El momento de Obama
Este a?o es de Obama. S¨®lo empezar, el 3 de enero, el redoble de su nombre reson¨® en los medios de comunicaci¨®n de todo el mundo: un candidato afroamericano hab¨ªa ganado las elecciones primarias dem¨®cratas en Iowa, un peque?o Estado de tres millones de habitantes, casi todos blancos, situado en el coraz¨®n de Estados Unidos. La idea de que EE UU pod¨ªa tener pronto, por primera vez en su historia, un presidente de raza negra adquiri¨® verosimilitud y revirti¨® todos los prejuicios, sobre todo entre los propios norteamericanos y quiz¨¢ de forma m¨¢s singular entre quienes tienen sus ra¨ªces en ?frica. El redoble se fue intensificando todo el a?o, y en noviembre, ese nombre de resonancias ex¨®ticas, casi desconocido entonces, era ya el del nuevo presidente de EE UU: al presidente Bush, el m¨¢s desprestigiado de la historia, le sucede as¨ª el que m¨¢s esperanzas y expectativas ha levantado en Am¨¦rica y en el mundo en el ¨²ltimo medio siglo. Muchos consideran aquella primera y casi prematura victoria de Iowa como el primer impulso que form¨® la bola de nieve del cambio.
Cuando empez¨® 2008, las preferencias de los sondeos de opini¨®n eran para Hillary Clinton en el bando dem¨®crata y para Rudy Giuliani en el republicano. Ninguno de los dos consigui¨® alzarse con la candidatura de sus respectivos partidos, pero al terminar el a?o, la esposa del presidente Bill Clinton se prepara para asumir la Secretar¨ªa de Estado con Obama como presidente y el ex alcalde de Nueva York medita sobre su futuro pol¨ªtico, despu¨¦s de su derrota en las primarias republicanas y de que frente a Obama tambi¨¦n terminara derrotado John McCain, el candidato republicano que le venci¨®, pero al que finalmente dio su apoyo. Una parte del soberbio plantel de candidatos lanzados a la carrera dem¨®crata ha pasado en estos doce meses de competir con el senador afroamericano a convertirse en sus colaboradores, preparados para empezar a gobernar el 20 de enero de 2009: es el caso del senador por Delaware, Joe Biden, ahora nuevo vicepresidente de Estados Unidos; el del gobernador de Nuevo M¨¦xico, Bill Richardson, ahora secretario de Comercio, y, por supuesto, el de la senadora Clinton, que ocupar¨¢ el cargo de mayor relevancia pol¨ªtica en el Gobierno despu¨¦s del propio presidente.
Pocos conoc¨ªan en enero al eficaz equipo de campa?a que dio a Obama aquella victoria tan temprana. Pero eran tambi¨¦n pocos los que pod¨ªan imaginar el dream team, el equipo pol¨ªtico de ensue?o, que Obama llegar¨ªa a montar en diciembre. Adem¨¢s de los cuatro candidatos presidenciales, Obama ha recuperado a un miembro del actual Gobierno de Bush, el secretario de Defensa Robert Gates, que seguir¨¢ en su cargo, y ha nombrado a Timothy Gerthner, presidente de la Reserva Federal de Nueva York, como secretario del Tesoro, en otro gesto de continuidad con su antecesor, Henry Paulson, con el que ha colaborado estrechamente a la hora de enfrentarse con la crisis financiera. Una gran parte de los equipos de asesores y consejeros salen de la Casa Blanca de Bill Clinton, y muchos, del entorno pol¨ªtico de Obama en Chicago. Es el caso de su jefe de gabinete, Rahm Emanuel, que fue asesor del presidente Clinton y ha sido congresista por Illinois y presidente del grupo dem¨®crata de la C¨¢mara de Representantes. Tambi¨¦n el de Lawrence Summers, que fue secretario del Tesoro y ahora ser¨¢ el director del Consejo Econ¨®mico de la Casa Blanca. El veterano Paul Volcker, en cambio, fue presidente de la Reserva Federal con Carter y Reagan, y presidir¨¢ ahora un Consejo Asesor para la Recuperaci¨®n Econ¨®mica, encargado de enfrentarse con la severa recesi¨®n que est¨¢ afectando a la econom¨ªa norteamericana.
La Casa Blanca de Obama nada tendr¨¢ que ver con la de Bush, empezando por el papel del presidente, que ser¨¢ mucho m¨¢s activo y decisivo, y siguiendo por el del vicepresidente, con funciones presidenciales en el caso del actual, Dick Cheney, y con la previsible indeterminaci¨®n que acompa?a al cargo en el de Joe Biden. Tambi¨¦n ha hecho las cosas mejor que Clinton en 1992, que tuvo que rodearse de amigos de su provinciana Arkansas y tard¨® demasiado tiempo en componer el Gobierno. El s¨®lido equipo que ha formado recoge la diversidad del Partido Dem¨®crata, pero tiene tambi¨¦n elementos bipartidistas y est¨¢ pensado para lidiar con un Congreso dem¨®crata escorado a la izquierda y ofrecer a todos, dentro y fuera de Estados Unidos, la imagen de que el pa¨ªs vuelve a estar gobernado. El aire de continuidad y el centrismo de la mayor parte de sus componentes ha sido la primera sorpresa que ha querido proporcionar Obama. El cambio soy yo, ha dicho ante las cr¨ªticas. Y antes de empezar su mandato, tambi¨¦n ha querido empezar a desenga?ar a su electorado m¨¢s radical.
El nuevo presidente de EE UU no ha tenido miedo a rodearse de los mejores, a formar un equipo de rivales, una expresi¨®n acu?ada en tiempos de Abraham Lincoln, cuando el presidente, al igual que ahora, coloc¨® como secretario de Estado a su adversario en las primarias dem¨®cratas. La excelencia del grupo humano que le rodear¨¢ en la Casa Blanca ha permitido hablar tambi¨¦n del brain trust (banco de cerebros), expresi¨®n esta acu?ada en tiempos de Roosevelt, el primer presidente que instaur¨® los h¨¢bitos de trabajo modernos en el Gobierno. O de los mejores y los m¨¢s brillantes, una expresi¨®n acu?ada por David Halberstam, cronista tambi¨¦n extraordinario de la presidencia de John Kennedy en un libro que lleva el mismo nombre (The best and the brightest).
Los nombres de estos tres presidentes no han quedado asociados al de Obama ¨²nicamente por el anecdotario hist¨®rico. La dif¨ªcil circunstancia econ¨®mica y pol¨ªtica que atraviesa EE UU, como resultado entre otras cosas de las dos guerras abiertas en Irak y Afganist¨¢n, y la recesi¨®n que deja en herencia el presidente Bush han conducido a historiadores y periodistas a girar la mirada hacia tres momentos determinantes de la historia presidencial que permiten encontrar referencias comparativas. La primera es la elecci¨®n de Lincoln en 1860, que condujo a la emancipaci¨®n de los esclavos y a la guerra civil entre los Estados del sur, partidarios de su mantenimiento, y los abolicionistas del norte. La segunda es la elecci¨®n de Franklin Delano Roosevelt, en 1932, en plena Gran Depresi¨®n, despu¨¦s del fracaso cosechado por su antecesor, Herbert Hoover, que ha pasado a la historia como uno de los peores presidentes, incapaz de sacar las consecuencias del crash burs¨¢til. La tercera es la elecci¨®n de John Fitzgerald Kennedy en 1960, el primer presidente cat¨®lico, que suscit¨® una nueva esperanza reformista, frustrada por su asesinato en Dallas.
Estos tres presidentes han inspirado a Obama, pero hay un cuarto, Ronald Reagan, que tambi¨¦n ha estado presente en la campa?a. Con la elecci¨®n de Obama culmina y finaliza el ciclo que inici¨® en 1980 el presidente conservador. La crisis que ha devastado Wall Street y ha borrado del mapa a la banca financiera ha recibido como respuesta de la Casa Blanca de Bush una receta letal para la ideolog¨ªa econ¨®mica del reaganismo: el Gobierno ya no es el problema, como quer¨ªa Reagan, sino la soluci¨®n a la que se ve obligado a recurrir Bush para evitar una cat¨¢strofe financiera de dimensiones apocal¨ªpticas. Apenas un mes y medio antes de la elecci¨®n, se ha producido la bancarrota del capitalismo financiero, despu¨¦s de que la crisis de la hipotecas subprime o basura fuera arrastrando los pies durante un a?o entero, desde agosto de 2007.
El ascenso de un candidato inspirado, que plantea su presidencia como un momento de transformaci¨®n hist¨®rica del mismo tipo que aquellos grandes presidentes cruciales, se ha producido al comp¨¢s de la creciente preocupaci¨®n de los norteamericanos por el estado de su econom¨ªa y de una atenci¨®n decreciente por los problemas de la seguridad nacional y la pol¨ªtica exterior. La excelente campa?a de Obama, con una direcci¨®n sin vacilaciones, un uso muy innovador de las nuevas tecnolog¨ªas y un fuerte componente de recambio generacional, no basta para explicar la victoria. Como no es suficiente la ruina pol¨ªtica del Partido Republicano, donde cunde el desenga?o por la presidencia de Bush, el desconcierto por la falta de l¨ªderes y la divisi¨®n que produce la ausencia de estrategia. Hay que acudir a la sabidur¨ªa com¨²n del primer ministro brit¨¢nico Harold Macmillan, cuando le preguntaron cu¨¢l era el factor determinante de la acci¨®n de su Gobierno. "Son los acontecimientos, muchachos, los acontecimientos", contest¨®.
En Irak, el gobierno de Al Maliki ha ido tomando las riendas del pa¨ªs; ha tenido efectos el refuerzo militar norteamericano, y el despertar sunn¨ª ha funcionado. Washington ha podido negociar un acuerdo que permite la salida de las tropas para 2011: la pol¨¦mica entre Obama y McCain durante la campa?a sobre la retirada ha dejado de ser relevante. No hay victoria, pero tampoco rendici¨®n ni derrota, e incluso todos, quiz¨¢ incluso Bush, pueden salvar la cara. En sentido contrario ha actuado la crisis de las hipotecas subprime, iniciada en verano de 2007 y convertida un a?o despu¨¦s en una pavorosa crisis financiera que ha abierto las compuertas a una recesi¨®n, de forma que se ha situado en el coraz¨®n del final de la campa?a y en la cuesti¨®n prioritaria de la transici¨®n presidencial y del mandato que Obama empieza el 20 de enero.
Est¨¢ claro as¨ª que no hay un ¨²nico factor que explique el ascenso imparable de Obama durante 2008. Pero el ca?amazo sobre el que ha construido su victoria y el arranque de su presidencia est¨¢ tejido con su imagen p¨²blica y su biograf¨ªa, es decir, su personalidad. Cuando el primer presidente afroamericano tome posesi¨®n el pr¨®ximo 20 de enero, habr¨¢n pasado casi dos a?os desde que lanz¨® su candidatura en Springfield, la capital de Illinois y ciudad donde vivi¨® Lincoln, el presidente de la emancipaci¨®n de la esclavitud, y su campa?a electoral habr¨¢ resultado la m¨¢s larga e intensa de la historia de EE UU. En este tiempo, sus conciudadanos han tenido la oportunidad de escucharle y observarle, evaluar su actuaci¨®n en los m¨¢s de veinte debates televisivos de las primarias y los tres debates con el candidato republicano, John McCain, y ahora, ya como presidente electo, o¨ªr con gran frecuencia sus primeras intervenciones presidenciales. Las urnas han dado una clara respuesta al examen, pero el diario conservador The Wall Street Journal ofreci¨® el juicio m¨¢s contundente sobre su personalidad antes incluso del 4 de noviembre: "Tiene un temperamento de primera clase". Es su a?o y es su momento.
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