Naufragio c¨ªvico
?C¨®mo hay que considerar lo sucedido hace unos d¨ªas en Gasteiz, donde unos cuantos j¨®venes, rodeados de otros cientos pasivamente espectadores, redujeron a escombros una exposici¨®n fotogr¨¢fica? Esos j¨®venes se hab¨ªan concentrado all¨ª no para protestar por nuestra estratosf¨¦rica tasa de empleo precario, ni por la carest¨ªa de la vida, ni por la pobre calidad de nuestra atm¨®sfera (lo que anticipa el aire que les va a quedar para el futuro), ni por la misi¨®n imposible que les supone acceder a una vivienda, ni por las carencias de un sistema educativo que les sit¨²a a la cola de los pa¨ªses de nuestro entorno en resultados acad¨¦micos. No, esos j¨®venes estaban all¨ª, a miles, por un botell¨®n, para pedir m¨¢s horas de bares abiertos por las noches. Motivo ¨¦ste de asamblea que creo que vale ya en s¨ª mismo lo que un diagn¨®stico de situaci¨®n.
Lo sucedido en Vitoria el otro d¨ªa tiene de principio a fin las hechuras de un naufragio c¨ªvico
?C¨®mo hay que tomarse entonces tanto esa movilizaci¨®n juvenil como las desastrosas consecuencias que tuvo? ?Hay que considerarlo un incidente absolutamente aislado, sin conexi¨®n con nada conocido o previsible, esto es, como un signo mudo de sentidos sociales? O, por el contrario, hay que verlo como el primer signo de los signos, como la punta del iceberg de las se?ales que indican que hay que observar con preocupaci¨®n la relaci¨®n de muchos de nuestros j¨®venes con algunos valores sociales tan fundamentales como el respeto del otro y de lo p¨²blico, o con la cultura entendida en su sentido m¨¢s com¨²n. Personalmente, creo que hay que quedarse con la segunda opci¨®n, ver en lo sucedido en Vitoria un indicador de alerta m¨¢xima. Una sirena estruendosa que, adem¨¢s, hay que poner en conexi¨®n con otras se?ales menos llamativas, pero igualmente inquietantes que proceden del ¨¢mbito familiar, del entorno escolar y de una experiencia de calle perceptible a simple vista sin necesidad de lupa.
Estas se?ales permiten sin dificultad llegar al diagn¨®stico o a la conclusi¨®n de que entre los adultos y los j¨®venes no es que haya hoy un conflicto (el cl¨¢sico conflicto intergeneracional), sino que se ha producido como una aver¨ªa que ha interrumpido la corriente, y que, por lo tanto, hay mensajes, c¨®digos, ense?anzas de respeto, empat¨ªa, autoridad, convivencia civil que han dejado de producirse y, sobre todo, de transmitirse. En definitiva, que cada vez se expresa con mayor elocuencia y contundencia la realidad de una infancia- adolescencia-juventud en un estado de desamparo o de naufragio c¨ªvico, a la que no parece haberle rozado, ni siquiera en la forma de una brisa pasajera, la noci¨®n de que lo p¨²blico significa, hasta en los m¨¢s m¨ªnimos detalles, de todos; de que ser titular de derechos supone de un modo autom¨¢tico y simult¨¢neo serlo de deberes, o de que la libertad y la responsabilidad son conciencias y experiencias siamesas. A este panorama hay que a?adirle naturalmente la siembra de intolerancias y la contrapedagog¨ªa c¨ªvica que han supuesto la dejadez, laxismo o incluso permisividad con que, desde muchas instancias y en muchos lugares de Euskadi, se ha abordado el borrokismo callejero.
Lo sucedido en Vitoria el otro d¨ªa tiene, de principio (el motivo de esa convocatoria masiva) a fin (la destrucci¨®n de la exposici¨®n), las hechuras de un naufragio c¨ªvico. Y una elocuencia que merece que se le presten, que se le den definitivamente, todos los o¨ªdos.
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