Gu¨ªas de lectura
Agradezco mucho a Manuel Rivas que me haya descubierto una gu¨ªa de libros prohibidos, la del Opus, que desconoc¨ªa. Debo admitir que, tras haber fracasado en el intento de leer Camino, no suelo frecuentar la literatura de la secta. Pero esto de un ¨ªndice de lecturas condenadas es algo muy distinto y lo buscar¨¦ con inter¨¦s, porque estoy seguro de que voy a descubrir en ¨¦l muchos libros que merece la pena leer.
Me gustan los libros prohibidos, que son los que expresan las ideas del futuro que no acepta todav¨ªa el orden establecido, pero que ayudar¨¢n a construir el mundo de ma?ana. Como sucedi¨®, por ejemplo, con l'Encyclop¨¦die de Diderot, que, pese a las condenas y prohibiciones de que fue objeto, consigui¨® extender su influencia por toda Europa y ayud¨® a cambiar el mundo. Por lo menos en lo que se refiere a la parte m¨¢s o menos racional de la especie humana, en la que no figuran, evidentemente, los redactores de ¨ªndices de libros prohibidos.
Benditos sean los censores que nos han descubierto tantos libros que merec¨ªa la pena leer
Los franquistas prohib¨ªan a Salgari en Barcelona pero no en Valladolid
Confieso que he aprendido mucho del Index librorum prohibitorum del Vaticano en su edici¨®n de 1948, que se mantuvo en vigor hasta 1966. All¨ª se proh¨ªbe la lectura, bajo pena de excomuni¨®n, de Erasmo, Montaigne, Diderot, Hume, Balzac, Sartre, Spinoza, Tom Paine y de la mayor parte de los libros que importa haber le¨ªdo. Se puede recomendar, por ello, a los j¨®venes para que lo utilicen como un manual de las lecturas necesarias.
De un estilo semejante eran las listas de libros destinados a la quema por el nazismo o las que estableci¨® Roy Cohn, el equ¨ªvoco abogado colaborador de McCarthy -jud¨ªo y antisemita a la vez- que inspeccion¨® las bibliotecas p¨²blicas de las Casas de Am¨¦rica en Europa y dijo haber descubierto en ellas 30.000 libros procomunistas que hab¨ªa que retirar, incluyendo obras de Hemingway, Arthur Miller o Mark Twain (en especial aquel nefando cuento rojo que es El hombre que corrompi¨® a una ciudad), con la desafortunada consecuencia de que algunas de las obras que hizo depurar, como La monta?a m¨¢gica, La teor¨ªa de la relatividad o las de Freud eran las mismas que los nazis hab¨ªan quemado unos a?os antes.
Pocos libros me han ense?ado tanto acerca de la literatura universal como las Lecturas buenas y malas del padre Garmendi de Otaola, S.I. All¨ª se aprende que La Regenta "rebosa porquer¨ªas, vulgaridades y cinismo", o que Tolst¨®i "es un incr¨¦dulo, racionalista, anarquista, nihilista, que declara guerra al cristianismo, porque ¨¦ste ense?a el amor a la patria", lo cual, como se ve, es un certero an¨¢lisis de Guerra y paz.
Otro tanto dir¨ªa de las listas de libros prohibidos de la Espa?a franquista, donde el entusias
-mo por quemar y destruir libros lleg¨® al extremo: en los primeros d¨ªas del "alzamiento" el Abc de Sevilla publicaba una noticia que dec¨ªa: "Los falangistas, al d¨ªa siguiente de iniciarse el Alzamiento, recogieron en kioskos y librer¨ªas centenares de ejemplares, que fueron quemados como merec¨ªan". La incoherencia y la estupidez, propias de los censores de todos los tiempos y creencias, resultar¨ªan evidentes cuando se hicieran las listas oficiales, destinadas a depurar las bibliotecas p¨²blicas, con indicaciones tan extraordinarias como una que determinaba la obligaci¨®n de eliminar del todo "la mal llamada literatura rusa", fuese roja o blanca.
En la primera revisi¨®n de bibliotecas que conozco, que es la de Valladolid en 1937, se proh¨ªbe la mayor parte de Azor¨ªn, todo Baroja, Blasco Ib¨¢?ez, las poes¨ªas de Espronceda, Goethe, Kant, la Carmen de Merim¨¦e, la mayor parte de Gabriel Mir¨®, Pardo Baz¨¢n, P¨¦rez Gald¨®s incluyendo algunos Episodios nacionales, La Celestina, las f¨¢bulas de Lafontaine, El Libro de Buen Amor, Valera, Valle-Incl¨¢n, etc¨¦tera. En las primeras listas de libros prohibidos en Barcelona, que le pasaron a mi padre en 1939 para que expurgase su librer¨ªa -que, entretanto, hubo de permanecer cerrada durante meses-, figuraban Gandhi, Gogol, Maeterlinck, los hermanos Heinrich y Thomas Mann, Pascal (!), Rabelais, William Blake, Darwin (?faltar¨ªa!) y, sorprendentemente, las novelas de Emilio Salgari, que eran toleradas en Valladolid pero estaban prohibidas en Barcelona.
Me gustan tambi¨¦n otro tipo de gu¨ªas que os informan de libros que no han sido prohibidos por la autoridad, sino relegados al olvido por el consentimiento general de la sociedad biempensante. Hay uno, realmente fascinante, que nos lleva por el mundo de lo que Raymond Queneau llamaba los "locos literarios". El diccionario de "locos literarios" de Andr¨¦ Blavier, publicado en una colecci¨®n que tiene un nombre tan prometedor como Le rappel au d¨¦sordre, es un libro extraordinario. Los autores aparecen clasificados en ¨¦l por actividades y materias. Hay los profetas, visionarios y mes¨ªas; los que se dedican a la cuadratura del c¨ªrculo; los perseguidos y los perseguidores; los inventores, fil¨¢ntropos, soci¨®logos, etc¨¦tera. Toda clase de personajes singulares que exponen ideas fascinantes. Los profetas, por ejemplo, son impagables. Hay uno que asegura que Dios no es un puro esp¨ªritu, sino que vive arriba en los cielos, dotado de un cuerpo material, y que bebe, come y duerme igual que hacen los hombres. Y deb¨ªa saber de qu¨¦ hablaba, porque nos dice que ¨¦l ten¨ªa contacto frecuente con el propio Dios. Hay otro que nos dice que "el reino de Dios es el reino de las c¨¢rceles" y que "antes del fin del mundo m¨¢s de la mitad de la humanidad estar¨¢ encerrada en c¨¢rceles". Una profec¨ªa que, si tenemos en cuenta que incluye en la categor¨ªa de c¨¢rceles los conventos, las escuelas, los seminarios, los cuarteles o las sectas, tal vez no sea tan loca como parece a primera vista.
En todo caso, una de las virtudes que tiene la lectura de este panorama de los locos literarios es la de convencernos de que las fronteras entre la normalidad y la locura son muy difusas y que tal vez sea razonable el consejo que se nos da en un grabado del siglo XVIII que figura al fin del libro: "El mundo est¨¢ lleno de locos, y quien no quiera ver ninguno, que se quede en casa y rompa el espejo".
Tengo otras gu¨ªas de este estilo, como The Chatto Book of Dissent, de Rosen y Widgery; Don't do it. A Dictionary of the Forbidden, de Philio Thody, junto a otras de car¨¢cter m¨¢s informativo, como la Enciclopedia de la utop¨ªa, de los viajes extraordinarios y de la ciencia-ficci¨®n de Pierre Versins o el entra?able Dictionnaire rationaliste, entre cuyos autores figuran personajes como Langevin, L¨¦vy-Bruhl o Jacques Proust.
Pero ninguno de ellos tiene la utilidad y el encanto de los ¨ªndices de libros prohibidos, donde la estupidez de los censores resulta una gu¨ªa segura para el hallazgo de la excelencia, que parecen oler igual que los cerdos descubren las trufas bajo tierra. ?Benditos sean los censores que nos han descubierto tantos libros que merec¨ªa la pena leer! Y, de paso, gracias por haberme condenado. Son ya muchos los amigos que me han felicitado por esta distinci¨®n.
Josep Fontana es catedr¨¢tico de Historia y director del Instituto Universitario de Historia Jaume Vicens i Vives de la Universitat Pompeu Fabra de Barcelona.
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