?Un mundo fuera de control?
La idea de un mundo interconectado, que nos ha servido como lugar com¨²n para designar la realidad de la globalizaci¨®n, implica, en principio, un mundo de responsabilidad limitada, cuando no difusa o abiertamente irresponsable, sobre el que no puede establecerse ning¨²n control y del que nadie se hace cargo. La interconexi¨®n significa, por una parte, equilibrio y contenci¨®n mutua, pero tambi¨¦n alude al contagio, los efectos de cascada y la amplificaci¨®n de los desastres, como es el caso de la reciente crisis financiera. El mundo interconectado es tambi¨¦n ese "mundo desbocado" del que hablaba Giddens a la hora de calificar los aspectos menos gratos de la globalizaci¨®n.
En el caso concreto de la reciente crisis financiera la irresponsabilidad ha comenzado por la imprevisi¨®n. Han funcionado muy mal los sistemas de advertencia y prevenci¨®n de riesgos. Las autoridades correspondientes han tenido una mala percepci¨®n de la gravedad de la crisis. Esta falta de anticipaci¨®n revela no tanto un problema moral o pol¨ªtico cuanto una grave deficiencia cognoscitiva, pues es dif¨ªcil entender por qu¨¦ no se sacan las conclusiones l¨®gicas de una historia saturada de burbujas especulativas con consecuencias desastrosas. Tenemos muy reciente la crisis de la nueva econom¨ªa y no hemos aprendido la lecci¨®n: entonces se nos anunciaba una nueva era econ¨®mica muy prometedora. Cuando domina la euforia financiera la hip¨®tesis de una crisis parece lejana y por tanto incapaz de provocar las reacciones que aconsejar¨ªa la prudencia. La primera explicaci¨®n antropol¨®gica de esta inadvertencia es que los profetas de las malas noticias no son nunca bienvenidos. Pero hay tambi¨¦n una explicaci¨®n ideol¨®gica y es que los defensores de la teor¨ªa de la eficiencia financiera llevan mucho tiempo diciendo que el mercado no se equivoca nunca y celebrando "la sabidur¨ªa de las masas" (Surowiecki). Y eso desincentiva la creaci¨®n de instrumentos de regulaci¨®n.
No sabemos todav¨ªa detectar, gestionar y comunicar los riesgos globales
La globalizaci¨®n financiera es mucho m¨¢s fr¨¢gil que la comercial
No s¨¦ si es una falta de memoria financiera, como ha dicho alguno, o una ceguera ante el desastre. En cualquier caso, est¨¢ claro que prevenimos muy mal los desarrollos catastr¨®ficos y eso que no andamos faltos de c¨¢lculos matem¨¢ticos sofisticados. No dispon¨ªamos de una cartograf¨ªa precisa de los riesgos que permitiera anticipar su encadenamiento irracional. Una parte de los riesgos hab¨ªa sido dispersada en el mercado, de manera que las instituciones financieras apenas pod¨ªan medirlos y estimar su impacto futuro. Cuando el horizonte temporal se estrecha y s¨®lo es tenido en cuenta el inter¨¦s m¨¢s inmediato es muy dif¨ªcil evitar que las cosas evolucionen catastr¨®ficamente. Tanto desde el punto de vista informativo como de control, los mecanismos de autorregulaci¨®n se han revelado como insuficien-tes. Lo que todo esto pone de manifiesto es que no sabemos todav¨ªa detectar, gestionar y comunicar los riesgos globales.
La crisis financiera es, en ¨²ltima instancia, una crisis de responsabilidad y el procedimiento que mejor lo ha representado ha sido la extensi¨®n de productos financieros como la titulizaci¨®n, que traduc¨ªan la voluntad de desplazar los riesgos hacia el infinito, es decir, aceptar riesgos sin querer asumir las consecuencias. Se tratar¨ªa de algo que podr¨ªamos denominar como "riesgos sin riesgos". La titulaci¨®n ha actuado como un mecanismo global de irresponsabilizaci¨®n, que diseminaba y disimulaba a la vez los riesgos, haciendo opacos los mercados. ?ste y otros productos financieros permit¨ªan evacuar o neutralizar los riesgos de las operaciones de pr¨¦stamo transfiriendo la carga hacia los mercados de naturaleza especulativa. La opacidad de los mercados imped¨ªa el control y toleraba riesgos excesivos, t¨ªtulos opacos cuyos riesgos nadie era capaz de evaluar. De este modo se ha constituido un mercado financiero global en el que los accionistas minoritarios de las empresas han presionado para obtener unas tasas de rentabilidad cada vez m¨¢s elevadas. La irrealidad de los intercambios econ¨®micos ha revelado que la globalizaci¨®n financiera es mucho m¨¢s fr¨¢gil que la globalizaci¨®n comercial.
Todo ello no hubiera sucedido si, al mismo tiempo, no hubiera habido una dejaci¨®n de responsabilidad por parte de los Estados, de los bancos centrales y las instituciones financieras mundiales. Los dirigentes econ¨®micos y financieros han cometido el error de confiar absolutamente en la capacidad autorreguladora de los mercados financieros y han aceptado esta irresponsabilidad de los mercados de cr¨¦dito, sometidos al mismo modelo de comportamiento que el que funciona en las Bolsas. A esto se han a?adido unas operaciones de rescate que ser¨¢n inevitables pero que no van a servir para promover las conductas responsables. Se han beneficiado de esas medidas aquellos actores econ¨®micos que pueden asumir riesgos excesivos sin tener que sufrir las consecuencias en virtud de las cat¨¢strofes en serie que su quiebra podr¨ªa producir en el resto de la econom¨ªa.
La crisis nos exige construir una nueva responsabilidad financiera, algo que se llevar¨¢ a cabo m¨¢s a trav¨¦s del control y la supervisi¨®n que mediante la regulaci¨®n normativa. Nuestros dirigentes deber¨ªan comprender que les corresponde poner a los grandes actores econ¨®micos y financieros cara a sus responsabilidades: responsabilidad de los prestamistas, limitando la titulizaci¨®n, es decir, la opacidad de los riesgos en el mercado de los productos derivados, de manera que las deudas no sean instrumentos de especulaci¨®n; responsabilidad de los accionistas, reservando el derecho de voto a quienes se comprometen establemente con la empresa para permitirle llevar una verdadera estrategia; responsabilidad de los Estados que se deben entender sobre un sistema de paridades estables, impidiendo as¨ª las oscilaciones violentas de divisas, desconcertantes para los agentes econ¨®micos; responsabilidad de los bancos centrales, que deben aceptar someter su gesti¨®n a la aprobaci¨®n de los Estados democr¨¢ticos, con la preocupaci¨®n de tomar en cuenta todos los grandes par¨¢metros decisivos para la marcha de las econom¨ªas: producci¨®n, empleo, precios, endeudamiento, saldo presupuestario y saldo exterior.
Pero conviene no perder de vista que estos compromisos han de conseguirse en medio de una red cada vez m¨¢s densa de dependencias, donde las obligaciones pierden visibilidad y nitidez. Al mismo tiempo, un mundo de crecientes interdependencias aumenta tambi¨¦n el n¨²mero de consecuencias de las acciones que no resultan f¨¢ciles de imputar. Este conjunto de circunstancias y otras similares justifican la denominaci¨®n de "irresponsabilidad organizada" (Ulrich Beck) a la hora de calificar a nuestras sociedades, aunque tambi¨¦n cabe preguntarse si no se trata m¨¢s bien de una falta de organizaci¨®n, de que no hemos sido capaces de organizar socialmente la responsabilidad a la vista de que algunas de esas din¨¢micas contradicen claramente muchos de nuestros derechos y nuestros deberes. La debilitaci¨®n del sentido de responsabilidad no es una cuesti¨®n que pueda achacarse ¨²nicamente a los pol¨ªticos o a la desafecci¨®n ciudadana, sino que resulta m¨¢s bien de esa mezcla de debilidad institucional y fatalismo que caracteriza a nuestros compromisos democr¨¢ticos. Se pueden organizar muchas cosas para identificar la responsabilidad y transformar din¨¢micas ciegas en procesos gobernables.
Han cambiado las condiciones en las que se pensaba y ejerc¨ªa la responsabilidad pol¨ªtica. El problema estriba en c¨®mo representar esa responsabilidad en un momento en el que ha perdido evidencia la relaci¨®n entre mi comportamiento individual (como prestamista, consumidor, accionista, votante o cliente) y los resultados globales. La ilustraci¨®n de esta nueva articulaci¨®n entre lo propio y lo com¨²n s¨®lo se conseguir¨¢ si desarrollamos un concepto de responsabilidad que haga justicia a la actual complejidad social y corresponda a nuestras expectativas razonables de conseguir un mundo que pueda ser gobernado, del que nos hagamos cargo.
Daniel Innerarity es profesor de Filosof¨ªa en la Universidad de Zaragoza y autor de El nuevo espacio p¨²blico.
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