Lo primero que recuerdas
1 - Ahora quien tambi¨¦n anda por Nueva York es Perico Pastor. Esta ma?ana fue a visitar a unos amigos comunes y, entre otras cosas, hablaron de cu¨¢l era el primer recuerdo de cada uno de ellos. Eso me ha hecho acordarme de que si le preguntas a alguien por su primer recuerdo, siempre encuentras concentrada su visi¨®n del mundo en lo que evoca.
Fui perseguidor de primeros recuerdos. Y hoy guardo abundante material sobre el tema. Me acuerdo de que, arriesgando el f¨ªsico, llegu¨¦ a interesarme incluso por el primer recuerdo de un taxista muy pesado que no paraba de hablarme del tiempo. "Llover¨¢ -le dije-, no hay duda. Pero ahora usted perdone la indiscreci¨®n. ?Cu¨¢l es el primer recuerdo de toda su vida?".
Y tambi¨¦n me acuerdo de haberle preguntado a Ernst J¨¹nger por su primer recuerdo. "Tuvo que ver con una prueba de inteligencia", respondi¨®. Y le escuch¨¦ contar una historia real y sin duda sincera. Sincera, porque en esta cuesti¨®n de los primeros recuerdos no tiene mucho sentido inventar. Cuando era muy ni?o, su familia se traslad¨® a vivir a Hannover y viv¨ªan en la calle Seiler, frente a la confiter¨ªa Kr?pcke. El negocio paterno iba mal. Jugaba en la calle y sus padres le observaban desde la ventana. Un buen d¨ªa, su padre le dijo a su madre: "Vamos a ver si ya se sabe comprar algo", y tir¨® a la calle una moneda de cinco peniques. El peque?o J¨¹nger, de inmediato, corri¨® con ella a la confiter¨ªa y se compr¨® una bolsa de rosquillas. Sali¨®, pues, airoso de la prueba. M¨¢s adelante, sus relaciones con Mercurio, el dios de los comerciantes y ladrones, no fueron las mejores. La vida se complic¨®. J¨¹nger pensaba que si sus padres no le hubieran llevado a la primera escuela, es decir, si se hubieran ahorrado ese gesto, quiz¨¢s habr¨ªa podido dar m¨¢s de s¨ª mismo. "Porque todo ni?o es un genio que vive en un estado natural, incontaminado o, seg¨²n el G¨¦nesis, en estado de inocencia. Y no nos enga?emos: A cualquier edad, la fuerza nutriente procede de ese manantial".
2
- En cambio, cuando a Julian Barnes le preguntaron por su primer recuerdo, dijo que no ten¨ªa ninguno y que sospechaba que no hab¨ªa nada en la infancia, porque en ella nunca nada ocurr¨ªa. Y cit¨® al poeta Philip Larkin, que en cierta ocasi¨®n se hab¨ªa referido a su infancia como "un aburrimiento olvidado" y escribi¨® un poema magn¨ªfico (I Remember, I Remember) acerca de c¨®mo no gast¨® su ni?ez: "Y aqu¨ª vivi¨® esa familia espl¨¦ndida / en la que nunca me refugi¨¦ cuando me sent¨ªa deprimido".
Luego Barnes confes¨® su envidia absoluta por el primer recuerdo de Edmond de Goncourt, un recuerdo contado por ¨¦ste a los 60 a?os, al enterarse de la muerte de su prima Fanny Curt, que acababa de cumplir 76. El anuncio de la muerte de Fanny trajo a Goncourt la memoria del primer recuerdo de su vida, de cuando ten¨ªa siete a?os y estaba pasando unos d¨ªas con su prima, reci¨¦n casada, y con el marido de ella. Ambos se mostraban liberales y abiertos, y el ni?o pod¨ªa entrar y salir de sus habitaciones. Una ma?ana, buscando ayuda para preparar sus ¨²tiles de pesca, entr¨® en el cuarto del matrimonio, y all¨ª vio a su prima, con las piernas abiertas y el culo sobre un coj¨ªn, a punto de ser penetrada por su marido. Hubo un revuelo de ropas de cama y la escena fue vista con la misma velocidad con la que desapareci¨®, como si hubiese sido una alucinaci¨®n. "Pero la imagen qued¨® en m¨ª -anot¨® Goncourt- y aquel culo rosa sobre un coj¨ªn con festones bordados fue la imagen dulce, excitante, que se me aparec¨ªa cada noche, antes de caer en el sue?o, por debajo de mis p¨¢rpados cerrados".
Lo que el ir¨®nico Barnes m¨¢s envidiaba a Goncourt era que hubiera sido capaz, medio siglo despu¨¦s, de rememorar los festones bordados del coj¨ªn: "Eso prueba la capacidad de escritor de Goncourt, porque leo su descripci¨®n y me pregunto si, de haber sido yo el que hubiese estado all¨ª mirando a la pareja con ojos desorbitados, habr¨ªa advertido esos festones bordados".
3
- Hago una batida por mis primeros a?os y no encuentro mucho. Quiz¨¢ sea por lo que dec¨ªa Barnes de que a cierta edad perdemos la memoria de la ni?ez. Mi primer recuerdo es la imagen de mi abuelo materno en su lecho de muerte. Y la memoria lateral de un se?or que estaba junto a la cama mortuoria y sobre el que alguien coment¨®: "Es un hombre de una fe extraordinaria". Me qued¨® grabada la frase y la empec¨¦ a recordar cuando dej¨¦ de creer en las personas que ten¨ªan alguna clase de fe. Y recobr¨¦ plenamente ese primer recuerdo de infancia el ¨²ltimo d¨ªa de mi juventud, en el invierno de 1981, cuando Juan Carlos Onetti habl¨® en el Instituto Franc¨¦s de Barcelona y sus palabras se convirtieron en el primer recuerdo de mi edad madura, tal vez porque entroncaron con mi primer recuerdo de ni?ez.
Habl¨® Onetti aquella tarde de que hab¨ªa que meter en el mismo saco a cat¨®licos, freudianos, marxistas y patriotas. A cualquiera, dijo, que tuviera fe, no importaba en qu¨¦ cosa. A cualquiera que opinara, supiera o actuara repitiendo pensamientos aprendidos o heredados. Para Onetti, un hombre con fe era m¨¢s peligroso que una bestia con hambre, pues la fe le obligaba a la acci¨®n, a la injusticia, al mal. Dec¨ªa Onetti que a la gente con alguna fe era bueno escucharlos asintiendo, medir en silencio cauteloso y cort¨¦s la intensidad de sus lepras y darles siempre la raz¨®n. Y luego poner la fe de uno en lo menos valorado y m¨¢s subjetivo. En la mujer amada, por ejemplo. O en un equipo de f¨²tbol, en un n¨²mero de ruleta, en la vocaci¨®n de toda una vida.
Segu¨ª su recomendaci¨®n y desde entonces puse mi fe s¨®lo en lo m¨¢s rabiosamente subjetivo, y hoy creo que tuve suerte de que mi primer recuerdo contuviera -escondido durante a?os- aquel consejo en un estado natural tan inocente como la infancia, tan l¨²dico y esencial como las palabras de Onetti que he recordado siempre.
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