La intolerancia de los espa?oles
Enrique Tierno Galv¨¢n (1918-1986), el Viejo Profesor, public¨® ensayos con seud¨®nimo en revistas del exilio durante los a?os que precedieron a su expulsi¨®n de la Universidad espa?ola, en 1965, en plena dictadura franquista. La edici¨®n de sus 'Obras completas' rescata del olvido p¨¢ginas como las reproducidas aqu¨ª, que aparecieron en 1961 firmadas por Sim¨®n Castilfr¨ªo
Parece que una de las constantes de nuestra historia nacional sea la emigraci¨®n masiva de personas perseguidas por razones ideol¨®gicas. No se trata de personalidades aisladas, hecho que m¨¢s o menos ha ocurrido en todos los pa¨ªses europeos, ni de una emigraci¨®n colectiva, como los arist¨®cratas en la Revoluci¨®n Francesa. Es una constante de la historia espa?ola. Se expulsa a los jud¨ªos, se expulsa a los moriscos, huyen los afrancesados, escapan como pueden los liberales al iniciarse la "d¨¦cada ominosa", huyen miles de espa?oles al concluir la ¨²ltima Guerra Civil. Es incuestionable que esto es se?al y efecto del predominio en la vida espa?ola de principios dogm¨¢ticos a los cuales se quiere ajustar la totalidad de la convivencia nacional. Diversos grupos de espa?oles defienden sus correspondientes dogmas en cuanto principios absolutos para regular toda la vida y la consecuencia es la intolerancia.
La emigraci¨®n masiva por razones ideol¨®gicas ha sido una de las constantes de nuestra historia nacional
El quehacer m¨¢s urgente que nos concierne es luchar contra la desconfianza moral del espa?ol hacia el espa?ol
Para llegar a una situaci¨®n pol¨ªtica en la que entren todos es menester empezar a fiarse unos de otros
La tesis comod¨ªsima de que somos una excepci¨®n es por completo falsa. Somos unos europeos m¨¢s
Se puede convivir con distintas ideolog¨ªas dogm¨¢ticas cuando no se pretende identificar una de ellas con la totalidad del grupo en el que se produce. En las relaciones internacionales conviven distintos principios dogm¨¢ticos, pero la relaci¨®n se hace dif¨ªcil o imposible cuando uno de ellos intenta ser el de todos.
No obstante, ser¨ªa pueril creer que los espa?oles son dogm¨¢ticos por instinto, por brutalidad o simplemente por inter¨¦s. He o¨ªdo decir con relativa frecuencia que los espa?oles llevamos en la masa de la sangre la intolerancia. No se me alcanza muy bien qu¨¦ es eso de la masa de la sangre, pero seguramente quiere decir una de estas cosas o quiz¨¢ todas, no s¨¦:
1. Que la organizaci¨®n psicosom¨¢tica de los espa?oles les impulsa irresistiblemente a matar a quienes no piensan como piensa el grupo a que pertenece el homicida. En mi opini¨®n es una tesis que no tiene fundamento cient¨ªfico suficiente.
2. Que el peso hist¨®rico de ciertas instituciones y costumbres -por ejemplo la Inquisici¨®n- ha gravitado y gravita con tanta fuerza sobre el espa?ol que crea h¨¢bitos irresistibles de intolerancia universal e indiscriminada. Siglos de intolerancia provocan la intolerancia actual.
Tampoco creo que sea exacto. Hay periodos de la historia de Espa?a en que la tolerancia llega a un punto desconocido para los dem¨¢s pa¨ªses, aparte de que no es frecuente encontrar pueblos que olviden tan pronto como el espa?ol. En el siglo XIX, a finales, el pueblo no sab¨ªa nada de la Inquisici¨®n, el mito del antijuda¨ªsmo hab¨ªa desaparecido, la invasi¨®n francesa la hab¨ªa olvidado como fuente de rencor la mayor¨ªa del pueblo al acabar el siglo, y de la guerra con Norteam¨¦rica hoy no se acuerda nadie.
3. Tambi¨¦n se dice que la dogm¨¢tica cat¨®lica lleva a los espa?oles a la intolerancia, y admitiendo que los espa?oles son por definici¨®n cat¨®licos se concluye que son fan¨¢ticos e intolerantes.
A mi modo de ver, ¨¦ste es un t¨®pico con muy poco fundamento en los hechos. Es cierto que el catolicismo, como toda religi¨®n con una escatolog¨ªa definida, produce fan¨¢ticos, tambi¨¦n es cierto que algunos espa?oles son cat¨®licos fan¨¢ticos, pero la inmensa mayor¨ªa son indiferentes en materia religiosa. Los resultados de los estudios de sociolog¨ªa parroquial en Espa?a han sorprendido a las propias jerarqu¨ªas eclesi¨¢sticas que no sospechaban fuera tanta la indiferencia. Por otra parte, en los cat¨®licos espa?oles aumenta constantemente el cat¨®lico liberal que no practica la intolerancia.
No parece por consiguiente aceptable que los espa?oles lleven la intolerancia en "la masa de la sangre". Es una afirmaci¨®n inexacta que retrotrae la cuesti¨®n a un supuesto previo y anterior. ?Existe realmente esa intolerancia? Yo creo que s¨ª, que existe, pero que es intolerancia de gente que, como hemos visto, no son de suyo intolerantes. En mi opini¨®n, la intolerancia espa?ola procede del pesimismo moral de los espa?oles respecto de los espa?oles. Lo primero que se dice a una adolescente espa?ola cuando sale con amigos o compa?eros es "t¨² no te f¨ªes". Al muchacho que va a estudiar a la capital le aconsejan que "no se f¨ªe de nadie" y en el lenguaje familiar se le dice a veces, a mi juicio con exageraci¨®n, "t¨² no te f¨ªes ni de tu padre".
La desconfianza moral es correlativa a una inseguridad casi absoluta. A veces el espa?ol se descuida y le quitan la novia, le birlan el empleo o coge una pulmon¨ªa, y se dice fue un descuido, que olvid¨® el sabio consejo de validez permanente de "t¨² no te f¨ªes ni de tu padre". La fuerza de esta desconfianza moral lleva, inexorablemente, al dogmatismo intolerante. Poco a poco, gracias a esta peculiar educaci¨®n sentimental, se desconf¨ªa de todo aquel que no pertenece a la capilla, que no est¨¢ en el grupo cerrad¨ªsimo de personas que por necesidad han de confiar los unos en los otros. De este modo, la vida espa?ola es, en mucha parte complicidad y acecho. Confiar en estas condiciones no es confiar, es ser c¨®mplice y de la desconfianza y la complicidad nace la continua vigilancia y sospecha que, por lo com¨²n, caracteriza la vida p¨²blica espa?ola.
Admito que esto ha ocurrido desde hace mucho tiempo, que las cr¨®nicas de la conquista de Am¨¦rica est¨¢n llenas de complicidad y desconfianza, lo mismo que nuestras contiendas interiores. Sin embargo, se puede corregir; no es irremediable. No es nuestro destino. Es la consecuencia de la falta de instituciones generadoras de confianza. Un Parlamento en el que se conf¨ªe, una Administraci¨®n que ofrezca confianza, un clero que no abuse.
Pero ¨¦sta es otra cuesti¨®n y temo que el lector, si es espa?ol, est¨¦ pensando: "Para qu¨¦ me habr¨¦ yo fiado de este t¨ªo. Comenz¨® hablando de los emigrados ideol¨®gicos y ahora...". Sin embargo, hay una relaci¨®n bastante clara. Mi intenci¨®n es se?alar que esa constante nacional de las emigraciones ha contribuido mucho a mantener la desconfianza pol¨ªtica y evitar que se produzca el entendimiento entre las minor¨ªas directoras espa?olas. El quehacer m¨¢s urgente que nos concierne a los espa?oles de buena voluntad preocupados por el presente y el futuro de Espa?a, es luchar contra la desconfianza moral del espa?ol hacia el espa?ol. Un episodio de importancia en esta lucha es la sospecha de los espa?oles de dentro hacia los de fuera y viceversa.
Parece, estos datos son siempre imprecisos, que con el ej¨¦rcito de Napole¨®n salieron de Espa?a unos diez mil espa?oles comprometidos con la pol¨ªtica y la Administraci¨®n del rey Jos¨¦ I. La pol¨ªtica de persecuci¨®n de Fernando VII respecto de los liberales docea?istas oblig¨® a expatriarse a unos mil "impuros", quiz¨¢ m¨¢s. El triunfo de los Cien Mil Hijos de San Luis, lanz¨® fuera de Espa?a a unos cuatro mil espa?oles, contando la gran masa de los refugiados en Inglaterra, m¨¢s los que fueron a Am¨¦rica. Es decir, en un periodo de unos diez a?os se expatriaron unos quince mil espa?oles. Muchos volvieron relativamente pronto, antes de los decretos del a?o 33, pero de todos modos un hecho queda en pie: al comienzo del siglo XIX Espa?a es el ¨²nico pa¨ªs de la Europa culta que se queda sin minor¨ªa intelectual directora. Las personas que se fueron pertenec¨ªan, en su inmensa mayor¨ªa, a la clase media instruida, compuesta de funcionarios y profesiones liberales de condici¨®n preferentemente urbana. Con los franceses, por ejemplo, se fue el padre de Larra, de profesi¨®n m¨¦dico. Entre los docea?istas estaba don Bartolom¨¦ Jos¨¦ Gallardo, erudito y escritor de sobra conocido, con los que expulsaron los Cien Mil Hijos de San Luis, Don August¨ªn Arg¨¹elles. Este hecho de la emigraci¨®n masiva explica muchas cosas de la historia contempor¨¢nea espa?ola; entre otras partes de las peculiaridades del romanticismo espa?ol. Pero no pretendo encerrarme en otra divagaci¨®n que engendre desconfianza, sino se?alar que los espa?oles de fuera de 1830 no acababan de fiarse de los espa?oles de dentro y viceversa, incluso militando en el mismo campo ideol¨®gico.
(...) En la historia contempor¨¢nea de Espa?a ocurre que la inmensa mayor¨ªa de los espa?oles de dentro coinciden, en su antagonismo respecto al Gobierno que detenta el poder, con los espa?oles de fuera, pero esta coincidencia no es de m¨¢s alcance, porque no se f¨ªan. Temen no entenderse, y, aunque en muchos casos no se conocen, se aborrecen por la desconfianza moral que el espa?ol siente hacia sus compatriotas. Los espa?oles de dentro de Espa?a han vivido, nacido y crecido a veces, no en la esperanza sino en la verg¨¹enza y la perplejidad. Son conscientes de que los mismos principios morales que dicen defender piden una actitud personal de oposici¨®n tajante a la dictadura que ejerce un hombre sin escr¨²pulos. Pero el transcurrir del tiempo y las necesidades de la vida les han complicado con la trama estatal directa o indirectamente. Tienen la peor de las malas conciencias, la que vive la culpa desde las ventajas de la mediocridad.
Salvo un grupo olig¨¢rquico que tiene plena conciencia de su inmoralidad, la mayor¨ªa de los espa?oles de las clases dirigentes no hallan compensaci¨®n suficiente a la inquietud moral en las satisfacciones materiales que ofrece un orden sostenido por la fuerza al que no acompa?a grandeza alguna. Se dan cuenta de que deben luchar por salir de semejante situaci¨®n, pero temen. Temen muchas cosas, entre otras temen a los de fuera. No se f¨ªan. De modo que se llega incluso a pensar desde exclusividades absurdas, construyendo justificaciones hist¨®ricas de las culpas de los otros. El espa?ol de dentro rastra su mala conciencia como el de fuera su impotencia, comodidad y adinamia hist¨®rica. Son dos v¨ªctimas que, antes o despu¨¦s, volver¨¢n a convivir.
Para llegar a esta convivencia, es decir, a una situaci¨®n y estructura pol¨ªtica en la que entren todos los espa?oles, es menester empezar por la buena voluntad de fiarse unos de otros. Nuestra gran conquista moral, la conquista de ultramar del futuro, ha de ser la conquista de la confianza. Yo entiendo, quiz¨¢s peque de optimista, que ya ha empezado. Los j¨®venes se entienden entre ellos. Se admiran y ayudan sin desconfianzas pol¨ªticas ideol¨®gicas. Los menos j¨®venes e incluso viejos comienzan a comprender que fiarse es esencial.
Desde luego est¨¢ por encima de la voluntad de unos y otros confiar de repente y hay casos en los que la confianza jam¨¢s ser¨¢ posible, pero hemos de empezar, sin m¨¢s dilaci¨®n, a abrir el camino de la confianza. Para ello tenemos que vernos, que aumentar salidas y entradas, que colaborar, que fiarnos, en una palabra. No se trata de ese sutil¨ªsimo enga?o que la propaganda del r¨¦gimen llama di¨¢logo, sino de relaciones personales que sirvan de plataforma a la futura convivencia pol¨ªtica, entendiendo que convivir significa tambi¨¦n discrepar. Mucho del esfuerzo y del dinero que se gastan, a veces sin criterio, en otras cosas, habr¨ªan de emplearse en esto, en conocerse y confiar.
Nada hay que lo impida, al menos por razones metaf¨ªsicas. No somos los espa?oles gente al margen de la cultura europea, incapaces de adaptarnos a los esquemas de convivencia pol¨ªtica comunes a los pa¨ªses m¨¢s civilizados. Nada llevamos en la "masa de la sangre", ni ning¨²n encantamiento sostiene nuestros rencores. La tesis comod¨ªsima de que somos una excepci¨®n es por completo falsa. No somos m¨¢s excepci¨®n que Inglaterra, Francia o Alemania comparadas entre s¨ª. Somos unos europeos m¨¢s, como en tantas ocasiones han demostrado nuestros emigrados y la propia cultura espa?ola dice. Pero el proceso de institucionalizaci¨®n ha sido en Espa?a muy lento y a¨²n vivimos en la desconfianza. Parece necesaria vencerla en uno de sus aspectos m¨¢s dif¨ªciles; los de "fuera" y los de "dentro", buscando nuestros lugares comunes de entendimiento y comprensi¨®n.
Este art¨ªculo apareci¨® en la revista Ib¨¦rica por la libertad, editada en Nueva York por Victoria Kent y apoyada por Salvador de Madariaga, entre otros. Junto con diferentes textos figura en las Obras Completas de Enrique Tierno, compiladas bajo la direcci¨®n de Antonio Rovira y actualmente en proceso de edici¨®n en seis tomos, a cargo de la Universidad Aut¨®noma de Madrid -de la que Tierno fue catedr¨¢tico-, el Ayuntamiento de Madrid -la ciudad de la que fue alcalde- y la editorial Thomson/Civitas. Disponibles los dos primeros. Precio: 50 euros cada uno.
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