Bacon y Rothko en Londres
Europa es ya una megal¨®polis, y las capitales son sus barrios. El viaje entre Par¨ªs y Londres en el EuroStar es confortable y ameno. La frecuencia escalonada a lo largo del d¨ªa, la puntualidad, la comodidad para leer o dormitar, el silencio bajo el canal, el paisaje llano, con un horizonte fijo... a 300 km por hora, hacen que el tiempo pase sin sentir. Multitud de viajeros han dejado el avi¨®n con sus excesivos controles, el despegue contra natura cogiendo carrerilla, el aterrizaje que parece que no coge pista, la incertidumbre de la nave volante entre horizontes m¨®viles, el fracaso de los horarios.
Mientras la estaci¨®n del Norte parisina se mantiene como un escenario de Poirot, en la remodelaci¨®n de St. Pancras se ha exagerado el fr¨ªo toque de ne¨®n. Una ma?ana de domingo, Londres est¨¢ lleno de turistas -por todas partes se oye hablar espa?ol- fotografiando los hitos arquitect¨®nicos; por la tarde, como en esta ¨¦poca anochece pronto, el ambiente se polariza en franquicias de caf¨¦s-restaurante afrancesados que han ido sustituyendo paulatinamente a los pubs.
?Por qu¨¦ la pintura o la arquitectura han de imitar lo que ya existe? Veremos lo que produce la crisis
El objetivo era doble: Francis Bacon en la Tate Britain y Mark Rothko en la Tate Modern. Hace muchos a?os, en mi primer viaje para ver a Turner al natural, descubr¨ª los murales que Rothko hab¨ªa donado a la galer¨ªa londinense; encargados para el restaurante del edificio Seagram de Mies van der Rohe, una vez pintados, el artista se neg¨® a exponerlos en un espacio tan exclusivo. La verdad es que me impresionaron, sobre todo la serie roja. Por entonces a¨²n no exist¨ªa la ampliaci¨®n de James Stirling, cuya jovial estancia en Compostela, all¨¢ por el a?o 75, recordar¨¢n algunos colegas.
Para llegar a la Tate Modern se toma en el apeadero de Millbank la barcaza que permite contemplar un paisaje de bloques de oficinas. En esto ha venido a parar el pasado portuario e industrial del T¨¢mesis, tan distinto de las orillas del Sena, serenas y llenas de humanidad, testigos de una memoria aristocr¨¢tica y burguesa. Si Par¨ªs es la ciudad can¨®nica, Londres es la ciudad posmoderna. Algunas estructuras fabriles remodeladas se mantienen en pie, como esta antigua f¨¢brica de electricidad de l¨ªneas severas, que Herzog y De Meuron remataron con un paralelep¨ªpedo de cristal, y donde proyectan ya un nuevo edificio de formalismo irreconocible -cu¨¢nto ha cambiado su arquitectura- que aspira a convertirse en hito urbano sin competir, dicen, con la chimenea primitiva.
Quiz¨¢ por la rigidez industrial las salas resultan un tanto ¨¢speras. Tampoco la iluminaci¨®n realza la pintura de Rothko; en la serie Black-Form los matices de negro, que tan bien se apreciaban en la exposici¨®n organizada por la fundaci¨®n Joan Mir¨® hace a?os, resultan indistinguibles. Haciendo semblanza de lo que el artista quer¨ªa, se han yuxtapuesto los cuadros como ¨¦l mismo ide¨® para el comedor del Four Seasons o la capilla aconfesional de Houston, todo lo contrario de lo que uno piensa, porque un Rothko es arquitectura, geometr¨ªa, y un cuadro llena un mundo.
Francis Bacon y Mark Rothko, pr¨¢cticamente coet¨¢neos, cat¨®lico irland¨¦s uno, jud¨ªo let¨®n el otro, son dos personalidades, dos vidas, dos planteamientos radicales y contrapuestos, como la organizaci¨®n de sus respectivos estudios. A Bacon lo impresiona Vel¨¢zquez y as¨ª se refleja en su turbadora lectura del retrato de Inocencio X. Su ate¨ªsmo, la abjuraci¨®n de los or¨ªgenes, se traduce en las formas distorsionadas de la serie Crucifixi¨®n, donde la animalizaci¨®n del ser humano se presenta como un acto de fe en la humanidad. La magn¨ªfica exposici¨®n llega ahora al Prado.
Despu¨¦s de tantas instalaciones y v¨ªdeos, ver a Rothko y a Bacon reconforta. Parece que empieza una nueva etapa de cierta elegancia en la producci¨®n art¨ªstica, complaciente y con el empecinamiento de parecerse a algo. ?Por qu¨¦ la pintura, la escultura, la arquitectura han de imitar lo que ya existe? Veremos lo que produce la crisis.
Al atravesar el puente Millennium, que me parece un trabajo menor de Foster, es inevitable comparar la sede de Swiss Re con la torre Agbar de Nouvel en Barcelona. Ya de camino hacia la estaci¨®n, flanqueamos los estropicios funcionales que los ep¨ªgonos del Movimiento Moderno perpetraron en la City, permitiendo el desplazamiento de vecinos, las demoliciones indiscriminadas y la sustituci¨®n con bloques administrativos. Un domingo por la tarde es un paisaje fantasma, sin visillos ni ventanas encendidas, solamente los deslumbrantes vest¨ªbulos de las corporaciones.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
?Tienes una suscripci¨®n de empresa? Accede aqu¨ª para contratar m¨¢s cuentas.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.