Pa¨ªs Dog¨®n Tierra de magia y arena
El agua lo es todo", dice Riszard que dice Ogotemmeli. "La tierra procede del agua. La luz procede del agua. La sangre". Ogotemmeli es el sabio del pueblo dog¨®n, dice Riszard, y Riszard es Riszard Kapuscinski, "el enviado de Dios", dice Le Carr¨¦, el reportero de los reporteros, referencia obligada para quien viaja a ?frica. El pueblo dog¨®n es el pueblo que habita la zona denominada Pa¨ªs Dog¨®n, al sur de Mal¨ª. El Pa¨ªs Dog¨®n es una espectacular falla, la falla de Bandiagara, una hendidura del terreno, un desnivel entre dos sabanas, un escal¨®n formidable que hemos de salvar para pasar de la planicie de Mal¨ª a la que nos lleva a Burkina Faso, un acantilado imponente sobre un mar de arena. Es la tierra donde habitan los dog¨®n. La tierra donde habitan los dog¨®n es un accidente geol¨®gico brutal, un desplazamiento del suelo portentoso, una falla de 150 kil¨®metros de largo y que alcanza en algunas zonas hasta 300 metros de altura. La tierra donde habitan los dog¨®n est¨¢ cubierta de arena, flanqueada a un lado por la pared rocosa de la falla, con poblados dog¨®n y baobabs diseminados. En la ¨¦poca de lluvias hay incluso cascadas, hermosas cascadas (el agua lo es todo) como la de Banani, con una ca¨ªda de cien metros; en la ¨¦poca seca, todo es arena, y poblados del color de la arena.
En la tierra donde habitan los dog¨®n no siempre habitaron los dog¨®n. Los dog¨®n llegaron a finales del siglo XIV, cuando cay¨® el poderoso imperio de Mal¨ª; ven¨ªan del oeste, seguramente huyendo de la expansi¨®n del islam, ya que eran animistas. En las paredes del acantilado hallaron a los que llamaron tellem, una etnia de muy baja estatura que habitaba en casas colgantes construidas en dichas paredes. En la actualidad, los dog¨®n dicen que los poblados que forman esas casas colgantes pertenecieron a los pigmeos y que ¨¦stos fueron expulsados por los valientes dog¨®n. Lo cierto es que nada se sabe de los tellem, que desaparecieron, aunque los pigmeos viven en el centro de ?frica, en las selvas tropicales del triste Congo y del oeste de Uganda, por donde campan el grupo guerrillero LRA y otras fuerzas de destrucci¨®n masiva, donde se protege m¨¢s a los gorilas que a ellos. Los dog¨®n se instalaron en esa tierra de dif¨ªcil acceso, en la llanura junto a la pared de roca. Los poblados de los tellem se conservan, poblados asentados en un plano vertical; mirarlos es como observar una ciudad mientras nos giramos cayendo desde el cielo, una ciudad digna de ocupar una de las descripciones que realizaba Marco Polo al Gran Kan en Las ciudades invisibles, de Italo Calvino. Los dog¨®n no ocuparon las viviendas de los tellem, s¨®lo las usaron -y las usan- para sepultar a sus muertos, a los que izan utilizando cuerdas elaboradas con corteza de baobab (de ah¨ª que algunos baobabs parezcan desnudos de cintura para abajo). Ciudades paralelas para seguir viviendo despu¨¦s de la muerte.
Por lo escarpado de la tierra donde se sit¨²a el Pa¨ªs Dog¨®n, los dog¨®n han conservado su cultura casi como si no hubiesen pasado cinco siglos desde su llegada a la falla de Bandiagara, un acantilado desde donde vemos un mar de arena en el que, si nos fijamos, distinguimos esos pueblos del color de la arena. Los poblados de los tellem s¨®lo se pueden ver desde abajo, camuflados en la roca.
Mal¨ª es un pa¨ªs complicadamente f¨¢cil. Es f¨¢cil relacionarse con los malienses y recabar la informaci¨®n que uno busca, pero la infraestructura es la que es, y no basta con que alguien se preste a llevarnos a la estaci¨®n de autobuses correcta de Bamako (el que nos acompa?a amablemente nos pedir¨¢ unos francos, a ver si cre¨ªamos que iba a cruzar la ciudad en un microb¨²s atestado y sin cristales delanteros s¨®lo por nuestra cara bonita), ni basta con saber la hora aproximada de llegada: influye la suerte, y el empe?o de viajar a solas (si se viaja con gu¨ªa, todo es diferentemente f¨¢cil), y el harmat¨¢n (la rosada tormenta de arena que ocupar¨¢ absolutamente todo) que le d¨¦ por cruzarse en nuestro camino, y el n¨²mero de veces que le d¨¦ a la palanca de cambio por salirse de su sitio, y lo que tarden el conductor y el mec¨¢nico en cambiar la luz que no enciende al caer la noche...
Al amanecer, agrupados en una cuneta, uno de los viajeros explicar¨¢ en franc¨¦s al ¨²nico pasajero blanco que lo peor no es la serie continuada de aver¨ªas, eso es suerte, explica; lo peor es la negligencia de que el tanque se quede sin gasolina sin que lo hayan llenado; y el pasajero amable se vuelve a los otros y les dice: "Es que ¨¦ste es blanco, y volver¨¢ a su pa¨ªs y contar¨¢ lo que ha pasado, ?y qu¨¦ pensar¨¢n de nosotros? Para nosotros, esto no es normal", concluye. Y lo cuento: que no es normal, que esa subida de dignidad es para quitarse el sombrero, para no contar la an¨¦cdota inevitable, pero la casualidad convirti¨® un viaje de unas ocho horas en otro de treinta y seis. En fin, que es f¨¢cil, pero complicado. El caso es que m¨¢s pronto o m¨¢s tarde (en este caso m¨¢s tarde) se llega de Bamako a Mopti, la gran ciudad junto al N¨ªger, el centro neur¨¢lgico de todo viaje por Mal¨ª, la ciudad por cuyo r¨ªo poder partir en ¨¦poca de lluvias hacia la m¨ªtica Tombuct¨², pero esa es otra historia.
Mopti bien merece unos d¨ªas, pero nos ocupamos del Pa¨ªs Dog¨®n, del pueblo que ocup¨® y ocupa la falla de Bandiagara. Y en Mopti, el mejor lugar para recabar informaci¨®n ser¨¢ el hotel, porque en la calle todos querr¨¢n ser nuestros gu¨ªas, llevarnos en coche, acompa?arnos en alguna fant¨¢stica ruta a pie por el Pa¨ªs Dog¨®n -el ritmo de los golpes que originan las mujeres al moler grano siempre de fondo, un tamtan amigo-, encargarse de nuestra comida y de nuestro cuidado y de nuestro sue?o, uf, y aunque insistimos en que es una buena opci¨®n contratar un buen gu¨ªa, entre otras cosas para no tener que contratar a ning¨²n otro, tambi¨¦n se puede uno aproximar un poco m¨¢s, en solitario, al enigm¨¢tico y alucinante Pa¨ªs Dog¨®n, cuya curiosa y extra?a mitolog¨ªa fue estudiada por el tambi¨¦n m¨ªtico antrop¨®logo franc¨¦s Marcel Griaule en su obra Dios de agua, o recordando un episodio de Otros pueblos, de Luis Pancorbo, uno de los ¨²ltimos viajeros rom¨¢nticos. Los ritos ancestrales, los vestidos de colores y las m¨¢scaras de madera, las lanzas o los zancos, la ceremonia del entierro o del aniversario del entierro.
En el Pa¨ªs Dog¨®n todo es tan diferente que hasta se rigen por otro calendario, con semanas de cinco d¨ªas; as¨ª que cuando te dicen que el d¨ªa que hay autob¨²s es el d¨ªa de mercado y t¨² preguntas cu¨¢ndo es el d¨ªa de mercado, y te dicen que el s¨¢bado, un equivalente al s¨¢bado, para que nos entendamos (o no), pero no el s¨¢bado de una semana de siete d¨ªas, sino de una semana de cinco d¨ªas, pues entonces uno se acerca y murmura para s¨ª: "Ojal¨¢ sea hoy d¨ªa de mercado, y o es o no es, that's the question, y el dilema no es grave, ya que siempre se puede hacer alg¨²n arreglo, pues dijimos que era complicado, pero una complicaci¨®n de las f¨¢ciles. Con gu¨ªa o sin gu¨ªa, llegamos a una plaza de Bandiagara, la ciudad que da nombre a la falla y desde la que partiremos hasta Sanga, si pretendemos recorrer la falla desde el norte, o hacia las cercanas Djiguibombo (pronunciado Yiguibombo) y Teli si la ruta partiera del sur.
De Bandiagara o Sanga resulta imposible salir hacia la falla sin gu¨ªa, el cual nos ayudar¨¢ a comprender al pueblo dog¨®n y respetar las a veces dif¨ªcilmente entendibles para nosotros costumbres que regulan la vida de estos pueblos. Las construcciones de piedra, adobe y techos de paja alternan viviendas, graneros para los hombres y graneros para las mujeres, graneros de portentosas puertas de madera tallada representando peque?as figuras humanas, y conforman el laber¨ªntico entramado urbano. Durante la ¨¦poca seca, el calor es sofocante; en la ¨¦poca de lluvias, claro, llueve y llueve. Los puntos de referencia de cada pueblo los marcar¨¢ un baobab m¨¢s grande que los otros cercanos al pueblo, la mezquita de barro con palos de acacia clavados en sus muros -cuando termine la ¨¦poca de lluvias, todo el pueblo colaborar¨¢ en su arreglo- y una casa con restos de fogata junto a ella donde se realiza culto animista y algunos sacrificios de animales. Reconocen que en la actualidad abundan los musulmanes, y un viejo se queja de que los j¨®venes no van a la mezquita, s¨®lo los mayores. Como en todos lados, oiga, la misma queja, no se preocupe. El viejo que habla est¨¢ sentado entre otros viejos en una construcci¨®n de piedras grandes que dejan muchas aberturas. Sobre la base de cinco o seis pilares de piedras amontonadas descansa un techo muy bajo, de unos sesenta cent¨ªmetros de altura, bajo el que se re¨²ne el Consejo de Ancianos. El lugar es incre¨ªblemente fresco, y no tienen problema en que el forastero se siente entre ellos, y agradecer¨¢n la kola, un fruto muy amargo que se encuentra en los mercados de los pueblos cercanos al Pa¨ªs Dog¨®n. La ¨²nica manera de entenderse con estos sabios -entre ellos imaginamos a Ogotemmeli, el sabio que dec¨ªa Kapuscinski que dec¨ªa lo de que el agua lo era todo- es a trav¨¦s de las traducciones de nuestro gu¨ªa, quien nos informar¨¢ de que esa casa de ah¨ª, esa que est¨¢ separada de las otras, aislada, es la encargada de cobijar a las mujeres durante la menstruaci¨®n, para que la impureza de esa sangre no contamine a todo el poblado. No es f¨¢cil encajar esto: una casa aislada cobija a las mujeres durante la menstruaci¨®n, para que la impureza de esa sangre no contamine al poblado. Mujeres que muy probablemente habr¨¢n sufrido la ablaci¨®n.
Una mujer aislada en una construcci¨®n aparte, una mujer cuya madre, hermanas, hijas, habr¨¢n sufrido muy probablemente la ablaci¨®n. Hay un movimiento contra esta pr¨¢ctica, representantes de asociaciones de mujeres tratando de convencer a otras mujeres para que no sometan a sus hijas a esta experiencia castradora extremadamente cruel e irreversible. Un movimiento lento, pero movimiento. En algunas zonas de Mal¨ª, la ablaci¨®n se practica al 98% de las mujeres y ni?as. En Eritrea, con porcentajes similares, ha sido prohibida por el Gobierno. Aminata Traor¨¦ fue ministra de Cultura de Mal¨ª y candidata a la presidencia; ahora lucha por el reconocimiento de la dignidad africana y por unas relaciones justas, y no hip¨®critas, entre Norte y Sur. Aminata Traor¨¦ mantiene que el machaque econ¨®mico a ?frica es una ablaci¨®n que duele m¨¢s que la del cl¨ªtoris. "El d¨ªa en que se ofrezca a las mujeres la posibilidad de instruirse y de tener otras referencias culturales, esta pr¨¢ctica desaparecer¨¢", afirma.
Despu¨¦s del amurallado conjunto de chozas y graneros que es Djiguibombo, el camino serpentea en una sucesi¨®n de curvas, y un radical cambio de pendiente nos indica que estamos bajando la falla. El paisaje es espl¨¦ndido. Una llanura inmensa da paso a otra llanura inmensa, s¨®lo hay que bajar un escal¨®n enorme de piedra. Abajo nos espera la arena y otro pueblo, a la choza de cuyo jefe hay que acercarse y pedirle permiso para entrar y pagarle una cantidad de dinero m¨ªnima. Acompa?¨¢ndonos, siempre, el tamtan de las mujeres, el ni?o en la espalda, sujetando con ambas manos el largo mortero con el que machacan r¨ªtmicamente el grano. Si miramos hacia arriba para contemplar el acantilado desde el mar de arena, nuestra vista se topa con el primero de los pueblos vac¨ªos que ocuparon los tellem. Cruzando este pueblo dog¨®n (Teli, pero podr¨ªa ser casi cualquier otro) llegamos al sendero empinado que nos permite subir -si nuestras fuerzas son favorables, pero si hemos llegado hasta all¨ª, es que lo son- a la pared de la falla y al poblado de los tellem, una colmena, un pueblo vertical. Las casas son peque?as y las puertas parecen infantiles. Casas en equilibrio, amontonadas. Palos clavados en sus muros. El espect¨¢culo es asombroso. Las paredes de algunas casas y algunas rocas presentan antiguos restos de pintura. Abajo est¨¢ el pueblo dog¨®n, con sus casas de barro y sus graneros y su mezquita tambi¨¦n de barro y con palos clavados en ella, mezquitas de estilo sudan¨¦s como tantas en Mal¨ª, hermosas y peque?as mezquitas en cuyos muros se apoyan con sus tablas de piedra ni?os que estudian el Cor¨¢n y que nos sonreir¨¢n al pasar.
Unos pocos kil¨®metros separan unos pueblos dog¨®n de otros, un camino de tierra. Algunos baobabs, alg¨²n hombre en bicicleta, ganado suelto, paciendo; en la ¨¦poca propicia, hombres regando las plantaciones ayud¨¢ndose de calabazas huecas, unos ni?os corriendo junto a las c¨¢maras de ruedas de bicicletas, descalzos, y ni?as, muchachas y mujeres con sus hijos o hermanos envueltos en una tela en la espalda y llevando en la cabeza un balde con agua o fardos de le?a. Mujeres de coloridos vestidos y un porte imponentemente digno llevando los recipientes de agua sobre la cabeza, ese movimiento desperdigado a lo largo del d¨ªa y continuo al amanecer, cuando de cada casa de cada pueblo se dirigen las ni?as, muchachas y mujeres a la cercana fuente equidistante de dos o tres poblados. Y apostados en los adarves de alguno de los campamentos abiertos bajo la inmensa noche de pueblos sin electricidad podemos observar el movimiento de la superficie del agua en el recipiente que llevan sobre las gloriosas cabezas que despu¨¦s reconoceremos en las tallas de madera. Las puertas talladas de los graneros comienzan a escasear y son sustituidas por simples tablones, pues las originales viajan hasta museos o hasta las casas de turistas con bastante dinero y bastante poco escr¨²pulo, como si la opci¨®n de comprar o no s¨®lo dependiese del dinero.
La tierra es sagrada y los graneros est¨¢n divididos en compartimentos para las diferentes deidades. Los mercados son una extensi¨®n de telas de colores sobre el suelo y mujeres acuclilladas ante ellas. Sobre las telas, ajos, cebollas, alguna pulsera, media calabaza con l¨ªquido tibio que probamos y agradecen que probemos, y que paguemos, y r¨ªen y nos saludan: "Bonjour, tubabu", la palabra que nos rodea en todo el itinerario, y no s¨®lo en el Pa¨ªs Dog¨®n y no s¨®lo en Mal¨ª, tubabu, hombre y mujer blancos, y alguien nos ofrece un cuenco con otro l¨ªquido caliente y es cerveza de mijo. Y las impresionantes m¨¢scaras que volver¨¢n a nosotros en algunos sue?os.
La arena y el agua cubren el Pa¨ªs Dog¨®n, cuya cultura y costumbres nos resultan enigm¨¢ticas; la belleza de su artesan¨ªa y paisajes nos har¨¢ querer regresar, como ocurre con tantos lugares en ?frica. Aunque ?frica, como dice Kapuscinski, no existe. "Es todo un oc¨¦ano, un planeta aparte, todo un cosmos heterog¨¦neo y de una riqueza extraordinaria. S¨®lo por una convenci¨®n reduccionista, por comodidad, decimos ?frica".
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