Puro Miles Davis
Ocurri¨® en 1987. El presidente Reagan entregaba un reconocimiento oficial por toda su carrera a Ray Charles y convoc¨® a ilustres afroamericanos. En la Casa Blanca se present¨® Miles Davis, ajeno a toda etiqueta: pantalones negros de cuero, un chaleco encima de otro, chaqueta de esmoquin con una serpiente roja en la espalda. Cualquier otro sexagenario habr¨ªa sido arrestado por hortera; ¨¦l estaba por encima de semejantes consideraciones.
No todos los invitados eran conscientes de sus prerrogativas. Una incordiante dama de la buena sociedad de Washington se encar¨® con el trompetista y le pregunt¨® mal¨¦volamente qu¨¦ m¨¦ritos ten¨ªa para estar all¨ª. Miles fue a la yugular: "Bueno, he cambiado el rumbo de la m¨²sica cinco o seis veces. Ahora, d¨ªgame: ?qu¨¦ ha hecho usted de importancia, aparte de ser blanca?".
Miles no exageraba, aunque un purista le podr¨ªa reprochar que alguno de esos "cambios" no necesariamente fue positivo. Pero nadie le discutir¨ªa la belleza discreta de Kind of blue, el elep¨¦ que edit¨® en 1959. Un disco que inauguraba el jazz modal, improvisaciones sobre escalas en vez de acordes. Una reuni¨®n de gigantes -contaba con el pianista Bill Evans y los saxofonistas John Coltrane y Cannonball Adderley- subordinados a la nunca explicitada visi¨®n de Miles.
Desde entonces, Kind of blue no ha dejado de venderse, alcanzando cifras millonarias. Varias generaciones de m¨²sicos, desde Quincy Jones a Pink Floyd, lo han incorporado a su lenguaje. M¨¢s que un gran disco de jazz, Kind of blue es el disco de jazz: la esencia de una m¨²sica evasiva y cambiante. Funciona como contrase?a para entrar en la secta de paladeadores de lo cool. Hollywood ha abusado de su car¨¢cter ic¨®nico: en Novia a la fuga, Julia Roberts le regala una copia -en vinilo- a Richard Gere, como si ella quisiera devolverle el favor por la educaci¨®n mundana de Pretty woman. Mantiene propiedades curativas: lo escucha en casa Clint Eastwood, en su papel de atormentado agente del Servicio Secreto de En la l¨ªnea de fuego.
Semejante fen¨®meno merec¨ªa todo un libro. Lo public¨® Ashley Kahn en 2000 y hay traducci¨®n (Miles Davis y 'Kind of blue'. La creaci¨®n de una obra maestra). Una indagaci¨®n casi detectivesca sobre lo que ocurri¨® durante los dos d¨ªas de 1959 en que se materializ¨®. Problema: s¨®lo vive uno de los m¨²sicos participantes, el baterista Jimmy Cobb. Un eficaz currante, pero sin perspectiva hist¨®rica: para ¨¦l, inicialmente, se trat¨® de otra grabaci¨®n m¨¢s. Entre los misterios a resolver: ?deriva de sesiones improvisadas? De rebote: ?est¨¢ justificado que Miles firme como autor ¨²nico?
A lo primero, cabe responder que s¨ª, que fue una creaci¨®n del momento. Davis pod¨ªa llevar meses masticando la jugada, pero prefer¨ªa que los m¨²sicos arribaran al estudio sin rutinas aprendidas: buscaba la respuesta fresca, la intuici¨®n inmediata. Adem¨¢s, tres de ellos ten¨ªan madera de l¨ªderes y conven¨ªa embridarlos. Eso exig¨ªa pasmosa seguridad por parte de Miles: en 1959 se entraba a grabar como si se acudiera a una iglesia y se asum¨ªa que todos iban convenientemente ensayados.
Como revelan los di¨¢logos entre tomas, parte de los cuales se han recuperado para la edici¨®n del 50? aniversario, los instrumentistas pisaron cautelosa y relajadamente un terreno desconocido. Davis mostraba los rudimentos de cada pieza y se lanzaban a volar. Como c¨®mplice, el pianista Bill Evans, por naturaleza y circunstancias, un hombre reservado. Evans argument¨® convincentemente que ¨¦l lleg¨® con partes de Blue in green y Flamenco sketches. Pero en 1959 se aceptaba que la estrella de una sesi¨®n se atribuyera la autor¨ªa exclusiva de temas que se elaboraban bajo sus ¨®rdenes.
Y la estrella era Miles. Un superviviente: alardeaba de haber dejado a pelo la hero¨ªna, que destrozar¨ªa a Charlie Parker y tantos kamikazes del be-bop. Intimidante, a pesar de su hilo de voz: la leyenda aseguraba que se da?¨® las cuerdas vocales en una bronca con el propietario de un club. Miles no respetaba a esa especie e ignoraba sus exigencias: pod¨ªa actuar de espaldas al p¨²blico, oficialmente, para escuchar mejor a sus m¨²sicos (pero quer¨ªa demostrar que no necesitaba hacer concesiones). Sol¨ªa marcharse del escenario sin despedirse mientras su banda segu¨ªa tocando.
Los due?os de los locales tragaban. Miles atra¨ªa a una clientela apetecible: racialmente mixta y con alto porcentaje de mujeres. Era un jazzman con gancho sexual, tan seguro de su masculinidad como para expresarse, si le apetec¨ªa, con lo que muchos consideraban delicadeza femenina. Nada que ver con el genio atormentado de Parker o la exuberancia bonachona de Dizzy Gillespie: racionaba su trompeta, valoraba el silencio. Vest¨ªa impecables trajes de corte europeo. Conduc¨ªa un Ferrari blanco. Se susurraba que manten¨ªa una relaci¨®n intermitente con Juliette Greco, ¨¢ngel oscuro del existencialismo parisiense.
Kind of blue encajaba en su perfil de sibarita sensual. El mismo t¨ªtulo exhib¨ªa una naturalidad coloquial: suger¨ªa que le preguntaron de qu¨¦ iba el disco y ¨¦l respondi¨® que, bueno, que sonaba "como... triste". Despu¨¦s, Davis alegar¨ªa motivos m¨¢s espirituales: que "pretend¨ªa evocar la presencia fantasmal de un coro gospel" que escuch¨® una noche en pleno campo. Alternativamente, que era su respuesta al pellizco ancestral de una kalimba, el piano de mano que le fascin¨® en un espect¨¢culo de danzas africanas.
En 'Kind of blue' no se encuentran las melod¨ªas de Broadway que se tornaban filigranas en manos de Miles: domina el clima blues, aunque realmente s¨®lo dos temas cumplen sus esquemas. En busca de resonancias extra, se ha sugerido que blue (azul) tambi¨¦n insin¨²a aqu¨ª connotaciones er¨®ticas: es el equivalente en ingl¨¦s de "verde". Nadie se escandalizar¨¢ si recordamos que Kind of blue fue accesorio indispensable para el estilo de vida que entonces preconizaba Playboy. Pero eso supone reducirle a artefacto de una ¨¦poca y una cultura, cuando se ha demostrado intemporal: el ambiente que crea este trabajo, a la vez robusto y sedoso, propicia la seducci¨®n. Seamos m¨¢s espec¨ªficos: sirve para los preliminares y para el acto, especialmente si se trata de "hacer el amor" m¨¢s que de "follar".
Kind of blue pertenece a la era del elep¨¦: hasta poco antes, los jazzmen estaban constre?idos por la duraci¨®n de las placas de 78 revoluciones por minuto, lo que supon¨ªa destilar temas de alrededor de tres minutos. Esas convenciones todav¨ªa se respetaban cuando pudieron usar el soporte elep¨¦. Pero no Miles: aqu¨ª hay piezas que se acercan a los 6, 10 o 12 minutos; nacen, crecen y terminan sin prisas. La tensi¨®n se resuelve con solos que reflejan el equilibrio de fuerzas de aquella cumbre de titanes. Bill Evans es un pianista asc¨¦tico, casi impresionista, mientras Cannonball Adderley rebosa la fibra soul que en los sesenta le har¨ªa popular; Coltrane, que poco despu¨¦s realizar¨ªa Giant steps, parece un velocista apenas reprimido.
Miles administra su trompeta con econom¨ªa. Como l¨ªder, no se deja intimidar por gente con m¨¢s recursos t¨¦cnicos o mayor gama expresiva; sabe lo que quiere sacar de sus asalariados, a quienes paga generosamente. Aunque artista muy competitivo, desprecia las olimpiadas del virtuosismo. Posee un lirismo tan efectivo como su sentido del drama. Finalmente, conf¨ªa a muerte en su visi¨®n.
En 1959, Kind of blue ser¨ªa batido -en ventas, en eco fuera del circuito del jazz, en reconocimiento medi¨¢tico- por otro elep¨¦ lanzado por su misma compa?¨ªa, el efectista Time out, de Dave Brubeck, que conten¨ªa el ¨¦xito Take five. Con su soberbia, cabe imaginar que a Miles se le revolvieron las tripas.
Adem¨¢s, un incidente le revel¨® dolorosamente el escaso respeto del que gozaba un negro, incluso educado y triunfador, en una urbe supuestamente liberal como Nueva York. Una semana despu¨¦s de publicar Kind of blue, actuaba en Birdland, el club de Broadway. Sali¨® escoltando a una joven blanca que se subi¨® a un taxi. Se qued¨® solo en la acera y un polic¨ªa le orden¨® que circulara. Se neg¨®: "Estoy trabajando en el Bird-land y quiero tomar un descanso".
En segundos, la conversaci¨®n deriv¨® en discusi¨®n tipo qui¨¦n-es-aqu¨ª-el-m¨¢s-chulo. Un segundo polic¨ªa lo resolvi¨® atiz¨¢ndole con una porra. Sangrando, Miles fue arrastrado a una comisar¨ªa, donde pas¨® la noche antes de que pagaran su fianza: se le acus¨® de conducta escandalosa e intento de agresi¨®n. Le dieron cinco puntos de sutura y le quitaron la tarjeta necesaria para trabajar en locales nocturnos neoyorquinos. Era una sanci¨®n administrativa aplicada a drogadictos; complicaba la vida de un profesional del jazz, oblig¨¢ndole a tocar en ciudades remotas.
De no haber contado con testigos y con el respaldo del Sindicato de M¨²sicos, ¨¦se podr¨ªa haber sido el castigo de Miles. Sin embargo, su abogado amag¨® con una demanda de un mill¨®n de d¨®lares y todo se diluy¨®: le devolvieron la licencia y retiraron los cargos. Algunos colegas urgieron a Miles para que llevara a juicio a semejantes matones con uniforme. En contra de sus impulsos, decidi¨® darlo por zanjado: si quer¨ªa seguir en Manhattan, mejor no enfrentarse al rencoroso Departamento de Polic¨ªa. Con t¨ªpico humor, luego comentar¨ªa un descubrimiento: una porra reglamentaria golpeando un cr¨¢neo no hac¨ªa be-bop, como se sol¨ªa comentar; aquello sonaba m¨¢s como un tamtan.
La nueva edici¨®n de 'Kind of blue' (Legacy/Sony) sale a la venta el 13 de enero.
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