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Reportaje:

Ni vivos ni muertos

Jes¨²s Rodr¨ªguez

Esto no es una pel¨ªcula. Pero la inspectora Isabel V. J., dura, ¨¢cida, muy delgada; 20 a?os en la Brigada de Homicidios surc¨¢ndole el rostro ("he visto todos los cad¨¢veres, toda la sangre, todas las pu?aladas"), prefiere olvidar aquella madrugada en un hotel sin nombre de una ciudad an¨®nima; sola; insomne; un cigarrillo tras otro; esparcidas por la habitaci¨®n las fotograf¨ªas y los recuerdos de una mujer que hoy tendr¨ªa 34 a?os. Y gritar con rabia entre esas cuatro paredes: ?D¨®nde est¨¢s! ?Qu¨¦ han hecho contigo!

No es una pel¨ªcula. La inspectora forma parte del Grupo de Desaparecidos de la Unidad Central de Delincuencia Especializada y Violenta (UDEV). La ¨¦lite policial en la b¨²squeda de los ciudadanos que un d¨ªa se esfumaron o alguien hizo desaparecer. Su trabajo es dar con ellos. Vivos o muertos. Saber qu¨¦ pas¨®. Tejiendo una larga y sutil tela de ara?a a base de hip¨®tesis, indicios, pruebas y corazonadas. Reconstruyendo la vida de alguien que nunca conoci¨®.

M¨¢s informaci¨®n
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"Es m¨¢s duro investigar una desaparici¨®n que un asesinato. No te lo quitas de la cabeza. Una desaparici¨®n es todo o nada. Pueden estar bajo un palmo de tierra o en el Caribe. Es el vac¨ªo absoluto. No te acostumbras. Vas en el metro y no paras de darle vueltas. '?D¨®nde estar¨¢?; ?Por d¨®nde tiro? ?Se me habr¨¢ pasado algo?' Te comes la cabeza. No desconectas. Llegas a saber todo de ellos. Les conoces mejor que su familia. Su intimidad. Vas juntando piezas. ?Claro que tengo mis sospechosos! Unos sospechosos a los que es dif¨ªcil probar nada. Pero no me olvido de ellos aunque est¨¦n en la calle. Aunque pasen a?os. Sigo. Chequeo qu¨¦ hacen; sus viajes, si tienen denuncias. La investigaci¨®n de una desaparici¨®n no se abandona nunca. El caso contin¨²a abierto. Un d¨ªa puede que aparezcan los restos. Y entonces tienes un cad¨¢ver. Y un cad¨¢ver habla. Con la inspecci¨®n ocular y el examen del forense sabes cu¨¢ndo y c¨®mo muri¨®. Si fue un accidente o un asesinato; si le quitaron la ropa; si le agredieron sexualmente; quiz¨¢ hasta el ADN del autor. Ah¨ª empieza otra parte de la investigaci¨®n. Ya no tienes un desaparecido, sino un muerto. Y... hasta cierto punto, c¨®mo dir¨ªa yo,?descansas!"

Jos¨¦ Su¨¢rez arranca cada ma?ana su quad y se pierde por las monta?as que rodean Vecindario, el pueblo de 10.000 habitantes donde vive hace 25 a?os en Gran Canaria. Rastrea los centenares de pozos y barrancos de la zona; registra casas abandonadas; pregunta a los aldeanos; husmea fincas desiertas. No ceja. Un d¨ªa y otro y otro m¨¢s. Intentando abarcar todo. Hay algo febril en sus incursiones. Ha cumplido 60. Es un tipo fuerte, hecho a s¨ª mismo. De alba?il a tener una constructora con una plantilla de 150 trabajadores. Repite que no tiene enemigos. Es abuelo de Yeremi Vargas, el ni?o que desapareci¨® el 10 de marzo de 2007 con siete a?os. Pepe se expresa con una frialdad que no es descortes¨ªa; es como si su cuerpo fuera una carcasa vac¨ªa. Tiene la mirada perdida. Su reloj se ha detenido. No supera la ausencia de Yeremi. Ha recibido tratamiento psicol¨®gico. Como todos en su casa. Besa una vieja foto de su nieto que reblandece con las l¨¢grimas que le quedan. "Nos han robado la vida, pero voy a encontrar a Yeremi. Tiene que estar cerca. Eso es que lo ha cogido alguien de por aqu¨ª y no sabe c¨®mo devolverlo. Lo voy a encontrar. Se lo juro a mi pizquito lindo".

Juan Bergua pasa todos los d¨ªas por el lugar en que su hija Cristina se evapor¨® el 9 de marzo de 1997, en la descarnada carretera que va de Esplugues a Cornell¨¤ (Barcelona). Es su particular ascenso al calvario. Lanza una mirada furtiva al sem¨¢foro donde el novio de Cristina dijo que la dej¨® aquel domingo a las nueve. A diez minutos de casa. Nadie ha vuelto a saber de ella. Y esa noche regresa a la memoria de Juan una y otra vez. Y el complejo de culpa que le acompa?ar¨¢ mientras viva. Piensa que su hija ya habr¨ªa cumplido 28 a?os. Y c¨®mo han cambiado las cosas.

Pocos meses despu¨¦s de la desaparici¨®n de Cristina la polic¨ªa recibi¨® un soplo: su cuerpo hab¨ªa sido enterrado en el vertedero del Garraf. Una monta?a de 25 millones de toneladas de basura rozando Barcelona. Buscaron durante 60 d¨ªas. Juan en primera fila. Hasta las rodillas de porquer¨ªa. Apretando los pu?os. Esperando que surgiera el cad¨¢ver. Era una informaci¨®n falsa. Como casi todas las llamadas an¨®nimas que ti?en las desapariciones. Una marea de mentiras. A cualquier hora del d¨ªa o de la noche. Desde videntes hasta detectives; desde chantajistas hasta falsos secuestradores; desde timadores hasta s¨¢dicos. Todos intentando sacar tajada. O hacer da?o. O ayudar con supuestos avistamientos del desaparecido. A la ni?a Madeleine McCann la vieron una docena de personas por toda Espa?a. Hubo que comprobar la veracidad de cada testimonio. Todos eran falsos. Pero las familias se agarran a ese clavo ardiendo. Incluso la polic¨ªa. "No podemos descartar nada", explica un inspector, "puede aparecer un chalado en comisar¨ªa diciendo que sabe algo y al final resulta que es el asesino. No puedes descartar nada por la sencilla raz¨®n de que no tienes nada".

Juan Bergua se acaba de prejubilar. Tiene el rostro p¨¦?treo, el andar cansado y unas profundas ojeras. No sonr¨ªe. Habla de Cristina en pasado y en presente. No est¨¢ ni viva ni muerta. Durante los primeros meses a punto estuvo de volverse loco. Inund¨® de fotograf¨ªas Espa?a. Habl¨® con polic¨ªas, periodistas, jueces y pol¨ªticos. Lleg¨® al l¨ªmite de sus fuerzas. Un a?o m¨¢s tarde, en 1998, cre¨® Inter-SOS, una agrupaci¨®n de familiares de desaparecidos pionera en Espa?a. No recibe un euro de la Administraci¨®n. Apenas un despachito compartido en el Centro C¨ªvico del Ayuntamiento de Cornell¨¤. Desde aqu¨ª lucha para encontrar a su hija y ayudar a otros en su situaci¨®n. Juan no se rinde. "Cada d¨ªa me pregunto qu¨¦ pas¨®. Sigo buscando con el mismo tes¨®n que si la hubiera perdido hace seis meses. Tengo derecho. Si me demuestran que no quiere volver... lo aceptar¨¦. Si no, que me den sus restos, los enterrar¨¦ y tendremos un sitio donde llevar flores".

Flor Bellver es una psic¨®loga especialista en situaciones de emergencia. Ha tratado a v¨ªctimas de atentados terroristas, de accidentes a¨¦reos, violencia dom¨¦stica, abusos sexuales. No se asusta f¨¢cilmente. "Lo he visto todo. Pero la situaci¨®n que pasan los familiares de desaparecidos es la m¨¢s compleja que conozco. Los desaparecidos no pertenecen al mundo de los vivos ni de los muertos. Y sus familiares est¨¢n condenados a moverse entre la esperanza de que alg¨²n d¨ªa aparezcan y la desesperanza m¨¢s negra. Yo lo llamo p¨¦rdida ambigua; un trauma que no se cierra". Flor Bellver es la ¨²nica psic¨®loga que trabaja espec¨ªficamente con familiares de desaparecidos en nuestro pa¨ªs. "No cobro un duro. Pero lo que aprendo de ellos: c¨®mo siguen adelante con dignidad, c¨®mo apuestan por la vida, es para m¨ª m¨¢s que un sueldo".

-?Es posible que esas familias superen la desaparici¨®n?

-A veces el tiempo da serenidad; se habit¨²an; manejan mejor esa p¨¦rdida, pero todo eso no reduce ni el dolor ni la ausencia.

No son polic¨ªas normales. No son familias normales. No son profesionales normales. Son una raza aparte. El v¨ªnculo que se crea entre ellos es indestructible. Detr¨¢s de cada desaparici¨®n est¨¢ la tristeza m¨¢s profunda y un desasosiego que nunca cesa. Una desaparici¨®n es algo antinatural. Incomprensible. Que no se asimila. Una niebla espesa que instala una incertidumbre permanente en la vida de los que las padecen. De cualquier edad, profesi¨®n y condici¨®n social. F¨ªsicamente provoca desde dolores cr¨®nicos a un insomnio permanente; depresi¨®n, ansiedad, irritabilidad y una absoluta imposibilidad para concentrarse. Una desaparici¨®n es una herida que no cicatriza. Peor que la muerte. Y un reto para cualquier investigador. "Aunque s¨®lo sea por sacarles de ese infierno", explica un polic¨ªa. "Se llega a establecer una relaci¨®n muy intensa entre los familiares y nosotros; no puedes ser su amigo, eres el polic¨ªa; pero eres el primer frente para ellos. Te llaman cuando lo dem¨¢s falla. Nuestro trabajo policial es muy ingrato: explorar registros y archivos; buscar un coche; confrontar llamadas; visionar v¨ªdeos de c¨¢maras de seguridad; avanzas despacio y a veces tienes la moral por el suelo. Y de repente, pasa algo, hay una nueva pista, y si solucionas el caso, ha valido la pena".

Sin embargo, no hay tantas desapariciones en nuestro pa¨ªs. Aunque la alarma que provocan sea inmensa. Rentabilizada por algunos medios de comunicaci¨®n. Algo similar a lo ocurrido en Estados Unidos a mediados de los ochenta con el tsunami medi¨¢tico de los asesinos en serie que provoc¨® una paranoia colectiva en todo el pa¨ªs. El miedo provoca m¨¢s miedo. Amplificado por Internet. Una desaparici¨®n da morbo. Vende. Produce una combinaci¨®n de fascinaci¨®n y aversi¨®n. S¨®lo hay que recordar a Madeleine McCann, que se desvaneci¨® en mayo de 2007, cuando ten¨ªa tres a?os, provocando un espect¨¢culo televisado protagonizado por sus padres y transmitido en directo en el que participaron desde Benedicto XVI hasta David Beckham. O el ¨²ltimo dispositivo informativo, con unidades m¨®viles y decenas de periodistas acampados y misas oficiadas por el cardenal y manifestaciones, organizado junto al domicilio de Marta del Castillo, de 17 a?os, que desapareci¨® el pasado 24 de enero en Sevilla.

En torno a esa cr¨®nica negra-rosa-amarilla, varios polic¨ªas que investigan desapariciones critican agriamente la emisi¨®n de D¨ªas sin luz, la miniserie que se ha apresurado a realizar Antena 3 en torno a la desaparici¨®n y muerte de Mari Luz Cort¨¦s en enero de 2008 y que siguieron en su estreno 3.200.000 espectadores. "No se puede poner eso en televisi¨®n cuando la investigaci¨®n est¨¢ abierta y quedan tantos cabos sueltos y no sobran pruebas y hay pendiente un juicio que puede ser con jurado. Es para vomitar", critica una inspectora que investig¨® la desaparici¨®n de la ni?a de Huelva. Sigui¨® por toda Espa?a al presunto asesino de la ni?a, Santiago del Valle. Y cuando le vio en Cuenca arrastrando un mugriento carrito de la compra, lo tuvo claro. Pens¨¦: "Ah¨ª sac¨® ese t¨ªo el cuerpo de Mari Luz del barrio de El Torrej¨®n de Huelva".

Para los dos grandes cuerpos de seguridad del Estado no se puede hablar en Espa?a de redes organizadas de tr¨¢fico de ¨®rganos, pederastas, secuestradores o asesinos en serie. "La pederastia est¨¢ m¨¢s extendida en B¨¦lgica y el Reino Unido, donde hay unidades policiales especializadas. En Espa?a desaparecen m¨¢s mujeres que ni?os. Y en cuanto al tr¨¢fico de mujeres para la prostituci¨®n, existe, pero no somos un pa¨ªs de origen, sino de destino. Hay tr¨¢fico de mujeres, pero son captadas fuera", explica un oficial destinado en la Unidad Central Operativa (UCO), el grupo de la Guardia Civil contra la delincuencia organizada, uno de cuyos cometidos es investigar los homicidios y desapariciones que provocan especial alarma social.

En 2008 se presentaron en nuestro pa¨ªs 15.000 denuncias por desaparici¨®n en las comisar¨ªas del Cuerpo Nacional de Polic¨ªa y 8.000 en los puestos de la Guardia Civil. A las que hay que a?adir unos cientos m¨¢s en la demarcaci¨®n de las polic¨ªas aut¨®nomas (los Mossos d'Esquadra han creado una unidad especializada en desapariciones). M¨¢s de la mitad eran menores. Muchos huidos de centros de custodia. Un tercio del total, extranjeros. El 99% fue localizado. La mayor¨ªa en las primeras 24 horas. Eran desapariciones voluntarias. Algunos de los adultos localizados se negaron a que la polic¨ªa diera a sus familias informaci¨®n sobre su paradero. Esfumarse no es delito. Es un derecho.

Pero estamos hablando de los que desaparecen sin dejar rastro; los catalogados por la polic¨ªa como inquietantes. Y por la Guardia Civil como forzados. Su vida corre peligro. Quiz¨¢ ya son cad¨¢veres. Casos que huelen mal desde el principio. Hay m¨¢s de 200 sin resolver que provocan que polic¨ªas y guardias civiles se rompan la cabeza. Aumente la alarma social. Y las familias agonicen.

Jos¨¦ Manuel A. es el jefe. El inspector jefe del Grupo de Desaparecidos. Le quedan tres a?os para jubilarse. Se hizo polic¨ªa en 1975. Procede de Homicidios, "que entre nosotros siempre ha sido lo m¨¢ximo en investigaci¨®n". Es herm¨¦tico y met¨®dico. Hay que leer entre sus palabras. Personifica al viejo sabueso. Bigote de otra ¨¦poca, pelo a navaja y nudo Windsor. Comenz¨® a investigar desapariciones a mediados de los ochenta. Cuando a¨²n se trabajaba con m¨¢quina de escribir. Y los polic¨ªas despachaban a las familias que llegaban a la comisar¨ªa a denunciar con un rutinario "vuelva usted ma?ana". Estaba solo. Ha ido creando una impresionante base de datos sobre desaparecidos que alimenta a diario. Y a la que no tiene nadie acceso fuera de su unidad. En 1995 se hizo cargo del embri¨®n del actual Grupo de Desaparecidos. Cuenta con dos mujeres polic¨ªa para el trabajo diario y una veintena de detectives de homicidios para trabajar sobre el terreno si las cosas vienen mal dadas. El pasado lunes 26 de enero, dos de ellos viajaron hasta Sevilla para investigar la desaparici¨®n de Marta del Castillo, a la que su novio dice que dej¨® cerca de casa la noche del s¨¢bado 24. Fue la ¨²ltima persona en estar con ella. El primer sospechoso. "Es lo ¨²nico que tienes. Desde ah¨ª partes. Buscas a alguien con alguna relaci¨®n social, laboral o familiar con la v¨ªctima. Y vas rebobinando. Hacia delante ya no puedes ir".

Al 'jefe' le podr¨ªan llamar tambi¨¦n el catedr¨¢tico. Tiene en su cabeza cada caso con nombre y apellido, rostro, circunstancias. La evoluci¨®n del caso. Y lo que es m¨¢s importante, de los sospechosos. ?Siguen en Espa?a? ?Por qu¨¦ lo han hecho? ?Por venganza, extorsi¨®n, celebridad, desahogo sexual; para crearse una identidad? ?Volver¨¢n a matar? "Alguno lo intentar¨¢", musita. Tiene una tesis para cada caso. Y su propia clasificaci¨®n de las desapariciones: voluntarias, accidentales e inquietantes.

-?En qu¨¦ se basa para catalogar un caso como de alto riesgo?

-No es f¨¢cil. Puede ser gato por liebre. No tienes la bolita m¨¢gica. Pero hay algo en la angustia de la familia que te hace pensar. Vas sumando. Si esa persona no hab¨ªa desaparecido nunca y era met¨®dica; si aparece su coche abandonado; su ropa; signos de violencia; si no hay movimiento en sus cuentas bancarias ni llamadas en su m¨®vil... algo pasa. Te gu¨ªas por tu olfato. Puede fallar. Y por eso te tienes que meter dentro del desaparecido. Nunca le has visto; pero vas reuniendo fichas, fij¨¢ndote en su entorno, escuchando. La gente habla. 'Se llevaba mal con su pareja; hab¨ªa temas de drogas; ten¨ªa problemas psiqui¨¢tricos; jugaba; frecuentaba ciertos bares'. Vas dibujando una personalidad... que puede fallar, pero no tienes otra cosa. Fantasmas.

-Hasta que va cercando al sospechoso...

-Muchas veces no tenemos ni sospechoso. Con Mari Luz lo hubo desde el primer momento. Hab¨ªamos escenificado el recorrido de la ni?a; rastreado la zona; el portal; comprobado que no hab¨ªa accidentados en los hospitales y dep¨®sitos. No hab¨ªa pruebas, pero hab¨ªa un sospechoso que viv¨ªa al lado y hab¨ªa sido acusado antes de pederastia. La ni?a hab¨ªa pasado por delante de su casa. Y ten¨ªamos claro que ten¨ªa que ser alguien del barrio, porque era imposible que alguien de fuera, un extra?o, hubiera entrado en ese ambiente cerrado sin llamar la atenci¨®n. Era alguien de dentro. Algo por donde empezar. Y si te falla, vuelves a la casilla de salida. En las pel¨ªculas no se equivocan. Pero en la realidad formulas hip¨®tesis que no tienen por qu¨¦ ser v¨¢lidas. Y por eso no dejas de trabajar en otras l¨ªneas. Es lo mismo que investigar un homicidio. Pero en una desaparici¨®n es m¨¢s complicado conseguir pruebas; juegas con indicios. Hablas con su pareja y su familia y sus amigos. Y si alguno se niega, sospechas. Aqu¨ª entra la experiencia; utilizas la psicolog¨ªa; ves si est¨¢ nervioso; le haces pensar que sabes m¨¢s de lo que sabes. Tienes que tomar ventaja. Interrogar es un arte. El problema en una desaparici¨®n es conseguir pruebas que aportar al juzgado. Para intervenir un tel¨¦fono, registrar un domicilio o un coche, rastrear cuentas, le debes dar algo al juez. Y si no tienes nada, el juez no te da nada. Y hay que seguir buscando.

?Es dif¨ªcil desaparecer? Un inspector teclea mi nombre y apellidos en la base policial Argos (bautizada en honor de un gigante de la mitolog¨ªa con 100 ojos, de los que 50 siempre estaban abiertos), y brotan en segundos mis movimientos de los ¨²ltimos meses: registros de hoteles; renovaci¨®n del carn¨¦ de identidad y el pasaporte; acceso a edificios p¨²blicos; petici¨®n de visado; cruce de fronteras no comunitarias. Incluso un viaje a Ceuta. No est¨¢ mal. Si a eso le sumamos los datos del Sistema de Informaci¨®n Schengen (SIS), que conecta a las polic¨ªas de 28 Estados europeos que comparten informaci¨®n sobre extranjer¨ªa, b¨²squedas judiciales, requerimientos y desapariciones; y a eso le a?adimos la base de datos de la Seguridad Social; de Hacienda; la matriculaci¨®n de veh¨ªculos; las multas de tr¨¢fico; los padrones municipales; la Base de Se?alamientos Nacionales de la Polic¨ªa; la de huellas dactilares; la de renovaci¨®n de documentos; y a eso le agregamos las infinitas bases oficiales auton¨®micas y locales; las c¨¢maras de seguridad instaladas en miles de edificios. Y llegado el caso, la posibilidad de que intervengan judicialmente nuestro tel¨¦fono; y rastreen nuestras cuentas corrientes y pinchen el tel¨¦fono de familiares y amigos y vecinos, la respuesta es no. No es f¨¢cil evaporarse.

Otra cosa es que toda esa informaci¨®n se comparta lealmente entre los distintos cuerpos y fuerzas de seguridad del Estado y haya suficientes funcionarios que la valoren y analicen. Y medios econ¨®micos. Y a la vista del destartalado despachito de nueve metros cuadrados repleto de centenares de archivadores de cart¨®n, con cuatro ordenadores y tres polic¨ªas que componen el Grupo Central de Desaparecidos, eso no se cumple ni de lejos. La Polic¨ªa, la Guardia Civil y las polic¨ªas aut¨®nomas son opacas sobre las investigaciones sobre desaparecidos que llevan a cabo. Sus bases de datos son dispares. Tampoco existe una base eficaz de muestras de ADN. Seg¨²n Juan Bergua, "hay en Espa?a 4.500 cad¨¢veres sin identificar. Y en 10 a?os s¨®lo se ha hecho el cotejo de ADN de 180 restos ¨®seos. Los familiares queremos entregar nuestro ADN y que lo guarden, y si aparecen restos humanos que coincidan con nuestros desaparecidos, que se cotejen sin perder tiempo. Es lento y caro, pero eficaz. Hace falta dinero; a este paso, se tardar¨¢ un siglo en identificar esos 4.500 cad¨¢veres".

Durante semanas, la puerta no se cerr¨® un instante en el n¨²mero 11 de la calle de Honduras. En el hogar de Yeremi Vargas. Ni de d¨ªa ni de noche. Familiares, vecinos, ni?os, periodistas, c¨¢maras de televisi¨®n, polic¨ªas, pol¨ªticos y curiosos entrando y saliendo. Sus abuelos, Herminia y Pepe, y su madre, Ithaisa, recuerdan con angustia aquellos borrosos d¨ªas de marzo de 2007. Los primeros compases de la ausencia de Yeremi. Abarrotados de pastillas. Perdidos. "C¨®mo ¨ªbamos a cerrar la puerta; c¨®mo ¨ªbamos a cerrar la puerta a mi ni?o; ?y si volv¨ªa?", explica Ithaisa Su¨¢rez, de 25 a?os, su madre. Ya no puede ni llorar. S¨®lo esperar. "Es una actitud que se repite entre los familiares", explica la psic¨®loga Flor Bellver, "hay madres de desaparecidos hace 20 a?os que no han cambiado su domicilio por miedo a que si vuelven no las encuentren. Y otras que no van nunca de vacaciones. El tiempo en esas casas se ha quedado detenido".

Dos a?os despu¨¦s de su desaparici¨®n, nada ha cambiado a primera vista en casa de Yeremi. Su cuarto est¨¢ tal como lo dej¨®. Con las mismas s¨¢banas. "Aunque ya no huelen a ¨¦l", suspira su abuela. Sus peluches. Spiderman y Winnie the Pooh. Su ropa perfectamente ordenada en el armario. "Ya no le valdr¨¢; estar¨¢ m¨¢s delgado", dice Herminia mientras la acaricia. "La temporada antes de desaparecer ten¨ªa miedo por la noche y se despertaba. Pobrecito m¨ªo. ?Qu¨¦ habr¨¢ sido de ¨¦l?". Detr¨¢s, la madre del ni?o, Ithaisa, se mueve como un espectro entre sombras. En el garaje, la moto en miniatura que le compr¨® el abuelo y que sus primos no quieren usar. A una docena de metros, el solar ceniciento en el que se le vio por ¨²ltima vez. Le perdieron de vista cinco minutos. Era la hora de comer. No regres¨®. Todo est¨¢ igual en el n¨²mero 11 de la calle de Honduras. Nada es igual.

A 2.000 kil¨®metros del hogar de Yeremi Vargas, en Madrid, el teniente Vicente forma parte del equipo de la Guardia Civil que rastrea su desaparici¨®n. No es f¨¢cil sonsacarle en qu¨¦ punto se encuentra la investigaci¨®n; su idea de una entrevista es sacarle al periodista mayor informaci¨®n de la que ¨¦l facilita. Recibe en un claustrof¨®bico despacho destinado a interrogatorios. Es un tipo corriente, cuarent¨®n y psic¨®logo de formaci¨®n. No lleva uniforme. Forma parte de la Unidad T¨¦cnica de Polic¨ªa Judicial, uno de los tres departamentos de la Guardia Civil que se encargan del caso: "Nosotros hacemos un an¨¢lisis estrat¨¦gico de la desaparici¨®n y analizamos la informaci¨®n; luego est¨¢ Criminal¨ªstica, que trabaja cient¨ªficamente para que los vestigios del lugar del crimen se puedan aportar a un tribunal, y la Unidad Central Operativa, que es la gente que act¨²a". En marzo de 2007, tras la desaparici¨®n de Yeremi, llegaron a desplazarse a Gran Canaria 30 agentes de la Guardia Civil. En estos largos meses han interrogado y pinchado tel¨¦fonos; comprobado coartadas; buscado coches; confeccionado listas de pederastas; visionado c¨¢maras de seguridad; reconstruido los ¨²ltimos momentos. Nada. Varios agentes siguen trabajando en el caso. Entre ellos, el teniente Vicente. Son la ¨²ltima esperanza de la familia de Yeremi Vargas.

-?Son optimistas?

-Nosotros no podemos ser optimistas; somos objetivos.

-?Pero qu¨¦ cree usted?

-No es cuesti¨®n de creer o no creer. Somos objetivos. Vamos creando hip¨®tesis y trabajamos en ellas. Pero no somos magos. Puedes pensar que hay detr¨¢s un motivo sexual o un ajuste de cuentas e investigas por ese lado. Y un d¨ªa encuentras el cad¨¢ver y hab¨ªa sido un accidente y nadie lo hab¨ªa visto. Eso pas¨® con los ni?os Jonathan Vega y Donovan P¨¢rraga. Uno apareci¨® en un descampado y otro ahogado en un pozo. Tenemos que ser objetivos. No le puedo decir si sabremos alg¨²n d¨ªa qu¨¦ pas¨®.

En el solar del n¨²mero 79 de la Avenida de Arag¨®n, en Palma de Mallorca, se alza una moderna promoci¨®n de viviendas de semilujo. En septiembre de 2007 fue derribado el decr¨¦pito edificio donde viv¨ªa Ana Eva Guasch, una profesora de 27 a?os que desapareci¨® en la madrugada del 21 de octubre de 2001. No faltaba nada en su apartamento, las joyas estaban en su sitio y su coche intacto. No hab¨ªa movimientos en sus cuentas bancarias ni reservas de avi¨®n. La inspectora Isabel V. J. de la Unidad Central se hizo cargo del caso. Ha sido su obsesi¨®n durante estos siete a?os. A partir de sus pesquisas y las del Grupo de Homicidios de Baleares fue detenido dos veces un mismo sospechoso. Alguien del entorno de Ana Eva. Fue puesto en libertad por ausencia de pruebas y, al parecer, por cierta precipitaci¨®n en su detenci¨®n. El caso fue archivado. "Las prisas en estos casos siempre son malas; muchas veces se detiene a un sospechoso por la presi¨®n social que ejercen los medios y te cargas la investigaci¨®n; con prisas no llegamos a ning¨²n lado", dice un inspector.

Toda la informaci¨®n sobre el caso de Ana Eva desborda un grueso archivador de cart¨®n sobre la mesa de la inspectora en la UDEV, en Madrid. Hay interrogatorios, fotograf¨ªas, registros. Siete a?os de trabajo. En los que Isabel se ha ido metiendo en lo m¨¢s profundo de la piel de Ana Eva Guasch. Lo ha intentado todo. Por eso, antes de que demolieran el edificio donde vivi¨® y fue vista por ¨²ltima vez, la inspectora pidi¨® derribar ella misma junto a la Polic¨ªa Cient¨ªfica el apartamento de Ana Eva.

"No pod¨ªamos perder esa ¨²ltima oportunidad. Fotografiamos durante d¨ªas todo el piso, cada habitaci¨®n, cada rinc¨®n; lo que se ve¨ªa desde sus ventanas y c¨®mo se ve¨ªa ese apartamento desde las ventanas de los edificios de enfrente. No es ninguna tonter¨ªa, puede llegar a ser una prueba en un juicio de c¨®mo era el escenario del crimen. Tiramos el falso techo; derribamos cada tabique; toda la cocina; vaciamos un pozo que hab¨ªa bajo la finca; las arquetas, los aljibes; excavamos en un patio; registramos con la Unidad de Subsuelo con equipos de ox¨ªgeno toda la pocer¨ªa del edificio y varios antiguos locales comerciales. Cada bolsa; cada grieta; cada mont¨®n de basura. No encontramos nada. Pero yo no me olvido de Ana Eva. El caso no est¨¢ cerrado. Sigo trabajando. Y la voy a encontrar".

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Sobre la firma

Jes¨²s Rodr¨ªguez
Es reportero de El Pa¨ªs desde 1988. Licenciado en Ciencias de la Informaci¨®n, se inici¨® en prensa econ¨®mica. Ha trabajado en zonas de conflicto como Bosnia, Afganist¨¢n, Irak, Pakist¨¢n, Libia, L¨ªbano o Mali. Profesor de la Escuela de Periodismo de El Pa¨ªs, autor de dos libros, ha recibido una decena de premios por su labor informativa.

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