La lecci¨®n de Rushdie
El viernes 13 de febrero, v¨ªspera de San Valent¨ªn, algunos colegas brit¨¢nicos decidieron conmemorar el vig¨¦simo aniversario de la fetua con la que el im¨¢n Jomeini conden¨® a muerte a Salman Rushdie -y cuya vigencia acaban de reiterar las autoridades iran¨ªes-. Este aniversario les proporcion¨® la ocasi¨®n de entregarse a una estimulante reflexi¨®n sobre el sentido de la blasfemia y el de la cohabitaci¨®n entre el islam y Occidente.
Nuestros colegas afirman que, veinte a?os despu¨¦s, a¨²n vivimos bajo la influencia y a la sombra de aquel asunto. En otras palabras, mucho antes de Samuel Huntington y sus tesis sobre el "choque de civilizaciones", llegaba desde la patria de los mul¨¢s el llamamiento al asesinato de Rushdie. Fue, seg¨²n ellos, el primer anuncio de un conflicto radicalmente nuevo que desde entonces no ha dejado de agudizarse. No s¨®lo hay varias guerras en Oriente Pr¨®ximo, sino que, d¨ªa a d¨ªa, una tensi¨®n creciente amenaza las relaciones entre los musulmanes y los pa¨ªses europeos en los que viven.
Hay que hacer todo lo necesario para garantizar la libertad del no creyente, igual que la del creyente
El libro 'Versos sat¨¢nicos' no fue un error ni atac¨® en absoluto al islam
Nacido en la India y poseedor de la nacionalidad paquistan¨ª, a la edad de 13 a?os, Salman Rushdie fue enviado al King's College de Cambridge para estudiar Historia y el Cor¨¢n. All¨ª no tard¨® en perder su esnobismo de indio angl¨®filo y su acento de arist¨®crata brit¨¢nico al chocar con el racismo solapado y distante de la mejor sociedad inglesa. Poco despu¨¦s, daba un giro hacia el radicalismo pol¨ªtico, la denuncia sistem¨¢tica del Gobierno de la se?ora Thatcher y de la "falsa democracia" a la inglesa, y se convert¨ªa en un palad¨ªn del Sur contra el Norte y en un apologista de culturas minoritarias como el feminismo, la homosexualidad y el pacifismo.
Luego lleg¨® 1989 y la publicaci¨®n de sus famosos Versos sat¨¢nicos. Las reacciones que su libro provoc¨® y la fetua de la que fue v¨ªctima lo desestabilizaron completamente. Entonces, pidi¨® la protecci¨®n del Gobierno brit¨¢nico, al que no hab¨ªa dejado de injuriar. En el Herald Tribune del pasado 15 de febrero, el ensayista Geoffrey Wheatcroft recuerda el desprecio feroz con el que tanto la derecha nacionalista como la izquierda multicultural (los multiculti) trataron a Salman Rushdie. Tras acusarlo de batir todos los r¨¦cords de traici¨®n a su cultura, su religi¨®n, su pa¨ªs de origen y su nacionalidad, algunos personajes de la C¨¢mara de los Lores cercanos a Margaret Thatcher llegaron a expresar su deseo de que los musulmanes "apaleasen al traidor en una calle oscura para ense?arle buenas maneras". Mientras, los mismos que no sent¨ªan sino desprecio por Rushdie y su blasfemia toleraban tranquilamente que se blasfemara contra el cristianismo. Nuestros colegas nos recuerdan tambi¨¦n que, algunos a?os antes, la mejor sociedad brit¨¢nica consideraba de buen tono aplaudir la publicaci¨®n de un poema sobre la homosexualidad de Jes¨²s en el diario Gay News.
?Qu¨¦ pasaba mientras en Francia? Para empezar, la novela de Salman Rushdie fue totalmente desacreditada. Le Figaro escrib¨ªa: "Se trata de una novelaaburrida, espesa, complicada, con oscuras intenciones y provocaciones f¨¢ciles, escrita en un lenguaje cargante". A despecho de la simpat¨ªa general que los franceses sent¨ªan por Rushdie, Jacques Chirac, tan indignado por los Versos como Margaret Thatcher, meti¨® en el mismo saco al blasfemo y a los autores del llamamiento a su asesinato. La izquierda y la extrema izquierda estaban divididas. Mientras los intelectuales de SOS Racismo y Le Nouvel Observateur manifestaban su solidaridad con Rushdie, algunos grandes arabistas, como Jacques Berque, aun reprobando el llamamiento al asesinato, manifestaban su comprensi¨®n y empat¨ªa hacia los religiosos ofendidos en lo m¨¢s sagrado de sus creencias.
Tanto en Londres como en Par¨ªs, ?se trataba de la fascinaci¨®n por el islam? ?De una inclinaci¨®n tercermundista? ?De culpabilidad colonial? Seg¨²n algunos, Francia y Reino Unido, herederos de los dos mayores imperios coloniales, nunca aprendieron a dirigirse a los pa¨ªses musulmanes. Al integrarse en su civilizaci¨®n, Salman Rushdie se comport¨®, sin pretenderlo, como un musulm¨¢n liberado o como un occidental agn¨®stico. El cronista norteamericano William Pfaff a?ade que, desde el Siglo de las Luces, la sensibilidad dominante en Occidente est¨¢ marcada por el escepticismo y el cuestionamiento y escarnio de todas las creencias establecidas y de todas las instituciones. Gracias a ese talante, y a su cultura hedonista, Europa occidental es hoy el lugar del globo m¨¢s irreligioso con las debilitadas minor¨ªas de sus iglesias cristianas. Seg¨²n Pfaff, "el error posiblemente fatal de Rushdie fue aplicar un discurso europeo esc¨¦ptico a una religi¨®n que a¨²n cree en s¨ª misma".
Pero, para empezar, como ha demostrado Milan Kundera (Los testamentos traicionados, Tusquets Editores), no fue un error y Rushdie no atac¨® en absoluto al islam. Fue una licencia literaria que un gran novelista se concedi¨® para aportar una dimensi¨®n m¨ªstica a su obra. Esta misma audacia novelesca fue la que permiti¨® a Kundera descubrir toda la poes¨ªa del islam. Por otra parte, es posible que la fuerza del credo musulm¨¢n requiera estrategias particulares y, en este punto, el intervencionismo ideol¨®gico-militar de los neoconservadores de George Bush ha sido desastroso. Respecto a los musulmanes que viven en pa¨ªses de mayor¨ªa cristiana, la cuesti¨®n esencial es saber qu¨¦ posibilidades tienen de escapar a las presiones de las autoridades islamistas exteriores a su pa¨ªs de adopci¨®n. Pues el esc¨¢ndalo no est¨¢, evidentemente, en el comportamiento de Rushdie, que, en cierta forma, fue ¨²til, ya que el 15 de marzo de 1989 la mayor¨ªa de los pa¨ªses participantes en la Conferencia isl¨¢mica de Riad decidieron desaprobar la iniciativa iran¨ª y no dar una dimensi¨®n pol¨ªtica al asunto de la fetua.
Por eso, desde mi punto de vista, mis interlocutores brit¨¢nicos se equivocan. La lecci¨®n del caso Rushdie es que hay que hacer todo lo necesario para garantizar la libertad del no creyente -?y la del novelista!- en la misma medida que la del creyente, sea cual sea su religi¨®n. Pero, adem¨¢s, no veo por qu¨¦ habr¨ªa que renunciar a hacer todo lo posible para favorecer la evoluci¨®n de los musulmanes hacia un esp¨ªritu cr¨ªtico que en la Edad Media form¨® parte de sus tradiciones. La condena de las intervenciones que invocan hip¨®critamente la coartada humanitaria no debe llevarnos a dejar de creer en los derechos humanos ni en su universalidad.
Traducci¨®n: Jos¨¦ Luis S¨¢nchez-Silva.
Jean Daniel es director de Le Nouvel Observateur.
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