Paralelismo
Leo en la prensa digital que el ¨²ltimo juego pol¨ªtico que se ha puesto de moda consiste en buscar paralelismos entre el ascenso al poder de Barack Obama y el de Rodr¨ªguez Zapatero. Un juego en el que las dos Espa?as tratan de hacer apuestas contrarias, pues mientras la izquierda progresista, ya sea central o auton¨®mica, tiende a fijarse en las posibles semejanzas entre ambas ejecutorias, la derecha patria, en cambio, prefiere subrayar las abismales diferencias que las separan, hasta el punto de que algunos de sus l¨ªderes, como Aznar o Aguirre, han llegado a ensalzar a Obama para poder desacreditar mejor a Zapatero. Pues bien, aunque ya sabemos que todas las comparaciones son odiosas, juguemos a cotejar sus respectivas ascensiones al poder, en 2004 y 2008.
Aznar o Aguirre han llegado a ensalzar a Obama para desacreditar mejor a Zapatero
?En qu¨¦ se parece la victoria del presidente estadounidense a la del espa?ol? La primera semejanza procede de su nominaci¨®n para la candidatura presidencial, pues ambos se la robaron limpiamente al rival que part¨ªa como favorito: el se?or Bono, en el congreso del partido socialista de julio de 2000, o la se?ora Clinton, en las primarias del partido dem¨®crata en la primavera pasada. Despu¨¦s, una vez nombrados candidatos oficiales, cuando las encuestas demosc¨®picas les eran relativamente desfavorables, y justo en v¨ªsperas de los comicios presidenciales, se produjo por sorpresa un estado de excepci¨®n que provoc¨® un vuelco del clima de opini¨®n en el sentido m¨¢s favorable a sus intereses.
Me refiero, claro est¨¢, al tr¨¢gico atentado de Atocha, el 11 de marzo del 2004, y al estallido de la crisis financiera internacional en el octubre negro de 2008. Y adem¨¢s, sus rivales del partido en el poder no supieron reaccionar con propiedad, pues Aznar intent¨® desviar la atenci¨®n sobre los autores de la masacre y McCain tambi¨¦n dio la espantada ante la debacle de los mercados. Finalmente, la indudable victoria que ambos alcanzaron puede ser explicada no tanto por sus propios m¨¦ritos o los de sus difusos programas sino ante todo como un claro voto de castigo al presidente saliente (Bush y Aznar, compa?eros de foto en las Azores) y a su siniestra plataforma pol¨ªtica: el pensamiento neocon, que desat¨® contra Zapatero y Obama una sucia campa?a destructiva.
Por lo dem¨¢s, al margen de la cronolog¨ªa de su ascenso al poder, tambi¨¦n se puede establecer una cierta analog¨ªa entre el com¨²n estilo medi¨¢tico de su puesta en escena, perfectamente calculada al mil¨ªmetro como un espejismo deslumbrante: el famoso talante de ZP y la contagiosa obaman¨ªa, orquestadas para conducir a las multitudes a las urnas como en el cuento del flautista de Hamelin. Y por lo que respecta al contenido de sus campa?as electorales, ambos aspirantes centraron sus mensajes en el llamado buenismo (t¨¦cnicamente, ciudadanismo), que hace de la defensa de los derechos ciudadanos de los m¨¢s desfavorecidos (mujeres, discapacitados, inmigrantes, clases bajas y minor¨ªas ¨¦tnicas) su principal encuadre o marco de referencia (framing).
No obstante, todas estas posibles semejanzas palidecen hasta casi desaparecer ante la inequ¨ªvoca constataci¨®n de sus patentes diferencias. La m¨¢s evidente e inmediata es por supuesto la negritud de Obama: un estigma de condena cong¨¦nita, en los racistas Estados Uni-dos, que le marc¨® con el aura de la perfecta autenticidad. En el mundo de la pol¨ªtica, todo es representaci¨®n, simulacro y puro teatro: como la supuesta rebeld¨ªa de McCain o el ficticio talante de ZP. Pero la negritud de Obama es tan irrefutable como convincente. Es esa misma negritud que a tantos estadounidenses blancos, y occidentales en general, nos ha ense?ado a amar con devoci¨®n y fanatismo el carisma de la m¨²sica negra: el blues, el jazz, y para los j¨®venes de hoy, el hip hop. Y esa negritud estigmatizada es la que ha hecho de Obama un candidato excepcional en el pa¨ªs del excepcionalismo por antonomasia: los EE UU.
Algo fuera del alcance de Zapatero: un candidato que no parece adornado por la virtud de la autenticidad. Y esta diferencia entre ambos est¨¢ subrayada por su carrera personal: el estadounidense, un outsider hecho a s¨ª mismo como activista del trabajo social; y el espa?ol, un pol¨ªtico profesional culiparlante. De ah¨ª que, en cuesti¨®n de carisma, la distancia entre Obama y Zapatero sea sideral: si aqu¨¦l transmite credibilidad, confianza y poder de convicci¨®n, nuestro improvisado presidente s¨®lo genera perplejidad y escepticismo. Pero la psicolog¨ªa pol¨ªtica no explica m¨¢s que una parte muy peque?a de la realidad. De ah¨ª que no debamos atribuir demasiada importancia a esa peque?a diferencia, pues hay otras que parecen m¨¢s graves, entre las que s¨®lo apuntar¨¦ una. Mientras Obama ha prometido unificar a su pa¨ªs, superando la polarizaci¨®n partidista, Zapatero ha hecho a la chita callando justo lo contrario: profundizar las divisiones entre las diversas Espa?as, sacando partido de un clima de confrontaci¨®n pol¨ªtica que hasta ahora le beneficia.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.