Un sue?o de Jan¨¢cek
A lo que m¨¢s se parece la vida de Leos Jan¨¢cek es a una ¨®pera del propio Jan¨¢cek: la vida, al menos, que tuvo en sus ¨²ltimos doce a?os, hecha, como su m¨²sica, de arrebatos y azares, de quiebros que conducen siempre a lo inesperado, de encuentros que en el curso de unos pocos minutos desbaratan rutinas petrificadas durante decenios. Jan¨¢cek iba para compositor nacionalista y algo provinciano del siglo XIX y se convirti¨® en un m¨²sico decisivo del siglo XX. A los 62 a?os, cuando ya imaginaba con una cierta pesadumbre de claudicaci¨®n que lo mejor de su talento hab¨ªa quedado atr¨¢s y que su fama como compositor nunca rebasar¨ªa los l¨ªmites de su provincia, empez¨® a conocer de golpe el ¨¦xito que s¨®lo conced¨ªan capitales tan deslumbrantes -y tan fuera de su alcance- como Praga o Viena. Como a otros hombres pasionales pero resignados, el reconocimiento p¨²blico tard¨ªo desat¨® en ¨¦l una sensualidad macerada en secreto durante la mayor parte de su vida. Por decirlo con las palabras del Humbert Humbert de Nabokov, Jan¨¢cek fue un m¨¢rtir de la combusti¨®n interna, que se qued¨® trastornado cuando la hermosa soprano que iba a interpretar el papel de su Jenufa en la ?pera de Praga lo hizo pasar a su habitaci¨®n en el hotel y lo recibi¨® en la cama. En sus ¨®peras se suceden las escenas breves en las que el destino trenza sus hilos inflexibles con el desorden casual de la vida. Escenas semejantes componen los episodios decisivos de su biograf¨ªa: un d¨ªa de verano de 1915, en Brno, el director de la ?pera de Praga, dando un paseo, pasa bajo un balc¨®n del que viene una voz de mujer cantando para s¨ª una melod¨ªa desconocida que lo hechiza; indaga de qui¨¦n es la m¨²sica y gracias a ese azar Jenufa se estrena en Praga y poco despu¨¦s en Viena. En julio de 1917, en el balneario al que acude todos los veranos, Jan¨¢cek ve por primera vez a una joven morena, menuda, de ojos intensos, de frente despejada, de p¨®mulos pronunciados, que mira y escucha con una actitud de expectaci¨®n en la boca entreabierta. Kamila St?sslava tiene 38 a?os menos que ¨¦l, est¨¢ casada, con un hijo (tendr¨¢ otro poco despu¨¦s). En el veterano m¨¢rtir de la combusti¨®n interna estallan energ¨ªas creativas mucho m¨¢s originales y f¨¦rtiles que las de la juventud, alimentadas por la pasi¨®n amorosa, por el suplicio y la dulzura de que Kamila St?sslava exista en el mundo. A partir de entonces y hasta el d¨ªa de su muerte cada obra nueva de Jan¨¢cek es una carta de amor, y cuando no est¨¢ inventando personajes de ¨®pera que son retratos de Kamila le escribe a ella cartas que no siempre tienen respuesta. Como en los cuadros de Hopper o en los de Bonnard, en las ¨®peras de Jan¨¢cek todas las mujeres son una sola, m¨¢s deseada todav¨ªa a causa de la distancia -la de la edad, la de las cartas, la del matrimonio y la maternidad de ella-, y su escritura es una conversaci¨®n cifrada: en lo que el p¨²blico escucha hay mensajes que s¨®lo Kamila puede comprender, escritos con una tinta invisible que s¨®lo ven sus ojos.
En la m¨²sica de Jan¨¢cek las convulsiones expresivas brotan directamente de la urgencia de dar salida a tensiones emocionales formidables
Por eso nos ofrece siempre dos cosas que tan pocas veces encontramos juntas, exploraci¨®n rigurosa de los l¨ªmites formales y desverg¨¹enza sentimental
En la m¨²sica de Jan¨¢cek las convulsiones expresivas brotan directamente no de la decisi¨®n de innovar sino de la urgencia de dar salida a tensiones emocionales formidables. Por eso nos ofrece siempre dos cosas que tan pocas veces encontramos juntas en el arte moderno, exploraci¨®n rigurosa de los l¨ªmites formales y desverg¨¹enza sentimental. A Stravinski, a Sch?nberg, no nos los imaginamos componiendo m¨²sica locos de amor. Incluso Puccini parece que guarda una cierta distancia hacia la inmolaci¨®n er¨®tica de sus hero¨ªnas. Jan¨¢cek no observa el amor para hacer la cr¨®nica previsible de sus excesos y de su castigo desde la sobriedad masculina del compositor, un caballero fuera de toda sospecha. ?l se rinde a las mismas pasiones que retrata con un impudor semejante de Wagner en Trist¨¢n e Isolda y al de ciertos compositores de canciones populares supremas, tangos, boleros, desgarradas canciones espa?olas o francesas. Quevedo escribi¨® acerca de un "amor constante m¨¢s all¨¢ de la muerte" y Garc¨ªa M¨¢rquez, que es muy mel¨®mano, le dio un vuelco wagneriano al t¨ªtulo del soneto de Quevedo en un cuento suyo que se titulaba Muerte constante m¨¢s all¨¢ del amor. En la primera de las obras maestras que Jan¨¢cek compuso sin desmayo ni tregua en el decenio final de su vida, Diario de un desaparecido, un joven enamorado de una gitana de ojos verdes, como en las coplas espa?olas de Miguel de Molina, se deja arrastrar por el deseo a un delirio que lo conduce en l¨ªnea recta a la aniquilaci¨®n. En Katia Kabanova, convertida por el director de escena Robert Carsen en un delicado espejismo visual de horizontes desnudos y l¨¢minas de agua, Karita Matila le da voz y presencia a una mujer que acepta con igual desmesura la tentaci¨®n del amor y el acoso y el precio de la culpa. Por alg¨²n motivo, y con raras excepciones, en las ¨®peras el var¨®n enamorado tiende a una insustancialidad de tenor ligero italiano: el Borin por el que Katia Kabanova pierde la dignidad y despu¨¦s la vida es una sombra joven que est¨¢ m¨¢s bien de paso y que al final se marcha sin demasiado sufrimiento, dej¨¢ndole a ella poco m¨¢s que el recuerdo de una ondulaci¨®n provocada por el roce de una mano en el agua. A diferencia de m¨ª, parece estar diciendo Jan¨¢cek en secreto, el hombre al que te entregas no te merece.
Katia Kabanova es la carta de amor de un viejo de casi setenta a?os a una mujer mucho m¨¢s joven que respond¨ªa fervorosamente a su m¨²sica pero que tal vez nunca accedi¨® a su deseo. Lo imaginado, lo que arde sin llama y no llega a consumarse, es para nosotros, en el escenario del Teatro Real, un sue?o realizado a la manera de Onetti, un simulacro visual y sonoro de una belleza que nos embarga con toda la felicidad y toda la congoja de las grandes canciones de amor. Un mes antes de morir, en 1928, Jan¨¢cek le entreg¨® a Kamila St?sslava la partitura de su segundo cuarteto de cuerda, Cartas ¨ªntimas, que es el resumen sin palabras de las casi ochocientas que ¨¦l le hab¨ªa escrito. El final de su vida es una escena que podr¨ªa estar en una de sus ¨®peras: de nuevo es verano, como cuando se conocieron, y Kamila ha ido con su hijo peque?o a visitar a Jan¨¢cek en su casa de campo. El ni?o, jugando solo, se pierde en el bosque, tal vez mientras ellos conversan en el jard¨ªn de la casa. Jan¨¢cek, un hombre enfermo de 74 a?os, ayuda a la madre angustiada a buscar al chico: cuando lo encuentran la gratitud y el alivio en los ojos de ella se parecen tanto al amor que son su recompensa. A causa del esfuerzo, en el d¨ªa caluroso de verano, Jan¨¢cek sufre un enfriamiento que se convierte en pulmon¨ªa. Me gusta imaginar que lo ¨²ltimo que vio fue la cara de Kamila St?sslava. -
Katia Kabanova, de Leos Jan¨¢cek, se representa en el Teatro Real de Madrid hasta el pr¨®ximo d¨ªa 23. www.teatro-real.es/

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