La tumba de Moby Dick
1 - Por la tarde, en Nueva York, voy a ver la tumba de Herman Melville. Como lo enterraron en Woodlawn, en el Bronx, el viaje en metro dura casi una hora. Ya el mismo trayecto -cargado de incidentes que antes s¨®lo hab¨ªa visto en pel¨ªculas con altercados en el metro de Nueva York- tiene algo de grandiosa epopeya urbana y me pone en contacto con el mundo de las aventuras que trataba el propio Melville. Como hemos salido del centro de Manhattan y nos dirigimos al extrarradio de la ciudad, el personal que va subiendo y bajando del vag¨®n se va renovando y cambiando, a ritmo veloz, de fisonom¨ªa y estilo. En algunos tramos, el metro circula al aire libre y eso nos permite contemplar desde arriba, por ejemplo, la colorida y acalorada calle central del agitado barrio de Harlem. Va cambiando el estilo de los pasajeros, hasta llegar a alcanzar, en el ¨²ltimo tramo, ya entrados en pleno Bronx, un aspecto alarmante y de matices ciertamente criminales en el contexto de una inequ¨ªvoca atm¨®sfera de peligro que Melville habr¨ªa descrito maravillosamente, poniendo el acento en los rasgos b¨ªblicos de la ballena del mal que todo lo destruye. El hecho es que no las tengo todas conmigo. S¨®lo la presencia de los dos amigos que me acompa?an, Cristina Grande y Eduardo Lago, me permite estar algo tranquilo, aunque la mirada atravesada del pasajero que tengo enfrente no le da tregua alguna a mi ¨¢nimo encogido y aterrado.
Viajo muy arrugado en el ¨²ltimo tramo, pero me desencojo en la parada de Woodlawn, donde por fin descendemos. Roban un bolso y hay gritos, persecuciones, y finalmente sirenas obsesivas de un coche de la polic¨ªa. Todo lo que desde el sal¨®n de casa puede uno ver en una pel¨ªcula americana, lo veo ahora en vivo, en salvaje directo. Marcho hacia el cementerio sin hacerme a¨²n a la idea de que estoy en el lugar sobre el que escrib¨ª el a?o pasado, cuando una amiga me llam¨® a Barcelona y me dijo que estaba junto a la tumba de Melville y me anim¨® a enviarle, desde el sal¨®n de casa, un mensaje al autor de Moby Dick. Fue raro. De pronto, qued¨¦ conectado desde mi hogar con aquella tumba americana. Ahora estoy a cuatro pasos de ella. Pero no es f¨¢cil encontrarla. Cierran, adem¨¢s, el cementerio dentro de media hora, y en la puerta de entrada nos han dejado pasar gracias a que Eduardo les ha dicho que venimos de muy lejos, de un remoto pa¨ªs de Europa, s¨®lo para poder verla.
Nos han dado un mapa del camposanto y, con el tiempo ech¨¢ndosenos encima, tratamos de localizar la l¨¢pida. Pero no hay forma. Suspense, nerviosismo, se va la luz y el tiempo apremia. Me da por recordar que, aquel d¨ªa desde mi casa de Barcelona, imagin¨¦ a mi amiga junto al Capit¨¢n Ahab, el personaje central de Moby Dick. Y que el terrible capit¨¢n no ten¨ªa rostro, aunque llevaba zapatos n¨¢uticos, jersey de lana y chaqueta de tweed con parches en los codos, y se hallaba sentado en la mism¨ªsima tumba del gran Melville. Y tambi¨¦n recuerdo que, apremiado por la necesidad de mandar un mensaje, acudieron en mi auxilio unos versos de Hart Crane que yo sab¨ªa que estaban grabados en la tumba: "Lejos de este arrecife, a veces, bajo la ola / Los dados de los huesos de los muertos / Vio legar un mensaje, al contemplarlos / Batir la orilla, en polvo oscurecidos".
2 - No entend¨ª nunca estos versos de Crane, pero parecen hermosos. ?Qu¨¦ ser¨¢n los dados de los huesos de los muertos? Estos versos extra?os parecen tan borrosos como el sentido de la alegor¨ªa de la m¨ªstica Moby Dick. Ayer mismo le¨ª precisamente el elogio de Cesare Pavese (La literatura norteamericana y otros ensayos) a la fineza demostrada por Melville al dejar nublado el sentido final de su leyenda sobre la ballena blanca, m¨¢s conocida por Moby Dick. Dice Pavese que en su momento los comentaristas dieron rienda suelta a sus m¨¢s variados antojos e interpretaciones -siguen, por cierto, hoy en d¨ªa, y ahora Ahab es el presidente Bush llevando a los suyos a Irak y al infierno- y vieron simbolizados en el monstruo infinitos conceptos, pero en realidad, dice Pavese, tanto da: la riqueza de una f¨¢bula estriba en su capacidad de simbolizar el mayor n¨²mero posible de experiencias. Y es cierto. En este sentido, Moby Dick representa un antagonismo puro. Por ello, Ahab y su enemigo forman una parad¨®jica pareja indivisible. Y el sagrado misterio del mal permanece.
3 - No queremos ponernos nerviosos, pero cae la tarde y, a pesar del mapa, no encontramos la tumba, y el desierto cementerio lo van a cerrar enseguida. Andamos ya muy perdidos cuando se detiene junto a nosotros un coche patrulla con la divisa "polic¨ªa de cementerio". Vemos a dos gigantescos negros de muy mala leche, con sendos rev¨®lveres al cinto y actitudes de sheriff, salidos de una pel¨ªcula de Tarantino. Nunca en la vida hab¨ªa visto "polic¨ªas de cementerio". En un primer momento se muestran agresivos, pero con el savoir faire de Eduardo se ablandan. Deciden ayudarnos en la busca de "la tumba de Moby Dick" (sic) y nos hacen subir a su coche. Los dos son puertorrique?os, pero no hablan palabra de espa?ol, aunque uno repite constantemente que se llama Jimeno. Dicen estar conmovidos de ver a gente llegada de tan lejos para encontrar una tumba. Cuesta dar con ella, pero finalmente se consigue. Descubrimos que la gente tiene la costumbre de dejar bol¨ªgrafos, m¨¢s bien horrendos, sobre la l¨¢pida. Y all¨ª est¨¢n los versos incomprensibles del poeta Crane. Los dos polic¨ªas de cementerio, con sus respectivos rev¨®lveres, acceden a hacerse una foto conmigo junto a la tumba. Miro la imagen ahora. Ambos exhiben dos obscenas y grandes carcajadas, mientras sus pistolas parecen apuntar al fot¨®grafo. A m¨ª, en medio de los dos, se me ve literalmente encogido, mirando a la c¨¢mara sin gesto alguno, como si prefiriera no hacerlo.
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