Los 'neocon' y los ojos de Edipo
Me acord¨¦ de Ulrich Beck y de sus "categor¨ªas zombis" tras la lectura del art¨ªculo Afinidades despectivas, en el que Jos¨¦ Mar¨ªa Lassalle (EL PA?S, 12/8/2008) narra el ascenso y ca¨ªda de los neocons en el interior de la Administraci¨®n de Bush. Beck denomina zombis a ciertos conceptos que, aunque alguna vez tuvieron vida, sobreviven en nuestros d¨ªas s¨®lo como sombras ling¨¹¨ªsticas, sin contenido preciso ni m¨¢rgenes claros, incapaces de clarificar el debate ni, por tanto, de orientar la acci¨®n. "Soberan¨ªa", "clase", "naci¨®n"... todas esas expresiones albergaron en su d¨ªa un significado cabal, pero hoy se encuentran lejos de proporcionarnos un utillaje te¨®rico eficaz.
Dado su car¨¢cter equ¨ªvoco, neocon tiene mucho de categor¨ªa zombi. Lassalle sit¨²a el origen de tal ideolog¨ªa en la paranoia anticomunista del macartismo y asigna a Leo Strauss el t¨ªtulo de padre intelectual del movimiento. Sin embargo, Fukuyama afirma que Strauss careci¨® de influencia en los neocon y que el n¨²cleo fundador surgi¨® en los a?os cincuenta en el City College de Nueva York. El macartismo vendr¨ªa despu¨¦s, actuando como catalizador, no como origen.
El pensamiento neoconservador lo sustenta en Espa?a la jerarqu¨ªa cat¨®lica
Los autotitulados 'neocons' del PP son m¨¢s bien 'teocons'
Los desacuerdos no acaban ah¨ª. Seg¨²n Tzvetan Todorov, el referente de los neocons ser¨ªa el mism¨ªsimo Mayo del 68. A su juicio, ese "proyecto de transformaci¨®n radical y violento de la sociedad ha renacido bajo otra forma, en el seno de una doctrina err¨®neamente llamada neo-conservadurismo (se trata en realidad de neorrevolucionarios)". El socialista Jordi Sevilla ha escrito -en la interpretaci¨®n probablemente m¨¢s endeble- que el movimiento neocon "es heredero de los fil¨®sofos posmodernos del pensamiento d¨¦bil y de la cr¨ªtica a los grandes relatos explicativos de la historia". Y en el lenguaje popular, por ¨²ltimo, neocon ha acabado significando algo cercano a "extremista de derecha", siendo utilizado (arrojado, m¨¢s bien) en los debates de la misma manera que sus antepasados m¨¢s o menos lejanos fascista o facha.
Cabr¨ªa as¨ª sostener, dada la corta vida del t¨¦rmino, que m¨¢s que ante un concepto zombi nos hallamos ante un concepto aborto. Los conceptos zombis una vez estuvieron vivos, pero este de neocon parece haber nacido ya muerto, incapacitado para posibilitar un debate con sentido. Algo hay de eso en el art¨ªculo de Lassalle, algo que suscita en su lectura cierta sensaci¨®n de extra?eza. Lassalle celebra el declive de la doctrina, a su juicio neocon, de Leo Strauss, que carecer¨¢ de valedor gane Obama o gane McCain. Y sin embargo...
Sin embargo, cuando dejamos a un lado etiquetas y clasificaciones, lo cierto es que la postura defendida por Strauss, o una muy similar, la sustenta en nuestro pa¨ªs la jerarqu¨ªa cat¨®lica. La inquina al liberalismo, al hedonismo, al supuesto nihilismo y, en fin, al relativismo liberal se asocia aqu¨ª entre nosotros con los p¨²lpitos y las sotanas, no con los think tanks ni con los despachos universitarios. No es nada neocon lo que destila Strauss con su desconfianza en la raz¨®n y su defensa de las "verdades inspiradas en la revelaci¨®n", sino sencillo tradicionalismo premoderno. La savia filos¨®fica que nutre su discurso es id¨¦ntica a la que podemos encontrar en muchos de los comunicados de la Conferencia Episcopal: s¨®lo hay que sustituir al Mayflower por el catecismo cat¨®lico.
De hecho, la oposici¨®n de Strauss a Popper y sus maniobras para impedir su desembarco en la Universidad de Chicago tras la Segunda Guerra Mundial recuerdan mucho -salvando obvias distancias- a lo que tuvo que aguantar aqu¨ª Ortega, tras la Guerra Civil, de manos de las autoridades nacionalcat¨®licas que monopolizaban el mundo acad¨¦mico. En ambos casos nos encontramos, por un lado, con pensadores de relieve internacional que representan la modernidad y los ideales liberales que la encabezan, y por el otro, con un establishment que, lejos de hacerles un hueco y escuchar su discrepancia, les cierra el paso. Y en ambos casos, por cierto, es Carl Schmit el pensador de referencia para el bando que reh¨²ye el debate e intenta silenciar la voz discordante (la diferencia est¨¢ aqu¨ª en que mientras Strauss se bate en su obra con Nietzsche y Heidegger, en la Espa?a franquista ning¨²n rival de Ortega era capaz de ir m¨¢s all¨¢ de la Escol¨¢stica tomista).
Y por descontado, lo que queda de ese tradicionalismo se refugia entre nosotros en el mismo Partido Popular al que el propio Lassalle pertenece, de ah¨ª la extra?eza que suscita su art¨ªculo. Se trata de paradojas habituales en los partidos atrapalotodo como el PP, que han de aglutinar en su seno corrientes muy diversas para no perder fuerza. La cuesti¨®n es si, frente a la corriente liberal que Lassalle encabeza, existe en el PP alguna facci¨®n neocon. Interpretando neocon en su sentido m¨¢s espec¨ªfico, el que le da Fukuyama, yo dir¨ªa que apenas. Los autotitulados neocons que hay en el PP son m¨¢s bien teocons. Las arremetidas contra el relativismo ilustrado vienen siempre del lado religioso, y no es extra?o que sea la Cope la que m¨¢s alimenta esa tendencia.
Los neocon se caracterizan sobre todo por cuestiones de pol¨ªtica exterior. Apuestan por utilizar la descomunal maquinaria militar americana para imponer la democracia por la fuerza y, contra cierta lectura simplista, no es el petr¨®leo o el poder lo que les mueve, sino el idealismo. La invasi¨®n de Irak habr¨ªa sido la primera tentativa de transformar manu militari una dictadura en una democracia liberal. El experimento presum¨ªa tanto una guerra r¨¢pida, sin apenas bajas por parte americana (y no excesivas del lado iraqu¨ª), como la s¨²bita transformaci¨®n del pa¨ªs en una democracia.
Pero la desgarradora sangr¨ªa a la que hemos asistido nada ha tenido que ver con aquel desdichado plan de laboratorio, raz¨®n por la que, incluso bajo ¨¦sta que es la m¨¢s benigna de las hip¨®tesis interpretativas, lo m¨ªnimo que habr¨ªa de esperarse por parte de los promotores de la guerra es que su conciencia no quedara inc¨®lume. Y ello aunque, como defiende Vargas Llosa, al final la guerra se acabe ganando (y he ah¨ª toda una expresi¨®n zombi, por cierto: "ganar la guerra de Irak").
A trav¨¦s del protagonista de su novela La insoportable levedad del ser -un m¨¦dico checoslovaco que representa la dignidad y el coraje moral ante la pesadilla totalitaria comunista-, Milan Kundera recrea el mito de Edipo como una alegor¨ªa del arrepentimiento. A pesar de su irreprochable inocencia, Edipo se arranca los ojos cuando cobra conciencia de lo que ha hecho: la atrocidad de lo sucedido pesa en ¨¦l como una carga insufrible. A partir de ah¨ª Kundera descubre en la ausencia de arrepentimiento un criterio moral para detectar el mal, ese mal con may¨²scula del que fueron culpables los comunistas que destrozaron su pa¨ªs. Vueltos hacia los neocons, hacia sus inopinados aliados a lo Aznar y hacia la reveladora tranquilidad de conciencia que les acompa?a, id¨¦ntico dictamen arrojan hoy los ojos de Edipo.
Jorge Urd¨¢noz es doctor en Filosof¨ªa, Visiting Scholar en la Universidad de Columbia, Nueva York.
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