meno natural.
La historieta espa?ola tampoco es ajena a la pr¨¢ctica de la autoficci¨®n. El ejemplo m¨¢s representativo de los ¨²ltimos a?os es el tebeo de Paco Roca (Valencia, 1969) Arrugas (Astiberri). A ra¨ªz de una experiencia real -el padre de uno de sus amigos ¨ªntimos empez¨® a manifestar los s¨ªntomas del Alzheimer-, Roca resolvi¨® dibujar una historia sobre la vejez. Visit¨® varias residencias y opt¨® por acompa?ar a su amigo Juanjo, enfermero en un centro geri¨¢trico. All¨ª conoci¨® a los personajes y presenci¨® las situaciones que nutren Arrugas.
Desde las clases de gimnasia hasta la anciana que cree viajar en el Orient Express. "Todo sale de ah¨ª", cuenta Roca. "Constru¨ª una ficci¨®n incorporando sucesos no reales. Y como en casi todos los ejercicios de autoficci¨®n, jugu¨¦ con el ritmo narrativo en beneficio del lector". En un sentido parecido, Frederik Peeters tambi¨¦n experiment¨® con los tiempos narrativos cuando se embarc¨® en la producci¨®n de la serie RG (Astiberri), fascinante inmersi¨®n en la tediosa labor de un agente del servicio de inteligencia franc¨¦s, Pierre Dragon. El proceso creativo (cada historia est¨¢ basada en un caso real) arrancaba con ambos sentados en un caf¨¦ parisiense. "?l me contaba el caso sin ning¨²n tipo de aderezo narrativo y yo tomaba notas. Podemos decir que ¨¦l me dio un tomate y yo tuve que poner el resto de ingredientes y cocinar una ratatouille".
"No s¨¦ muy bien por qu¨¦, pero la vida real se filtra continuamente en el tebeo espa?ol de ficci¨®n", cuenta el historietista Miguel Gallardo (Lleida, 1955), autor, junto al guionista Juan Mediavilla, de Makoki, icono del tebeo underground de los setenta que, como explica Gallardo, beb¨ªa en gran medida de las conversaciones que ambos escuchaban por la calle en esa ¨¦poca. "Adem¨¢s de eso, muchos personajes eran calcos de las amistades de Juan", a?ade. M¨¢s tarde, Gallardo publica varias historietas en El V¨ªbora (luego recopiladas por De Ponent en Toda la verdad sobre el informe G) en las que se mofaba de sus miserias personales a trav¨¦s de argumentos inventados. En 2004, el cuaderno de dibujo que realiza durante un viaje a Tel Aviv acaba convirti¨¦ndose en origen de Tres viajes (De Ponent). "En lugar de dibujar sobre el terreno, decid¨ª hacerlo cada noche. Desarroll¨¦ un dibujo m¨¢s esquem¨¢tico que me permite desprenderme de los detalles y centrarme en lo importante de una experiencia. As¨ª convert¨ª un viaje de mierda a Tur¨ªn en la simp¨¢tica historia que luego se public¨® en el libro. Eso, desde luego, es autoficci¨®n". Siguiendo esa din¨¢mica cre¨® Mar¨ªa y yo, obra que transcurre durante unas vacaciones con su hija autista, y que a la vez le sirve para explorar su genuino universo. "Esta forma de contar una historia me ha abierto una puerta. Ahora, pasar una hora esperando un avi¨®n con retraso se ha convertido para m¨ª en un mundo de posibilidades narrativas. S¨®lo tengo que sacar el cuaderno".
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