La herencia del olvido
La admisi¨®n a tr¨¢mite por la Audiencia Nacional de la querella contra el asesinato de los jesuitas de El Salvador, hace 20 a?os, es el ¨²ltimo episodio de un pasado que se niega a desaparecer. Su presencia incomoda a los responsables pol¨ªticos salvadore?os, que se han apresurado a denunciar lo desestabilizador del caso, igual que los desaparecidos cuestionan la democracia en Argentina o los muertos en las cunetas espa?olas, la transici¨®n pol¨ªtica. Son todos casos diferentes, pero tienen en com¨²n la resistencia del pasado vencido a darse por satisfecho con lo que la historia ha hecho con ellos y con lo que ha sido de la pol¨ªtica que les ha sobrevivido.
Esa resistencia en el caso espa?ol es desconcertante. ?C¨®mo se puede decir que haya habido olvido o menoscabo del pasado, se preguntan historiadores y protagonistas pol¨ªticos, si hubo dos amnist¨ªas que fueron queridas, pactadas y celebradas por representantes de las dos Espa?as seculares?
Hacer presente el pasado de los vencidos ampl¨ªa el campo de la justicia
Para avanzar ordenadamente en el debate actual entre defensores y cr¨ªticos del uso de la memoria, habr¨ªa que explicar que la memoria que ahora aflora tiene un contenido distinto al de la memoria que qued¨® saldada en el momento de la transici¨®n con las susodichas amnist¨ªas.
Hay que distinguir entre la memoria de los supervivientes o herederos de la Guerra Civil y la de las v¨ªctimas de la misma. Los primeros decidieron libremente clausurar un pasado fratricida. Nadie imaginaba entonces que las v¨ªctimas tuvieran algo propio que decir. Eran invisibles o mejor in-significantes. La pol¨ªtica es de los vivos y con los muertos s¨®lo cab¨ªa el gesto piadoso de darles honrosa sepultura. Pues bien, lo que ha cambiado desde 1979 hasta hoy es que los muertos son pol¨ªticamente significativos y esto no por obra de la creencia en la resurrecci¨®n de los cuerpos, sino en nombre de una nueva concepci¨®n de la justicia. Esta es la novedad. Durante siglos las teor¨ªas de la justicia nada quisieron saber del pasado. Desde Arist¨®teles a Habermas o Rawls, pasando por santo Tom¨¢s o Rousseau, la justicia significaba castigar al culpable o reparar el da?o del afectado, pero si mor¨ªa el culpable, no hab¨ªa justicia posible, y si hab¨ªa que juzgar un asesinato, se daba por hecho que la reparaci¨®n era imposible. Los muertos son el pasado y con lo que ha sido s¨®lo cabe pasar p¨¢gina
Eso es lo que ha cambiado en las dos ¨²ltimas d¨¦cadas. La reflexi¨®n sobre las v¨ªctimas del Holocausto ha colocado en el epicentro de la justicia la significaci¨®n de las v¨ªctimas. Gracias a la memoria se hace presente el pasado. No cualquier pasado, sino el pasado de los vencidos (el de los vencedores siempre est¨¢ presente). De esta suerte se ampl¨ªa el campo de la justicia que deja de ser la b¨²squeda de un equilibrio entre las partes que est¨¢n presentes, es decir, entre los vivos. Si esa realidad presente, pongamos la democracia espa?ola actual, tiene en su prehistoria tantas v¨ªctimas, est¨¢ obligada a reconocer una deuda con el pasado. Decir que nacemos con una deuda contra¨ªda es reconocer el sufrimiento que ha jalonado su historia y la ha hecho posible. Nace as¨ª el deber de memoria que no es cosa de alemanes, sino propio de las generaciones que han tomado conciencia del precio de la historia, de la l¨®gica violenta con la que se ha construido la realidad que ha llegado hasta nosotros.
Ese nuevo imperativo categ¨®rico tiene pues un componente pol¨ªtico. Si queremos que la historia no se repita no basta controlar a los neonazis. Lo que procede es cambiar la l¨®gica pol¨ªtica que lleva a la cat¨¢strofe: que la historia progresa inevitablemente sobre v¨ªctimas. Ese cambio no se substancia s¨®lo cambiando los sistemas totalitarios del siglo XX con democracias respetuosas con la libertad, que fue lo que ocurri¨®, sino tambi¨¦n incorporando ese pasado luctuoso a nuestro presente. ?ste fue el meollo del Debate de los historiadores alemanes, que se preguntaban c¨®mo ser alem¨¢n despu¨¦s de la barbarie nazi. Entend¨ªan que la identidad colectiva alemana estaba marcada por ese acontecimiento. Unidos, por tanto, no por grandes gestas, sino por una responsabilidad compartida.
Nada tiene que ver esto con menoscabar la importancia de la transici¨®n. Se trata m¨¢s bien de hacernos cargo de esa parte del pasado, el de las v¨ªctimas, que no qued¨® recogido, ni reconciliado, en la figura de las dos amnist¨ªas.
Reyes Mate, es profesor de Investigaci¨®n del CSIC y autor de Medianoche en la historia. Comentarios a las Tesis de Benjamin sobre el concepto de historia.
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