La jerga de los rufianes
Las trampas del lenguaje, como siempre, han desempe?ado una funci¨®n decisiva en lo que est¨¢ ocurriendo estos d¨ªas y que, ha falta de otra definici¨®n, denominamos -en una nueva trampa del lenguaje- "la crisis". Ahora, s¨²bitamente, ha aflorado la letra peque?a de los contratos de felicidad que se hab¨ªan firmado a lo largo del ¨²ltimo decenio y esta letra peque?a, m¨¢s determinante que la grande, amenaza con arruinar los sue?os de bienestar que tantos hab¨ªan albergado. Deslumbrados por los titulares y sus promesas, ?a cu¨¢ntos se les ocurri¨® examinar las cl¨¢usulas aparentemente secundarias de sus contratos?, ?cu¨¢ntos sab¨ªan lo que era una subprime en esos a?os de supuesta opulencia?
La dictadura de la 'letra peque?a' se extiende y nos desarma en todos los ¨¢mbitos
Soy el ¨²ltimo en poder juzgar esta ignorancia puesto que confieso que yo tambi¨¦n soy incapaz de leer la letra peque?a, o de escuchar con atenci¨®n mientras otros leen. Las pocas veces que han intentado inducirme a operaciones m¨¢s o menos financieras mis interlocutores han debido desistir ante mi evidente incapacidad para la escucha. Puedo captar expresiones como plan de pensiones o fondo de inversi¨®n, pero cuando debo sumergirme en las cl¨¢usulas sucesivas y cada vez m¨¢s enrevesadas tengo la impresi¨®n de que mi mirada rebota en un muro gris e interminable. En su momento firm¨¦ un contrato de hipoteca sin, lo reconozco, saber exactamente lo que estaba firmando y ¨²nicamente movido por la necesidad de salir del despacho del director de la sucursal bancaria donde me estaban torturando con condiciones y m¨¢s condiciones, todas ellas provechosas para m¨ª.
Claro est¨¢ que eso no me pasa s¨®lo con los contratos econ¨®micos, sino con toda la literatura en la que la letra peque?a ejerce su tiran¨ªa. Odio, por ejemplo, tener que leer las instrucciones para el funcionamiento de los electrodom¨¦sticos o de los autom¨®viles. Supongo que gracias a esta aversi¨®n me pierdo muchas cosas o, como se dice, "saco poco rendimiento" a esas m¨¢quinas; sin embargo, el lenguaje presuntamente t¨¦cnico, reiterativo y est¨²pido de esos folletos me saca de quicio.
Al igual me sucede con las instrucciones para el buen uso de los medicamentos. Estoy dispuesto a envenenarme antes que tener que leer esta suerte de pergaminos enrollados que desde hace unos a?os llevan los f¨¢rmacos y en los que vas avanzando fatigosamente a trav¨¦s de un idioma tan abstracto que cuando llegas a la posolog¨ªa ya est¨¢s mareado y sin ganas de saber las c¨¢psulas que debes tomar.
No muy diferentes son los protocolos que ahora te hacen firmar antes de las pruebas m¨¦dicas y las operaciones quir¨²rgicas para curarse en salud tanto en las cl¨ªnicas como, sobre todo, las aseguradoras. Tales protocolos, que a menudo parecen verdaderas hipotecas, aunque sobre el cuerpo y no sobre el piso, llegan a exhibir redactados diab¨®licos en los que la letra peque?a te puede llevar a la tumba sin coste alguno por parte de los frustrados salvadores.
La dictadura de la letra peque?a se extiende y nos desarma en todos los ¨¢mbitos. Cualquiera que pretenda dominarte basta que vierta sobre ti su dialecto especializado de la manera m¨¢s oscura posible. Nada podr¨¢s hacer frente a la jerga especializada y convenientemente entenebrecida del jardinero, del lampista, del cient¨ªfico, del profesor de filosof¨ªa. Respecto a este ¨²ltimo, que precisamente deber¨ªa aclarar el significado de las palabras, Walter Benjamin alud¨ªa a la jerga de los rufianes, repleta de conceptos impenetrables, que tan frecuentemente resuena en las aulas acad¨¦micas para disuadir a enteras generaciones de estudiantes del amor a la filosof¨ªa.
No obstante, ning¨²n lenguaje como el pol¨ªtico para ahuyentar a los ciudadanos de la pol¨ªtica. ?Cu¨¢ntos ciudadanos han le¨ªdo, para poner un caso, el texto de la Constituci¨®n Europea, uno de los m¨¢s aburridos que puedan concebirse?, ?cu¨¢ntos, por poner otro ejemplo, han examinado el redactado del Estatuto de Catalu?a, uno de los peor escritos en la poco halag¨¹e?a literatura pol¨ªtica de nuestra ¨¦poca?
A veces pienso en los escritores de estos documentos en los que la letra peque?a es un arma letal y siempre llego a la conclusi¨®n de que el gran maestro es el bur¨®crata. ?ste, refinado corruptor de las palabras, es el que ha inspirado al redactor de folletos de electrodom¨¦sticos y de medicamentos, al redactor de protocolos, al redactor de constituciones, al redactor de manuales de filosof¨ªa. El otro d¨ªa recib¨ª una informaci¨®n burocr¨¢tica que en s¨®lo dos l¨ªneas derribaba al sujeto que deb¨ªa ser informado: "La desvinculaci¨®n es un requisito previsto, pero no hay ninguna referencia a la no aplicaci¨®n de esta desvinculaci¨®n en ninguna disposici¨®n transitoria".
Touch¨¦. Den esa arma letal a los chacales y d¨¦jenles prometer felicidad. Tendr¨¢n una de las causas de "la crisis".
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