Ratas
Mosc¨² es una ciudad que tiene un poco m¨¢s de 10 millones de habitantes y, seg¨²n el Servicio de Epidemias Sanitarias, hay 10 ratas por cada persona que vive ah¨ª. El Servicio de Epidemias Sanitarias es un organismo que depende de la alcald¨ªa de Mosc¨² y es probable que haya rasurado la cifra para hacerle el caldo gordo a los patrones, porque seg¨²n otros sondeos la cantidad de ratas por habitante asciende a 40. Las ratas son un tema caliente en Mosc¨²; miren esta declaraci¨®n de Viril Borisov, un ciudadano moscovita: "Por la ma?ana, antes de sentarme al volante, reviso que no haya ninguna rata; luego abro el motor con el mismo objetivo. Un d¨ªa vi en el motor un extra?o cable rosa y cuando trat¨¦ de enchufarlo en su sitio apareci¨® ante m¨ª la cara de una rata ense?¨¢ndome los dientes". La an¨¦cdota de este ciudadano moscovita es horrible y puede que la rata haya tenido s¨®lidas bases para su comportamiento agresivo, porque ?a qui¨¦n le gusta que le confundan la cola con un cable de motor? Y ya que he abierto la vertiente de las preguntas: ?qu¨¦ puede hacer uno en Mosc¨² con las 10, o 40, ratas que le tocan? Se me ocurren varias cosas, pero no voy a escribirlas por temor a cambiarle el g¨¦nero a este texto; simplemente, apunto que debe de ser muy ¨²til contar con 40 ratas que, como son las que te tocan, estar¨¢n contigo en las duras y en las maduras. En Barcelona no queda claro cu¨¢ntas ratas nos tocan por habitante, pero hay datos hist¨®ricos que nos permiten intuir que se trata de una poblaci¨®n boyante: hace 21 a?os, en 1987, una complicaci¨®n entre las cloacas de la ciudad y los efectos malignos de una tromba sembr¨® de ratas muertas la playa de la Barceloneta, justamente 24 horas despu¨¦s de que el alcalde accidental Francesc Ravent¨®s izara la bandera azul que otorgaba la Comunidad Europea a las playas que se distingu¨ªan por su limpieza y seguridad. La tromba econ¨®mica que hoy nos cae encima, sin ¨¢nimo de hacer met¨¢foras, nos hace ver con nostalgia los d¨ªas en que la gran Uni¨®n Europea era una modesta comunidad regional. Por salud mental, habr¨ªa que retener la imagen de esos cientos de ratas yendo y viniendo con el oleaje del Mediterr¨¢neo, no perder de vista que en otra tromba, con otra complicaci¨®n de cloacas, podr¨ªa pasar lo mismo; as¨ª evitaremos, entre otras cosas, caer en la tentaci¨®n de creer que Barcelona es la ciudad que ha venido a pintarnos Woody Allen, una ciudad donde las ratas estar¨ªan fuera de casting y la tromba quedar¨ªa reducida al temperamento volc¨¢nico de Pen¨¦lope Cruz.
Las ratas podr¨ªan colapsar la ciudad en cuesti¨®n de minutos. Por fortuna, no tienen el don de la inteligencia
Las teor¨ªas sobre la profusi¨®n de ratas que invaden las calles de Mosc¨² son varias: unos dicen que se debe a que el Ayuntamiento ha realizado, con sobrada nocturnidad, un programa sanitario para acabar con los gatos callejeros. Otros sostienen que se debe al invierno benigno que ha provocado el ya muy manoseado calentamiento global, y aqu¨ª abrir¨¦ un par¨¦ntesis para hacer dos consideraciones: 1. ?ltimamente, la culpa de todo la tiene el calentamiento global. 2. Dudar de que el calentamiento global tiene la culpa de todo en el siglo XXI es un desaf¨ªo social equivalente al que lanzaba quien dudaba de Dios en el siglo XV. ?Estaremos asistiendo al nacimiento de una nueva religi¨®n? El bi¨®logo Valent¨ªn Rylnikov, un activo participante en el tema de las ratas de Mosc¨², sostiene que estos bichos viven todo el a?o a veintitantos grados de temperatura, al amparo del verano permanente que ofrecen las alcantarillas, de manera que en este caso, como en tantos otros, el calentamiento global no viene a cuento. Buscando informaci¨®n sobre las ratas encontr¨¦ dos apasionantes art¨ªculos publicados por la Revista de Divulgaci¨®n Cient¨ªfica de la Universidad de Barcelona; el primero aborda los gustos gastron¨®micos de estos roedores y aporta un dato relevante para la comprensi¨®n cabal de nuestra especie: puesta a elegir entre varios manjares, una rata termina comiendo aqu¨¦l cuyo olor ha percibido en el hocico de sus compa?eras. No creo que sea necesario, ni conveniente, abundar m¨¢s sobre este escabroso tema. El otro art¨ªculo tambi¨¦n arroja cierta luz: "A pesar de que, en las camadas peque?as, cada cr¨ªa recibe m¨¢s atenci¨®n individual, aquellas criadas en familias m¨¢s grandes son menos ansiosas cuando son adultas". Otro dato trasladable a nuestra especie, que pasa por la idea de que la infancia es destino, que dictaminar¨ªa tranquilamente un psicoanalista. Aqu¨ª, desde luego, tampoco conviene abundar. Una rata puede cortar un cable de cobre de 17 mil¨ªmetros con los dientes. Los 400 millones de ratas que, seg¨²n el c¨¢lculo m¨¢s generoso, pululan por Mosc¨², ser¨¢n mucho menos en Barcelona, una ciudad m¨¢s peque?a y con m¨¢s gatos. Si les diera por colapsar la ciudad, las ratas, en cuesti¨®n de minutos, acabar¨ªan con el tel¨¦fono, la luz, el metro, las bombas de gasolina y un largo, y apabullante, etc¨¦tera. Por fortuna, las ratas son cortas de miras, no cuentan con el egregio don de la inteligencia.
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