Otra noche en blanco
Por razones que no vienen al caso, pero que quiz¨¢s tengan que ver con mi rampante misantrop¨ªa, me escaque¨¦ de la espectacular (en el sentido que daban los situacionistas al t¨¦rmino) Noche en Blanco gallardonesca y me qued¨¦ en casa (t¨² te lo pierdes, me advirti¨® un vecino entusiasta). Por la tarde hab¨ªa estado viendo la (en mi opini¨®n) f¨¢cil, prescindible pel¨ªcula de Cuerda sobre el relato del malogrado Alberto M¨¦ndez, de manera que necesitaba algo que me devolviera mi confianza en el cine. Lo encontr¨¦ precisamente en El cine, ?puede hacernos mejores? (Katz), una interesante recopilaci¨®n de ensayos del fil¨®sofo Stanley Cavell en los que se indaga en el modo en que lo que vemos en la gran pantalla puede contribuir a nuestro "mejoramiento moral". Cavell lo descubre, por ejemplo, en la gran comedia hollywoodiense de los cuarenta. Claro que, a veces, ese pretendido "mejoramiento" se consigue por caminos m¨¢s tortuosos: pienso, por ejemplo, en mi reciente revisi¨®n de la dur¨ªsima Sal¨® o los 120 d¨ªas de Sodoma, una de las pel¨ªculas malditas de la historia del cine. Complet¨¦ la sesi¨®n, por cierto, con la lectura de los dos cantares italianos (y delirantes), el LXXII y el LXXIII, que Ezra Pound, uno de los grandes poetas del siglo XX, escribi¨® en honor de la ef¨ªmera Rep¨²blica Social Italiana de Sal¨®, el Estado t¨ªtere creado por Hitler para retrasar el desmoronamiento de sus aliados fascistas (pueden leerse, biling¨¹es, en Cantares completos, volumen III, C¨¢tedra). A prop¨®sito del fascismo -del que la pel¨ªcula de Pasolini constituye una enrevesada met¨¢fora, y los poemas de Pound un ejemplo de la fascinaci¨®n que ejerci¨® sobre no pocos intelectuales-, en la ¨²ltima semana he devorado el breve y espl¨¦ndido trabajo de Donald Sassoon Mussolini y el ascenso del fascismo (Cr¨ªtica), en el que se indaga en el personaje y las circunstancias de la "marcha sobre Roma" (que, por cierto, tan favorablemente impresion¨® a los j¨®venes mauristas espa?oles). En un tiempo en que el populismo impregna el discurso pol¨ªtico a derecha (Sarah Palin, que parece surgida de una pintura de Norman Rockwell) y a izquierda (Ch¨¢vez y sus inefables carajos antiimperialistas) no viene mal recordar la historia y atracci¨®n del fascismo, entre otras cosas porque nos ayuda a redefinir lo que, por su novedad -y porque a menudo se halla "contaminado" por un discurso ambiguamente izquierdista y jacobino- todav¨ªa carece del nombre adecuado.
Desfilando
Leo en alguna parte que la sobrina segunda de Jaime Gil de Biedma (nuestra castiza se?ora Palin) se ha comprometido a que las modelos de la Pasarela Cibeles (ahora Cibeles Fashion Week) tengan un ¨ªndice de masa corporal no inferior a 18. De cumplirse dicha promesa presidencial, incluso yo podr¨ªa desfilar en tal afamado evento, algo a lo que, desde hace tiempo, vengo dando vueltas en mi loca cabecita. S¨®lo necesitar¨ªa un modista audaz -una especie de John Galliano o Vivienne Westwood alucinado por doble dosis de ¨¢cido lis¨¦rgico- que me dise?ara el modelo apropiado a mi personalidad y envergadura. Estos d¨ªas, por ejemplo, me encantar¨ªa un vestido color recesi¨®n rematado con un tocado audaz, una especie de sombrero carioca a lo Carmen Miranda (1909-1955) en el que las suculentas frutas fueran sustituidas por algunos de los libros con que nuestros editores nos bombardean en esta rentr¨¦e creyendo que el monte de las librer¨ªas sigue siendo or¨¦gano de vacas gordas. Y no, se?oras y se?ores: repasen el Nielsen y dem¨¢s sondeos semisecretos a los que est¨¦n suscritos los m¨¢s pudientes de ustedes y comprobar¨¢n que la alegr¨ªa se ha congelado dram¨¢ticamente. Entre otras cosas porque los libros, aunque a Jorge Herralde le moleste reconocerlo, est¨¢n caros: el precio medio no ha subido demasiado porque en el c¨¢lculo pesan mucho los de bolsillo, pero los "tapadura" y, en general, los trade han experimentado un notable aumento que ya no pone tan f¨¢cil encontrar muchas novedades por debajo del ¨¢rea de los 20 euros. Y la gente lo sabe. En el lema de la ¨²ltima campa?a, "libros a la calle", tras el "gancho" presuntamente irresistible de las primeras l¨ªneas de obras contempor¨¢neas reproducidas en grandes pegatinas estrat¨¦gicamente dispuestas en los vagones del metro, se pregunta al a?orado (e improbable) lector: "Ya has hecho lo m¨¢s dif¨ªcil. Empezar un libro. ?Por qu¨¦ no lo acabas?". El otro d¨ªa, mientras viajaba de Tirso de Molina a Quevedo (con transbordo en Sol) rodeado de humanidad trabajadora (bueno, s¨®lo cuando las c¨ªclicas crisis del capitalismo se lo permite), descubr¨ª que en una de ellas alguien hab¨ªa contestado lac¨®nicamente y a bol¨ªgrafo: "Porque no tengo pasta". Ya ven: el rinoceronte de lo banal irrumpiendo en el santuario-cacharrer¨ªa de la literatura. Y ustedes con esos pelos.
Montero
A Isaac Montero (Madrid, 1936-2008) no le favoreci¨® en absoluto la bronca pol¨¦mica que mantuvo con Juan Benet (Madrid, 1927-1993) en las p¨¢ginas de un n¨²mero extraordinario de Cuadernos para el Di¨¢logo (el mensual de referencia que dirig¨ªa Pedro Altares y en el que se forj¨® una generaci¨®n de pol¨ªticos que no se ha caracterizado precisamente por el agradecimiento) que llevaba el t¨ªtulo, hoy de desarmante ternura, de Literatura espa?ola a treinta a?os del siglo XXI. En 1970, la novela social-realista, entre cuyos practicantes se incluye de modo perfunctorio al escritor recientemente fallecido, ya se hab¨ªa topado con el cansancio de un mercado que, sin embargo, hab¨ªa crecido exponencialmente a la sombra del "desarrollismo" franquista. Para entonces, algunos de los cr¨ªticos literarios espa?oles m¨¢s prestigiosos defend¨ªan desde el influyente suplemento "de las artes y de las letras" del diario Informaciones un tipo de literatura menos centrado en el "compromiso con la realidad" y m¨¢s orientado hacia la valoraci¨®n del "lenguaje" y la forma literaria. Y, sin embargo, a Montero le faltaba publicar algunas de sus mejores novelas (Los d¨ªas de amor, guerra y omnipotencia de David el Callado, la serie Documentos secretos, P¨¢jaro en una tormenta), en las que, sin abandonar sus presupuestos ¨¦ticos y est¨¦ticos, incorporaba, adem¨¢s de asuntos y motivos novedosos, una evidente preocupaci¨®n por la puesta al d¨ªa de un lenguaje narrativo anquilosado que los novelistas del boom latinoamericano estaban poniendo indirectamente en evidencia. Montero, pesimista de la inteligencia y optimista de la voluntad, no abdic¨® nunca de la literatura, a pesar de la escasa respuesta que sus ¨²ltimos libros encontraron en el mercado. El otro d¨ªa, mientras un grupo de amigos lo desped¨ªamos en el Cementerio Civil -donde tambi¨¦n est¨¢ enterrada la traductora Esther Ben¨ªtez, con la que comparti¨® la mayor parte de su vida-, record¨¦ la influencia que su obra ha ejercido sobre algunos escritores (y pol¨ªticos) de mi generaci¨®n. Que, por cierto, brillaron por su ausencia.
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