El 'waterloo' de la industria musical
Un libro detalla una d¨¦cada de errores cometidos por las discogr¨¢ficas
Nos hemos acostumbrado a leer imp¨¢vidos las cr¨®nicas del desastre de la industria musical, derrotada por las descargas ilegales. Asombra saber que pudo ser de otro modo. El 15 de julio de 2000, hubo una reuni¨®n en Sun Valley (Idaho) entre accionistas de Napster, promotores del intercambio de archivos MP3, y los jefes de Universal, Sony y otros disqueros.
Con un a?o de existencia, Napster se acercaba a los 22 millones de usuarios, todo un fen¨®meno en Internet; hasta Madonna quer¨ªa invertir en la empresa. Sin embargo, hab¨ªa sido demandada por la industria de la m¨²sica grabada. Entre bambalinas, se intentaba llegar a un acuerdo extrajudicial. Ten¨ªa sentido: las encuestas revelaban que los adeptos a Napster aceptar¨ªan pagar una modesta suscripci¨®n mensual. Pero la cumbre en Idaho result¨® un fracaso: Napster ofrec¨ªa ir a medias con las disqueras, pero ¨¦stas exig¨ªan m¨¢s del 90% del pastel.
Las editoras sab¨ªan que, con la ley en la mano, eran propietarias de la mayor parte del material que flu¨ªa por la Red. Acertaron: pocas semanas despu¨¦s, una juez de San Francisco dictaminaba que no se pod¨ªa permitir el intercambio de canciones con copyright. Napster se hundi¨®, aunque hubo un intento posterior de relanzarlo como servicio legal. Las discogr¨¢ficas desecharon la oportunidad de subirse a un fabuloso modelo de negocio (y un extraordinario instrumento de mercadotecnia). Pasar¨ªan a?os antes de que la industria musical asumiera las nuevas pautas de consumo y fuera capaz de vender descargas; lo hicieron tan mal que un intruso como Apple se impuso con iTunes y el iPod. Para entonces, se hab¨ªan multiplicado las redes P2P, habituando a centenares de millones de personas a bajarse m¨²sica -y pel¨ªculas- gratis.
Es una de las historias ejemplares que cuenta Steve Knopper en el libro Appetite for self-destruction, reci¨¦n publicado en EE UU. El subt¨ªtulo resume su argumento: "El espectacular fracaso de la industria del disco en la era digital". Knopper, redactor de Rolling Stone, no es un fundamentalista que quiera abolir el derecho de propiedad intelectual. Hasta manifiesta nostalgia por los tiempos locos de las disqueras.
Knopper recuerda que la industria vivi¨® a?os de vacas incre¨ªblemente gordas entre 1984 y 2000, gracias a una afirmaci¨®n discutible y una clara mentira: convencieron al p¨²blico de que el CD era un soporte superior al elep¨¦ y que su fabricaci¨®n era m¨¢s cara. Se multiplic¨® por dos el precio de un lanzamiento y se persuadi¨® al p¨²blico a pagar el doble por m¨²sica que ya pose¨ªa en vinilo. Adem¨¢s, se desatendi¨® conscientemente el mercado del single (es decir, la canci¨®n suelta) para potenciar el disco largo, abundante en rellenos pero m¨¢s rentable.
La consiguiente lluvia de millones, unida a la euforia desatada por mega¨¦xitos como Thriller, logr¨® que se perdiera todo sentido de la proporci¨®n. Se firmaron contratos tan generosos -Prince, REM, Springsteen, el propio Michael Jackson- que resultaban ruinosos si el artista vend¨ªa menos de 10 millones de copias de cada nuevo t¨ªtulo. La est¨¦tica dominante fue la de grupos prefabricados de chavales guapitos, mu?ecas, tenores volcados al pop, raperos de dise?o.
En ese proceso, la industria fue enemist¨¢ndose con los consumidores m¨¢s exigentes. Hasta los mismos creadores se olvidaron de qui¨¦n les hab¨ªa colocado all¨ª. Knopper personifica en Metallica la p¨¦rdida de contacto con la realidad: contagiado por la histeria desatada por Napster, el grupo fue persuadido para que demandara a los fans que se intercambiaban su m¨²sica. Desde entonces, el negocio discogr¨¢fico ha ido encadenando errores que degradan a¨²n m¨¢s su imagen: saber que en las c¨¢rceles espa?olas est¨¢n docenas de manteros hace dif¨ªcil simpatizar con las desdichas de una industria llena de simp¨¢ticos p¨ªcaros que, por decirlo suavemente, nunca se preocuparon por la moralidad de sus actos.
?ltimo parte
- El informe de Promusicae -la patronal del sector- correspondiente a 2008 hecho p¨²blico ayer confirma que el consumo de soportes f¨ªsicos ha descendido en un 12,4%. Los ingresos de las empresas de Promusicae suman 225,2 millones de euros, la tercera parte de lo que vend¨ªan a principios de siglo. No se compensa con el negocio digital, que sube -8%- pero m¨¢s lentamente que en el resto de Occidente: s¨®lo alcanza los 29,2 millones de euros. Todos, grandes y peque?os, llaman la atenci¨®n sobre la implacable destrucci¨®n del tejido comercial: desaparecen las tiendas de discos y se reduce el espacio musical en las grandes superficies.
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