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Reportaje:

La aventura del petr¨®leo

Jes¨²s Rodr¨ªguez

El petr¨®leo no se ve. Y si se ve, mal asunto. Es mejor echar a correr. Lo siguiente puede ser una explosi¨®n. El petr¨®leo ni se ve ni se toca. Ni siquiera se olfatea. Es invisible. Va del yacimiento a la tuber¨ªa, de la tuber¨ªa a la planta de procesamiento, de ah¨ª al oleoducto y del oleoducto a la refiner¨ªa. Bajo tierra. A una presi¨®n y temperatura controladas por ordenador. Fiscalizado por mil v¨¢lvulas de seguridad. Es la primera lecci¨®n que se aprende en el campo petrol¨ªfero de El Sharara, operado por Repsol, en lo m¨¢s profundo del desierto de Libia.

Nos hemos posado sobre una pista de aterrizaje que parece una cicatriz de asfalto en mitad de la nada color canela dispuestos a ser testigos de c¨®mo salta el crudo desde lo alto de la torre de perforaci¨®n y empapa a los trabajadores al mejor estilo Hollywood. Idea err¨®nea. Es una escena del pasado. No hay forma de contemplar el oro negro. En El Sharara todo tiene la blanca asepsia de la industria farmac¨¦utica. Gabino Lalinde, el ingeniero que nos acompa?a, es inflexible. Ver el petr¨®leo va contra las normas. Es peligroso. Y poco est¨¦tico para la compa?¨ªa. Tras muchas dudas, acciona con timidez el grifo que proporciona muestras al laboratorio y salta un chorro informe. No es negro. Es pardo. Con reflejos dorados. Huele a aceite de coche. Es un crudo ligero, de gran calidad, como la mayor parte de los hidrocarburos de los pa¨ªses ¨¢rabes. Me impregno las manos; apenas mancha; est¨¢ caliente y hay cierto placer en acariciar ese pur¨¦ viscoso, casi vivo, que se incub¨® hace 50 millones de a?os. Ha dormido generaciones atrapado a kil¨®metro y medio de profundidad. Ha sido dominado por el hombre. Y mueve el mundo.

M¨¢s informaci¨®n
Obama permitir¨¢ la b¨²squeda de petr¨®leo en gran parte de la costa atl¨¢ntica estadounidense

El planeta consume cada d¨ªa 86 millones de barriles de petr¨®leo. 13.675 millones de litros como el que acaba de escupir esa humilde espita en mitad del desierto. M¨¢s de dos por habitante. "El petr¨®leo es la sangre de la tierra" (dice Hassan Said, un viejo perforador tuareg) que proporciona el 95% de la energ¨ªa que mueve nuestro transporte. Ha sido desde hace un siglo el motor de la humanidad. Aunque est¨¦ tambi¨¦n agazapado a la sombra de cada lucha por el poder. Invasiones y golpes de Estado. De la despiadada especulaci¨®n. Graves heridas medioambientales. Y guerras privadas como la provocada en Irak (que posee las segundas reservas mundiales) por George W. Bush y Dick Cheney, dos viejos capataces de la industria. El petr¨®leo ha tenido su parcela de protagonismo en cada segundo de historia desde la II Guerra Mundial. Abre los informativos. El planeta tiembla cuando escucha que se acaba; su precio se dispara o se desploma; el suministro se expande o ralentiza; China e India demandan cantidades nunca vistas o dejan de hacerlo. Es un mundo dentro del mundo. "La sangre de la tierra".

Con su lenguaje y reglas de juego. Y una enrevesada trastienda tecnol¨®gica que rivaliza con la carrera espacial. C¨®digos no siempre f¨¢ciles de entender para el reci¨¦n llegado. La industria del petr¨®leo es un laberinto. Para empezar, todos los pesos y medidas del negocio se proporcionan en d¨®lares, pies, pulgadas, libras, galones y grados Fahrenheit. Lo que provoca el primer despiste. Sobre el terreno, nada es lo que parece. La cabina desde la que se dirige la perforaci¨®n es "la caseta del perro"; el perforador, "el hombre del freno"; el operario apostado en la torre para encajar las tuber¨ªas, "el hombre mono"; el responsable del pozo, "el hombre de la compa?¨ªa"; el mecanismo que cierra un pozo, "un ¨¢rbol de Navidad"; las llaves que regulan la entrada de crudo para su producci¨®n, "un piano de v¨¢lvulas"; el petr¨®leo de calidad es "dulce". Y las fara¨®nicas compa?¨ªas del sector, "las Siete Hermanas". Por si fuera poco, hay un complejo vocabulario t¨¦cnico que asigna un misterioso t¨¦rmino a cada m¨ªnimo artilugio. Y a cada operario seg¨²n la misi¨®n que desempe?a.

La industria naci¨® en Estados Unidos, a caballo de California y Tejas, a mediados del siglo XIX. Desde all¨ª se trasladar¨ªa a los cinco continentes. Como un monopolio financiero, t¨¦cnico y humano de los norteamericanos. La terminolog¨ªa del negocio es heredera de la jerga de aquellos pioneros del lejano Oeste que horadaban con torres de madera, el rev¨®lver al cinto y la Biblia en la mano. Trabajaban a ciegas. Si descubr¨ªan petr¨®leo, corr¨ªan a adquirir los terrenos vecinos. Si perforaban un agujero seco, segu¨ªan su camino. Hoy es posible toparse con profesionales del petr¨®leo desde Brasil hasta Indonesia pasando por Nigeria y la tundra. Y manejan un estilo de vida similar. En la mesa de perforaci¨®n del pozo Great Wall 181, perdido en el desierto de Murzug, en Libia, el supervisor es peruano; sus hombres, chinos, filipinos, nigerianos y brit¨¢nicos. Todos llevan el mismo mono rojo te?ido de grasa. Han coincidido en otros pa¨ªses. Son el ejemplo de un negocio peculiar e interracial.

Hombres orgullosos; tipos duros, solitarios, hura?os; multidivorciados: no hay familia que aguante tener al cabeza de familia 28 d¨ªas en casa y a continuaci¨®n 28 desaparecido en alg¨²n lugar sin nombre; bregados en los rincones m¨¢s dispares del planeta; que han trepado por el escalaf¨®n desde parias del pozo (roustabouts y roughnecks), por 1.000 d¨®lares, hasta lograr la corona de driller (perforador). Y cobrar por resultados. "No somos gente f¨¢cil. Tenemos el colmillo retorcido", confiesa Luis Men¨¦ndez, un ingeniero de minas de 34 a?os que dirige una plataforma en el golfo de M¨¦xico. "Continuamente tomas decisiones; no desconectas; hay mucho dinero en juego y cada soluci¨®n debe ser la acertada; no s¨®lo por los beneficios, tambi¨¦n por la seguridad. Es un negocio caro y peligroso. Y eso forma el car¨¢cter".

-?Aguantar¨¢ mucho a ese ritmo?

-Mientras siga soltero me seguir¨¢n dando este tipo de trabajo, y mientras siga con este tipo de trabajo seguir¨¦ soltero.

Se juegan la vida a miles de kil¨®metros de sus familias. Lo saben. Ninguno menciona esa posibilidad. Un pozo de petr¨®leo es un complejo proceso industrial donde se desarrollan multitud de tareas peligrosas en el m¨ªnimo espacio. En la mesa de perforaci¨®n; 15 metros cuadrados. Siempre es posible un incendio. Un escape. O que una tuber¨ªa de acero de 800 kilos, de las que en el pozo 181 nos rozan la coronilla, se desplome sobre tu cabeza. Esa dureza de la profesi¨®n, los sueldos elevados y la globalidad del mercado de trabajo, que a menudo se desarrolla en pa¨ªses inestables, les dan un aura de mercenarios. Soldados de fortuna. Lobos esteparios.

Encarnan el lado ¨¦pico de la industria. M¨¢s all¨¢ de la geopol¨ªtica y la especulaci¨®n salvaje de los barriles de papel de Wall Street, debajo de cada chincheta en el mapa de una gran corporaci¨®n petrol¨ªfera hay un centenar de estos tipos de carne y hueso, casco calado, mono sobado, botas Red Wings y barba de d¨ªas. Hace a?os que dejaron de mascar tabaco. El alcohol est¨¢ vedado en los pozos. Y las drogas, ni mentarlas. Pero conservan su leyenda de chicos malos. Hay una m¨¢xima en el negocio que a¨²n es ley: "La fortuna favorece a los m¨¢s bravos".

A bordo del helic¨®ptero que nos conduce desde Fourchon, un mortecino poblado del Estado de Luisiana surgido en torno al crudo, hasta la plataforma de perforaci¨®n Stena Drillmax, 330 kil¨®metros mar adentro, en el golfo de M¨¦xico, ning¨²n petrolero abre la boca. Su horizonte son 28 d¨ªas aislados en mitad del oc¨¦ano. El piloto, Hunter Mart¨ªnez, un corpulento veterano de Vietnam con pinta de saurio, evoluciona sobre la costa machacada por los huracanes antes de enfilar mar abierto. Surgen entre la espuma las primeras plataformas offshore. En esta regi¨®n hay m¨¢s de 4.000.

El plano del golfo de M¨¦xico elaborado por el Minerals Management Service (MMS), dependiente del Ministerio del Interior de Estados Unidos, muestra una esmerada ret¨ªcula en la que cada cuadradito, de 25 kil¨®metros cuadrados de superficie, supone una cesi¨®n de los derechos de explotaci¨®n de ese espacio a una petrolera por parte del Gobierno. Hay miles. El concurso p¨²blico es el procedimiento de concesi¨®n. Cada compa?¨ªa cuenta con unos m¨ªnimos datos geol¨®gicos y s¨ªsmicos sobre los bloques que se ofrecen en subasta facilitados por el Gobierno. Y, lo que es m¨¢s importante, con su propia informaci¨®n confidencial sobre las probabilidades de que haya petr¨®leo. La clave es tener m¨¢s detalles que la competencia en el momento de acudir a la subasta. Echar el ojo a ese cuadradito en el que nadie se ha percatado. Y pujar. Y ganar. Las ofertas oscilan entre 10 y 30 millones de d¨®lares el bloque. A partir de ese momento, la pelota queda en el tejado de la petrolera que gana la concesi¨®n; debe realizar pruebas geol¨®gicas y geof¨ªsicas, perforar en el lugar adecuado, descubrir crudo en el menor tiempo posible, calcular el tama?o del yacimiento perforando nuevos pozos, estimar si su explotaci¨®n es rentable en calidad y n¨²mero de barriles; adquirir los bloques contiguos sin hacer ruido y ponerse manos a la obra sin perder un segundo. Entre el descubrimiento del crudo y la extracci¨®n del primer barril pueden pasar 15 a?os. Desarrollar un campo puede pulverizar una inversi¨®n de 3.000 millones de euros. Las posibilidades de encontrar petr¨®leo nunca exceden del 25%. Luego est¨¢n las condiciones que cada Estado imponga a los adjudicatarios. Las autoridades de Estados Unidos exigen a las petroleras la sexta parte de los barriles producidos en sus aguas. "Es un negocio para ricos", define Fran Ortigosa, un directivo de Repsol en Houston. "S¨®lo una gran corporaci¨®n puede acometer una inversi¨®n que durante a?os puede estar sin reportarle ning¨²n beneficio sin entrar directamente en n¨²meros rojos".

El destino de nuestro helic¨®ptero es el bloque 871. El pozo Buckskin. Dos horas de vuelo. Entre las nubes, a unos cientos de metros, la Stena Drillmax surge en soledad. Es un paquebote de un azul luminoso de 228 metros de eslora con la cubierta repleta de gr¨²as, tubos y enormes torres de perforaci¨®n. Quita el aliento. Una tuber¨ªa desciende desde una de las torres a trav¨¦s de 2.100 metros de agua y perfora el lecho marino 6.000 metros. Se trabaja 24 horas al d¨ªa. 365 d¨ªas al a?o. Se rumorea que el crudo puede estar cerca. Por la noche, su perfil iluminado tiene algo de verbena de pueblo. La plataforma no se puede desplazar un cent¨ªmetro fuera de un radio prefijado. En caso contrario se romper¨ªa la tuber¨ªa. Y provocar¨ªa una cat¨¢strofe. Sin embargo, la Stena no est¨¢ anclada. Varios motores la mantienen dentro de la posici¨®n exacta en torno a la tuber¨ªa de perforaci¨®n, que debe mantenerse recta y en tensi¨®n, seg¨²n las coordenadas que se reciben por sat¨¦lite.

Repsol, la compa?¨ªa operadora del bloque 871, paga un mill¨®n de euros diarios por el alquiler de la Stena y la subcontrata de los equipos, desde el submarino por control remoto (que maneja M¨®nica Goulart, la ¨²nica mujer a bordo) a los servicios de geolog¨ªa e ingenier¨ªa. Tiene contratada la plataforma cuatro a?os con uno m¨¢s de pr¨®rroga. Sali¨® del astillero coreano Daewoo hace un a?o. Es propiedad de una empresa escocesa. Se estren¨® en febrero perforando en aguas de Brasil. En agosto lleg¨® al golfo de M¨¦xico. Ha sufrido dos huracanes. No puede parar. Su tax¨ªmetro no se detiene, perfore o no.

Hunter Mart¨ªnez toma tierra en el min¨²sculo helipuerto guarecido por bomberos filipinos de mono ign¨ªfugo amarillo y m¨¢scaras plateadas. El helic¨®ptero se agita como una coctelera. La maniobra pone los pelos de punta. Una lluvia tropical golpea la cubierta. La Stena est¨¢ certificada para perforar en las peores condiciones. Con vientos de 100 kil¨®metros por hora y olas de 15 metros. Y temperaturas de menos 20 grados. Su plantilla se compone de 180 personas de 20 nacionalidades que trabajan sobre un pozo que est¨¢ ocho kil¨®metros bajo sus pies. Estamos en la ¨²ltima frontera tecnol¨®gica de la industria petrolera. Aqu¨ª se juega al l¨ªmite. El ingeniero Luis Men¨¦ndez describe la Stena como "un Ferrari de las plataformas".

La era del petr¨®leo f¨¢cil, barato e ilimitado es historia. El crudo se agota. Tarda millones de a?os en crearse. Toca perforar m¨¢s hondo, con peor meteorolog¨ªa y en entornos m¨¢s agresivos. En yacimientos m¨¢s peque?os y menos generosos. Con mayores inversiones y menos probabilidad de ¨¦xito. Sin olvidar el severo cors¨¦ de las regulaciones medioambientales, ignoradas durante d¨¦cadas por la prepotente industria petrolera, que hoy son de obligado cumplimiento. La primera crisis de la historia del petr¨®leo, en 1973, despert¨® a los pa¨ªses occidentales del sue?o de un crudo inagotable a precio de saldo. En d¨ªas cuadruplic¨® su precio. Ya nada ser¨ªa igual. ?bamos a sudar cada barril. Frente a la inestabilidad pol¨ªtica de las reservas de Oriente Pr¨®ximo, las petroleras occidentales dirigieron su vista al oc¨¦ano: el 70% del territorio del planeta. Desde el mar del Norte hasta el golfo de M¨¦xico, pasando por el golfo de Guinea, el litoral de Brasil y el ?rtico. Territorios v¨ªrgenes con millones de barriles en sus profundidades. Se reactiv¨® la industria offshore. Congelada desde finales de la II Guerra Mundial por su alto coste y las limitaciones industriales del sector. Por aquel entonces, el fondo de los oc¨¦anos era un territorio en sombra; inexplorado e inaccesible. Las petroleras invirtieron decenas de miles de millones de petrod¨®lares en investigaci¨®n. A los cient¨ªficos del offshore les gusta comparar la evoluci¨®n tecnol¨®gica de la industria del petr¨®leo con la conquista de la Luna: "Hemos encontrado un planeta en lo m¨¢s profundo del mar".

Comenzaron a perforar cerca de la costa, en aguas someras, en Brasil y el golfo de M¨¦xico. Cuando agotaron esas reservas, fueron m¨¢s lejos, a zonas abisales, rincones donde nadie nunca imagin¨® llegar. Hoy, el r¨¦cord de profundidad de perforaci¨®n supera los 3.000 metros de agua y 7.000 en el lecho marino. En esas condiciones, practicar un pozo cuesta entre 30 y 130 millones de d¨®lares, frente al mill¨®n de d¨®lares de un pozo convencional. Producir un barril de crudo en Arabia o Libia le cuesta a una petrolera menos de cinco d¨®lares. Y en aguas profundas, entre 20 y 50. Durante la d¨¦cada de los noventa, con un barril barato entre 10 y 20 d¨®lares, las petroleras dejaron de explorar. La tendencia cambi¨® con el milenio. Es la ley del p¨¦ndulo de la industria petrolera: a barril m¨¢s bajo en el mercado, menos inversi¨®n en tecnolog¨ªa y menos exploraci¨®n. Y viceversa. S¨®lo con un barril al precio que ha alcanzado en los cinco ¨²ltimos a?os (de 40 a 147 d¨®lares) se puede acometer una aventura de esta envergadura. Hoy, en la industria petrolera, para ganar mucho hay que rascarse el bolsillo.

La Stena Drillmax, la plataforma sobre la que acabamos de aterrizar, tiene un precio de 500 millones de euros. Complej¨ªsimos sistemas antiincendio; balsas salvavidas como submarinos; muros para proteger a las personas y equipos del fuego y las inclemencias del tiempo; las barandillas est¨¢n climatizadas; las dependencias, insonorizadas; las tareas m¨¢s duras las realizan robots; cada m¨ªnimo proceso industrial est¨¢ controlado por pantallas t¨¢ctiles. Todo est¨¢ pensado para la seguridad de sus ocupantes. Y, por supuesto, de la inversi¨®n. La seguridad es una obsesi¨®n. Nada m¨¢s saltar del helic¨®ptero, tras recibir un entrenamiento de c¨®mo escapar de esta ciudad flotante en caso de cat¨¢strofe (antes de partir hemos recibido otro de c¨®mo se abandona un helic¨®ptero si se precipita al oc¨¦ano), dos oficiales nos toman a su cargo. No nos pierden de vista a lo largo de dos jornadas. Nos recordar¨¢n a cada segundo que nos pongamos las gafas protectoras; los tapones en los o¨ªdos; el casco; los guantes; nos agarremos a las barandillas; nos mantengamos lejos del hueco del pozo; no nos asomemos por la cubierta; no nos acerquemos al torbellino del helic¨®ptero. En una plataforma, uno vuelve a ser un ni?o.

Son dos perros viejos del petr¨®leo. Se ignoran entre ellos. Aqu¨ª nadie sabe nada de nadie. La gente trabaja, come y duerme. Quema adrenalina en el gimnasio. Y consume televisi¨®n. Y vuelta a empezar. Un mes en el limbo. Tachando fechas sin sentido. Darren Merit, un escoc¨¦s fibroso de mirada de hielo, tiene 41 a?os, lleva toda su vida en el negocio y vive en una playa levantina. No sonr¨ªe. Da ¨®rdenes. Ren¨¦ Toups naci¨® en Luisiana hace 36 a?os; es un tipo afable, de s¨®lida musculatura, las pantorrillas tatuadas y orejas de soplillo; su suegro le meti¨® en el petr¨®leo a los 18. Su suegro dej¨® de serlo, pero ¨¦l continu¨® en el negocio. Ha escalado desde pe¨®n a perforador y de ah¨ª a supervisor. "Este trabajo le puede parecer anormal a alguien normal, pero para m¨ª es normal. ?Somos anormales? Somos gente dura que trabaja duro en una situaci¨®n dura. Hay que tener la cabeza fuerte y aguantar; hay mucho trabajo y si est¨¢s dispuesto a irte a una plataforma o al desierto, ganas dinero".

-Usted controla la seguridad. ?Es segura esta plataforma?

-La plataforma s¨ª, pero los trabajos que se desarrollan aqu¨ª, no. El 95% de los accidentes son por error humano. Trabajamos en turnos de 12 horas, de seis a seis. El cansancio y la monoton¨ªa hacen que nuestra gente pierda la concentraci¨®n y haga lo que no debe. Sobre todo cuando lleva tres semanas embarcada y est¨¢ deseando hacer la maleta. Una explosi¨®n acabar¨ªa con todo. Tenemos que estar encima; hay entrenamientos semanales. Y cada uno tiene su funci¨®n en caso de desastre. No podemos bajar la guardia.

El petr¨®leo fue durante d¨¦cadas una actividad peligrosa con una alt¨ªsima accidentalidad. "Ganabas pasta y te retirabas joven, pero te jugabas la vida", comenta un perforador griego. Las cosas comenzaron a cambiar hace 20 a?os. Tras el desastre de la Piper Alpha, una plataforma anclada en el mar del Norte, a 200 kil¨®metros de Escocia, que explot¨® el 6 de julio de 1988. Murieron 167 de las 226 personas a bordo. El mar engull¨® su esqueleto de hierro. La investigaci¨®n revel¨® que la plantilla llevaba tres a?os sin llevar a cabo maniobras de emergencia y el relevo de algunos trabajadores se hab¨ªa dilatado, por lo que les pillaba exhaustos. Dos fallecidos fueron considerados responsables de la explosi¨®n. Chivos expiatorios. Algo empez¨® a cambiar.

La industria petrolera est¨¢ empe?ada en mejorar su imagen. No quiere ser sucia, ego¨ªsta, arrogante, antediluviana ni peligrosa. No quiere que se la relacione con guerras ilegales ni desastres ecol¨®gicos. Con oc¨¦anos manchados de crudo, pozos ardiendo y aves agonizando con las alas negras. Y esta plataforma es el ejemplo de los nuevos tiempos. La Stena Drillmax es un modelo de seguridad, tecnolog¨ªa, respeto por el medio ambiente y comodidad. Aunque es una excepci¨®n en el sector, seg¨²n explican los tripulantes. Poco tiene que ver con las m¨ªseras chatarras oxidadas que perforan en muchos mares del planeta. Aqu¨ª, la zona residencial, aislada de la industrial, ofrece el as¨¦ptico aspecto de un sanatorio decorado en tonos crema. Una cuadrilla de filipinos abrillanta desde que el d¨ªa despunta. La comida es aceptable, aunque al gusto brit¨¢nico; los camarotes, para dos personas, c¨®modos, con ba?o y televisi¨®n. Hay gimnasio y un par de salas de recreo (una para fumadores). Y los tripulantes pueden telefonear y comunicarse por Internet con el exterior. Sin embargo, a las pocas horas de aterrizar, uno se siente como un le¨®n enjaulado que no puede caminar m¨¢s de 30 metros. A cambio, el ligero balanceo de la plataforma garantiza un sue?o reparador.

La apuesta tecnol¨®gica ha desempe?ado su papel en esa estrategia de la industria. Las compa?¨ªas han invertido millones en las m¨¢s prestigiosas instituciones universitarias hasta convertirlas en centros de investigaci¨®n y desarrollo al servicio del negocio. Se trata de entender de d¨®nde viene el petr¨®leo; c¨®mo y d¨®nde se forma; c¨®mo se desplaza y c¨®mo encontrarlo y extraerlo. En Estados Unidos, desde el Instituto Tecnol¨®gico de Massachusetts a las universidades de Stanford y Berkeley o la Universidad de Tejas, que cuenta con el m¨¢s importante centro de estudios offshore del mundo, trabajan hoy a destajo para las petroleras.

Houston no es la capital de Tejas, pero es la capital del petr¨®leo. Una ciudad monstruosa extendida a lo largo de autopistas, cuyo centro comercial est¨¢ copado por los rascacielos de las corporaciones petrol¨ªferas. Escondido en un extremo est¨¢ el inquietante CyrusOne. Un b¨²nker blanco, de muros de un metro de espesor y persianas de acero a prueba de terremotos, acordonado por fuertes medidas de seguridad donde las petroleras almacenan la informaci¨®n confidencial sobre sus yacimientos. Es el secreto mejor guardado del mundo. Vale billones.

Dentro de CyrusOne, cada compa?¨ªa dispone de una jaula blindada de dimensiones circenses, donde columnas de computadores gui?an sus ojos al visitante. Una pertenece a Repsol. Fran Ortigosa, jefe de Geof¨ªsica de la compa?¨ªa, muestra con orgullo de padre primerizo un procesador de datos con la potencia de 16.000 ordenadores personales, donde los sabios de la petrolera analizan los datos geof¨ªsicos de los pozos que pretende explotar. Es el Proyecto Caleidoscopio, en el que colaboran el Centro Superior de Investigaciones Cient¨ªficas, IBM y la Universidad Polit¨¦cnica de Catalu?a. "Se trata de ver m¨¢s y mejor dentro de la Tierra", explica Ortigosa. "Abrir una ventana dentro del planeta y contemplar lo que hay debajo. En eso est¨¢n todas las compa?¨ªas. El petr¨®leo f¨¢cil se fue. Ahora est¨¢ el dif¨ªcil, y, para ver las tripas de la Tierra, estamos desarrollando algo m¨¢s avanzado de lo que fueron, por ponerle un ejemplo, los rayos X para ver el interior de nuestro cuerpo. Nosotros estamos ya en la resonancia magn¨¦tica. Vemos m¨¢s y procesamos esa informaci¨®n m¨¢s r¨¢pido que ninguna petrolera. Hacemos la ecograf¨ªa, la interpretamos y diagnosticamos. Y decimos al cirujano: '?Aqu¨ª puede haber petr¨®leo; vamos a perforar!".

Hoy, la cuesti¨®n no es encontrar petr¨®leo; los ge¨®logos, geof¨ªsicos e ingenieros deben calcular cu¨¢nto hay. Y cu¨¢nto van a ser capaces de extraer. En la actualidad, la industria recupera entre un 10% y un 50% del crudo que atesora cada yacimiento. Sacar m¨¢s barriles de cada pozo es el reto. "Extraer un 10% m¨¢s de cada campo supondr¨ªa que tendr¨ªamos de golpe unas reservas equivalentes a todo el crudo saud¨ª", afirma un ingeniero afincado en Estados Unidos.

Desde Houston se ha dirigido hist¨®ricamente el negocio del petr¨®leo. Las Siete Hermanas alcanzaban desde aqu¨ª con sus tent¨¢culos los rincones m¨¢s ocultos del planeta. Los a?os posteriores a la II Guerra Mundial fueron su edad de oro (negro). Dominaron el mundo. Un nuevo concepto de colonialismo. En los sesenta, las petroleras occidentales controlaban el 85% de las reservas mundiales. A finales de esa d¨¦cada, todo comenz¨® a cambiar. En paralelo al proceso de descolonizaci¨®n y el nacimiento de un nuevo nacionalismo asi¨¢tico, ¨¢rabe y latinoamericano, estallar¨ªa la venganza de los pobres. Los nuevos reg¨ªmenes de los pa¨ªses productores iban a recuperar el control de sus recursos y enfrentarse a las petroleras que hab¨ªan sangrado durante decenios sus territorios. El proceso de nacionalizaci¨®n del crudo culminar¨ªa a comienzos de los ochenta con Arabia Saud¨ª e Ir¨¢n. Se cerraba el c¨ªrculo. A partir de ese instante, toda compa?¨ªa que pretendiera perforar en un pa¨ªs rico en petr¨®leo tendr¨ªa que atenerse a sus reglas. Y eso supondr¨ªa pagar m¨¢s por los bloques; invertir dinero, tecnolog¨ªa, conocimiento y capital humano. Arriesgar millones. A cambio de un porcentaje menor de barriles. Las avariciosas petroleras occidentales pasaron en un suspiro a controlar menos del 20% de las reservas. Su ¨²nica posibilidad de sobrevivir era crear sociedades mixtas con las humildes petroleras p¨²blicas locales. Negociar. Tragar. Y ser menos arrogantes.

?Qu¨¦ es m¨¢s duro, pasar 28 d¨ªas clavado en mitad del mar o perdido en el desierto? Eduardo ?lava se rasca la barba, echa un vistazo al ardiente horizonte de Murzug y contesta: "Es peor el desierto; esta monoton¨ªa; este secarral; 40 grados y de noche bajo cero; a eso le sumas estar lejos de la familia; no desconectar; me gustar¨ªa estar m¨¢s solo, vivir mi intimidad; aqu¨ª no puedes. Est¨¢s rodeado de gente; al m¨ªnimo problema en los pozos, suena el tel¨¦fono de madrugada. La ¨²ltima semana se te hace eterna".

?lava es un ingeniero de Bermeo de 56 a?os que lleva 28 en el negocio. Se las sabe todas. De los viejos y los nuevos tiempos. Es el supervisor de producci¨®n de los campos de Repsol en Libia. "Hace 15 a?os, aqu¨ª no hab¨ªa nada; hubo que montar un complejo industrial a cientos de kil¨®metros de la civilizaci¨®n. Encontrar agua, realizar el tendido el¨¦ctrico; construir un oleoducto de 700 kil¨®metros; el campamento para la gente; la pista de aterrizaje; las instalaciones de producci¨®n. Hoy ponemos cada d¨ªa en la tuber¨ªa 300.000 barriles que van hasta el puerto de Al Zawia, en la costa del Mediterr¨¢neo, y de all¨ª en petroleros hacia las refiner¨ªas". (Y hacia la especulaci¨®n salvaje. Pero eso no lo dice Eduardo ?lava).

Para perforar en Libia, Repsol ha tenido que crear dos sociedades mixtas con la empresa p¨²blica de petr¨®leos, la National Oil Corporation (NOC), donde los libios ostentan el control. NOC es propietaria de las instalaciones petrol¨ªferas, y la empresa extranjera que se adjudica los bloques s¨®lo tiene el derecho de uso. "Si no sale petr¨®leo, te vas con las manos vac¨ªas. Es lo habitual cuando trabajas con Estados productores. Los ¨¢rabes o los nigerianos o los bolivianos o los indonesios ponen los yacimientos, pero necesitan empresas internacionales con m¨²sculo financiero para acometer las enormes inversiones en exploraci¨®n, desarrollo y transporte que se necesitan en esta industria", explica un ejecutivo del sector que exige mantenerse en la sombra. Gracias a esa colaboraci¨®n ha sido posible extraer en esta zona del desierto de Libia hasta el 15% del crudo que se produce en el pa¨ªs; un petr¨®leo de calidad y barato de extraer. La letra peque?a, lo que se lleva cada uno, el pa¨ªs y la petrolera occidental, y en qu¨¦ condiciones, es materia para los abogados. Un secreto estrat¨¦gico para la petrolera. Los expertos hablan de un reparto de entre el 80% y el 90% para el due?o de las reservas y el resto para la compa?¨ªa occidental.

El jefe del campo de El Sharara es Hassan Said; un tuareg, un tipo alto, delgado y elegante de 52 a?os, cl¨®nico de Morgan Freeman, que estudi¨® Geolog¨ªa en Tejas. Los 200 hombres de los yacimientos de Murzug le respetan. Es un l¨ªder. Siempre tiene un chiste en la boca; ha perdido la cuenta de sus esposas y no tiene rival pilotando un todoterreno entre las dunas. Lo llama "navegar". Conducir a toda velocidad por el desierto est¨¢ al alcance de pocos. Lo normal es enterrarse bajo un metro de arena. O despe?arse desde una duna. Pero Said es un tuareg; y tiene raz¨®n, esa forma suave y susurrante de deslizarse por la arena recuerda el movimiento de un barco en el agua. Todo amenizado con Cat Stevens y citas del Cor¨¢n. Y sus risas.

Las aisladas instalaciones petrol¨ªferas del desierto de Murzug surgen fantasmales, en la nada, entre las dunas, coronadas con la enorme llama que produce la combusti¨®n del gas al contacto con el aire. Estamos ante la imagen cl¨¢sica de la industria petrolera. En suelo ¨¢rabe. Bajo un sol de justicia. Lejos de todo. En esta planta se separa el crudo del agua y el gas. Se mata el petr¨®leo antes de introducirlo en el oleoducto. Unos kil¨®metros m¨¢s all¨¢, varias torres de perforaci¨®n muerden la arena. Son propiedad de una contratista china. Hay polvo y grasa y sudor y hombres sin casco y tuber¨ªas levantadas a pulso y exhibici¨®n de b¨ªceps enroscando una tuber¨ªa con otra y otra m¨¢s. "Son pozos nobles, limpios, producen bien; son de libro", explica el perforador peruano. De regreso al campamento, los pozos en producci¨®n aparecen en el horizonte como robots japoneses rodeados por una rudimentaria valla que mantiene fuera de su per¨ªmetro a los camellos. Bajo ellos fluye el crudo. Para que el mundo siga girando.

Estos petroleros perdidos en el desierto y los de la plataforma Stena en el golfo de M¨¦xico y los que perforan los miles de pozos exploratorios en todo el mundo nunca sabr¨¢n si han encontrado petr¨®leo. Nunca abrir¨¢n una botella de champagne ba?ados en crudo. Esta industria no es as¨ª. Toda la informaci¨®n que se recibe a trav¨¦s de las muestras geol¨®gicas extra¨ªdas durante la perforaci¨®n que indican si se ha alcanzado un yacimiento es materia reservada de la compa?¨ªa. Controla a trav¨¦s de pantallas de ordenador lo que pasa en cada pozo a miles de kil¨®metros de distancia. Tiene todos los datos en tiempo real. Si encuentran crudo, ser¨¢ un secreto. Desplazar¨¢n a sus hombres a perforar otro lugar del planeta. Mover¨¢n ficha en el complejo tablero de ajedrez del petr¨®leo. Y la historia volver¨¢ a comenzar. El petr¨®leo ni se ve ni se toca. Fluye.

A las seis de la tarde hay cambio de turno en la plataforma Stena Drillmax; el d¨ªa cae a 330 kil¨®metros de la costa y los halcones que han anidado en la torre de perforaci¨®n salen de caza. En la pista del helic¨®ptero, elevada sobre la cubierta, varios hombres del petr¨®leo contemplan a las rapaces lanzarse a cuchillo sobre los pajarillos atra¨ªdos por los desechos del buque. Es la ¨²nica atracci¨®n en pleno golfo de M¨¦xico. El sol se esconde; silba un aire caribe?o; es un momento de una calma impresionante. Debajo de nosotros, a ocho kil¨®metros de profundidad, una tuber¨ªa, recta y en tensi¨®n, perfora las entra?as de la tierra. El petr¨®leo est¨¢ cerca.

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Sobre la firma

Jes¨²s Rodr¨ªguez
Es reportero de El Pa¨ªs desde 1988. Licenciado en Ciencias de la Informaci¨®n, se inici¨® en prensa econ¨®mica. Ha trabajado en zonas de conflicto como Bosnia, Afganist¨¢n, Irak, Pakist¨¢n, Libia, L¨ªbano o Mali. Profesor de la Escuela de Periodismo de El Pa¨ªs, autor de dos libros, ha recibido una decena de premios por su labor informativa.

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