Murasaki en el metro
Esta ma?ana (ayer para ustedes), mientras viajo en metro desde Cuatro Caminos a Ant¨®n Mart¨ªn con una agobiante sensaci¨®n de empacho localizada bajo el diafragma y la ¨ªntima decisi¨®n de convertirme en persona diet¨¦ticamente juiciosa, me rodean inequ¨ªvocas se?ales de que, por fin, la(s) fiesta(s) ha(n) terminado. Un tr¨ªo de ni?os tempraneros, custodiados con descuido por padres que muestran en sus rostros multi¨¦tnicos la universal caligraf¨ªa del cansancio, manipulan con j¨²bilo los presentes que les dejaron los Magos (todav¨ªa) cercanos. Un poco m¨¢s all¨¢ dormitan apoyados en sus cabezas repentinamente siamesas dos j¨®venes de probable noche et¨ªlica (y van doce, seg¨²n Shakespeare). El inestable suelo del vag¨®n act¨²a como ruidosa brisa que agita los papeles que envolv¨ªan regalos an¨®nimos. Los adultos somos pocos y parecemos hartos.
Las novelas para m¨®vil, transformadas en libro tradicional, est¨¢n aliviando la crisis de la industria editorial japonesa
Me llama la atenci¨®n, en el asiento de enfrente, la muchacha (16 o 17 a?os, aunque ahora las chicas pueden parecer m¨¢s j¨®venes) totalmente absorta en la pantalla de su m¨®vil. Lo sostiene en posici¨®n horizontal -por lo que imagino que el artefacto es de una generaci¨®n posterior a mi arqueol¨®gico Nokia- con sus manos protegidas por mitones, mientras sus dos pulgares interpretan una fren¨¦tica e invisible danza sobre el diminuto teclado. Desde hace cinco estaciones no ha levantado la vista de lo que quiera que est¨¦ escribiendo. No est¨¢ donde est¨¢, sino en otro sitio.
Fantaseo: quiz¨¢s escriba una novela en su m¨®vil, como esas keitai shosetsu que se han convertido en poco m¨¢s de un lustro en el m¨¢s popular g¨¦nero literario del Jap¨®n digital. En el sitio multimedia Maho i-Land (Tierra M¨¢gica) pueden consultarse m¨¢s de un mill¨®n de narraciones escritas (mayoritariamente) por chicas como la que tengo enfrente. Los cr¨ªticos dicen que son simples, su escritura torpe y sumaria, y las historias que cuentan, triviales, con argumentos de car¨¢cter sentimental (los te¨®ricos franceses del XVII ya dec¨ªan que el primer deber de una novela era contar una historia de amor): romances contrariados, padres ausentes, amigas que murieron o traicionaron, adulterios con triste final. Una especie de literatura de cordel en prosa y adaptada a una ¨¦poca neorrom¨¢ntica, pero carente de ¨¦picas gloriosas. Las autoras -que adoptan seud¨®nimos sencillos: Mane, Mika, Kiki- escriben cada d¨ªa, y cuelgan el resultado en uno de esos innumerables espacios compartidos y socializantes (a distancia) que ha creado la magia tecnol¨®gica. De manera que sus historias son le¨ªdas inmediatamente y, lo que es a¨²n m¨¢s importante, modificadas seg¨²n las sugerencias interactivas de sus lectores. Algunas (como Love sky, de Mika) han sido devoradas por millones antes de haberse convertido en superventas de papel, y adaptadas al cine, al teatro o a mangas de tiradas incre¨ªbles. Hay quien afirma que son precisamente esos textos de plasma, transformados en libros tradicionales, los que est¨¢n aliviando la crisis que la industria editorial japonesa lleva sufriendo desde hace m¨¢s de una d¨¦cada.
Tal vez, esas novelas "pasivas" (en la antigua taxonom¨ªa de Thibaudet), centradas en destinos individuales y con nula intenci¨®n de describir una ¨¦poca o un mundo, reflejen a su modo oblicuo el que comparten quienes las escriben y la enorme cantidad de lectores que las buscan. Alg¨²n cr¨ªtico ha llegado a insinuar que en su intenci¨®n (e incluso en su t¨¦cnica, tecnolog¨ªas aparte) son herederas a su modo de Murasaki Shikibu, cuya Historia de Genji (Atalanta y Destino) constituye uno de los grandes monumentos de la literatura japonesa.
No he le¨ªdo ninguna, de manera que no debo opinar. Pero observando teclear a esa muchacha an¨®nima a la que supongo escritora sin brillo ni oropel, ni suplemento literario que la arrope, recuerdo que Barthes afirmaba que la novela hac¨ªa de la vida un destino, del recuerdo un acto ¨²til y de la duraci¨®n un tiempo dirigido y significante. Cuando llego a mi estaci¨®n, la chica sigue escribiendo.
Babelia
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