Un lector llamado Adolf Hitler
El l¨ªder nazi le¨ªa compulsivamente, pero s¨®lo para reforzar sus ideas - Un nuevo ensayo investiga su biblioteca m¨¢s personal, que lleg¨® a tener 16.000 vol¨²menes
Hitler quemaba libros, pero tambi¨¦n los le¨ªa. Que hiciera ambas cosas -adem¨¢s de desatar la II Guerra Mundial y ordenar el exterminio de los jud¨ªos- lo convierte en un lector muy especial. Su relaci¨®n con los libros, incluso con los que no quemaba, no era amable. Hitler, incapaz de relaciones profundas y sinceras de amor o amistad -hasta las que sent¨ªa por Eva Braun y por su perra alsaciana Blondie eran afectos envenenados, y valga la palabra-, tampoco iba a tener ese cari?o por los libros, que es el sello de los bibli¨®filos decentes.
Igual que hac¨ªa con los pa¨ªses, las instituciones y las personas, Hitler depredaba los libros. ?sa era su forma de leerlos: como invadir Polonia. ?l mismo explic¨® su m¨¦todo de lectura abusivo y oportunista en Mein Kampf. "Leer no es un fin en s¨ª mismo, sino un medio para un fin". Se trataba, dijo, de rellenar un mosaico previamente dibujado con las "piedrecitas" que le proporcionaban los libros.
Ten¨ªa dedicatorias de J¨¹nger y todo Shakespeare. No le gustaban las novelas
La lectura no le serv¨ªa, en general, sino para llevar agua al molino de sus ideas y para confirmar opiniones que ya ten¨ªa. Era una pr¨¢ctica puramente instrumental -"tomo de los libros lo que necesito", dijo-. No le¨ªa nunca por placer. Y el caso es que era un lector compulsivo, que le¨ªa mucho, vamos. "Los libros eran su mundo", escribi¨® su amigo de juventud August Kubizek. El joven Hitler lleg¨® a Viena pobre como una rata pero con cuatro cajas llenas de libros. Luego, en su ¨¦poca de agitaci¨®n pol¨ªtica, cuando no estaba pronunciando discursos o haraganeando por las cervecer¨ªas de M¨²nich en malas compa?¨ªas (!), se pasaba el tiempo leyendo. "Claro que leer mucho no significa leer bien. Sus lecturas fueron asistem¨¢ticas", subraya Ian Kershaw en su monumental biograf¨ªa (Hitler, Pen¨ªnsula). "Leer no era algo que hiciese para ilustrarse o para aprender, sino para confirmar prejuicios". Kershaw pone en duda, adem¨¢s, que Hitler leyera lo que hay que leer. Parece que de los cl¨¢sicos y de la buena literatura consumi¨® m¨¢s bien poquito. No le gustaba la novela. En cambio, se pirraba por el subg¨¦nero antisemita (lo que no nos sorprende), tipo El jud¨ªo internacional de Henry Ford o La amoralidad en el Talmud; le gustaban mucho las enciclopedias y los almanaques, de los que pod¨ªa extraer, para impresionar, mucha informaci¨®n en poco tiempo, y los libros de ocultismo. Se ha se?alado entre sus libros, y no es broma, El arte de convertirse en orador en pocas horas.
Ten¨ªa debilidad, quiz¨¢ su ¨²nico rasgo sincero como lector aparte del gusto por los relatos del explorador Sven Hedin, por las novelas del Oeste de Karl May. Pero incluso ¨¦stas las utilizaba para dar la brasa a sus generales. Les pon¨ªa como ejemplo de habilidad t¨¢ctica al h¨¦roe apache de May, lo que ha de ser desconcertante cuando mandas una divisi¨®n P¨¢nzer en el C¨¢ucaso. Menos simp¨¢tico es que conservara un manual de 1931 sobre el gas venenoso, con un cap¨ªtulo dedicado a los efectos del ¨¢cido pr¨²sico, comercializado como Zyklon B...
Se ha escrito mucho sobre la biblioteca de Hitler, de unos 16.000 vol¨²menes (de hecho tuvo varias, localizadas en diferentes sitios), su composici¨®n, las obras que en realidad ley¨® (muchos libros de su ¨¦poca de canciller y f¨¹hrer permanecieron sin abrir) y las que contribuyeron a afirmar sus (malas) ideas. Ahora un libro apasionante, Hitler's private library, the books that shaped his life (La biblioteca privada de Hitler, los libros que moldearon su vida; Nueva York, 2008), de Timothy W. Ryback, rastrea con habilidad detectivesca y pulso literario en el ecl¨¦ctico fondo bibliogr¨¢fico del l¨ªder nazi las obras que pudieron ser decisivas, por su significaci¨®n emocional o intelectual, en la vida del Hitler lector.
Ryback ilumina al tiempo la relaci¨®n del personaje con los libros y el destino de su biblioteca (1.200 se conservan en la Biblioteca del Congreso en Washington, otro fondo est¨¢ en la Brown University en Providence; un conjunto anda perdido por Rusia). El autor, que se ha sumergido f¨ªsicamente en libros le¨ªdos y hasta subrayados y anotados por el propio Hitler -una experiencia inquietante: en uno encontr¨® incluso un pelo de bigote-, explica que ¨¦ste le¨ªa vorazmente, a veces un libro por noche (a Eva Braun le ca¨ªan broncas cuando interrump¨ªa, aunque fuera en d¨¦shabill¨¦; por cierto, parece que hab¨ªa poca pornograf¨ªa en la biblioteca de Hitler, aunque se menciona un libro sobre el teatro espa?ol "con dibujos y fotograf¨ªas obscenos"). Pero su lectura era superficial y azarosa, en buena parte para alimentar sus m¨ªtines, diatribas y peroratas.
En su retiro alpino del Berghof ten¨ªa las obras completas de Shakespeare y parece que no ley¨® s¨®lo El mercader de Venecia, pues hac¨ªa citas de Hamlet y, sobre todo, de Julio C¨¦sar -"Nos volveremos a ver en Philipos", espetaba bravuc¨®n a sus rivales pol¨ªticos-.
La aventura de Ryback entre los libros de Hitler arranca con las lecturas de ¨¦ste en las trincheras durante la guerra del 14 y acaba con el misterio del volumen que ten¨ªa en la mesita de su habitaci¨®n en el F¨¹hrerbunker de Berl¨ªn cuando se suicid¨®: se conserva una foto, pero no se distingue el t¨ªtulo. Entre las obras que sabemos que le acompa?aron en sus ¨²ltimos momentos figuran una historia de la esv¨¢stica, un ensayo sobre Parsifal y otro sobre las profec¨ªas de Nostradamus. El recorrido de Ryback por los libros significativos de Hitler incluye una traducci¨®n de Peer Gynt regalada y dedicada por su siniestro mentor Dietrich Eckart, y Feuer und Blut de J¨¹nger, dedicado en 1926 por el propio autor "al f¨¹hrer nacional Adolf Hitler" -vaya, vaya, Ernst-, y en el que Hitler, que quer¨ªa escribir sus propias experiencias de combatiente en la I Guerra Mundial, subray¨® pormenorizadamente pasajes sobre la guerra y los efectos de la matanza en el esp¨ªritu. Pese a lo que hac¨ªa creer, Hitler ley¨® poco a Nietzsche, a Schopenhauer -cuyo nombre escrib¨ªa mal- o a Fitchte. Lo que Ryback encuentra en el canon hitleriano -los ladrillos fundamentales de su pensamiento filos¨®fico- es una serie de repulsivas obras racistas y unos libros de ocultismo y seudociencia (como Magia: historia, teor¨ªa y pr¨¢ctica, de Ernst Schretel, que Hitler subray¨® profusamente). En cuanto a los libros militares, Ryback destaca una biograf¨ªa de Schlieffen, el genio prusiano (es curioso que Hitler subrayase las consideraciones del t¨¢ctico sobre los peligros para Alemania de luchar en dos frentes), un pr¨¢ctico manual de identificaci¨®n de tanques y varias obras sobre Federico el Grande, especialmente la biograf¨ªa de Carlyle.
Hitler, por supuesto, no s¨®lo fue lector, sino tambi¨¦n autor. Un cap¨ªtulo del libro de Ryback est¨¢ dedicado al Mein Kampf, que inicialmente ten¨ªa un t¨ªtulo con mucho menos punch: Cuatro a?os y medio de batalla contra las mentiras, la estupidez y la cobard¨ªa; dif¨ªcil de recordar cuando vas a encargarlo, sobre todo si eres de las SA...
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