Beckett emocionante
Como a Molloy, a Beckett siempre le vemos alejarse, dominado "por una inquietud que no es necesariamente suya, pero de la cual participa en cierto modo". Qui¨¦n sabe, quiz¨¢s es su propia inquietud la que le invade. Pero, ?cu¨¢l es su verdadera identidad? ?Y desde d¨®nde escribe? Le gustaban las investigaciones de este tipo; Beckett es esencialmente detectivesco. "Y, en todo caso, ?qu¨¦ hac¨ªa yo all¨ª? Bueno, precisamente es esto lo que trataremos de averiguar" (Molloy). Le gustaban las palabras. Es m¨¢s, le produc¨ªan alegr¨ªa, lo que est¨¢ dicho bien pronto. ?Al sombr¨ªo Beckett le alegraban las palabras! Cuenta Cioran que un d¨ªa se lo encontr¨® por la calle y en vista de su mutismo se lanz¨® a contarle cosas personales y le dijo que hab¨ªa perdido el gusto del trabajo y que escribir se hab¨ªa convertido en un suplicio. Beckett le mir¨® muy alarmado. Y le dijo -musit¨® m¨¢s bien- algo sobre las palabras y la alegr¨ªa. A?os despu¨¦s, Cioran lo segu¨ªa recordando muy bien: le hab¨ªa hablado de alegr¨ªa.
Hablaba de dejar de escribir y segu¨ªa escribiendo, atrapado por la fascinaci¨®n in¨²til de las palabras b¨¢sicas
En realidad algo no tan extra?o, porque las palabras fueron siempre su ¨²nica compa?¨ªa y soporte. Quienes le conocieron aseguran que se sent¨ªa s¨®lido en medio de ellas. Precisamente sus pasajeros accesos de desaliento deb¨ªan coincidir con los momentos en que dejaba de creer en las palabras, con los momentos en que se imaginaba que le traicionaban, que hu¨ªan de ¨¦l. Quienes llegaron a conocerle bien cuentan que, si en alg¨²n momento sent¨ªa que se ausentaban las palabras, Beckett quedaba literalmente despojado, y desaparec¨ªa. Hay una multitud de momentos en su obra en que habla de las palabras y las examina. En El innombrable, por ejemplo, las llama "gotas de silencio a trav¨¦s del silencio", y es una manera de decir que para ¨¦l lo son todo.
"Lo tenue y el vac¨ªo. ?Tambi¨¦n se van?", leemos en Rumbo a peor. El temor a que las palabras se fueran de verdad me dominaba cuando en 1971 compr¨¦ por primera vez libros suyos: El innombrable, Textos para nada, Residua. Libros conservados hoy todav¨ªa, con orgullo, en mi biblioteca. Volv¨ª ayer sobre Textos para nada y, releyendo con capacidad distinta a la de entonces aquellos fragmentos que fueron para m¨ª completamente inici¨¢ticos, record¨¦ el deslumbramiento de anta?o, cuando las palabras beckettianas me comunicaron con el aire innombrable de una tristeza feliz: "Suerte que ha fracasado, que nada ha empezado, nunca hubo nada m¨¢s que nunca y nada, es una verdadera suerte, nada nunca, m¨¢s que palabras muertas". He reencontrado en aquellas palabras finales de Textos para nada la certeza de que, por parad¨®jico que parezca, de la experiencia de lo no nombrable salimos siempre reforzados y habiendo convertido las palabras, s¨ªmbolos de nuestra propia fragilidad, en ra¨ªces indestructibles. Estamos en pleno centro de uno de los motivos recurrentes de toda la obra: el fracaso que trae consigo el lenguaje mismo y la necesidad, sin embargo, de seguir diciendo, de decir, pese a todo. Cuesti¨®n abordada, con decisiva profundidad de ¨²ltima hora, en el ya muy famoso p¨¢rrafo de la escu¨¢lida y tard¨ªa Rumbo a peor, la obra maestra de su ¨²ltima etapa: "Todo de antes. Nada m¨¢s jam¨¢s. Jam¨¢s probar. Jam¨¢s fracasar. Da igual. Prueba otra vez. Fracasa otra vez. Fracasa mejor".
?De d¨®nde procede esa tenaz lucha por continuar? "No puedo seguir, seguir¨¦" (El innombrable). Como escribiera Marcelo Cohen, los personajes de las obras de Beckett quieren actuar mientras exaltan el estancamiento, y uno, vi¨¦ndoles sufrir p¨¦rdidas, no puede evitar re¨ªrse con las palabras cuando ¨¦stas chocan entre s¨ª, se demuelen, se anulan y pugnan en vano por menoscabar su m¨²sica fabulosa, y en las contradicciones que prolongan se trasluce la verdad del tiempo. Es el mismo movimiento humor¨ªstico y parad¨®jico que explica su biograf¨ªa: el hura?o Beckett tuvo docenas de amigos que lo adoraban. En nota humor¨ªstica, Martin Amis dijo que si alguien quisiera escribir una p¨¢gina al estilo beckettiano le bastar¨ªa con decir ¨²nicamente: "Nada m¨¢s jam¨¢s. No, jam¨¢s, nunca".
Hablaba Beckett de negarse a continuar y sin embargo continuaba, hablaba de dejar de escribir y segu¨ªa escribiendo, atrapado por la fascinaci¨®n in¨²til de las palabras b¨¢sicas. Se ha dicho, aunque me parece demasiado simple, que todo procede de las ¨²ltimas palabras que Beckett oy¨® de su padre: "?Lucha, lucha, lucha!". Pero algo hay sin duda de esa herencia de lucha en Molloy, que para m¨ª es su mejor libro. Fue una revelaci¨®n cuando lo le¨ª y ahora que he procedido a su relectura, me he quedado impresionado y emocionado ante la lucidez de su arte y he vuelto a pensar en la esclavitud de la ficci¨®n y en esa tediosa necesidad que tienen las novelas de tener que hablar siempre de "un asunto" cuando en realidad el arte aut¨¦ntico no es algo que trate acerca de algo que est¨¦ por ah¨ª, de una experiencia propia, por ejemplo, o de la vida de nuestros vecinos y todo eso.
M¨¢s bien el arte de verdad es precisamente ese algo, y no un algo sobre ese algo. Es lo que vino a decir el propio Beckett cuando habl¨® de Finnegans Wake: "Este libro no es arte sobre algo, es el arte en s¨ª". Releyendo Molloy, he comprendido mejor a qu¨¦ se dedicaba Beckett en su mundo del No y del Nunca Nada M¨¢s Jam¨¢s. Y he detectado al investigador privado que hay en ¨¦l, un detective de raza. Hay que dejar ya a un lado las interpretaciones vanguardistas de su obra y comprender que, como dice Banville, sus libros son libros muy conmovedores, todos tienen una suerte de vuelta de tuerca detectivesca en el cl¨ªmax, y no es descabellado pensar que tienen mucho del g¨¦nero detectivesco. Despu¨¦s de todo, Beckett se relajaba leyendo novelas de serie negra, policiacas francesas muy especialmente. Si lo leemos as¨ª, eliminamos la parte m¨¢s inc¨®moda suya: eso de que todo va mal, rumbo a peor. Porque no siempre es as¨ª, a veces el entusiasmo se cruza en nuestras vidas. Oigamos al viejo investigador Beckett. "De modo que Gaber se hab¨ªa ido sin beberse la cerveza. Y con las ganas que ten¨ªa. Me qued¨¦ al acecho de la llegada de Jacques. Vendr¨ªa por la derecha si volv¨ªa de la iglesia y por la izquierda si volv¨ªa del matadero" (Molloy). ?Y c¨®mo no acordarse ahora del final de esa misma novela? "Entonces entr¨¦ en casa y escrib¨ª: Es medianoche. La lluvia azota los cristales. No era medianoche. No llov¨ªa". Es maravilloso. En su final el libro se colapsa y cae toda su construcci¨®n como un castillo de naipes y de pronto las palabras parecen bailar de alegr¨ªa bajo una triste luz de plomo. Hemos entrado en el campo del misterio y el detective Beckett avanza. Pero no hemos entrado. No hemos salido. Desde donde nunca una vez dentro. Y no es verdad que no llueva.
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