La par¨¢lisis del Gobierno empuja a Pakist¨¢n hacia la descomposici¨®n
El miedo a nuevos ataques terroristas se extiende por la impotencia del Estado
Pakist¨¢n est¨¢ en guerra. Lo ha reconocido su presidente, Ali Asif Zardari. M¨¢s all¨¢ de la batalla contra la insurgencia en las zonas fronterizas con Afganist¨¢n, est¨¢ en juego su identidad como pa¨ªs. Los ocho a?os de dictadura de Pervez Musharraf, la incompetencia de las ¨¦lites pol¨ªticas y la miop¨ªa de EE UU en la regi¨®n han dejado a los paquistan¨ªes divididos. Ahora que un civil retoma las riendas del Estado, la confusi¨®n paraliza las instituciones.
Muchos ven la guerra contra Al Qaeda como una guerra de EE UU
Pocos conf¨ªan en que el presidente Zardari sea capaz de unir al pa¨ªs
"Nadie nos escuch¨® en los ocho a?os de dictadura", lamenta un periodista
"Ha sido nuestro 11-S", afirma un analista sobre el atentado del Marriott
El ambiente es sombr¨ªo en Islamabad. No se trata tanto de los puestos de control policiales y las barreras de hormig¨®n que salpican la ciudad tras el ¨²ltimo atentado, como de la sensaci¨®n de vulnerabilidad de los paquistan¨ªes ante un Estado que, como describe Khalid Aziz, "apenas es capaz de ofrecer seguridad, justicia, participaci¨®n o desarrollo humano". Aziz sabe de lo que habla porque durante tres d¨¦cadas ha trabajado tanto en el Gobierno central paquistan¨ª como al frente de la Provincia de la Frontera Noroccidental, desde donde se gobiernan las ¨¢reas tribales en las que hoy est¨¢n puestas todas las miradas. De all¨ª sali¨®, seg¨²n el ministro interino de Interior, Rehman Malik, el suicida que destruy¨® el hotel Marriott el 20 de septiembre.
"Ha sido nuestro 11-S", se apresur¨® a acu?ar Najan Sethi, director del semanario Friday Times. Sin embargo, el horror de 54 muertos y 250 heridos por la detonaci¨®n de 600 kilos de explosivos en el centro de la capital no ha generado la indignaci¨®n que se pod¨ªa esperar, ni en la gente, ni en los dirigentes. Muchos paquistan¨ªes critican que, pocas horas despu¨¦s del atentado, el presidente Zardari se fuera a Nueva York con sus principales ministros, en lugar de quedarse aqu¨ª a explicar la situaci¨®n; tampoco lo hicieron el resto de los l¨ªderes pol¨ªticos.
Buena parte de los paquistan¨ªes perciben la lucha que su Ej¨¦rcito libra contra los terroristas de Al Qaeda y sus simpatizantes locales como una guerra de Estados Unidos, con la que su pa¨ªs no tiene nada que ver y de la que s¨®lo paga las consecuencias (11.129 muertos y 800.000 desplazados desde 2001). Bajo esa perspectiva, atentados como el del Marriott no son m¨¢s que la merecida respuesta a las operaciones represivas de los uniformados. Una vez m¨¢s, se ha puesto en evidencia la polarizaci¨®n del pa¨ªs entre liberales modernizadores e islamistas radicales.
"Rechazamos lo evidente. Todo lo atribuimos a una conspiraci¨®n (de EE UU, de India, de los servicios secretos). Cualquier cosa para evitar nombrar a los verdaderos culpables, los militantes [islamistas radicales]", declara Zahid Hussain, reputado comentarista pol¨ªtico y autor de Frontline Pakistan: the struggle with militant islam, un libro en el que analiza el ascenso del extremismo isl¨¢mico en Pakist¨¢n y los v¨ªnculos entre los principales grupos yihadistas, Al Qaeda y el ISI, el poderoso servicio secreto militar. Hay pol¨ªticos y analistas que defienden que si los estadounidenses se van de Afganist¨¢n, el problema desaparecer¨¢.
"A menos que se aclare esa confusi¨®n y el Gobierno sea capaz de transmitir la amenaza a la que hacemos frente, al margen del papel que Estados Unidos pueda tener en ello, la situaci¨®n no va a resolverse por s¨ª sola", subraya el general retirado Talaat Masood, uno de los escasos analistas locales que utiliza la palabra insurgentes en vez del eufemismo militantes. Masood, que admite la necesidad de ayuda exterior ante la dimensi¨®n que ha adquirido el conflicto, subraya tambi¨¦n que las incursiones estadounidenses en la frontera les est¨¢n poniendo las cosas dif¨ªciles. "No permiten una soluci¨®n aut¨®ctona y est¨¢n alentando el antiamericanismo", advierte.
"Que no esperen simpat¨ªas de los paquistan¨ªes despu¨¦s de que hemos sufrido a un dictador al que ellos respaldaban", se?ala por su parte Nusrat Javeed, conductor de un popular programa de televisi¨®n en la cadena privada Aaj cuyas cr¨ªticas a Musharraf motivaron la suspensi¨®n de sus emisiones el pasado febrero. "Nos sentimos desamparados. Nadie nos escuchaba cuando durante los ocho a?os de dictadura denunci¨¢bamos que los talibanes y los militantes [islamistas] se estaban reforzando; ahora finalmente [los occidentales] se enteran y pretenden que Zardari acabe con ellos de un plumazo. Fue elegido el 9 de septiembre, ni siquiera ha pasado un mes", se queja.
Los propios paquistan¨ªes empiezan a estar impacientes con la inactividad del Gobierno que se form¨® tras las elecciones legislativas del pasado febrero. "Siete meses despu¨¦s de las elecciones, no tenemos un Gobierno que funcione, no hay rumbo ni en la econom¨ªa, ni en la lucha contra el terrorismo, la gente ha perdido la confianza", resume Hussain.
"Se ha desperdiciado el capital de entusiasmo que se gener¨® entonces", resume Tarek Fatemi. Este antiguo embajador que ahora ejerce de consultor privado y analista pol¨ªtico, se encontraba entre el coro de voces que ped¨ªan el retorno a un Gobierno civil. Ahora no esconde su desilusi¨®n.
"Con su astuta manipulaci¨®n, Zardari ha logrado desbancar a [el l¨ªder de la oposici¨®n, Nawaz] Sharif y hacerse con la presidencia, sin cumplir su pacto de reinstaurar a los jueces y renunciar a los poderes extraordinarios que se arrog¨® Musharraf enmendando la Constituci¨®n", afirma.
Aun admitiendo que ha demostrado un inesperado instinto pol¨ªtico, pocos fuera de su partido conf¨ªan en que el viudo de Benazir Bhutto tenga la estatura necesaria para unir al pa¨ªs y emprender los profundos cambios, pol¨ªticos y sociales, que son necesarios para hacer frente a la amenaza que los insurgentes terroristas plantean al Estado. Y el tiempo apremia.
"Esto es un desastre. No tiene una soluci¨®n f¨¢cil. S¨®lo puede resolverse con un compromiso a largo plazo y un mont¨®n de asistencia. El problema es saber si Washington, Londres y Bruselas tendr¨¢n la paciencia de esperar", concluye Javeed.
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