Perseguir las estrellas
Es muy dif¨ªcil imputar al ex presidente Aznar por la 'guerra sucia' de los vuelos de la CIA
Aznar en el banquillo. Muchos de los que estuvieron en las manifestaciones contra la guerra de Irak en 2003 seguro que ver¨ªan con agrado esa posibilidad. La prepotencia del entonces presidente hablando con acento tejano y la creencia de que antepon¨ªa sus ambiciones personales por estar en la foto de las Azores a los intereses de millones de ciudadanos espa?oles a los que con sus decisiones puso en el punto de mira de los terroristas -las reivindicaciones de la c¨¦lula de Legan¨¦s de los atentados del 11-M son elocuentes-, parecen razones suficientes para querer que ahora se le juzgue por haber prestado su colaboraci¨®n a los estadounidenses en los denominados vuelos de la CIA y en los vuelos militares que trasladaron a prisioneros talibanes y de Al Qaeda a la base de Guant¨¢namo, en Cuba. Sin embargo, la cuesti¨®n no es sencilla.
Una cosa es la dimensi¨®n pol¨ªtica de lo ocurrido y otra la carga penal
Algunos supuestos expertos, que parece que se dejan llevar m¨¢s por sus propios deseos que por la realidad de los hechos, se han precipitado a hablar de una cascada de delitos, entre los que figuran detenci¨®n ilegal y falsedad documental, pero lo cierto es que con lo que se conoce de lo ocurrido y lo que figura en el sumario es muy dif¨ªcil acusar de esos delitos al Ejecutivo de Aznar y, sobre todo, probarlo.
Por un lado, la Audiencia Nacional inici¨® las investigaciones de los vuelos de la CIA por delitos de torturas. Se trataba de aviones civiles fletados por la agencia de espionaje norteamericana para trasladar a sospechosos de terrorismo, previamente secuestrados, a c¨¢rceles secretas fuera de territorio estadounidense para poder interrogarlos con m¨¦todos prohibidos en todas las convenciones internacionales. Ya no era un limbo jur¨ªdico, como Guant¨¢namo, sino la comisi¨®n de graves delitos como secuestros de ciudadanos de terceros pa¨ªses. Si antes de los atentados de las Torres Gemelas y el Pent¨¢gono, Estados Unidos ya se comportaba como el sheriff del mundo, tras el 11-S traspas¨® todas las rayas rojas de la convivencia internacional, salvo lanzar una bomba nuclear.
Hasta el momento, lo ¨²nico que se ha podido acreditar, por m¨¢s que haya una lista de vuelos sospechosos, es que el 23 de enero de 2004 un Boeing 747 despeg¨® de Palma de Mallorca en direcci¨®n a Macedonia. La CIA hab¨ªa secuestrado al ciudadano alem¨¢n de origen liban¨¦s Khaled el Masri, al que confundi¨® con el terrorista de Al Qaeda Khalid al Masri. En Skopje lo subieron al avi¨®n procedente de Mallorca, lo trasladaron a Kabul, donde lo encarcelaron y torturaron durante varios meses hasta que se descubri¨® el error y lo pusieron en libertad. Lo que ocurre es que esa detenci¨®n ilegal y las torturas infligidas no ocurrieron en Espa?a, sino en Macedonia y Afganist¨¢n. Y nadie ha podido dar cuenta al juez de irregularidades cometidas en Espa?a o por espa?oles en ese u otros vuelos civiles.
Ahora se suman a la causa los vuelos militares con destino Guant¨¢namo, en los que se trasladaron a prisioneros talibanes y terroristas de Al Qaeda. Tambi¨¦n el caso cuenta aqu¨ª con numerosas aristas.
En los documentos que estos d¨ªas ha revelado EL PA?S, el 10 de enero de 2002 la Administraci¨®n de Bush solicit¨® y obtuvo del Ejecutivo de Jos¨¦ Mar¨ªa Aznar la autorizaci¨®n para que aviones militares estadounidenses sobrevolaran o hicieran escala en las bases de Mor¨®n de la Frontera (Sevilla) y Rota (C¨¢diz) en los traslados de prisioneros a Guant¨¢namo. En principio, esos traslados no ten¨ªan per se que ser ilegales si respetaban las convenciones de Ginebra. Adquirieron la ilegalidad cuando Bush priv¨® a los talibanes de sus derechos como prisioneros de guerra y los consider¨® "combatientes enemigos ilegales". A partir de ese momento, recluidos en Guant¨¢namo por tiempo indefinido, sin juicio a la vista y sometidos a procedimientos que la Cruz Roja ha calificado como "equivalentes a tortura", los norteamericanos incurrieron y siguen incurriendo en varios delitos, entre ellos, detenci¨®n ilegal y torturas.
La pregunta que surge es: ?Esos delitos se pueden aplicar a quien en Espa?a autoriz¨® que los aviones sobrevolaran el territorio espa?ol?
Es muy discutible. Imagine que su cu?ado le encarga que compre un cuchillo para cortar un jam¨®n que le han regalado y luego lo utiliza para matar a su hermana. ?Ser¨ªa usted responsable de su crimen?
Por eso, habr¨¢ primero que demostrar que por Espa?a pasaron prisioneros talibanes, porque, que se sepa, nadie los vio ni en Mor¨®n ni en Rota, donde hubo escalas. Se me dir¨¢ que es obvio que pasaron porque aparecieron en Guant¨¢namo: los 20 primeros llegaron a la base cubana el 11 de enero de 2002, un d¨ªa despu¨¦s de la petici¨®n estadounidense.
Lo que ocurre es que los norteamericanos anunciaron que los vuelos de los traslados ser¨ªan siempre directos y sobrevolando corredores a¨¦reos internacionales. Si todos los viajes se realizaron de esa manera, los espa?oles no habr¨ªan cometido delito.
Adem¨¢s, est¨¢ claro que algunos de los traslados tuvieron que ser directos porque con siete aviones militares, que son los que entre 2002 y 2005 hicieron escala en Espa?a, a raz¨®n de unos 20 detenidos por avi¨®n, no se llena Guant¨¢namo, por donde han pasado hasta 800 prisioneros de 42 pa¨ªses.
Luego, habr¨ªa que probar que Aznar o el miembro de su Gobierno que autoriz¨® las escalas conoc¨ªa previamente que Bush iba a detener ilegalmente o torturar a los prisioneros, circunstancia m¨¢s que dudosa. M¨¢s probable parece que el presidente del Gobierno pudiera saber que Bush no iba a respetar los derechos civiles de los talibanes, lo que, en caso de probarse, supondr¨ªa una complicidad en un delito del art¨ªculo 542 del C¨®digo Penal, que castiga con inhabilitaci¨®n para cargo p¨²blico a la autoridad que a sabiendas impida a una persona el ejercicio de los derechos c¨ªvicos reconocidos en la Constituci¨®n y en las leyes.
A simple vista se aprecia que la situaci¨®n dista mucho de estar clara y antes de empezar a correr hay que saber andar. Porque una cosa es la dimensi¨®n moral y pol¨ªtica de lo ocurrido -una chapuza vulneradora de los derechos humanos reprobada en todas las instancias internacionales- y otra, la responsabilidad penal.
Es cierto que el caso ha avanzado mucho desde que se inici¨®, pero, al menos de momento, tratar de imputar a Aznar es una arrebatada fantas¨ªa, como perseguir las estrellas.
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