La boca de la noche
Renunciabas a los neones de la Gran V¨ªa, esquivabas una fauna nocturna mayormente inofensiva y te sent¨ªas reconfortado cuando llegabas a la calle de los Jardines. Buena se?al cuando hab¨ªa una aglomeraci¨®n frente al n¨²mero 3. Los porteros eran serios, nunca vi all¨ª comportamientos abusivos. Descend¨ªas la escalera como un pr¨ªncipe, mientras te contemplabas de reojo en el espejo del hall (eliminado a?os atr¨¢s, ay, por exigencias de "seguridad"). La noche de Madrid te abr¨ªa su boca pecadora y te lanzabas lo m¨¢s cool que pod¨ªas, disimulando la avidez.
En sus primeros a?os, El Sol era una criatura extra?a, mezcla de club moderno y discoteca tipo Bocaccio. Como tal, desempe?¨® funciones de eficaz punto de encuentro entre la arrogante generaci¨®n de "la movida" (perd¨®n, entonces prefer¨ªamos llamarlo nueva ola) y una esc¨¦ptica bohemia intelectual, practicantes del cine y la literatura que no quer¨ªa caer en los t¨®picos progres. Se miraban; a veces, se mezclaban y llegaban a mayores.
El propietario, con aire vamp¨ªrico, alardeaba de mezclador del c¨®ctel social que defini¨® al local
El Sol era un lugar fiable al que sol¨ªas llevar a tus visitantes de Barcelona, todav¨ªa horrorizados por la cutrez de Rock-Ola y la degradaci¨®n de Malasa?a. Pod¨ªas se?alar caras conocidas, la m¨²sica no imped¨ªa charlar, los sof¨¢s eran c¨®modos y se supone que la bebida no ten¨ªa efectos insospechados.
El propietario, Antonio Gast¨®n, gastaba un aire vamp¨ªrico pero no mord¨ªa: alardeaba de mezclador del c¨®ctel social que defini¨® al local, que s¨®lo tuvo una diminuta zona VIP durante sus inicios. Gast¨®n ejerc¨ªa como introductor de embajadores entre diferentes tribus y le encantaba dejar boquiabiertos a los reci¨¦n llegados. Si aparec¨ªas a primera hora, el local luc¨ªa desnudo pero en el escenario pod¨ªa estar un anciano esmer¨¢ndose en tocar una c¨ªtara, una obligaci¨®n de las inescrutables regulaciones que el Ayuntamiento impon¨ªa a la vida nocturna. Gast¨®n enseguida encontraba una justificaci¨®n cosmopolita: "?Te das cuenta? Igual que en El tercer hombre".
Gast¨®n no te ped¨ªa que te quedaras a hacer bulto. Eras igualmente bienvenido si recalabas en El Sol a ¨²ltima hora de la noche e, incluso, algunos pod¨ªan quedarse cuando el DJ desconectaba los platos. Gustaba entonces Antonio de interpretar La loba y otras sentidas coplas para los ¨ªntimos, manejando con garbo aquel pesado tel¨®n de terciopelo. No te atrev¨ªas a soltar ninguna impertinencia: por all¨ª sol¨ªa andar el actor F¨¦lix Rotaeta, de ideas rotundas y lengua cortante.
A¨²n as¨ª, quiero recordar que en El Sol hubo menos locura -ya saben, la bola de "sexo, drogas y rock and roll"- que en otros antros de nuestra d¨¦cada prodigiosa. Aunque contaba con recovecos obscuros, el ambiente impon¨ªa cierta moderaci¨®n en el comportamiento. El lugar se prestaba a las confidencias: aquel rocker militante que, una noche, me confes¨® su frustraci¨®n por no poder reconocer su devoci¨®n por Deep Purple. Y es que, en los ochenta, las fronteras estaban muy marcadas; una chica tecno no deb¨ªa bailar si estaba sonando el llamado "pop baboso".
Perm¨ªtame saltarme los a?os de indudable decadencia. De alguna manera, El Sol supo reinventarse cuando la aristocracia de "la movida" dej¨® de salir por las noches. Lo hizo potenciando los directos y atendiendo a las sucesivas pasiones musicales de la capital: el rock de garaje, el indie, el funk. Los grupos se encontraban c¨®modos con el equipo; colegas de profesi¨®n como Nacho Mastretta o Willy Vijande controlaban las peculiaridades del sonido de aquel espacio en L y siempre lamentaban que los novatos prefirieran el volumen a la sutilidad. Las paredes del camerino testimonian la abundancia de b¨¢rbaros, for¨¢neos y nacionales, que all¨ª han descargado.
Y se mantiene un gratificante sentido de la historia. Con regularidad, El Sol recupera a grupos de los ochenta, desde los Mam¨¢ de Jos¨¦ Mar¨ªa Granados a los imprescindibles Coyotes. Son ocasiones agridulces, que sirven para reflexionar sobre la injusticia del negocio musical hispano. De paso, tambi¨¦n nos permiten comprobar como nos quedan las canas, los kilos de m¨¢s, los estragos de la edad. El resumen siempre es el mismo: ?Que nos quiten lo bailado!
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