Lecturas francesas
En un verano consagrado, entre otras cosas, a la relectura de Diderot -cuyo prodigioso Jacques, el fatalista, traducido por F¨¦lix de Az¨²a acaba de publicarse en espa?ol-, han llegado a mis manos dos novelas fuera de lo com¨²n: La Guimard, de Guy Scarpetta, y Le Tutu, de una enigm¨¢tica Princesse Sapho.
La primera, impresa hace tres meses, constituye un verdadero acontecimiento en el panorama m¨¢s bien gris¨¢ceo de la novel¨ªstica francesa actual: s¨®lo unos pocos nombres, y en primer lugar el de Kundera, sobresalen de ella por la novedad de unos planteamientos literarios que evitan la habitual reiteraci¨®n de lo ya escrito y reescrito hasta la saciedad.
El tema de la novela de Scarpetta -la biograf¨ªa novelada de la bailarina m¨¢s famosa de su ¨¦poca, estrella indiscutible de la danza barroca de la segunda mitad del siglo XVIII, cortesana favorita de los c¨ªrculos aristocr¨¢ticos, intelectuales y art¨ªsticos, cuya ascensi¨®n fulgurante y libertinaje fueron c¨¦lebres en el Par¨ªs anterior a la Revoluci¨®n- oculta en verdad una propuesta ¨¦tica y literaria mucho m¨¢s ambiciosa y profunda. No s¨®lo la de una solitaria reivindicaci¨®n de la licencia reinante en el Antiguo R¨¦gimen, condenada de forma inapelable por el jacobinismo puritano de la Revoluci¨®n -reivindicaci¨®n planteada ya por Scarpetta en Pour le plaisir-, sino tambi¨¦n la de una estructura art¨ªstica que elude la facilidad de una mera reconstituci¨®n hist¨®rica -incluso sabiamente elaborada como es el caso en su obra-, mediante reflexiones sobre ¨¦sta y saltos al presente, producto de la experiencia del propio autor.
Reina la extravagancia m¨¢s desbocada. Nada ni nadie se salva de la quema. La irreverencia de Sapho es total
La lista de hombres c¨¦lebres que frecuentaron a la Guimard y fueron sus amantes incluye a Fragonard, Mirabeau, el duque de Orle¨¢ns, Talleyrand... Scarpetta describe con talento y precisi¨®n sus org¨ªas reales o inventadas, pero el erotismo es s¨®lo uno de los m¨²ltiples materiales compositivos de la novela. El lector de Laclos y de Sade sabe a qu¨¦ atenerse. Lo que verdaderamente marca su signo distintivo respecto a sus antecesores (del "divino marqu¨¦s" a Bataille) es, como dijimos, una incentiva reflexi¨®n sobre el libro que construye, nada dogm¨¢tica ni aburrida, reflexi¨®n que se integra felizmente en el conjunto, sin lastrarlo jam¨¢s.
La evocaci¨®n de sus relaciones ¨ªntimas o meramente amistosas con Mar¨ªa la gitana o con M¨¦lanie Morel, propulsada a una gloria ef¨ªmera por Merce Cunningham, le permite establecer, por ejemplo, un paralelo entre ellas y la Guimard en raz¨®n de la intransigencia de una con las nuevas modas que arrinconaron su concepci¨®n del arte de la danza y la sujeci¨®n resignada a aqu¨¦lla de las otras: una apoteosis condenada a la extinci¨®n. La referencia de la vejez de los artistas que fascinan a Scarpetta, como Picasso o Jean-Luc Godard, nos procura asimismo unas p¨¢ginas magistrales sobre su entrega del arte y su furor creativo... Poco a poco, junto a la nostalgia que embebe el mundo descrito -semejante al que abri¨® Mayo del 68 y enterr¨® el sida catorce a?os despu¨¦s- captamos otro caudal subterr¨¢neo. La aspiraci¨®n del novelista a un proceso creador libre de trabas, su rebeld¨ªa del canon establecido. Toda propuesta literaria aspira a ser ¨²nica a su manera y La Guimard lo es. De ah¨ª su emocionado homenaje al pintor malague?o y al cineasta que encarna toda la historia del s¨¦ptimo arte, a esta singular maestr¨ªa de "algunos artistas capaces, en su vejez, de las mayores audacias, porque ya no tienen que rivalizar con nadie, el esp¨ªritu de su tiempo les resulta poco a poco indiferente y en definitiva no tienen nada que perder".
Como se?ala la cubierta de la obra, Le Tutu: Moeurs fin de si¨¨cle es la novela m¨¢s misteriosa del siglo XIX. Impresa en Par¨ªs en 1891, no lleg¨® a distribuirse en las librer¨ªas. Su editor, Le¨®n G¨¦nonceaux, en cuyo cat¨¢logo figuraban nada menos que Rimbaud y Lautr¨¦amont, tuvo que darse a la fuga para evitar la acci¨®n de la justicia que le acusaba de "publicaci¨®n de una novela inmoral". El seud¨®nimo tras el que se enmascara el autor, Sapho o Princesse Sapho, permaneci¨® durante d¨¦cadas envuelto en una densa nube de tinta. Seg¨²n Pascal Pia, en un art¨ªculo publicado en la Quinzaine Litt¨¦raire en abril de 1966, y Jean-Jacques Lefr¨¨re, en la presente edici¨®n, se tratar¨ªa, casi con certeza, del propio G¨¦nonceaux. Pero, m¨¢s intrigante a¨²n que dicho enigma lo es el desconocimiento tan dilatado de esta obra maestra de humor corrosivo y de inventiva feroz: un verdadero "aerolito literario" que, como dice Juli¨¢n R¨ªos en el ep¨ªlogo, llega a nuestras manos con cien y pico de a?os de retraso. Y ?vaya aerolito! En ¨¦l encontramos un claro precedente -no hablo de influencia, pues no fue le¨ªdo por nadie- de las audacias de Jarry, Roussel, Breton, Ionesco, Queneau... "Borges, en la estela de T. S. Eliot", escribe Juli¨¢n R¨ªos, "afirma que cada escritor crea a sus precursores. Una novela precursora como Le Tutu parece ser obra de numerosos autores, el hijo precoz y escandaloso de varios padres".
Del principio al fin de la novela reina la extravagancia m¨¢s desbocada: sucesos incre¨ªbles, personajes exc¨¦ntricos, di¨¢logos ins¨®litos de irresistible comicidad. Su protagonista, Mauri de Noirof, trasunto de un amigo de G¨¦nonceaux, sue?a en hacer el amor con su madre devoradora de bilis y de v¨ªsceras, se casa con una rica heredera obesa y alcoh¨®lica, bebe como un descosido, dilapida el dinero propio y ajeno, se enamora de Mani-Mino, fen¨®meno circense de dos cabezas y cuatro brazos y piernas, la alimenta con sus pechos (gracias a un milagroso tratamiento que hoy llamar¨ªamos hormonal) y engendra un monstruo hermafrodita de cuatro cabezas y diecis¨¦is extremidades dif¨ªcil de amamantar (s¨®lo posee dos senos y su progenitura cuatro bocas), inventa un s¨²per AVE que traslada al usuario en treinta segundos de Par¨ªs a Lyon, incurre en nuevos desatinos, recibe inesperadamente un acta de diputado, es nombrado por sus m¨¦ritos ministro de la Justicia, participa en una org¨ªa presidida por el Papa, consuma al fin el incesto materno en un tren semejante a aqu¨¦l en el que vino al mundo.
La irrisi¨®n del universo en el que se agitan los personajes es de una c¨¢ustica y sorprendente modernidad. Nada ni nadie se salva de la quema. La irreverencia de Sapho es total:
"El Creador, si lo hay, incurri¨® en un fallo cuando cre¨® de la nada al primer hombre y a la primera mujer: se olvid¨® de forjarlos a su imagen, con lo que se conden¨® a s¨ª mismo a ver continuamente ante sus ojos su propia fotograf¨ªa: la de sus criaturas est¨²pidas".
"Si el hombre tuviera conciencia del peso de feo horror o de fealdad horrible que arrastra consigo (...) quemar¨ªa el cerebro del globo infecto sobre el que pasea su carcasa inmunda".
El radicalismo del editor de Rimbaud y Lautr¨¦amont -y tambi¨¦n de obras menores de t¨ªtulos como Le pech¨¦, Sodome Gomorre, Monsieur Venus, etc¨¦tera- no pod¨ªa sino acarrearle los problemas que condujeron al cierre de su librer¨ªa del 3 de la Rue Saint-Benoit, en el edificio contiguo al que vivir¨ªa luego Marguerite Duras. En Le Tutu, como en los "disparates medievales", lo absurdo y el humor constitu¨ªan su fr¨¢gil escudo de defensa. Seg¨²n escrib¨ªa Diderot a Sophie Volland -una musa que frecuent¨® por cierto a la Guimard- "a menudo hay que dar juicio al aire de la locura, a fin de que pueda ser tolerado". -
La Guimard. Guy Scarpetta. Gallimard, 2008. 316 p¨¢ginas. Le Tutu: Moeurs fin de si¨¨cle. Princesse Sapho. Textos de Juli¨¢n R¨ªos, Pascal Pia y Jean-Jacques Lefr¨¨re. Tristram, 2008. 240 p¨¢ginas.
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