Los hijos de Philip Marlowe
Si no se poseyeran datos ni referencias sobre Raymond Chandler, si s¨®lo te hubieras enamorado en las novelas de un individuo llamado Philip Marlowe, aficionado al alcohol y al ajedrez solitario, experto en decepciones (el enga?o que sufri¨® de su falso amigo Terry Lennox en El largo adi¨®s era de los que se incrustan duraderamente en las entra?as), mordaz hasta el virtuosismo, biol¨®gicamente al¨¦rgico a la autoridad aunque se hubiera encontrado con algunos tipos decentes en la polic¨ªa, sabedor de que si alg¨²n d¨ªa la palmaba en cualquier callej¨®n, algo probable en su oficio, ning¨²n hombre ni mujer sentir¨ªa que hab¨ªa perdido la raz¨®n de su existencia, jam¨¢s podr¨ªas sospechar que su l¨ªrico y excepcional creador no ten¨ªa ni pu?etera idea de lo que era un arma, ni familiaridad con los bajos fondos, que s¨®lo conoc¨ªa de o¨ªdas el crimen y la corrupci¨®n. Leyendo con sobrecogimiento hace infinitos a?os una desoladora biograf¨ªa de Chandler que escribi¨® Frank McShane descubr¨ªas que hasta los cuarenta a?os el gran retratista de aquel solitario frecuentemente acorralado e irrenunciablemente ¨¦tico trabaj¨® como ejecutivo en el negocio petrolero, que se cas¨® con una mujer veinte a?os mayor que ¨¦l y que al morir ¨¦sta el derrumbe alcoh¨®lico y la depresi¨®n le machacaron interminablemente hasta el final, que poco antes de su muerte intent¨® suicidarse en un hotel de Londres pero que fall¨® pat¨¦ticamente porque no acertaba al apretar el gatillo de la pistola.
Un fallo t¨¦cnico que nunca se hubiera permitido el muy experimentado Dashiell Hammett, empleado desde muy joven en la agencia de detectives de la temible Pinkerton y que la abandona con escepticismo perdurable a los veinticuatro a?os, asqueado de que ¨¦sta sirva para destrozar huelgas, de que su legitimada metodolog¨ªa en la defensa del capitalismo supere con creces la salvaje eficiencia de la delincuencia. El inventor de aquel diablo con hoyuelo llamado Sam Spade, del enigm¨¢tico hombre gordo de la Continental especializado en cosechas rojas despu¨¦s de liar y enfrentar a los lobos, del a¨²n m¨¢s rom¨¢ntico que c¨ªnico Ned Beaumont de La llave de cristal. Sus descripciones literarias se alimentan de su contacto con la realidad, de haber tenido trato precoz con las flores del mal.
Nadie ha hablado de la polic¨ªa con tanto conocimiento e intensidad como Joseph Wambaugh, alguien que nunca se pondr¨¢ de moda entre determinado izquierdismo. Wambaugh fue cocinero antes que fraile. O sea, fue madero antes que escritor. Y comprende demasiado bien la naturaleza de sus antiguos compa?eros, justifica actitudes y comportamientos ante los que resulta c¨®modo abusar del manique¨ªsmo, no reniega de una profesi¨®n que casi siempre ha padecido una notable turbiedad en las mejores cr¨®nicas del g¨¦nero negro.
De James Ellroy, que afirma que los libros de Wambaugh le ayudaron a sobrevivir en su desastrosa juventud, se sabe por su propio testimonio que fue carne de lumpen, drogota compulsivo, mendigo zarrapastroso, irredento profesional del palo callejero, obligado y permanente hu¨¦sped de comisar¨ªas y c¨¢rceles, hijo de una puta asesinada y cuyo autor nunca fue trincado, cuyo enigma se convertir¨¢ en el protagonista de La dalia negra y de su desgarrada autobiograf¨ªa Mis rincones oscuros. Se supone que Ellroy sab¨ªa mucho y de primera mano de navajeros y de parias al margen de la ley, pero que no tuvo contacto con los monarcas del organizado mal, pero su imaginaci¨®n, al igual que su estilo literario, es prodigiosa. Est¨¢ contando mejor que nadie el siglo XX en Estados Unidos a trav¨¦s de la historia de sus grandes cr¨ªmenes. Y hace escalofriantemente veraces sus feroces retratos, su convicci¨®n de que nadie era inocente.
Llevamos demasiado tiempo busc¨¢ndole un hijo leg¨ªtimo a Philip Marlowe. Que cada cual escoja el suyo, aunque no est¨¢ nada claro que entre su prol¨ªfica descendencia haya nadie a su legendaria altura art¨ªstica y moral. Tampoco una prosa tan ¨¢cida y po¨¦tica como la del escritor que le pari¨®, su capacidad descriptiva, su atm¨®sfera, sus imborrables frases plasmando ambientes y estados de ¨¢nimo, sus di¨¢logos veloces y sabrosos. Yo tengo debilidad por las novelas de Lawrence Block y por el personaje de Matt Scudder, su sentido de culpa, su fidelidad a Alcoh¨®licos An¨®nimos, su necesidad de redenci¨®n. Donald Westlake y Elmore Leonard a veces me hacen mucha gracia y otras menos.
Y no he conseguido engancharme excesivamente a Michael Connelly, aunque gente que respeto es absolutamente adicta al racional, sensible y muy humano detective Harry Bosch y al trasplantado coraz¨®n del ex agente del FBI y cazador de asesinos en serie Terry McCaleb. Las novelas de Connelly, a diferencia de las de Chandler, tienen un punto de partida basado en la experiencia propia, en su trabajo como periodista de sucesos que le servir¨¢ despu¨¦s para construir y alimentar sus ficciones.
Acabo de leer Cr¨®nicas de sucesos, la recopilaci¨®n de los reportajes que public¨® en los peri¨®dicos South Florida Sun-Sentinel y en Los Angeles Times. Dividido en tres secciones, tituladas 'Los polic¨ªas', 'Los asesinos' y 'Los casos', ofrece su notar¨ªa directa de lo que forjar¨ªa su vocaci¨®n de novelista. Esas cr¨®nicas son irregulares, en funci¨®n del inter¨¦s de sus contenidos, nada sensacionalistas ni manipuladoras, est¨¢n muy correctamente escritas, pero s¨®lo a los fans incondicionales les pueden resultar apasionantes. Es sabroso su seguimiento de un grupo de polic¨ªas de Los ?ngeles que act¨²an con la eficacia letal y la impunidad de un escuadr¨®n de la muerte. Tambi¨¦n el tragic¨®mico retrato de una banda de surrealistas y chapuceros mercenarios que se anunciaban en la revista Soldados de Fortuna y que casi siempre fallaban o se equivocaban en la ejecuci¨®n de sus v¨ªctimas. Es un libro para coleccionistas, para constatar el proceso inici¨¢tico de Connelly en un universo de violencia interna y externa, los conocimientos sobre personajes y situaciones que almacen¨® en su trabajo cotidiano, en su contacto con la sangre y el horror.
David Simon, antiguo periodista de sucesos, no escribe novelas, sino que en compa?¨ªa del ex detective Ed Burns se ha inventado la serie de televisi¨®n m¨¢s hipn¨®tica, inteligente, realista y documentada de los ¨²ltimos a?os. Estoy hablando de The Wire. Polic¨ªas, camellos, pol¨ªticos, mafiosos y periodistas est¨¢n dibujados con la precisi¨®n, el conocimiento y la inteligencia de un observador con ojo, o¨ªdo y memoria privilegiada. Todo en ella huele a verdad, una verdad terror¨ªfica. -
Cr¨®nicas de sucesos. Michael Connelly. Traducci¨®n de Javier Guerrero. Ediciones B. Barcelona, 2008. 336 p¨¢ginas. 19,50 euros. La quinta temporada de The Wire se emite los domingos a las 22.00 en la cadena TNT.
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