Autobuses doctrinarios y EpC
El Tribunal Supremo ha desestimado la objeci¨®n contra la asignatura de Educaci¨®n para la Ciudadan¨ªa (EpC). A la espera de leer la sentencia con calma, tengo para m¨ª que es la decisi¨®n correcta. De no haber sido as¨ª, el alto tribunal hubiera tenido que justificar que los principios, derechos y valores fundamentales reconocidos en nuestra Constituci¨®n no vinculan a determinados ciudadanos. Se podr¨¢ alegar que aquello contra lo que se objeta no son estos valores, sino la forma torticera a trav¨¦s de la cual se presentan en algunos manuales, o la capacidad adoctrinadora que, en una direcci¨®n o en otra, puedan tener determinados docentes. Pero esto, la forma concreta en la que eventualmente puede ser aplicada, no invalida la cuesti¨®n de principio, la necesidad de que los alumnos conozcan dichos valores, sepan operar cr¨ªticamente con ellos, y se acerquen al funcionamiento del entramado institucional de la Constituci¨®n.
El ate¨ªsmo deber¨ªa alejarse de todo proselitismo para no convertirse en una doctrina m¨¢s
Parece, sin embargo, que lo que preocupa a quienes fomentaron la objeci¨®n no es ya s¨®lo la asignatura de marras, sino la misma existencia de una moral p¨²blica por encima de su propia moralidad privada. Tienen una gran dificultad en interiorizar algo que es el abec¨¦ de las democracias contempor¨¢neas, la neutralidad del Estado respecto a las diferentes concepciones del bien. O, lo que es lo mismo, que lo que se considera "verdadero" desde dentro de una de ellas -la doctrina cat¨®lica, por ejemplo- no ha de recibir por ello el marchamo de verdad moral oficial. Se respetan y protegen las convicciones y las opciones vitales personales, pero eso no significa que algunas deban tener el derecho a convertirse en la perspectiva oficial de una comunidad, por muy generalizadas que est¨¦n. Bajo las condiciones de un amplio pluralismo moral, de lo que se trata, por el contrario, es que todos podamos converger hacia principios cuya labor consiste precisamente en mediar en este pluralismo. Y son estos principios, como la tolerancia o la laicidad, los que al final acaban dotando de contenido a la moral p¨²blica, que, insisto, no s¨®lo no ataca a ninguna concepci¨®n del bien en particular, sino que, al contrario, permiten su coexistencia con otras. Sobre esta idea tan sencilla se ha articulado el dif¨ªcil equilibrio del ya insoslayable pluralismo valorativo de nuestras sociedades modernas, algo que, claro est¨¢, tendr¨¢ que ser impartido en EpC.
Que hay una confusi¨®n entre cu¨¢les deban ser los l¨ªmites entre moral p¨²blica y privada se ha visto claro en la pintoresca disputa a la que estamos asistiendo con los autobuses con mensajes ateos. Puede ser un buen estudio de caso para EpC. Soy contrario al "ate¨ªsmo doctrinario" que hoy tiende a florecer, porque, por definici¨®n, el ate¨ªsmo deber¨ªa alejarse de todo proselitismo para no convertirse en una doctrina m¨¢s. Pero ¨¦sta no es la cuesti¨®n. La cuesti¨®n es la sorprendente reacci¨®n del cardenal Rouco, cuando afirm¨® que ello significa utilizar "espacios p¨²blicos para hablar mal de Dios ante los creyentes"; o, y esto ya s¨ª que es chocante, que "no es justo obligar a quienes tienen que hacer uso de esos espacios, sin alternativa posible, a tener que soportar mensajes que hieren su sentimiento religioso"; y que "los medios p¨²blicos no deber¨ªan ser utilizados para socavar derechos fundamentales". O sea, los ateos no pueden decir p¨²blicamente lo que piensan, pero ellos, que no dejan de reclamar un todav¨ªa mayor acceso al espacio p¨²blico, si estar¨ªan plenamente legitimados para lanzar sus mensajes. No olvidemos que, a la postre, estas manifestaciones de ate¨ªsmo doctrinario no son m¨¢s que una d¨¦bil y casi anecd¨®tica se?al de resistencia ante las continuas apariciones p¨²blicas de lo religioso.
La libertad de expresi¨®n debe tener un l¨ªmite, pues, no ya en las graves injurias a la religi¨®n, algo que en el Reino Unido se ha tipificado recientemente como delito, sino siempre que "hiera" alg¨²n sentimiento religioso. Y, al parecer, afirmar p¨²blicamente que "probablemente Dios no exista" y que, por tanto, hemos de disfrutar m¨¢s la vida, provoca este tipo de sentimiento. Un derecho fundamental, incorporado al patrimonio de la moral p¨²blica, se hace depender as¨ª de lo que desde una confesi¨®n se interprete como lesivo a su sensibilidad.
Es muy posible que haya casos dif¨ªciles en este tipo de confrontaciones -recordemos la disputa de las caricaturas de Mahoma-, pero situaciones como la descrita ponen de manifiesto la dificultad de un sector de nuestro catolicismo para absorber las nuevas reglas bajo las que han de convivir en una sociedad plural. ?Lo resolver¨¢ la EpC?
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