La memoria de Pamuk
El n¨²cleo de mi biblioteca lo forma la de mi padre. A los diecisiete o dieciocho a?os, cuando empec¨¦ a pasar la mayor parte de mi tiempo leyendo a solas, atacaba los libros del sal¨®n de mi padre tanto como las librer¨ªas de Estambul. Fue entonces cuando comenc¨¦ a, si le¨ªa algo que me gustaba, llev¨¢rmelo de la biblioteca de mi padre a la de mi cuarto y a colocarlo entre mis propios libros. Mi padre, feliz de que su hijo leyera, se alegraba de que a?adiese a mi biblioteca algunos de sus libros y cuando ve¨ªa en mis estantes alguno de sus antiguos vol¨²menes bromeaba conmigo diciendo: "Vaya, tambi¨¦n este libro ha sido elevado a una alta categor¨ªa".
En 1970, a los dieciocho a?os y como todo turco aficionado a los libros, empec¨¦ a escribir poes¨ªa. Por un lado estudiaba arquitectura y notaba que iba perdiendo el placer que me proporcionaba la pintura, y por otro, a escondidas y fumando hasta altas horas de la noche, escrib¨ªa poemas. Fue en esa ¨¦poca cuando me le¨ª todos los libros de poes¨ªa turca de la biblioteca de mi padre, que en su juventud tambi¨¦n quiso ser poeta.
En 1970, empec¨¦ a escribir poes¨ªa. En esa ¨¦poca me le¨ª todos los lbiros de poes¨ªa turca de la biblioteca de mi padre
En los ¨²ltimos 35 a?os la novela se ha convertido en algo m¨¢s importante mientras que la poes¨ªa ha perdido su importancia.
Tanto los lectores como la industria del libro han crecido y se han enriquecido a una velocidad sorprendente
Por desgracia he perdido muy poco del punto de vista seg¨²n el cual los libros son algo que nos prepara para la vida
Me gustaban los libros delgaditos y de tapas p¨¢lidas de los poetas que pasar¨ªan a la historia de la poes¨ªa turca con el nombre de Primeros Nuevos (de los a?os cuarenta y cincuenta) y Segundos Nuevos (de los sesenta y setenta) y al leerlos me gustaba estar escribiendo poes¨ªa como ellos. Parte de los Primeros Nuevos, que trajeron a la poes¨ªa turca la lengua del ciudadano de a pie y su sentido del humor e ignoraron el discurso formal de la lengua oficial de un mundo represivo y autoritario, por ejemplo, Orhan Veli, Melih Cevdet u Oktay Rifat, eran tambi¨¦n conocidos, as¨ª como los primeros libros que publicaron, como el grupo de los "Raros". Mi padre a veces sacaba de su biblioteca las primeras ediciones de aquellos poetas y nos le¨ªa en voz alta y con un estilo que nos hac¨ªa sentir que la literatura era uno de los aspectos m¨¢s maravillosos de la vida un par de poemas divertidos y bromistas que nos gustaban y nos divert¨ªan.
En cuanto a la poes¨ªa de los Segundos Nuevos, una continuaci¨®n de aquella corriente renovadora, me emocionaba el hecho de que de ella surgiera una voz descriptiva y narrativa que alcanzaba una confusi¨®n a veces dada¨ªsta o surrealista y a veces ornamental. Al leer a esos poetas, extra?amente en ocasiones tan incomprensibles y dif¨ªciles como emocionantes y ahora todos fallecidos (Cemal S¨¹reya, Turgut Uyar, Ilhan Berk), me sent¨ªa como esos inocentes que al mirar un cuadro "abstracto" creen que tambi¨¦n ellos podr¨ªan hacerlo. Como el pintor que al contemplar un buen cuadro, o un cuadro que cree haber entendido c¨®mo se ha hecho, corre a su estudio con el deseo de pintar, me entraban ganas de escribir poes¨ªa y me sentaba a la mesa a hacerlo.
Como, exceptuando a estos autores, la poes¨ªa turca est¨¢ muy alejada de la lengua cotidiana y es muy artificial, me interesaba m¨¢s que como poes¨ªa, aparte de algunos poemas y versos excepcionales y sumamente hermosos, como cuesti¨®n intelectual. ?Qu¨¦ proteger¨ªa el poeta local de esa tradici¨®n que iba desapareciendo bajo el aplastante peso de la occidentalizaci¨®n, la modernidad y Europa, y c¨®mo lo har¨ªa? ?C¨®mo se pod¨ªan adaptar a los juegos literarios y a una poes¨ªa moderna las bellezas de la poes¨ªa del Div¨¢n, que las elites otomanas hab¨ªan creado bajo la influencia persa y que las nuevas generaciones s¨®lo pod¨ªan entender gracias a diccionarios y gu¨ªas? Estas preguntas, expresadas de una forma muy general con la locuci¨®n "aprovecharse de la tradici¨®n", durante mucho tiempo ocuparon la mente tanto de los autores de mi generaci¨®n como la de los de la previa. Los problemas literarios y filos¨®ficos pod¨ªan discutirse con m¨¢s facilidad a trav¨¦s de la poes¨ªa gracias a la fuerza de la poes¨ªa otomana, fuera de la influencia occidental, y a su tradici¨®n centenaria. El hecho de que no existiera una tradici¨®n pros¨ªstica y novel¨ªstica daba lugar a que nosotros, los narradores, preocupados por el localismo literario y formal, volvi¨¦ramos los ojos a la poes¨ªa. A principios de los setenta, cuando decid¨ª ser novelista despu¨¦s de que mi entusiasmo por la poes¨ªa se inflamara y se extinguiera sin que pasara mucho, en Turqu¨ªa se consideraba a la poes¨ªa como la verdadera literatura y a la novela como algo m¨¢s bajo y popular. No ser¨ªa incorrecto afirmar que en los ¨²ltimos treinta y cinco a?os la novela se ha convertido en algo m¨¢s importante mientras que la poes¨ªa ha perdido su importancia. Durante este tiempo tanto los lectores de literatura como la industria del libro han crecido y se han enriquecido a una velocidad sorprendente.
Cuando yo decid¨ª ser escritor el punto de vista dominante, tanto en la poes¨ªa como en la novela, no era s¨®lo el que un individuo solitario expresara con palabras su propio ser, su alma y sus singularidades, sino que tambi¨¦n se valoraba que el escritor, actuando en equipo con un grupo, una colectividad o con sus compa?eros, contribuyera en algo a una utop¨ªa, a un sue?o (modernismo, socialismo, islamismo, nacionalismo o republicanismo laico). Por esa raz¨®n, para los autores nunca fue una cuesti¨®n literaria el impulso de aprovecharse de la Historia y la tradici¨®n para encontrar la forma literaria que m¨¢s les sirviera para expresar su voz, sino que, en su lugar, se transform¨® en parte del sue?o de construir la sociedad, la naci¨®n, feliz y armoniosa del futuro codo a codo con el Estado. A veces pienso que en el ¨²ltimo siglo la literatura modernista y optimista, sea tanto republicanista, ilustrada y laica como socialista igualitaria, ha perdido de vista el esp¨ªritu de lo que ocurr¨ªa en las calles de Estambul y en sus propias casas por tener la mirada demasiado puesta en el futuro. Me da la impresi¨®n de que los autores que lamentan la p¨¦rdida de la cultura del pasado, como Tanpinar o Abd¨¹lhak Sinasi Hisar, y los que aman sin prejuicios la poes¨ªa y la vitalidad de las calles de Estambul, como Ahmet Rasim, Sait Faik o Aziz Nesin, explican mejor la vida que vivimos que aquellos que se preocupan apasionadamente por c¨®mo Turqu¨ªa puede alcanzar un futuro brillante.
Despu¨¦s de que comenzaran los movimientos de occidentalizaci¨®n y modernizaci¨®n, el problema fundamental de todas las literaturas no occidentales, no s¨®lo la turca, ha sido la dificultad de abarcar al mismo tiempo los sue?os de futuro con los colores del presente, el sue?o de un pa¨ªs y un ser humano modernos con el placer de vivir en el mundo tradicional existente. El que los escritores que imaginan un futuro radical muchas veces hayan intervenido en disputas pol¨ªticas y luchas por el poder y hayan dado con sus huesos en la c¨¢rcel ha endurecido y hecho m¨¢s amargas sus voces y sus observaciones.
En la biblioteca de mi padre tambi¨¦n estaban los primeros libros de Nazim Hikmet, publicados en los a?os treinta, antes de que ingresara en la c¨¢rcel. Me impresionaban tanto como el tono airado y positivo de quien cree en un futuro esperanzador y feliz y las innovaciones formales tomadas de los futuristas rusos, los padecimientos sufridos por el poeta, sus d¨ªas en la c¨¢rcel, la vida en presidio tal y como la describ¨ªan en sus cartas y memorias narradores realistas como Orhan Kemal y Kemal Tahir, que compartieron c¨¢rcel con ¨¦l. De memorias de intelectuales y periodistas turcos que sufrieron prisi¨®n y de novelas y cuentos que transcurren en la c¨¢rcel podr¨ªa formarse una biblioteca entera. En cierta ¨¦poca le¨ª tanta literatura carcelaria que aprend¨ª tanto como un preso cualquiera de la vida cotidiana en los pabellones, de esa jerga presidiaria que tanto me gustaba y de las leyes de matones y chulos. Por aquellos a?os la literatura me parec¨ªa una vida en la que la polic¨ªa te esperaba continuamente a la puerta, la secreta te segu¨ªa por las calles, te pinchaban los tel¨¦fonos, no pod¨ªas conseguir un pasaporte y desde prisi¨®n escrib¨ªas emotivas cartas y poemas a tu amada. Nunca aspir¨¦ a esa vida de la que supe por los libros, pero la encontraba rom¨¢ntica. Treinta a?os m¨¢s tarde, cuando viv¨ª hasta cierto punto preocupaciones parecidas, me consolaba pensando que mi situaci¨®n era mucho m¨¢s llevadera que la descrita en los libros de aquellos autores que hab¨ªa le¨ªdo en mi juventud con un horror comprensible y un extra?o romanticismo.
Por desgracia he perdido muy poco del punto de vista ilustrado y utilitario seg¨²n el cual los libros son algo que nos prepara para la vida. Puede que sea porque la vida del escritor en Turqu¨ªa siempre lo confirma. Sobre todo porque en Turqu¨ªa nunca, pero especialmente en aquellos tiempos, han existido grandes bibliotecas donde uno pudiera encontrar con facilidad el libro que quer¨ªa. Tras la fantas¨ªa de la biblioteca borgiana en la que cada libro gana una misteriosa cualidad y, como consecuencia, la propia biblioteca se reviste de una poes¨ªa ajustada a la confusi¨®n del mundo y de una aureola metaf¨ªsica de infinitud, est¨¢n esas grandes bibliotecas que contienen innumerables libros, tantos como para que sea imposible leerlos todos. Borges era director de una biblioteca as¨ª en Buenos Aires. Pero en mi juventud no hab¨ªa ni en Estambul ni en toda Turqu¨ªa ni una sola de esas bibliotecas abierta para el aficionado a los libros. En cuanto a libros en lenguas extranjeras, no los hab¨ªa en ninguna. Si quer¨ªa aprender de todo, convertirme en alguien ilustrado y profundo y librarme de los l¨ªmites asfixiantes que guardaban las prohibiciones, el t¨ªtulo de literato y las amistades y grupos de la literatura nacional, deb¨ªa formarme mi propia gran biblioteca.
Entre 1970 y 1990, despu¨¦s de escribir, mi principal ocupaci¨®n consisti¨® en comprar libros para formarme una biblioteca que contuviera todos los libros importantes y ¨²tiles dignos de inter¨¦s. Mi padre me daba una buena cantidad de dinero para gastos. A partir de los dieciocho a?os convert¨ª en costumbre el ir una vez por semana al mercado de libros de Beyazit. Me pasaba horas, d¨ªas, en aquellas tiendas calentadas a duras penas por peque?as estufas el¨¦ctricas, rebosantes de pilas de libros sin clasificar y en las que todo el mundo, desde el dependiente y el due?o hasta el visitante ocasional o el aficionado buscador de libros, ten¨ªa aspecto de ser muy pobre. Entraba en una tienda que vend¨ªa libros de segunda mano; inspeccionaba uno por uno todos los estantes y todos los libros; escog¨ªa uno de historia sobre las relaciones otomano-suecas en el siglo XVIII, o las memorias del director m¨¦dico del Hospital Psiqui¨¢trico de Bakirk?y, o las notas de un periodista testigo de un golpe de Estado frustrado, o una monograf¨ªa sobre los edificios otomanos en Macedonia, o una antolog¨ªa en turco de las memorias del viaje de un alem¨¢n que hab¨ªa venido a Estambul en el siglo XVII, o las reflexiones de un catedr¨¢tico de la facultad de medicina de ?apa sobre la neurosis maniaco-depresiva y la predisposici¨®n a la esquizofrenia, o el div¨¢n de un olvidado poeta otomano comentado y traducido al turco de nuestros d¨ªas, o un libro de propaganda ilustrado con fotograf¨ªas en blanco y negro sobre las carreteras, edificios y parques construidos por la diputaci¨®n de Estambul en los a?os cuarenta; regateaba con el dependiente y me lo compraba. Al principio reun¨ªa todos los cl¨¢sicos de las literaturas universal y turca -aunque para la literatura turca ser¨ªa m¨¢s apropiado decir "libros importantes"-. Los otros, pensaba que ya los leer¨ªa alg¨²n d¨ªa, como los cl¨¢sicos. Pero incluso mi madre, preocupada por lo mucho que le¨ªa, se daba cuenta de que compraba m¨¢s libros de los que pod¨ªa leer. "Por lo menos no compres m¨¢s sin haberte acabado los que has comprado ahora", dec¨ªa bastante harta.
No compraba los libros como un coleccionista, sino como alguien inquieto que quisiera comprender lo antes posible, ley¨¦ndolo todo, el sentido del mundo y por qu¨¦ Turqu¨ªa era tan pobre y problem¨¢tica. Con poco m¨¢s de veinte a?os era incapaz de dar una respuesta satisfactoria a los amigos que ven¨ªan a la casa en que viv¨ªa con mis padres y me preguntaban para qu¨¦ compraba aquellos libros que iban llenando a toda velocidad cada uno de los cuartos. El motivo de la casa en los cuentos populares de G¨¹m¨¹shane; la trastienda de la rebeli¨®n de Ethem el circasiano contra Atat¨¹rk; un listado de asesinatos pol¨ªticos en la ¨¦poca constitucional; la historia de la cacat¨²a de Abd¨¹lhamit, comprada por el embajador en Londres por encargo del sult¨¢n y enviada desde Inglaterra a Turqu¨ªa; ejemplos de cartas de amor para t¨ªmidos; la historia de la introducci¨®n de las tejas de Marsella en Turqu¨ªa; las memorias pol¨ªticas del m¨¦dico que fund¨® el primer hospital para tuberculosos; una Historia del Arte Occidental de ciento cincuenta p¨¢ginas escrita en los a?os treinta; los apuntes de clase del comisario que ense?aba a los estudiantes de la escuela de polic¨ªa las maneras de combatir a los peque?os delincuentes callejeros como carteristas, timadores y descuideros; los seis tomos de memorias de un antiguo presidente de la rep¨²blica, llenos de documentos; la influencia en la peque?a empresa moderna de la ¨¦tica de los gremios otomanos; la historia, los secretos y la genealog¨ªa de los jeques de la cofrad¨ªa de los cerrahi; las memorias del Par¨ªs de los a?os treinta de un pintor olvidado por todos; las intrigas de los comerciantes para elevar el precio de las avellanas; las quinientas p¨¢ginas de duras cr¨ªticas de un movimiento marxista turco prosovi¨¦tico a otro movimiento prochino y proalban¨¦s; el cambio de la ciudad de Eregli tras la apertura de las f¨¢bricas de hierro y acero; el libro para ni?os titulado Cien turcos famosos, la historia del incendio de Aksaray; una selecci¨®n de columnas de entreguerras de un periodista totalmente olvidado hac¨ªa treinta a?os; la historia bimilenaria comprimida en doscientas p¨¢ginas de una peque?a ciudad de la Anatolia Central que no era capaz de localizar en el mapa de un primer vistazo; la afirmaci¨®n de un maestro jubilado que pretend¨ªa, a pesar de no saber ingl¨¦s, haber resuelto el misterio de qui¨¦n era el asesino de Kennedy s¨®lo leyendo la prensa turca; ?de verdad me interesaba tanto todo aquello como para le¨¦rmelo de principio a fin? En a?os posteriores volver¨ªa a encontrarme con esa pregunta: siempre me tomaba en serio interpelaciones del tipo: "Orhan Bey, ?se ha le¨ªdo todos los libros de su biblioteca?". "S¨ª", contestaba. "Y, si no me los he le¨ªdo todos, puede que alg¨²n d¨ªa me sirvan de algo".
Como puede comprenderse por esa respuesta que daba con tanta seriedad, en mi juventud mi relaci¨®n con los libros se limitaba al optimista punto de vista del positivista irredento que cree que podr¨¢ dominar el mundo gracias a sus conocimientos. Puede que alg¨²n d¨ªa usara aquella informaci¨®n en una novela. En m¨ª hab¨ªa algo de la resoluci¨®n del personaje autodidacta de La n¨¢usea de Jean-Paul Sartre, que se lee todos los libros de la biblioteca de una ciudad de la A a la Z, y de Peter Klein, el personaje de Auto de fe de Elias Canetti que se enorgullece de sus libros como un militar de sus ej¨¦rcitos y que recibe su fuerza de ellos. La idea de la biblioteca de Borges para m¨ª no era una fantas¨ªa metaf¨ªsica que alud¨ªa a la infinitud del mundo, sino la mism¨ªsima biblioteca que me estaba formando en mi casa de Estambul libro a libro.
Encargu¨¦ al instante un libro sobre fundamentos legales de la econom¨ªa agraria del Imperio Otomano en los siglos XV y XVI. Gracias a ¨¦l supe, leyendo los impuestos que se aplicaban a las pieles de tigre, que por aquel entonces hab¨ªa tigres en Anatolia. Gracias a los pesados vol¨²menes de su correspondencia desde el exilio supe que el poeta decimon¨®nico Namik Kemal, combativo, patriota, rom¨¢ntico y educador (?el Victor Hugo turco!), protagonista imprescindible de los manuales escolares y de los chistes verdes de estudiantes, era un malhablado con la boca podrida. Compraba en cuanto lo ve¨ªa las divertidas memorias pol¨ªticas de un ex diputado que hab¨ªa sufrido prisi¨®n, el recuento de los casos m¨¢s curiosos de incendios y accidentes de tr¨¢fico que se hab¨ªa encontrado a lo largo de su vida laboral un asegurador, los recuerdos de una diplom¨¢tica bastante pija que hab¨ªa sido compa?era m¨ªa de clase. Me daba cuenta de que al ocuparme s¨®lo de los libros me perd¨ªa la otra parte de la vida y en venganza de la vida que se me escapaba compraba m¨¢s libros. Ahora, muchos a?os despu¨¦s, comprendo que pas¨¦ horas muy felices en las fr¨ªas librer¨ªas haciendo amistad con el dependiente que me ofrec¨ªa un t¨¦ y hurgando en el fondo de pilas de libros viejos.
Despu¨¦s de pasarme unos diez a?os escarbando en las librer¨ªas de viejo y en el mercado de libros, a finales de los setenta conclu¨ª que por mis manos deb¨ªan de haber pasado todos los libros escritos en alfabeto latino desde principios de la Rep¨²blica. A veces calculaba que desde 1928, a?o en que toda la naci¨®n pas¨® del alifato ¨¢rabe al alfabeto latino por deseo de Atat¨¹rk, deb¨ªan de haberse publicado, como mucho, cincuenta mil libros. En 2008 aquella cifra apenas hab¨ªa superado los cien mil. El plan secreto que se escond¨ªa tras mi ansia por comprar libros quiz¨¢ fuera el de reunirlos todos en mi casa... Pero la mayor¨ªa los compraba por el impulso del momento. En mi manera de comprar los libros uno a uno hab¨ªa algo que se parec¨ªa a construir una casa piedra a piedra.
A principios de los ochenta pod¨ªa ver a otros como yo no s¨®lo en los libreros de viejo sino tambi¨¦n en las principales librer¨ªas de la ciudad. Hablo de los que se pasaban cada tarde por la librer¨ªa a las cinco o las seis de la tarde, le preguntaban al dependiente: "?Qu¨¦ hay de nuevo hoy?" y examinaban una a una las novedades que hab¨ªan llegado ese d¨ªa. Hoy, en el a?o 2008, la cifra se ha multiplicado por tres, pero en los ochenta se publicaban en Turqu¨ªa unos tres mil libros anuales de media. Cerca de la mitad de estos libros, de los que vi una gran mayor¨ªa, eran traducciones. Como no se importaban demasiados libros de fuera intentaba enterarme de lo que ocurr¨ªa en la literatura mundial a trav¨¦s de esas traducciones, en general descuidadas y hechas a toda prisa.
En los setenta las estrellas de las librer¨ªas eran los grandes vol¨²menes hist¨®ricos que investigaban las ra¨ªces del "atraso" de Turqu¨ªa, de su pobreza y de sus crisis pol¨ªticas y sociales. Aquellas pretenciosas historias modernas, escritas con un lenguaje airado, al contrario que las antiguas historias otomanas, de las cuales cada d¨ªa se editaba alguna nueva en alfabeto moderno -me las compraba todas-, no nos acusaban demasiado por los desastres que se nos hab¨ªan ca¨ªdo encima, sino que atribu¨ªan nuestra pobreza, nuestra falta de formaci¨®n y nuestro "atraso" o a fuerzas extranjeras o, ya entre nosotros, a un pu?ado de retorcidos villanos y, quiz¨¢ por eso, se le¨ªan y gustaban mucho. Tambi¨¦n compraba sin dejar que se me escaparan los libros de historia, las memorias o las novelas que demostraban que "detr¨¢s" de tantos golpes militares de la historia reciente, de los movimientos pol¨ªticos, de las derrotas militares de los a?os del desplome del Imperio Otomano y de los interminables cr¨ªmenes pol¨ªticos, hab¨ªa un "misterio", una conspiraci¨®n maligna, un juego de las potencias internacionales. Historias de la ciudad escritas por maestros jubilados y publicadas por los propios autores o por los ayuntamientos; memorias de idealistas m¨¦dicos, ingenieros, funcionarios de Hacienda, diplom¨¢ticos o pol¨ªticos; biograf¨ªas de estrellas cinematogr¨¢ficas; libros sobre las cofrad¨ªas religiosas y sus jeques; vol¨²menes que revelaban la cara oculta de los masones y sus nombres; compraba todos aquellos libros que conten¨ªan algo de humor, algo de la vida, algo de la realidad o, al menos, algo de Turqu¨ªa.
De ni?o le¨ª con mucho agrado libros sobre Atat¨¹rk escritos por sus compa?eros o por miembros de su c¨ªrculo m¨¢s ¨ªntimo. Al contrario que aquellos libros escritos por gente que conoci¨® a Atat¨¹rk y lo apreciaban de veras, la imagen de Atat¨¹rk fue convertida por las generaciones posteriores en la de un superhombre autoritario a causa de las prohibiciones que nos imped¨ªan ver sus facetas m¨¢s humanas y escribir sobre ellas, y la mayor parte de las veces su respetable nombre ha sido mal usado para legitimar la opresi¨®n pol¨ªtica y las prohibiciones. A causa de las prohibiciones existentes hoy en d¨ªa en Turqu¨ªa, es imposible hablar de Atat¨¹rk en una novela como de una persona normal o escribir una biograf¨ªa convincente sin acabar en los tribunales. No obstante, cada a?o se escriben cientos de libros sobre ¨¦l. Quiz¨¢ porque, como ocurre con los libros sobre el islam, las prohibiciones han simplificado una materia dif¨ªcil y compleja que ahora les resulta muy c¨®moda a los autores.
A mediados de los setenta, cuando dej¨¦ de lado mi sue?o de ser pintor y arquitecto, en Turqu¨ªa se publicaban unas cuarenta o cincuenta novelas al a?o. Las examinaba todas, me compraba la mayor¨ªa por si me serv¨ªan de algo alg¨²n d¨ªa y las hojeaba, m¨¢s que por sus valores literarios, por los detalles de la vida en el campo, los paisajes de la vida en provincias y los fragmentos de vida en Estambul y en Turqu¨ªa entera que conten¨ªan. El famoso cr¨ªtico de los cincuenta Nurullah Ata?, que por un lado defend¨ªa en voz alta que deb¨ªamos imitar la civilizaci¨®n occidental en todo -especialmente la cultura francesa- y que por otro no pod¨ªa evitar burlarse de las tonter¨ªas que hac¨ªan los escritores no demasiado ilustrados que imitaban a los franceses, escribi¨® que en un pa¨ªs como el nuestro a veces era necesario comprar los libros que se publicaban aunque s¨®lo fuera como apoyo al autor y al editor. Y yo segu¨ªa su consejo.
Hojeando y leyendo aquellos libros, por un lado sent¨ªa el placer de pertenecer a una cultura, a una historia, y por otro me pon¨ªa tan contento pensando en los que yo escribir¨ªa en el futuro. Pero a veces me dejaba arrastrar lentamente por una cierta tristeza, por un pesimismo peligroso. En un libro me distra¨ªan los frecuentes errores de imprenta y el descuido del autor y el editor; en otro lamentaba que un tema que podr¨ªa haber sido tratado de una forma mucho m¨¢s inteligente y rica, el autor lo hab¨ªa matado con su prisa, su ira y su ansiedad. En realidad tambi¨¦n el tema lo encontraba un tanto tonto y pat¨¦tico... Asimismo me daba pena que tal libro est¨²pido y sin valor fuera tan apreciado y que nadie apreciara ese otro tan interesante y fascinante...
Todos aquellos sentimientos disparaban una preocupaci¨®n mucho mayor y m¨¢s profunda y en mi mente comenzaba a crecer y espesarse lentamente la nube de la destructora duda con la que han luchado a lo largo de sus vidas los intelectuales de los pa¨ªses no occidentales: ?Qu¨¦ importancia pod¨ªa tener que supiera que en los siglos XV y XVI los tigres hab¨ªan campado por sus respetos en Anatolia? ?Qu¨¦ sentido ten¨ªa saber la influencia de la literatura india en la poes¨ªa de Asaf Halet ?elebi, un poeta que ni siquiera el lector turco conoc¨ªa bien? Tampoco me parec¨ªa tan importante saber que detr¨¢s de los saqueos de las casas y las tiendas de las minor¨ªas ortodoxa y jud¨ªa y los asesinatos de sacerdotes de los d¨ªas 6 y 7 de septiembre de 1955 en Estambul estaban tanto los servicios secretos turcos como los ingleses, que no quer¨ªan que Chipre fuera completamente griego, ni leer lo que hablaron Atat¨¹rk y el Sha de Persia durante un paseo por el B¨®sforo. Notaba la inutilidad del esfuerzo de todos los que hab¨ªan escrito monograf¨ªas, novelas y libros de historia sobre aquellos temas. Como el historiador Faruk, uno de los protagonistas de mi segunda novela, La casa del silencio, que le¨ªa documentos centenarios en los archivos otomanos y que recordaba todos los hechos sin olvidar ni uno, pero que era incapaz de relacionarlos, yo tambi¨¦n, en mis momentos m¨¢s pesimistas, empezaba a preocuparme por la "importancia" de los detalles de toda una historia, una cultura y una lengua que hab¨ªa conseguido proteger en mi biblioteca. ?Qu¨¦ importancia ten¨ªa qui¨¦n hab¨ªa provocado el gran incendio de Esmirna? Me daba la impresi¨®n de que las razones que se ocultaban tras el golpe del 27 de mayo o la fundaci¨®n del Partido Democr¨¢tico despu¨¦s de la Segunda Guerra Mundial s¨®lo le interesaban a tres o cuatro tipos como yo. ?Quiz¨¢ porque la cultura turca estaba demasiado politizada? ?O porque generalmente se expresaba a trav¨¦s de la pol¨ªtica la vida del pa¨ªs? ?O bien porque el estar lejos del centro y el sentimiento de provincianismo provocaban que para ti perdiera su valor tu propia biblioteca nacional?
La idea de que los hechos de los libros con los que tan a gusto llenaba los cuartos de mi casa no fueran tan importantes para otras naciones, para el resto del mundo, como me habr¨ªa gustado, me pon¨ªa de mal humor con una cierta sensaci¨®n de inutilidad. Pero a los veinte a?os, aunque de vez en cuando me molestara que mi universo se encontrara tan lejos del centro del mundo, esa sensaci¨®n no me imped¨ªa amar mi biblioteca. A los treinta, cuando fui a los EE UU y me encontr¨¦ con la riqueza de otras bibliotecas y otras culturas, me dio pena ver lo poco que se sab¨ªa en el mundo de la cultura turca y de su biblioteca. Al mismo tiempo, ese dolor era para m¨ª una advertencia como novelista que me aconsejaba que diferenciara mejor entre los aspectos transitorios y los fundamentales de mi cultura y mi biblioteca y que observara m¨¢s "profundamente" la vida y mis libros.
En La lentitud de Milan Kundera hay un personaje checo que en una reuni¨®n internacional empieza a hablar cada vez que puede diciendo "en mi pa¨ªs..." y que precisamente por eso resulta gracioso. Con toda la raz¨®n, los dem¨¢s desprecian a dicho personaje porque es incapaz de pensar en nada que no sea su propio pa¨ªs y porque no sabe ver la relaci¨®n que existe entre su propia humanidad y la Humanidad entera. Pero leyendo la novela yo no me identificaba con los que despreciaban al que dec¨ªa "en mi pa¨ªs..." sino con ese personaje rid¨ªculo. No para ser como ¨¦l, sino para no serlo. En los a?os ochenta comprend¨ª que s¨®lo podr¨ªa -por decirlo en palabras de los personajes de El libro negro- "ser yo mismo" no despreciando la miseria de aquel a quien Naipaul llamaba "el hombre imitaci¨®n" a causa de todo lo que hace por librarse del provincianismo y la opresi¨®n, sino identific¨¢ndome con ¨¦l y comprendi¨¦ndolo.
Como los turcos nunca hemos sido a lo largo de nuestra historia una colonia occidental, imitar a Occidente, como quer¨ªa Atat¨¹rk, nunca ha sido algo humillante y agobiante, como sugieren Kundera, Naipaul o Edward Said, sino una parte importante de la identidad turca moderna. Lo que le demuestra al lector turco la simp¨¢tica ridiculez de Efruz Bey, el m¨¢s querido -o m¨¢s odiado- de los personajes literarios turcos creados para criticar la pijer¨ªa y el esnobismo del ansia por occidentalizarse, no es la riqueza imprescindible de la biblioteca turca, sino s¨®lo que el cuentista nacionalista y polemista ?mer Seyfettin (1884-1920), que a veces llegaba a creer en el racismo de la sangre, ve¨ªa el occidentalismo como un movimiento de una clase alta despegada del pueblo.
En estos asuntos me siento pr¨®ximo a Dostoievski, que se enfurec¨ªa con los intelectuales rusos porque conoc¨ªan mejor Europa que Rusia. Pero tampoco puedo darle toda la raz¨®n en esa furia que le llev¨® a odiar a Turguenev. Porque s¨¦ por m¨ª mismo que detr¨¢s de que Dostoievski se dedicara con tanto entusiasmo a la defensa de la cultura rusa y del misticismo ortodoxo -?lo llamamos la biblioteca rusa?- subyace una reacci¨®n sentimental a que los intelectuales rusos desconocieran toda aquella cultura, y no s¨®lo los occidentales.
A lo largo de los treinta y cinco a?os que llevo escribiendo novelas he aprendido a no tirar en un rinc¨®n por rid¨ªculos ninguno de los libros de mi biblioteca turca, ni siquiera los m¨¢s tontos, provincianos, fuera de lugar y de ¨¦poca, pasados de moda, absurdos, err¨®neos o raros. Pero el secreto de que me gusten no consiste en que los lea como a sus autores les habr¨ªa gustado, sino en leer esos libros extra?os, inconexos y en ocasiones extraordinariamente bellos, poni¨¦ndome en el lugar de sus autores. La v¨ªa para huir del provincianismo no est¨¢ en huir del campo, sino en identificarse hasta el final con ese sentimiento. As¨ª fue como aprend¨ª a sumergirme en profundidad en mi biblioteca, cada vez m¨¢s grande, y, al mismo tiempo, a mantener las distancias con ella. Fue as¨ª como comprend¨ª a partir de los cuarenta a?os que la raz¨®n m¨¢s poderosa para que me gustara mi biblioteca radicaba en que ni los occidentales ni los turcos la conoc¨ªan.
Ahora me dicen: "Ha ganado usted el Nobel, este a?o es el a?o de Turqu¨ªa en la Feria del Libro de Francfort, ?podr¨ªa presentarnos su biblioteca de libros turcos?". Estoy dispuesto a hacerlo, a conseguir que guste la biblioteca turca, pero me da miedo perderle el cari?o que le tengo al hacerlo.
Orhan Pamuk (Estambul, 1952), premio Nobel de Literatura 2006, acaba de publicar en Turqu¨ªa la novela Masumiyet M¨¹zesi (Iletisim), que Mondadori publicar¨¢ en Espa?a en 2009 (El museo de la inocencia) El pr¨®ximo 14 de noviembre, la misma editorial publicar¨¢ su recopilaci¨®n de escritos Otros colores. www.orhanpamuk.net/ La Feria del Libro de Francfort se celebra del 15 al 19 de octubre. Turqu¨ªa es el pa¨ªs invitado. www.book-fair.com/en/ Traducci¨®n de Rafael Carpintero Ortega.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.