?Galeusca?
Desde su aparici¨®n en escena all¨¢ por 1923, la alianza de los tres nacionalismos perif¨¦ricos ha tenido una incidencia m¨¢s simb¨®lica que real. Aun cuando las trayectorias de catalanismo, nacionalismo vasco y galleguismo se han ajustado al calendario com¨²n de la historia pol¨ªtica de Espa?a, las diferencias en cuanto a base econ¨®mica y social, implantaci¨®n e ideolog¨ªa han hecho bastante dif¨ªcil la materializaci¨®n de la consigna de "?nacionalistas del Estado espa?ol, un¨ªos!". La consistencia de la afirmaci¨®n nacional en el catalanismo no se tradujo hist¨®ricamente en una pretensi¨®n de alcanzar la soberan¨ªa, sino en el doble objetivo de llevar adelante la construcci¨®n nacional, en la econom¨ªa y en la cultura, y de lograr una proyecci¨®n de sus mayores dinamismo y modernidad por medio de la autonom¨ªa en el marco espa?ol. Con una orientaci¨®n bien diferente, el nacionalismo definido por Sabino Arana, sin renunciar a una dimensi¨®n pragm¨¢tica ligada al Concierto econ¨®mico, fij¨® su norte el objetivo de la independencia, que en su sector radical acab¨® llevando a la pr¨¢ctica de la violencia y del terrorismo. Y en cuanto al nacionalismo gallego, su debilidad pol¨ªtica le obligaba hasta fecha reciente a preocuparse ante todo de ir consolidando su presencia cultural y pol¨ªtica. Distintas metas, distintas personalidades pol¨ªticas, imposible unificaci¨®n de estrategias.
La alianza de los tres nacionalismos perif¨¦ricos ha tenido una incidencia m¨¢s simb¨®lica que real
La situaci¨®n ha cambiado hasta cierto punto en los ¨²ltimos 10 a?os, por efecto del viraje independentista del PNV y de los inicios de la deriva que en Catalu?a llev¨® a proponer la revisi¨®n al alza de su r¨¦gimen auton¨®mico. Como siempre, Galicia sigui¨®, a favor tambi¨¦n de la consolidaci¨®n del BNG. El resultado fue la declaraci¨®n de Barcelona, de 11 de julio de 1998, cercano ya Lizarra, con el objetivo de coordinar esfuerzos para lograr lo que los firmantes consideraban un Estado plurinacional moderno. Era recuperada la etiqueta de Galeusca, evocadora del primer ensayo anterior a 1936. La candidatura unitaria para las elecciones del Parlamento Europeo en 2004, con incorporaciones valenciana y balear, constituy¨® la expresi¨®n de ese nuevo esp¨ªritu de convergencia.
M¨¢s all¨¢ de las declaraciones, emerge una trama tejida a base de influencias ejercidas por unos movimientos sobre otros, con el resultado de un clima de simpat¨ªa y de complicidad, sin borrar las diferencias de fondo. El nacionalismo vasco incidi¨® sobre el catal¨¢n al insistir en que el verdadero patriota ha de aspirar a la soberan¨ªa, siquiera formalmente. El rechazo de la violencia sigui¨® marcando la divisoria, sin olvidar el encuentro de Carod con ETA. Para las pol¨ªticas de educaci¨®n y cultura, en cambio, fue casi siempre el catalanismo quien asumi¨® la iniciativa, de efectos observables en la pol¨ªtica de afirmaci¨®n del idioma propio dise?ada recientemente en Euskadi y en Galicia. A modo de ola de fondo, emerge la creencia en que la afirmaci¨®n de la nacionalidad supone necesariamente la confrontaci¨®n con el Estado. El esp¨ªritu de secesi¨®n alcanza as¨ª una legitimidad, como sucede en la pol¨ªtica de integraci¨®n independentista de los inmigrantes magreb¨ªes en Catalu?a, en tanto que toda posici¨®n que represente un enlace con Espa?a es juzgada negativamente.
Es una relaci¨®n entre movimientos pol¨ªticos comparable a la que existe en f¨ªsica entre los vasos comunicantes. Las diferencias persisten, pero interviene un sentimiento de convergencia. Ha podido apreciarse con ocasi¨®n del reciente fracaso del proyecto Ibarretxe 2, cortado en seco por el Tribunal Constitucional. El pragmatismo tradicional del nacionalismo catal¨¢n no ha visto con buenos ojos que el lehendakari se empe?ara en la t¨¢ctica del carnero, al volver a chocar contra un obst¨¢culo previsible e infranqueable, contribuyendo adem¨¢s a crear una jurisprudencia contra la autodeterminaci¨®n que a largo plazo puede afectar a todos. Pero ello no ha eliminado la expresi¨®n de solidaridad, acentuada frente al "Estado espa?ol" en el independentismo.
Las presiones de unos y de otros siguen apuntando a la puesta en cuesti¨®n del orden constitucional, favorecida en el caso catal¨¢n por ese principio estatutario de bilateralidad que sit¨²a todo problema de importancia, financiaci¨®n en primer plano, en un nosotros versus el Estado central, l¨¦ase Espa?a. Es la elecci¨®n de Montilla: socialista pero ante todo "leal a los catalanes". Resulta de modo inevitable un "desapego" creciente, es decir, la creencia en que formar parte del Estado espa?ol resulta un coste para Catalu?a. Tras su nueva derrota, al lehendakari Ibarretxe, perdido el apoyo de una d¨¦bil ETA incapaz de respaldar con atentados la supuesta motivaci¨®n de su consulta, lo ¨²nico que le queda es deslegitimar al Estado sea como sea. En Catalu?a, son los conflictos reales, en su gesti¨®n ideol¨®gica, los que llevan a una radicalizaci¨®n reflejada en el bosque de banderas esteladas, por la independencia, en la Diada. En ambos casos, la balanza de la pol¨ªtica nacionalista se inclina del lado de la desestabilizaci¨®n.
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