Mikel Laboa, patriarca de la nueva canci¨®n vasca
Sus tonadas, llenas de poes¨ªa, se han convertido en cl¨¢sicos de la m¨²sica popular
Estaba leyendo a Rilke, cuando ha llovido, m¨¢s que llegado, la noticia de la muerte de Mikel Laboa. El agua fluye lentamente por las ca?er¨ªas de la existencia y a veces alguna se cierra para siempre. Es mejor que la muerte del amigo o del pariente nos atrape mientras nuestros ojos se llenan de palabras abiertas al infinito.
Le¨ªa en Rilke que el muerto ha de irse y, silenciosamente, la lamentaci¨®n m¨¢s antigua le lleva hasta el barranco, donde brilla, a la luz de la luna, la fuente de la alegr¨ªa. Se entiende lo de que el muerto ha de irse, porque morir es una forma de marchar y de caminar hacia el lado luminoso, pero no se entiende cuando quien muere es alguien que ha formado y nos ha iniciado en ese blando y f¨¦rtil ejercicio de la vida que es la canci¨®n. El poeta y el cantor forman parte de la n¨®mina de los inmortales. Cuando alguien se va a donde van los cantantes, queda la canci¨®n, como testigo de una ¨¦poca, como martillazo en la conciencia o, simplemente, como ejercicio de afirmaci¨®n de la personalidad.
Mikel Laboa naci¨® hace 74 a?os en Pasaia (Guip¨²zcoa). De profesi¨®n m¨¦dico, especialista en neuropsiquiatra infantil, fue uno de los fundadores del grupo Ez Dok Amairu, nombre ideado por el escultor Jorge Oteiza, que quiere decir que "no hay trece", n¨²mero y s¨ªmbolo que entronca con el sentido m¨¢gico y ritual de los vascos. Aunque la aventura no durase m¨¢s all¨¢ de unos a?os, las voces de Mikel Laboa, Benito Lertxundi o Xabier Lete, marcaron, conformaron y delimitaron las fronteras de toda una generaci¨®n que encontr¨® en las letras que cantaban un referente, no s¨®lo cultural, sino tambi¨¦n vital. A todos ellos habr¨ªa que a?adir, por justicia, la de Imanol. Algunos nos hicimos adultos, o nunca dejamos de ser ni?os, que es otra manera de adultez, al vaiv¨¦n de las olas que las canciones produc¨ªan en nuestra realidad carnosa. Abr¨ªan las entra?as, dejaban una herida melanc¨®lica, que no se ha cerrado jam¨¢s, o se ha cerrado mal, porque siempre supura, al comp¨¢s de una nota. Pero no era una sensaci¨®n triste; se viv¨ªa un alborozo dif¨ªcil de reproducir y de explicar.
Hay voces que se van y voces que siempre est¨¢n viniendo, como lejanos ecos. La de Laboa se asemejaba al sonido de las botas de un hada de cristal bailando sobre un tronco h¨²medo. Algo de lluvia, de paraje anegado ten¨ªa, algo de fuente que mana, de r¨ªo que sangra y se deja llevar hacia un delta desconocido, pero cercano. Algo de bosque, tambi¨¦n; a veces parec¨ªa que todo un Irati se deslizara por su d¨²ctil garganta.
En 1974 public¨® Bat-Hiru, su disco m¨¢s importante, donde se produce la tan buscada y no siempre encontrada s¨ªntesis entre la tradici¨®n oral y el ejercicio contempor¨¢neo. De entre los temas, es el titulado Txoria txori (El p¨¢jaro), el que m¨¢s fama ha cosechado. Lo cantaron Joan Baez, entre otros. Es un canto de y para la libertad, sobre la esencia de la libertad. Ser p¨¢jaro es una manera de ser canci¨®n, volar es un modo de cantar, de aparecer en un instante abierto e intenso, y luego desaparecer, dejando la estela, el rumor, el recuerdo.
M¨¢s all¨¢ de la realidad
A pesar de los a?os pasados desde entonces, aquellas canciones, act¨²an como m¨¦dicos, sanadores o aciagos demiurgos de la memoria, nos transportan m¨¢s all¨¢ de la realidad, a un lugar donde el tiempo se qued¨® quieto y el espacio es el que nuestra imaginaci¨®n va dibujando, que no es ancho ni ajeno, sino sentimental. "El aliso no tiene coraz¨®n, ni el reques¨®n hueso", dice la letra de Bereterretxen kanthoria, composici¨®n popular, basada en una antigua cr¨®nica de una guerra entre banderizos. Las canciones de Laboa tienen coraz¨®n y plumas; por eso son llevaderas. ?l tambi¨¦n andaba ligero, evitando la pesadez de las cosas que le rodeaban.
El 23 de diciembre pr¨®ximo iba a recibir en el palacio de la Diputaci¨®n Foral de Gipuzkoa la Medalla de Oro que la provincia otorga a sus hijos m¨¢s preclaros. Hace dos a?os cant¨® en una de las playas de San Sebasti¨¢n. Junto a ¨¦l actuaba Bob Dylan, otro s¨ªmbolo de la gente de nuestra edad.
Laboa ten¨ªa cansada la voz, y el mar jugaba con ella, tray¨¦ndosela y llev¨¢ndosela. La lluvia de hoy tiene algo de ¨¦l, moja sin pretenderlo.
Felipe Juaristi es escritor.
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