Estar a la altura
M¨¢s all¨¢ de quien gane ma?ana, 4 de noviembre, habr¨¢ que celebrar la grandeza de la democracia estadounidense, capaz de dar a elegir a sus ciudadanos entre dos candidatos que, gustos aparte, se representan a s¨ª mismos y a sus ideas, no a los aparatos de los partidos que los han llevado al poder. En el caso de Obama, su inesperada victoria en las primarias, las decenas de millones de d¨®lares en peque?as donaciones individuales recibidas por su campa?a y los miles de voluntarios que hay detr¨¢s de su candidatura, dan una idea muy precisa de hasta qu¨¦ punto el proceso electoral descansa sobre una sociedad vibrante y abierta.
Una vez m¨¢s, el dinamismo del sistema pol¨ªtico estadounidense contrasta con el anquilosamiento dominante en el Viejo Continente, donde hasta en democracias tan j¨®venes como la nuestra los partidos pol¨ªticos han logrado, en un brev¨ªsimo lapso de tiempo, sofocar todo atisbo de debate interno y convertirse en un cuerpo extra?o, imposible y a la vez imprescindible. Realmente, a decir de su apolillamiento, pareciera que es en Europa donde la democracia lleva m¨¢s de doscientos a?os de funcionamiento ininterrumpido.
El dinamismo del sistema pol¨ªtico de EE UU contrasta con el anquilosamiento que domina en Europa
Si, adem¨¢s, los estadounidenses eligen a Obama, revitalizar¨¢n de manera tan rotunda la idea misma de democracia, desgraciadamente tan desacreditada en tantas partes del mundo (en gran medida por la pol¨ªtica exterior seguida por Estados Unidos), que no s¨®lo restaurar¨¢n el prestigio perdido y dilapidado por Bush en estos ocho a?os de desgobierno moral y mental, sino que contribuir¨¢n muy decisivamente a impulsar su extensi¨®n en el mundo (y ello pese a que esa bonita palabra, democracia, no figure en ning¨²n lugar de la Constituci¨®n americana).
Porque aunque sea t¨¦cnicamente falso que la elecci¨®n de Obama represente la toma del poder en el pa¨ªs m¨¢s poderoso del mundo por parte de los descendientes de los esclavos (al fin y al cabo, Obama es hijo de una antrop¨®loga blanca y un becario de Kenia, pero se cri¨® con su madre, primero, y con sus abuelos maternos, despu¨¦s), tanto Obama como los afroamericanos estadounidenses y el resto del mundo han decidido que as¨ª sea, y eso es lo que cuenta. No est¨¢ mal, desde luego, para un pa¨ªs al que normalmente consideramos muy racista, especialmente comparado con Espa?a, donde los inmigrantes son sencillamente invisibles en la vida p¨²blica. De confirmarse el fen¨®meno Obama, las repercusiones en pol¨ªtica exterior ser¨¢n important¨ªsimas.
Aunque los agoreros nos dicen que no nos hagamos ilusiones, para lo cual argumentan que los europeos no entendemos Estados Unidos, un pa¨ªs supuestamente esclavo del 11 de septiembre, naturalmente aislacionista y sometido al libre mercado, Dios y las armas de fuego, hay motivo para tener esperanza. Yes, we can. Que a un tejano sin pasaporte le suceda en la Casa Blanca un mulato que ha asistido al colegio p¨²blico en Indonesia y que ha callejeado por los arrabales de Nairobi para visitar a sus parientes lejanos no est¨¢ nada mal. Como el propio Obama recuerda en su libro, The audacity of hope (La audacia de la esperanza), no es lo mismo ver a pie de obra, en los callejones de Yakarta, las consecuencias de una pol¨ªtica exterior que apoya a generales corruptos y violadores de los derechos humanos, que hacerlo en los despachos de Washington o en los c¨®cteles de las embajadas.
Es cierto que los europeos, conscientes de nuestra impotencia, tendemos a proyectar nuestros deseos y frustraciones sobre Estados Unidos, de tal manera que nuestra pol¨ªtica exterior tiende a ser m¨¢s un comentario de aprobaci¨®n o condena de la pol¨ªtica exterior de Washington que algo con personalidad propia real. Por eso, para variar, el d¨ªa despu¨¦s de estas elecciones podr¨ªa ser un buen momento para que los europeos, sabiendo qui¨¦n ha triunfado, hagamos una lista de cosas que queremos y estamos dispuestos a hacer (de verdad, no s¨®lo sobre el papel) y vayamos a Washington a cotejarla con la del candidato ganador. Por tanto, si gana Obama, yo me preocupar¨ªa m¨¢s bien de si Europa estar¨¢ a la altura de las circunstancias, que de si el nuevo presidente ser¨¢ quien queremos que sea. ?Y si gana McCain? Mayor motivo de preocupaci¨®n acerca de la capacidad de Europa de ser relevante en un momento en el que el mundo se est¨¢ reconfigurando.
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