Regresa el 'poder blando'
El mundo ha acogido con esperanza la victoria de Obama. El futuro presidente puede y debe restablecer con algunos actos concretos la da?ada imagen de su pa¨ªs. Wilson, Roosevelt y Kennedy son buenos ejemplos
Hay mucho que decir -y se est¨¢ diciendo- sobre la hist¨®rica victoria de Barack Obama en las elecciones presidenciales de Estados Unidos, y los analistas de las fascinantes transformaciones de la sociedad estadounidense actual pueden explicar el resultado mucho mejor que yo. Pero, cuando observaba la extraordinaria reacci¨®n de otros pa¨ªses al triunfo de Obama, a la ma?ana siguiente de que el mundo conociera su victoria, sent¨ª la tentaci¨®n de ir un poco m¨¢s all¨¢.
?Contribuir¨¢ el atractivo de este hombre en todo el mundo a la capacidad de Estados Unidos de persuadir a otros pa¨ªses para que acepten su liderazgo y aprueben medidas que Washington desee pero sobre las que los dem¨¢s miembros del sistema internacional puedan no sentir tanto entusiasmo? ?Convencer¨¢ a los Gobiernos y los pueblos de otras naciones de que las pol¨ªticas made in USA son buenas para la humanidad en su conjunto?
No es incompatible defender los intereses de la naci¨®n y solucionar problemas fuera
El cr¨¦dito internacional no es indefinido; el nuevo mandatario tendr¨¢ que actuar pronto
Porque ¨¦sa es, al fin y al cabo, la definici¨®n del t¨¦rmino poder blando defendida por el profesor de Harvard Joseph Nye en unos libros publicados en los a?os noventa. Durante demasiado tiempo, alegaba Nye, los estudiosos hab¨ªan prestado una atenci¨®n excesiva a los aspectos m¨¢s duros del poder militar, econ¨®mico y financiero, y hab¨ªan ignorado la importancia de las caracter¨ªsticas nacionales que permit¨ªan que determinados pa¨ªses "hicieran amigos e influyeran en la gente" mejor que otros.
Nye consideraba que un estilo de vida atractivo, una cultura interesante, la capacidad de ir de la mano de la opini¨®n mundial en vez de ir en su contra, pod¨ªan ser unas herramientas tan ¨²tiles para un pa¨ªs como la habilidad de los diplom¨¢ticos, la solidez financiera e incluso los grandes portaaviones. Es evidente que cuando Nye elabor¨® estas ideas, cre¨ªa que Estados Unidos contaba con la mayor¨ªa de los atributos del poder blando; pensaba, con raz¨®n, que Hollywood, MTV y la cultura juvenil norteamericana ten¨ªan mucho m¨¢s atractivo para el mundo que la desintegrada Uni¨®n Sovi¨¦tica y la falta de libertades en China.
Adem¨¢s, amplias zonas del mundo avanzaban en la direcci¨®n se?alada por los fundadores de la naci¨®n norteamericana: democracia, imperio de la ley, libertad econ¨®mica, etc¨¦tera. La posici¨®n de EE UU en el mundo estaba reforz¨¢ndose, para confusi¨®n de los que escrib¨ªan sobre el declive norteamericano. Las tres patas sobre las que se apoyaba su preeminencia -el poder militar, el poder econ¨®mico y el poder blando- iban a mantener a la rep¨²blica en la cima durante generaciones.
Pero entonces llegaron George W. Bush, Dick Cheney, Donald Rumsfeld y las pol¨ªticas neocon de activismo militar, agresividad ideol¨®gica, anulaci¨®n de derechos humanos esenciales, excesiva importancia de "la guerra contra el terror" y una repugnancia patol¨®gica, ejemplificada en John Bolton, hacia el multilateralismo. De acuerdo con todas las formas de medir la opini¨®n mundial -por ejemplo, los sondeos de la Fundaci¨®n Pew-, el Gobierno de Bush se convirti¨® en la m¨¢s impopular de la historia reciente de Estados Unidos. No es extra?o, por tanto, que el poder blando estadounidense se viniera abajo. La capacidad de la Casa Blanca de convencer a otros pa¨ªses desapareci¨®; la simpat¨ªa mundial tras los atentados del 11-S se evapor¨® poco a poco, incluso en pa¨ªses tradicionalmente amigos de Estados Unidos.
La alegr¨ªa colectiva que experiment¨® hace dos semanas todo el mundo ante el final de la era de Bush fue prueba de hasta qu¨¦ punto el pa¨ªs de Lincoln, Wilson, Franklin Delano Roosevelt y Kennedy se hab¨ªa ganado la antipat¨ªa internacional durante los ¨²ltimos ocho a?os.
Sin embargo, el poder blando, quiz¨¢ por su propia naturaleza, es muy vol¨¢til. Y seguramente es m¨¢s ajustable y moldeable que, por ejemplo, un declive relativo y prolongado del poder militar y estrat¨¦gico. As¨ª que la pregunta que debe interesarnos es ¨¦sta: ?servir¨¢ la victoria electoral de Barack Hussein Obama para devolver a Estados Unidos la tercera pata del taburete que sostiene su posici¨®n mundial: la ventaja del atractivo pol¨ªtico e ideol¨®gico?
A juzgar por las noticias aparecidas en la prensa de todo el mundo, la respuesta es un s¨ª sin reservas. Como era de prever, el presidente franc¨¦s Nicolas Sarkozy, siempre dispuesto a ser el primero, envi¨® a Obama este mensaje: "Su elecci¨®n suscita en Francia, en Europa y en todo el mundo una inmensa esperanza". Y ofreci¨® un abrazo franc¨¦s que el pr¨®ximo inquilino de la Casa Blanca har¨ªa bien en aceptar con cautela, aunque los sentimientos sean sinceros. Por lo dem¨¢s, el j¨²bilo en ?frica e Indonesia, que sacan a relucir su relaci¨®n con Obama, es general. Y seg¨²n The New York Times, un librero de 24 a?os de Caracas, Venezuela, dijo: "Es agradable poder volver a sentirnos satisfechos de EE UU".
Los reg¨ªmenes que no permiten elecciones libres est¨¢n claramente inquietos por la onda expansiva de Obama, del mismo modo que sus adversarios pol¨ªticos se sienten animados por este ejemplo asombroso de transparencia democr¨¢tica. E incluso al fundamentalista m¨¢s ciego de Hezbol¨¢ o Ir¨¢n le ser¨¢ dif¨ªcil acusar a alguien llamado Barack Hussein (descendiente del profeta) de tener un prejuicio antimusulm¨¢n intr¨ªnseco.
Desde luego, si Obama intenta apoyarse exclusivamente en los buenos deseos internacionales para impulsar pol¨ªticas que beneficien a Estados Unidos, ser¨¢ como un autom¨®vil que tratase de funcionar con aire caliente en vez de gasolina; y la luna de miel se acabar¨¢ de inmediato.
Lo que debe hacer el pr¨®ximo presidente es reconocer con claridad cu¨¢les son las esperanzas que le han dado tanta popularidad en tantas partes distintas del mundo: las esperanzas africanas de que preste verdadera atenci¨®n y ayude de verdad al atribulado continente; los deseos latinoamericanos de que mantenga las pol¨ªticas liberales en comercio e inmigraci¨®n, haga algo para superar el punto muerto en las relaciones con Cuba y muestre verdadero respeto por Latinoam¨¦rica; las aspiraciones en Europa, Canad¨¢ y Australia de que se tome en serio las obligaciones de Estados Unidos con las instituciones y los tratados internacionales, incluidos los compromisos ambientales y antiproteccionistas; y las esperanzas de los ¨¢rabes moderados de que ofrezca algo m¨¢s que buenas palabras a los palestinos.
Todas estas aspiraciones son mucho m¨¢s f¨¢ciles de proclamar que de hacer realidad, como sin duda sabe Obama, y todas necesitar¨¢n compromisos entre algunas de sus promesas de campa?a a los votantes estadounidenses y los simpatizantes con los que cuenta en el extranjero. Pero, si verdaderamente quiere restaurar el poder blando de su pa¨ªs, tendr¨¢ que empezar por ofrecer al mundo algunas de las cosas con las que sue?an los extranjeros; no todo el paquete, por supuesto, pero s¨ª algunos elementos que den buena imagen y ayuden a aplacar los numerosos temores y preocupaciones mundiales.
Para eso, le ser¨¢ muy ¨²til estudiar con detalle la ret¨®rica y las pol¨ªticas de sus antecesores Wilson, FDR y JFK. Porque, como saben los historiadores de esas presidencias, ninguno de estos estadistas hizo nada m¨¢s que defender los intereses "nacionales" de Estados Unidos. Lo que tuvieron en com¨²n fue el ingenio y la inteligencia para saber combinar lo que conven¨ªa a su pa¨ªs con lo que conven¨ªa al mundo o, al menos, a grandes partes de ¨¦l. Convencieron a millones de personas en todo el planeta de que deb¨ªan tener fe en el compromiso, el juicio y el liderazgo de EE UU y, por consiguiente, tomarse en serio las propuestas reformistas nacidas de la Casa Blanca. Y eso es la esencia del poder blando.
Ahora bien, este poder, como es blando, puede disolverse con rapidez. Una buena parte de un mundo ansioso espera anhelante la llegada de la presidencia de Obama y, en su mayor¨ªa, tiene la sensatez suficiente para no contar con una especie de milagro en los 100 primeros d¨ªas. La gente va a juzgar lo que vea, como los votantes de Ohio y Florida, y est¨¢ dispuesta a conceder al nuevo hombre el beneficio de la duda, pero no siempre, quiz¨¢ no durante mucho tiempo. Como tantas otras cosas en la vida y la pol¨ªtica, el intento de Obama de restaurar el poder blando estadounidense tiene un plazo.
Paul Kennedy ocupa la c¨¢tedra J. Richardson de Historia y es director del Instituto de Estudios sobre Seguridad Internacional en la Universidad de Yale. Traducci¨®n de Mar¨ªa Luisa Rodr¨ªguez Tapia. ? 2008, Tribune Media Services, Inc
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