Por culpa del tabaco
Mi rechazo al tabaco empieza a preocuparme. Siempre se ha dicho que los conversos suelen ser los m¨¢s radicales y yo fum¨¦ aunque, en honor a la verdad, nunca fui un fumador empedernido. Del tabaco en realidad lo que me gustaba era su liturgia y sociabilidad. Por eso ahora que veo al personal subiendo y bajando para salir a la calle a echarse un cigarro a toda prisa y tiritando de fr¨ªo me cuesta tanto comprenderles. Mis pitillos eran la ceremonia tras el desayuno o la comida, el protocolo al comenzar una conversaci¨®n o arrancar un paseo o en el glorioso desparrame sobre el sof¨¢.
Yo pensaba que cada calada hab¨ªa de ser sublime y que cada cigarrillo deb¨ªa tener una raz¨®n de ser. Ser¨¢ probablemente una gilipollez como otra cualquiera pero me permiti¨® gozar del tabaco sin machacar los pulmones. Cuando not¨¦ que esa glamurosa ceremonia empezaba a perjudicarme no tuvo que venir ning¨²n presidente de Gobierno ni ministro de Sanidad alguno a recomendarme que lo dejara, lo dej¨¦ y hasta hoy. Ahora he de reconocer que me molesta profundamente el humo del tabaco y que mantengo una batalla interior para no convertirme en un talib¨¢n.
El fumador reina por derecho en los bares, discotecas y garitos de copas
Despu¨¦s de sufrir durante a?os esas reuniones de trabajo en las que los fumadores convulsivos impon¨ªan el humo manu militari aunque fueras asm¨¢tico o padecieras una sinusitis de caballo, ahora que est¨¢ prohibido trato de ser condescendiente con quienes fuman en un espacio privado. En teor¨ªa cuando est¨¢s en un lugar cerrado no sometido a regulaci¨®n lo de fumar queda bajo las normas de buena educaci¨®n y en este ¨¢mbito, por aquello de que no se sientan acosados, estamos cediendo m¨¢s los no fumadores.
Cuando en una reuni¨®n de amigos o conocidos alguien dice eso de "os molesta que fume" nadie suele asumir el riesgo de quedar como un borde diciendo que efectivamente molesta. Detr¨¢s de ¨¦l ir¨¢ alg¨²n otro fumador y lo habitual es que no vuelvan a pedir permiso para encender otro cigarro, aunque ya la atm¨®sfera sea irrespirable. Lo mismo ocurre cuando vas con un grupo a un restaurante y uno pide que les pongan en la zona de fumadores. ?Qui¨¦n asume el mal rollo de llevarle la contraria?
El fumador reina por derecho en los bares, discotecas y garitos de copas y all¨ª el que tenga problemas con el humo debe darse humildemente por jodido. Y es que, a pesar de que los fumadores seg¨²n las estad¨ªsticas, son minor¨ªa, la noche madrile?a apenas cuenta con un solo espacio donde puedas bailar, escuchar m¨²sica o tomar una copa sin que a los 10 minutos te apeste la ropa a chamusquina. Esto es algo que nos tragamos estoicamente porque la alternativa es quedarse en casa y "no fumador", por mucho que las tabacaleras se empe?en, no es sin¨®nimo de co?azo.
Por fortuna hay gente que fuma que cada vez es m¨¢s respetuosa, aunque haya elementos permanentemente dispuestos a poner a prueba los temperamentos m¨¢s templados. Es el caso de un vecino m¨ªo que tiene a bien encender su primer cigarrillo del d¨ªa en el ascensor. Por sus modales y su cara de bruto deduzco que cualquier indicaci¨®n que le hiciera al respecto terminar¨ªa con mis huesos en las urgencias hospitalarias. Lo que hago es tragar y mantener intacta la integridad f¨ªsica. Si ser¨¦ bueno que ni siquiera le deseo el enfisema pulmonar que merece. Para las empresas la tolerancia con los fumadores empieza a ser un problema preocupante.
Tras la prohibici¨®n de fumar en lugares p¨²blicos y centros de trabajo se ha instaurado el h¨¢bito de abandonar cada dos por tres el puesto de trabajo para inhalar su dosis de nicotina. No hay m¨¢s que darse una vuelta por la Gran V¨ªa y ver a la gente que hay fumando en las puertas y portales para imaginar las horas de trabajo que se pierden atendiendo la adicci¨®n. Conozco un caradura que nunca ha fumado y ahora de cuando en cuando se baja a la calle y enciende un cigarro con tal de abrirse un rato. Alg¨²n orden habr¨¢ que poner al asunto. Curiosamente, mis esfuerzos por ser tolerante donde fracasan estrepitosamente es ante un gesto muy extendido entre los fumadores.
Por alguna raz¨®n que ignoro la inmensa mayor¨ªa de ellos tira displicentemente el cigarro en estado terminal a la calle como si las colillas no ensuciaran las aceras. Da igual que acabe de pasar la barredora y el pavimento est¨¦ como la patena, la colilla humeante ir¨¢ al suelo contribuyendo a convertir Madrid en un inmenso cenicero. Reconozco que esa actitud me saca de quicio. Yo les llamo guarros para mis adentros, pero un d¨ªa se me va a escapar en voz alta y la tendremos. Acabar¨¦ en comisar¨ªa con un ojo hinchado y acusado encima de intolerante. Lo m¨ªo es preocupante.
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