El control
En su poema Industrial waves, que podr¨ªa traducirse como olas industriales, Allen Ginsberg enumer¨® los derechos de un grupo social que ¨¦l mismo hab¨ªa bautizado como los "pre-fascistas de ma?as escalofriantes". En esta obra larga llena de ritmo y sorna, este poeta que muri¨® hace 11 a?os, y que dej¨® decenas de poemas que siguen rabiosamente vivos, exig¨ªa: "?Libertad para que el rico viva del trabajo del pobre!; ?libertad para que el Monopolio arrincone al mercado en un estercolero de caballos!; ?libertad para los matones y muerte a las monjas radicales!". Baste este peque?o fragmento para ilustrar el rumbo de este poema sobre el abuso y la impunidad que Ginsberg escribi¨®, durante un periodo de sarcasmo profundo, para exorcizar una crisis parecida a la que vivimos ahora, uno de esos momentos de la historia en los que queda muy claro que alguien est¨¢ abusando de nosotros, que aqu¨ª lo que impera y lo que ha imperado siempre es la ley del m¨¢s fuerte y que aquel que la hace, si est¨¢ debidamente enchufado, no necesariamente la paga. Ese "Monopolio" para el que Ginsberg, con c¨¢ustica iron¨ªa, exige libertad, y que debe ser un club de cuatro gordos que peri¨®dicamente se re¨²nen para cobrar dividendos y hundir al mercado (o arrinconarlo en el estercolero), no es exclusivo del mundillo de las finanzas; tambi¨¦n existe, por poner un ejemplo, en el "mundo libre" de la Red. Hace no mucho tiempo 40 l¨ªderes mundiales se encontraron en T¨²nez para conversar sobre el futuro de Internet; los grandes temas de la conversaci¨®n eran, por una parte, el inter¨¦s que tienen algunos l¨ªderes en llevar la Red a los rincones m¨¢s pobres del mundo y, por otra, el control y la censura en Internet. De esto se hablaba cuando, naturalmente, sali¨® un tercer tema que era la pregunta ?qui¨¦n controla Internet?, un tema urgente y pertinente cuya respuesta es, como bien sabr¨¢n ustedes, que la Red se origina y depende, y al final se controla, desde una oscura oficina en California que lleva las siglas ICANN (Internet Corporation for Assigned Names and Numbers). Desde esta oficina, que desde luego acab¨® siendo el gran tema de la cibercumbre, se pueden hacer desaparecer de la Red, si el controlador est¨¢ de mala leche, por ejemplo, todas las p¨¢ginas y direcciones que terminen en .cat o .es; y esto es tanto como hacer desaparecer a Catalu?a y a Espa?a del ciberespacio. Este poder oscuro se parece al "Monopolio" de Ginsberg, a ese club de cuatro gordos que inflan o revientan, seg¨²n su conveniencia, el mercado financiero; pero estos clubes, de probada exclusividad, pululan y se cuelan hasta en territorios tan intangibles como el tiempo. El tiempo, como ustedes tambi¨¦n saben, se ha medido y contabilizado tradicionalmente desde el Royal Observatory, que est¨¢ en Greenwich, cerca de Londres, en Inglaterra. La base de estas mediciones son las 24 horas que, de acuerdo con la mec¨¢nica celeste, tarda la tierra en dar una vuelta sobre su propio eje. Pero resulta que en el movimiento de los astros hay un margen m¨ªnimo de error que obliga a los astr¨®nomos de este observatorio a redondear un d¨ªa, cada cierto n¨²mero de a?os, con el a?adido de un segundo (el famoso leap second). Este segundo suele a?adirse al ¨²ltimo d¨ªa del a?o, o al ¨²ltimo d¨ªa de junio; el m¨¢s reciente fue a?adido en 1998, y en esa ocasi¨®n, como en todas las anteriores, un organismo regulador (The International Earth Rotation and Reference Systems Service) avis¨® a los gobiernos del mundo del segundo que iba a ser a?adido. A esta manera, digamos, cl¨¢sica de medir el tiempo, se opone la de otro organismo de siglas UCT (Universal Coordinated Time) que lo mide con los 260 relojes at¨®micos que tiene repartidos por todo el mundo. La diferencia entre los dos sistemas es que este ¨²ltimo no toma en cuenta el leap second y que con el tiempo la hora en que amanece y anochece se ir¨ªa recorriendo, y en 600 a?os tendr¨ªamos un diferencial de una hora. Para evitar esto, los partidarios de UCT proponen que en 600 a?os adelantemos todos una hora nuestros relojes; pero los astr¨®nomos de Greenwich responden, por su parte, que si abandonamos la maquinaria celeste en favor del reloj at¨®mico, nos iremos apartando paulatinamente, leap second tras leap second, del ritmo natural del universo. La batalla parece ociosa porque en los dos sistemas hay que hacer alg¨²n ajuste, pero nada m¨¢s lo parece porque no se trata solamente de una discusi¨®n de orden cient¨ªfico, tambi¨¦n es un pulso para ver qui¨¦n se hace con el control del tiempo. El caso es que desde aqu¨ª no controlamos ni las finanzas, ni el ciberespacio, ni el tiempo, ese noble medio que parec¨ªa patrimonio de todos. Una de las cosas m¨¢s nefastas de esta crisis, como he dicho, es que nos ha hecho ver, con una dolorosa claridad, que en el mundo hay cuatro gordos, que hablan en ingl¨¦s, y que lo controlan absolutamente todo; una deprimente reflexi¨®n que deber¨ªa hacer en otro momento, cuando no est¨¦ tan cerca la Navidad.
Aqu¨ª no controlamos ni las finanzas, ni el ciberespacio, ni el tiempo, ese noble medio que parec¨ªa patrimonio de todos
Jordi Soler es escritor
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