La gran inundaci¨®n
"El problema no es nuestro, sino de la econom¨ªa". Esta frase es de un portavoz de la Confederaci¨®n de Cajas, pero podr¨ªa ser perfectamente de cualquier responsable econ¨®mico o pol¨ªtico. Es la mentalidad con que unos y otros han afrontado la crisis. Los responsables econ¨®micos -especialmente del mundo financiero, principal causante del desastre-, para eludir las enormes responsabilidades contra¨ªdas. Los responsables pol¨ªticos, para disimular su impotencia, su incapacidad para regular y controlar los desmanes del dinero y para liderar con autoridad la dif¨ªcil traves¨ªa de la recesi¨®n.
Desplazar el problema sobre un ente abstracto llamado econom¨ªa que carece de nombre, apellidos, domicilio o raz¨®n social consagra la irresponsabilidad como un vicio sist¨¦mico. Pero en el fondo responde a una concepci¨®n muy arraigada de la econom¨ªa, que encuentra en met¨¢foras utilizadas con escaso rigor, como la mano invisible, la coartada te¨®rica para justificar cualquier comportamiento de los actores econ¨®micos. Esta concepci¨®n de la econom¨ªa, acompa?ada de un discurso de descr¨¦dito permanente del Estado, como si se tratara de deslegitimarlo para regular y sancionar, ha contribuido poderosamente a la cultura de impunidad. Uno de los productos de esta cultura ha sido el mito de los independientes. Los directores de los bancos centrales y de los organismos reguladores ten¨ªan que ser personajes independientes del poder pol¨ªtico, por supuesto. Pero poco importaba que provinieran del poder econ¨®mico y volvieran a ¨¦l cuando terminaba su gesti¨®n. Con las cartas tan marcadas no es extra?o que ahora sean los propios pecadores los que pretendan imponernos la penitencia. Los sindicatos tienen toda la raz¨®n cuando dicen que el origen de esta crisis no est¨¢ en el mercado laboral y que no es aceptable que se haga pagar a los trabajadores las frivolidades de otros.
Con todo, lo m¨¢s irritante es que el poder pol¨ªtico est¨¦ tan impregnado de este discurso que atribuye la crisis al poder demoledor de un cicl¨®n llamado econom¨ªa. El presidente del Gobierno, que desde las primeras turbulencias ha tenido la actitud defensiva del marido que se siente se?alado por su mujer y finge no saber muy bien de qu¨¦ es culpable, ha encontrado en la gran tormenta americana la coartada permanente para su imprevisi¨®n. El pasado lunes, en televisi¨®n, reiter¨® un mensaje de paciencia y esperanza como ¨²nica f¨®rmula para cruzar el oscuro t¨²nel de 2009. Esta actitud resignada contrasta con el entusiasmo con que, en tiempos bien recientes, proclamaba sus ¨¦xitos econ¨®micos. Cuando las cosas van mal, es el fatalismo de la econom¨ªa; cuando van bien, es gracias a las pol¨ªticas del presidente. La oposici¨®n, que, a pesar de las torpezas del Gobierno, no ha encontrado el tono para tomar la iniciativa en ning¨²n momento, monta una conferencia para relanzar su mensaje, y su presidente, Mariano Rajoy, pone como ejemplo ante los suyos a tres voluntarios de un comedor social. Compasi¨®n y solidaridad como forma de respuesta a la gran inundaci¨®n.
Con esta mentalidad tan deprimida, ?c¨®mo pueden los pol¨ªticos hacer entender a los banqueros que el flujo de dinero es necesario para que la sociedad viva y que, por tanto, tienen exigencias de servicio p¨²blico, como las tienen las empresas de agua o de electricidad? Me gusta la iron¨ªa del Financial Times: se?ores banqueros, si han sido rescatados con dinero p¨²blico no es porque les amemos, sino porque les necesitamos. O sea, obren en consecuencia.
Y, sin embargo, el fatalismo se puede combatir. Lo ha demostrado Obama levantando a la sociedad americana de su frustraci¨®n. Su ofensiva econ¨®mica contiene un enorme plan de medidas inmediatas contra la crisis, pero tambi¨¦n una apuesta por una nueva econom¨ªa energ¨¦tica y tecnol¨®gica que mira a medio y largo plazo, pero con un calendario que lleva sello de urgencia. Mientras, en Espa?a, las buenas palabras de Zapatero, que en tiempos de bonanza bastaban para contentar a la ciudadan¨ªa, resultan ahora muy marchitas. Y el coraje que el presidente exhibi¨® para estar en la reuni¨®n del G-20 desapareci¨® una vez conquistada la silla. El PP, en vez de aparecer como alternativa, se desacredita en una miserable lucha interna por el poder y el dinero. As¨ª estamos cuando las cifras del paro avisan de que la crisis econ¨®mica est¨¢ a punto de convertirse en una crisis social de envergadura. ?Tienen pensada alguna cosa m¨¢s que enviar a la Guardia Civil cuando la conflictividad estalle? -
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