La nueva trama de Sarajevo
Si la biblioteca calcinada de Sarajevo abriera sus puertas de nuevo, quiz¨¢s marcar¨ªa este oto?o como la fecha en que la prol¨ªfica literatura de los Balcanes recuper¨® el puesto que le correspond¨ªa. Escritores y bibli¨®filos podr¨ªan ocupar sus salas vac¨ªas para debatir sobre el boom de novelas inspiradas en hechos reales que permiten leer entre l¨ªneas la historia de una regi¨®n desangrada por guerras y posguerras desde los a?os cuarenta a la actualidad.
Pero lo cierto es que ni el mito del Ave F¨¦nix se ha cumplido en Sarajevo -su biblioteca, la Vijecnica, sigue cerrada desde el bombardeo serbio de 1992, cubierta de excrementos de palomas y escombros que crujen al caminar por sus estancias- ni se escribe una l¨ªnea sin que las palabras "desolaci¨®n" o "muerte" se cuelen disimuladamente.
"Este pa¨ªs se ha convertido en Macondo", afirma Emir Suljagic, autor de la escalofriante 'Postales desde la tumba'
"El mito del Sarajevo multi¨¦tnico fue la primera v¨ªctima de la guerra", dice con amargura el poeta Faruk Sehic
Entre las novedades editoriales se encuentran La silla de El¨ªas (Destino), de Igor Stiks; C¨®mo el soldado repara el gram¨®fono (Alfaguara), de Sasa Stanisic; El tiempo de las cabras (Libros del Asteroide), del macedonio Luan Starova; y dos incursiones de autores extranjeros que se inspiran en los Balcanes: El violonchelista de Sarajevo (El Aleph Editores), del canadiense Steven Galloway, y Los guardianes del libro (RBA), de la australiana Geraldine Brooks. Adem¨¢s, se espera que en los pr¨®ximos meses salga en castellano G?tz y Meyer (Funambulista), de David Albahari, y The Lazarus Project, de Aleksandar Hemon, que ya ha editado con Anagrama La cuesti¨®n de Bruno y El hombre de ninguna parte.
El escenario de muchas de estas novelas, Sarajevo, parece un lugar congelado en el tiempo 13 a?os despu¨¦s del final del conflicto. Ya no se escuchan explosiones ni los cad¨¢veres son enterrados a contrarreloj para evitar a los francotiradores, pero el suelo sigue cubierto de socavones por los morteros -las tristes "rosas de Sarajevo" pintadas con resina roja en el asfalto- y las fachadas con impactos de artiller¨ªa dan testimonio de las vidas reventadas.
?Sobre qu¨¦ otra cosa podr¨ªan escribir los autores de un pa¨ªs que de 1992 a 1995 se aliment¨® de sangre, carne y metralla? El equilibrio entre ficci¨®n y autobiograf¨ªa se encuentra a medio camino entre los exiliados que rememoran aquella ¨¦poca desde la distancia y los que se quedaron durante el asedio, empu?ando fusiles o jug¨¢ndose la vida para comprar el pan.
"Este pa¨ªs se ha convertido en Macondo. Nos estamos transformando en un lugar inventado por Gabriel Garc¨ªa M¨¢rquez, donde la corrupci¨®n es una forma de vida, se han perdido los valores y los intelectuales cr¨ªticos con el poder son apartados de la sociedad, as¨ª que no tienen influencia", comenta en una cafeter¨ªa de la Bascarsija (el casco hist¨®rico y antiguo barrio turco) Emir Suljagic, autor de la escalofriante Postales desde la tumba (Galaxia Gutenberg), donde narra la tragedia de Srebrenica que vivi¨® en primera persona. En su opini¨®n, Europa y la comunidad internacional no aprendieron nada de aquella matanza, como demuestra su permisividad ante la corrupta ¨¦lite pol¨ªtica de Bosnia-Herzegovina, que no invierte en infraestructuras ni f¨¢bricas para dar empleo a la masiva mano de obra desocupada. Demasiados bur¨®cratas y funcionarios cuyos salarios se llevan la mayor parte del presupuesto y donde las decisiones m¨¢s simples -como reabrir la biblioteca como tal y no como ayuntamiento- pueden llevar meses.
La evidencia de este sistema disfuncional est¨¢ en las calles empedradas y las terrazas de las cafeter¨ªas, salpicadas por el olor de los cevapcici (plato de carne picada a la brasa t¨ªpico de los Balcanes) y el humo del tabaco. A cualquier hora se pueden encontrar en sus mesas a hombres ociosos que fuman hasta el filtro y beben, sin inmutarse, cantidades ingentes de caf¨¦ turco s¨®lo endulzado por una pieza de az¨²car con sabor a nueces o rosas. Fuman, contemplan a los j¨®venes que pasean con vaqueros y minifaldas unos, o chilabas e hiyab otros, mientras charlan s¨®lo con sus conocidos. Se dan pocas conversaciones espont¨¢neas con el vecino de al lado, porque nunca se sabe qui¨¦n era hace poco m¨¢s de 10 a?os o qu¨¦ hizo.
"Seamos sinceros. El mito del Sarajevo multi¨¦tnico, de la 'Jerusal¨¦n europea', como les gusta decir a los medios, fue la primera v¨ªctima de la guerra. S¨ª, las mezquitas siguen estando a pocos metros de las iglesias y la sinagoga, pero s¨®lo es una cuesti¨®n arquitect¨®nica. Esa imagen de convivencia entre musulmanes, cristianos y jud¨ªos viene muy bien para el turismo, pero no tiene nada que ver con la realidad: cada comunidad se ha cerrado en s¨ª misma y existe mucha desconfianza", advierte con amargura el poeta Faruk Sehic -autor del ¨¦xito Transsarajevo, sin traducci¨®n al castellano-, que durante la guerra empu?aba el fusil durante el d¨ªa y por las noches escrib¨ªa versos para arrancarse el horror de los ojos. Mientras habla, los almu¨¦danos de tres mezquitas cercanas comienzan su consecutiva llamada a la oraci¨®n -"Allahu Akbar. Ash-hadu an la ilaha illa-Allah..."-, con las manos en los o¨ªdos y los ojos cerrados, entonando su sinfon¨ªa sincopada. Sehic apenas sonr¨ªe y da largas caladas a su cigarro comentando que, a determinadas horas, los muecines pueden competir con el repique de las campanas cristianas. "?No es ir¨®nico?", murmura con la mirada perdida.
Tanto ¨¦l como Suljagic o la joven promesa Mulharem Bazdulj (The second book) pertenecen a una generaci¨®n de autores que rondan la treintena y se forjaron como escritores durante la guerra, con una visi¨®n desencantada del ser humano y de su pa¨ªs. Es inevitable que sus obras y puntos de vista difieran en cierto modo de los autores bosnios en el exilio como Igor Stiks, Sasa Stanisic o Aleksandar Hemon, capaces de mitificar el pa¨ªs en guerra como forma de saldar deudas pendientes.
"Siempre digo que tuve que resolver primero un problema moral antes de empezar a escribir La silla de El¨ªas. Como no viv¨ª el asedio de Sarajevo y abandon¨¦ mi ciudad -todos los refugiados compartimos esa culpabilidad por haber dejado atr¨¢s a la familia y los amigos-, ten¨ªa que preguntarme qu¨¦ derecho ten¨ªa yo a escribir sobre Sarajevo", recuerda Igor Stiks desde Chicago, donde ha vivido los ¨²ltimos a?os. Tambi¨¦n ¨¦l pertenece a la generaci¨®n de autores bosnios en la treintena, pero la r¨¢pida huida le evit¨® ver demasiada sangre durante su adolescencia. Desde entonces s¨®lo ha regresado a su pa¨ªs de vacaciones o a trav¨¦s de sus personajes que, de alguna forma, cicatrizan los injustificados remordimientos por no quedarse bajo las bombas.
Algunos de los que se quedaron habr¨ªan dado cualquier cosa por evitar las im¨¢genes que tienen en la memoria, como el incendio de la biblioteca del intelectual Ivan Lovrenovic, referente en la prensa bosnia. Su caso no fue ¨²nico: en 1992 los serbios mostraban cierta obsesi¨®n con todo lo que tuviera que ver con la cultura, ya fuera el Instituto Oriental o el archivo particular -con m¨¢s de 5.000 obras- del fallecido hispanista y ex embajador bosnio en Espa?a Muhamed Nezirovic.
Ivan Lovrenovic, autor de Bosnia. A Cultural History (sin traducci¨®n al castellano) y de infinidad de ¨¢cidos art¨ªculos contra el nacionalismo radical, huy¨® con su familia justo a tiempo porque imaginaba que podr¨ªa estar en el punto de mira. No se equivocaba. Las hordas serbias organizaron una fiesta de pir¨®manos en su casa de Grbavica, donde ardieron sus m¨¢s de 4.000 t¨ªtulos, manuscritos, enciclopedias, una Biblia en lat¨ªn -la Vulgata de 1883 heredada de su bisabuelo-, la edici¨®n del Catecismo del padre Matija Divkovic, el primer editor e impresor bosnio, de 1611, sus fotograf¨ªas familiares y la que ser¨ªa su mayor novela inacabada. Cuando se pregunta a Lovrenovic sobre aquel incidente, clava la vista en el caf¨¦ y coge aire para responder y no desangrarse con la herida abierta. "De mi biblioteca no saqu¨¦ ni un l¨¢piz porque pens¨¦ que podr¨ªamos volver. All¨ª se quem¨® la que iba a ser mi mayor obra, con cantidad de documentaci¨®n, manuscritos, fotos antiguas... Quer¨ªa escribir la historia de Bosnia a trav¨¦s de mi familia, que simboliza esa mezcla de culturas. Quiz¨¢s s¨®lo de memoria podr¨ªa volver a escribirlo, pero en realidad con aquel incendio me robaron mi vida. Ten¨ªa sentido escribir esa novela entonces, ahora soy un hombre distinto", admite en un susurro. Demasiado dolor para seguir preguntando. S¨®lo bromea, con el feroz humor negro bosnio, cuando cambia de tema y recuerda al asesino Radovan Karadzic, a quien conoci¨® en la Asociaci¨®n de Escritores de Sarajevo. "Parec¨ªa un hombre normal, culto y educado, con el que jam¨¢s tuve una confrontaci¨®n. Es m¨¢s, manten¨ªa conversaciones agradables. No daba signos de lo que har¨ªa despu¨¦s, nadie pod¨ªa imaginarlo. Por lo visto el problema es que intentaba ser un poeta para ni?os. La gente dice que se convirti¨® en criminal por lo mal poeta que era", a?ade con un gui?o.
Si en algo coinciden todos los autores -exiliados o atrapados en Bosnia-Herzegovina- es en considerar el bombardeo de su Vijecnica como la mayor p¨¦rdida de la guerra, de la que a¨²n no se han recuperado. El memoricidio de la biblioteca de Sarajevo se mantiene todav¨ªa hoy, con la previsi¨®n de dedicar el edificio restaurado al uso que tuvo en el siglo XIX como ayuntamiento. Una parte simb¨®lica se dedicar¨¢ a recordar que aquello fue una biblioteca, pero la cruda realidad es que los libros rescatados -gracias a la valent¨ªa de bibliotecarios y vecinos an¨®nimos- siguen hoy dispersos en varios archivos temporales, y que los pol¨ªticos preparan sus sillones para ocupar la biblioteca con despachos. De los 6.945 metros cuadrados disponibles, 2.780 se dedicar¨¢n a la biblioteca (aunque s¨®lo 1.500 son aprovechables para el p¨²blico) y los restantes metros se dedicar¨¢n a la alcald¨ªa, el patio central, el Museo de la Devastaci¨®n que habr¨¢ en el s¨®tano, restaurante y tienda de souvenirs incluidos, seg¨²n los planos que manejan los arquitectos encargados de su restauraci¨®n. Los bibliotecarios saben que han perdido tambi¨¦n esta guerra.
"Si el Gobierno espa?ol hubiera sabido que dedicar¨ªamos este edificio a oficinas del ayuntamiento, ?el Ministerio de Cultura habr¨ªa donado un mill¨®n de euros para restaurar la fachada?", se pregunta Amra Resibegovic, la responsable de la Vijecnica que salv¨® incunables y libros antiguos en los s¨®tanos poco antes del bombardeo. "Nos sentimos doblemente perdedores. Lo que pretend¨ªa el Ej¨¦rcito serbio con aquellas bombas incendiarias era dejarnos sin cultura, y se puede decir que lo consigui¨® porque no hemos podido reunirla en un espacio adecuado y suficiente para albergar la colecci¨®n rescatada. Los planes de instalar all¨ª el ayuntamiento y no buscar otro emplazamiento para los libros s¨®lo confirman que no hay esperanza", asegura Resibegovic, que el d¨ªa del bombardeo -el 26 de agosto de 1992- desayunaba con su marido en la cocina cuando empezaron a entrar cenizas y papeles quemados por la ventana. "Estar¨¢n quemando tu biblioteca", brome¨® ¨¦l, sin imaginar que eso era exactamente lo que estaba sucediendo.
Pasado el tiempo, mientras los autores escriben de forma descarnada sobre la preguerra, la guerra y la posguerra como terapia para ahuyentar fantasmas, los bibliotecarios y archiveros siguen reclamando un rinc¨®n donde guardar esos libros como tesoros porque son el futuro de su cultura. A estas alturas ya nadie se cree el mito del Ave F¨¦nix que resurgi¨® de sus cenizas. En Sarajevo, el Ave F¨¦nix ha muerto.
La silla de El¨ªas. Igor Stiks. Traducci¨®n de Maja Drnda. Destino. Barcelona, 2008. 334 p¨¢ginas. 19,50 euros. C¨®mo el soldado repara el gram¨®fono. Sasa Stanisic. Traducci¨®n de Richard Gross. Alfaguara. Madrid, 2008. 336 p¨¢ginas. 19,50 euros. El tiempo de las cabras. Luan Starova. Traducci¨®n de Ram¨®n S¨¢nchez Lizarralde. Libros del Asteroide. Barcelona 2008. 224 p¨¢ginas. 17,95 euros.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.