Presentando un libro
?Me permiten que les pregunte -siquiera ret¨®ricamente y sin expectativa de respuesta- cu¨¢nto tiempo ha pasado desde la ¨²ltima vez que acudieron a la presentaci¨®n de un libro? No, no me refiero a uno de esos aburridos "eventos" inmediatamente olvidables en los que autor(a), editor(a) y amigo/a m¨¢s o menos cr¨ªtico/a se dirigen al p¨²blico desde una mesa elevada del sal¨®n de actos de una instituci¨®n cultural para ponderar los m¨¦ritos de la novedad, con el mismo previsible entusiasmo del que hacen gala los encargados de derechos de las editoriales cuando intentan vender a colegas extranjeros las novelas de "sus" autores. No les pregunto por su asistencia -sea voluntaria, cort¨¦s, o ineludiblemente profesional y corporativa- a esos actos baratos y escasamente poblados que las editoriales suelen organizar a rega?adientes, y m¨¢s por dar gusto a la vanidad del publicado (y por hacerle creer que "arriesgan" en su libro) que por los improbables resultados publicitarios que pueda suscitar el insignificante acontecimiento.
La desaparici¨®n del rito del c¨®ctel de presentaci¨®n constituye uno de los m¨¢s fehacientes s¨ªntomas de la nueva austeridad editorial
Me refiero, m¨¢s bien, a aquellas presentaciones de amor y lujo (no recuerdo ninguna particularmente memorable desde principios de siglo) que constitu¨ªan un hito importante en la precaria existencia cotidiana de los canaperos, una especie en extinci¨®n -sol¨ªan ser personas de cierta edad- que controlaba perfectamente su d¨®nde y su cu¨¢ndo, y que acud¨ªan a ellas no s¨®lo para poder contemplar con sus propios ojos a los famosos de la pluma (bueno, enti¨¦ndanme: de las letras), sino para complementar una dieta alimenticia a todas luces insuficiente, especialmente a finales de mes, antes de que el habilitado les ingresara en su cuenta la siempre mezquina pensi¨®n de jubilaci¨®n. Hablo de aquellas rutilantes presentaciones para las que se alquilaban los salones (todos con nombre propio) de grandes hoteles internacionales en cuyo tupido alfombrado pod¨ªa extraviarse un rat¨®n, y cuyos actos -anunciados desde el vest¨ªbulo en paneles con letras doradas- eran servidos por camareros de ambos sexos impolutamente uniformados y elegantemente indiferentes a los excesos (et¨ªlicos y pantagru¨¦licos) de los invitados. Como si ellos se hubieran saciado previamente en la cocina.
La desaparici¨®n a escala planetaria del rito del c¨®ctel de presentaci¨®n constituye uno de los m¨¢s fehacientes s¨ªntomas de la nueva austeridad editorial. Ahora, si un autor quiere c¨®ctel que se lo pague, como hace la RAE con los nuevos acad¨¦micos. Ya s¨¦ que puede haber excepciones que confirmen la regla: si, por ejemplo, a Roman Arkadievich Abramovich (no se trata de un personaje secundario de El Don apacible, sino del magnate ruso propietario del Chelsea Football Club) le diera por publicar unas Memorias donde explicara con pelos y se?ales c¨®mo se hizo con su primer bill¨®n, probablemente celebrar¨ªa una presentaci¨®n inolvidable para elegidos en su yate largo y ancho como esta crisis. Pero no es lo corriente. Ahora lo que se estila, cuando alguna editorial se propone "tirar la casa por la ventana" es, a lo sumo, una copa de vino que ya viene servida para que nadie rastree bodega o a?ada.
Sic transit gloria editoralis. Las presentaciones con sarao y bullicio resultan caras. Y aunque en los departamentos de mercadotecnia saben que ya no funciona lo de que "el buen pa?o en el arca se vende", y que la promoci¨®n sigue siendo necesaria para atraer el inter¨¦s del p¨²blico hacia un t¨ªtulo que tendr¨¢ en el mismo a?o otros 75.000 hermanitos (seg¨²n las ¨²ltimas estad¨ªsticas, como dir¨ªa D¨¢maso Alonso), el ahorro y la imaginaci¨®n (minimalismo, arte povera) han terminado imponi¨¦ndose sobre la nostalgia y el esplendor de los salones. La verdad es que, a excepci¨®n de los a?orados canaperos y los escritores con ego exuberante o inseguro (aqu¨ª se dan los dos extremos), no creo que hayamos perdido demasiado. Ahora m¨¢s que nunca, habent sua fata libelli.
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