Partes de guerra de ambas partes
Ignacio Mart¨ªnez de Pis¨®n construye una novela colectiva sobre la Guerra Civil a partir de 35 relatos de autores que combatieron y de escritores actuales
Detr¨¢s de algunos cuentos hay otras historias. Bernardo Atxaga comenz¨® a escribir El ¨²ltimo americano de Obaba en el cuarto de ba?o de Finca Vig¨ªa, la villa cubana donde residi¨® Ernest Heming-way. Cada d¨ªa el escritor estadounidense se pesaba all¨ª y anotaba la cifra en las paredes. Tan sistem¨¢tica fue su obsesi¨®n que las paredes se colorearon de gris. "Esa imagen se me qued¨®", revive el autor vasco. Se le qued¨® tanto que la us¨® para describir a don Pedro, el propietario del hotel Alaska, emigrante triunfador, republicano en el punto de mira de los sublevados del 36, un personaje con ra¨ªces reales que protagoniza el relato que el escritor incluy¨® en su novela El hijo del acordeonista (2003).
La obsesi¨®n por el peso de Hemingway inspir¨® el personaje de Bernardo Atxaga
Trapiello relata la intervenci¨®n de Miaja para frustrar un saqueo en 1936
Es tambi¨¦n uno de los 35 cuentos incluidos en Partes de guerra (RBA), la antolog¨ªa seleccionada por el escritor Ignacio Mart¨ªnez de Pis¨®n para construir una "suerte de novela colectiva sobre la Guerra Civil"; 35 partes de ambas partes, republicana y franquista, que en general reh¨²yen el partidismo militante. "Son cuentos donde se intenta entender al otro, hay una intenci¨®n por parte de los escritores de ambos bandos de encontrar lo que hay en com¨²n", explica el autor de Dientes de leche, que ha desechado los ejercicios de propaganda, frecuentes en autores que participaron activamente en la contienda.
Un adolescente en el 36
Ramiro Pinilla no luch¨®, pero grab¨® en su memoria de adolescente escenas imborrables. Tras la muerte de Franco, public¨® un volumen de relatos Primeras historias de la guerra interminable (1977) que en parte se sustentaba en aquellos recuerdos. Uno de ellos, Julio del 36, ya habitado por los Altube, la saga sobre la que luego girar¨¢ el cosmos de Verdes valles, colinas rojas, tambi¨¦n figura en la antolog¨ªa.
En julio del 36, Pinilla ten¨ªa 13 a?os. Por alguna extra?a raz¨®n, su familia hab¨ªa adelantado el final del veraneo en Getxo. "Volv¨ªamos quiz¨¢s para pasar un d¨ªa o dos en Bilbao y vimos las camionetas cargadas de milicianos con fusiles vociferando. Pensamos que all¨ª empezaba algo, aunque no sab¨ªamos que iba a ser tan gordo como luego fue", rememoraba ayer por tel¨¦fono.
A diferencia de Atxaga, que da por zanjadas sus cuentas con la Guerra Civil con el relato citado, Pinilla piensa volver al traum¨¢tico conflicto y sus represivas secuelas. "He conocido el franquismo y ahora estoy conociendo el olvido. Los primeros 10 a?os de posguerra fueron un aut¨¦ntico genocidio que se ha silenciado mucho, aunque Garz¨®n est¨¢ ayudando a evitarlo", sostiene.
El cuento de Andr¨¦s Trapiello naci¨® de una gran historia. Al escritor que m¨¢s ha indagado en la relaci¨®n entre literatura y Guerra Civil le cautiv¨® la atm¨®sfera de una casa cerrada durante a?os, repleta de obras de arte (madrazos, fortunys...) y ausencias. El piso, en una zona acomodada de Madrid, pertenec¨ªa a la familia Daza, sorprendida por la sublevaci¨®n militar de julio de 1936 mientras veraneaba en San Sebasti¨¢n. "Indagando me encontr¨¦ la historia de la intervenci¨®n del general Miaja; tendr¨ªa que haber contado la historia de la historia", reviv¨ªa ayer en la librer¨ªa madrile?a La Buena Vida.
Escribi¨® La seda rota, un relato real sobre el saqueo de la vivienda de los Daza en noviembre de 1936, atemperado sobre la marcha gracias al general Miaja. Un episodio hist¨®rico alejado de los estereotipos de buenos y malos que tanto disgustan a Trapiello: "Una de las cosas m¨¢s raras es que los espa?oles vienen a este mundo con una idea precisa de la guerra, pero los relatos que conozco de esta antolog¨ªa se caracterizan por su complejidad, son lecturas de ida y vuelta". "Yo", confiesa, "hubiera estado en el bando de Juan Ram¨®n Jim¨¦nez, que estuvo en el exilio, nunca volvi¨®, apoy¨® a la Rep¨²blica y mantuvo que hubo gente decente en los dos bandos".
Decentes como el propio general Miaja tratando de impedir un expolio y el soldado franquista que trata con cortes¨ªa a don Pedro, el due?o del hotel Alaska, tras su detenci¨®n. Decentes como los dos enemigos que coinciden, desnudos, mientras se ba?an en una charca, comparten unos cigarros y conversan:
"-Pod¨ªamos ser amigos.
-?Para qu¨¦?
-No lo s¨¦. Alg¨²n d¨ªa terminar¨¢ la guerra.
-Y los que ganen matar¨¢n a los que pierdan. Mira ¨¦ste.
-Yo no tengo por qu¨¦ matarte a ti.
-Pero me matar¨¢s. O yo a ti".
La charca es un relato de Luis L¨®pez Anglada, alf¨¦rez del Ej¨¦rcito franquista que se retir¨® con el rango de coronel en 1985, cuatro a?os despu¨¦s de haber publicado Los cuentos del coronel, un volumen de relatos inspirados en vivencias y recuerdos. Es, junto a Edgar Neville y Rafael Garc¨ªa Serrano, de los pocos autores del libro que se adscriben al bando de los vencedores. Mart¨ªnez de Pis¨®n da una explicaci¨®n elemental a prop¨®sito de este desequilibrio num¨¦rico: "Eran peores los escritores que apoyaron la causa franquista".
Entre los activistas republicanos presentes en Partes de guerra figuran Mar¨ªa Teresa Le¨®n, Arturo Barea, Manuel Chaves Nogales o Ram¨®n J. Sender. De ¨¦ste se ha recuperado una pieza casi in¨¦dita: La lecci¨®n. Otras, como El tanque de Iturri, del gallego Lino Nov¨¢s, o Las minas de Teruel, del catal¨¢n Pere Calders, se han rescatado de publicaciones de tirada modesta. El arranque es, en contrapartida, un cuento popularizado por el cine: La lengua de las mariposas, un relato en el que Manuel Rivas refleja la ruptura del sue?o pedag¨®gico de un maestro republicano nada m¨¢s estallar la guerra.
Mart¨ªnez de Pis¨®n opt¨® por ordenar la antolog¨ªa siguiendo un orden cronol¨®gico, de forma que se capte la evoluci¨®n de la contienda. "Siempre quedan cosas fuera porque la guerra es un tema complejo, pero se da una visi¨®n bastante completa", esgrime. Entre las ausencias figura Alberto M¨¦ndez, pero su familia rechaz¨® ceder un relato para la obra, seg¨²n Mart¨ªnez de Pis¨®n. Hay relatos del campo (El cojo, de Max Aub) y de la ciudad (El refugio, de Miguel Delibes); del norte (Xos¨¦ Luis M¨¦ndez Ferr¨ªn) y del sur (Fernando Qui?ones); de testigos directos (Francisco Ayala) y de autores actuales (Juan Antonio Olmedo). Para muchos, la Guerra Civil sigue hu¨¦rfana de una novela definitiva, pero desde ayer cuenta con una notable colecci¨®n de relatos.
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