Tiempo de bufones
En la esquina del teatro Alfil de la calle del Pez cuelga todav¨ªa la muestra del pen¨²ltimo espect¨¢culo de Leo Bassi, La Revelaci¨®n, un montaje darwinista sobre la evoluci¨®n y la religi¨®n que instig¨® la rebeli¨®n airada y criminal de un grupo de iluminados que trataron de hacer una pira del teatro para que ardieran en ella, el autor, actor, y su p¨²blico. Bassi se adelantaba al centenario de Darwin y reflexionaba, ¨¢cido y l¨²dico, sobre la historia de una religi¨®n que bajo el lema fraternal del "Amaos los unos a los otros" desat¨® odios eternos y guerras inmisericordes. Por supuesto, los fan¨¢ticos incendiarios no hab¨ªan visto la obra, gravemente peligrosa, como rezaban las calificaciones morales de los films en ¨¦pocas no tan pret¨¦ritas, para sus presuntas convicciones religiosas.
Tal como van las cosas de este mundo, cualquier Dios decente hubiera presentado su dimisi¨®n
En este mes de enero, cruel e inh¨®spito, cr¨ªtico y terrible, amenizado por la danza de los esp¨ªas en las alcantarillas sobre las que gobierna y desgobierna Esperanza Aguirre, Leo Bassi ha vuelto por donde sol¨ªa con un nuevo espect¨¢culo en el que pasa revista a las utop¨ªas perdidas y los sue?os rotos del siglo XX, cambalache problem¨¢tico y febril que cantara Disc¨¦polo, una centuria en la que el internacionalismo y la solidaridad entre los pueblos nacieron para sucumbir bajo el peso de los nacionalismos y los totalitarismos azuzados por los estados y bendecidos por las religiones. Sobre los sue?os rotos y las pesadillas que ocuparon su lugar, Leo, el gran buf¨®n, ap¨¢trida y cosmopolita, levanta a diario el tinglado de su farsa filos¨®fica y clownesca en la que no deja t¨ªtere con cabeza, porque los t¨ªteres no tienen cabeza y solo responden ante el que mueve los hilos de la enrevesada trama. Bassi inicia su diatriba sentado junto a un cochecito en el que se supone que reposa el beb¨¦ furioso de la FAES, a punto de transformarse en el joven receptor de las ep¨ªstolas que Jos¨¦ Mar¨ªa Aznar le endilgase en un libro tan olvidable como prescindible, pura monserga neocon que hoy suena m¨¢s anacr¨®nica que nunca y sobre la que Leo ironiza y reflexiona en voz alta, clara y rotunda.
El reclamo del anterior espect¨¢culo de Bassi que campea en la esquina del Alfil tiene la silueta de un pez con cuatro patas que lleva inscrito en el lomo el nombre de Darwin, un icono de la evoluci¨®n y un recuerdo de la involuci¨®n de aquellos meapilas pir¨®manos cuyo parentesco con los primates, por mucho que lo rebatan, se hace patente en sus expresiones y en sus actos. La Revelaci¨®n no era precisamente un espect¨¢culo blasfemo, sino todo lo contrario, pero ya se sabe que la reflexi¨®n no es el fuerte de las ultramontanas turbas bendecidas que, una vez confesadas y comulgadas, salen a la calle, y atacan al hombre. Tampoco hay nada de blasfemo en ese autob¨²s que plantea la probabilidad de que Dios no exista. Tal y como van las cosas de este mundo, cualquier Dios decente hubiera presentado su dimisi¨®n para no hacerse responsable del cotarro. Que un Dios omnipotente y omnisciente pueda consentir o apadrinar la sinraz¨®n globalizada y el caos galopante del planeta es tema que debe preocupar a los te¨®logos y confundir a los creyentes de buena fe.
A pocos metros del teatro Alfil tiene su morada la presidenta Aguirre, reina auton¨®mica que no hace mucho reclut¨® para su corte a otro buf¨®n de altura para que regentara los pol¨¦micos teatros del Canal antes de privatizarlo. Buf¨®n em¨¦rito, hoy desactivado en la n¨®mina burocr¨¢tica. Albert Boadella, el gran provocador, el insumiso, otrora azote de pol¨ªticos y reventador de epopeyas nacionalistas, ha querido situarse del otro lado del escenario y comulgar con esta inmensa y nutritiva rueda de molino que le ofreci¨® en su d¨ªa la pol¨¦mica presidenta como muestra de liberalidad y para hacerse una coartada a la medida. El puesto de buf¨®n de la corte de Esperanza lo ocupa sin duda G¨¹emes, el de los encantos, atildado y desmelenado consejero de la sanidad p¨²blica y de la insania generalizada, mientras Boadella goza de las mieles de una confortable poltrona. Tiene derecho a descansar de sus ajetreos y vagabundeos el ilustre c¨®mico y es muy probable que dirija con sentido com¨²n y ajustado al presupuesto el negocio teatral, pero es posible que en su fuero interno eche de menos volver a la palestra en estos d¨ªas bufonescos, en este escenario de conjuras de sainete, para sacarle jugo hasta la m¨¦dula, a su estilo, a la desaforada comedia de los desprop¨®sitos parapoliciales, a la gran parodia que se representa en los bajos de la Comunidad. Menos mal que nos queda Leo Bassi.
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