El olor del futuro
Las novelas en que se han basado algunas de las pel¨ªculas premiadas este a?o -y que han supuesto otros tantos oscars in p¨¦ctore para sus editores (Jorge Herralde incluido)- son "textos" antes que libros. No importa que la mayor¨ªa de los que han le¨ªdo ?Qui¨¦n quiere ser millonario?, de Vikas Swarup, o El lector, de Bernhard Schlink, lo haya hecho en el soporte tradicional: en el fondo, eso es ya s¨®lo una an¨¦cdota. Si las buscan en Amazon comprobar¨¢n que ambas se ofrecen en distintas modalidades (tapa dura, tapa blanda, bolsillo, audiolibro, kindle -por cierto, el m¨¢s barato-): la misma novela, el mismo texto. Elija usted la que m¨¢s le guste.
S¨ª, en esto a lo que todav¨ªa llamamos libro -a secas o con adjetivo a?adido: electr¨®nico, virtual, e-book-, todo est¨¢ cambiando a tal velocidad que no nos da tiempo a darnos cuenta de lo r¨¢pido que el tiempo pasa. Nada que ver con la lentitud casi mineral de los procesos que acompa?aron la evoluci¨®n del impreso. Hacia el siglo II los chinos comenzaron a experimentar con tintas y piezas de madera talladas, pero hasta el IX no pudieron "imprimirse" en rollos algunos textos budistas; en el siglo XV Johanes Gutenberg invent¨® la imprenta moderna, utilizando caracteres m¨®viles y una prensa; en 1886 Mergenthaler ide¨® la primera linotipia, la m¨¢quina que dar¨ªa un extraordinario impulso al desarrollo de la imprenta, acelerando procesos que culminar¨ªan a finales del XX con la impresi¨®n digital.
Los cambios tecnol¨®gicos suceden. Y en ellos se pierden y se ganan cosas. No lamentemos en exceso lo que la historia pondr¨¢ en su sitio
Eso, en cuanto al libro sin adjetivos. Los electr¨®nicos tienen un recorrido mucho m¨¢s breve. Simplificando, su prehistoria tiene lugar entre 2004, cuando Google anuncia su proyecto de digitalizar toda la memoria escrita del mundo, y 2007, cuando Jeff Bezos lanz¨® desde su lucrativa finca el primer kindle (el que todav¨ªa no hablaba; el segundo empez¨® a comercializarse en EE UU ayer mismo). Cuando su uso se extienda -lo que puede ser muy pronto- esos libros que se leen en pantalla (pero pueden imprimirse) perder¨¢n el adjetivo que ahora los determina o califica, como siempre les ocurre a las cosas nuevas cuando dejan de serlo. Y de la misma manera que el autom¨®vil convirti¨® a su antecesor en el coche "de caballos", o que ahora llamamos "mudo" al primer cine, es muy posible que en un par de generaciones los lectores precisen que han le¨ªdo (o comprado) un libro "de papel".
Bien, ?y qu¨¦? Los cambios tecnol¨®gicos suceden. Y en todos ellos se pierden y se ganan cosas. No lamentemos en exceso lo que la historia pondr¨¢ en su sitio, como hizo con la protesta ludita. Algunos seguiremos pasando p¨¢ginas y buscando en el libro ese olor "que nos devuelve las sensaciones que tuvimos al leerlo". Ya se sabe: Proust, la magdalena. Y lo haremos por la misma raz¨®n por la que leemos (todav¨ªa) peri¨®dicos en papel, aunque cada ma?ana crezca el n¨²mero de quienes "ojeamos" prensa (y no s¨®lo extranjera) en la pantalla: porque forman parte de nuestra vida, de nuestros h¨¢bitos.
Para los que nos hicimos adultos en el siglo XX no importa que los nuevos "libros", sean m¨¢s pr¨¢cticos u ofrezcan m¨¢s "prestaciones", incluso que en ellos quepan las 1.500 novelas que nos llevar¨ªamos a la isla desierta en nuestro pr¨®ximo naufragio. Nosotros ya no formamos parte del futuro, aunque nos disguste saberlo. Pero podemos darle la bienvenida sin m¨¢s reticencias que las inevitables, a pesar de que este verano -y el siguiente- sigamos sin llevarnos a la playa el kindle o el sonyreader o el i-rex o el papyre (etc¨¦tera): tenemos demasiado miedo a que la arena y el bronceador de factor 15 nos estropicien el artilugio. Y en cuanto al olor, no nos enga?emos; si nos ponemos a ello comprobaremos que estos libros que ya est¨¢n entre nosotros tambi¨¦n huelen. A nuevo.
Babelia
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