Una calle para cada semana
Andaba Juan Urbano por Praga, visitando la tumba de Kafka en el cementerio jud¨ªo y sus casas en el Callej¨®n del Oro y en el gueto que hubo tras la iglesia de San Nicol¨¢s; y buscando los lugares donde vivieron los poetas Rilke y Vladimir Holan, en el n¨²mero 19 de la Heinrichsgasse y en Kampa, a orillas del r¨ªo Moldava. Como la segunda est¨¢ all¨ª, pero la primera ya hab¨ªa desaparecido, sinti¨® que le empezaba a arder por dentro la melancol¨ªa al acordarse de las cosas que estuvieron y ya no est¨¢n en Madrid, donde el futuro no es lo que sigue al presente, sino lo contrario del pasado, lo que lo tacha y lo condena al vac¨ªo, y lo primero que se le vino a la cabeza fue la casa de Vicente Aleixandre, que de nuevo parece a punto de ser vendida y demolida, porque los pol¨ªticos no consideran que valga la pena comprarla por lo que vale y los herederos del premio Nobel creen que su obligaci¨®n no es salvarla, sino sacarle todo el dinero que puedan. Paseas por Praga y sientes lo mismo que en otras ciudades del coraz¨®n de Europa: que conservar y avanzar no tienen por qu¨¦ ser verbos contradictorios, y que, de hecho, son complementarios cuando se piensa en lo que significan las cosas, en lugar de pensar s¨®lo en lo que pueden hacerte ganar si las destruyes. En el otro extremo, duele pensar que la casa de Aleixandre, como tantas cosas, se podr¨ªa salvar con la mitad de lo que algunos se gastan en esp¨ªas o con el 10% de lo que otros se llevan en oscuras operaciones inmobiliarias. Ojal¨¢ el alcalde Alberto Ruiz-Gallard¨®n, que es bibli¨®filo y por tanto conoce el valor de las cosas originales, se ocupara de ese asunto y le diera una soluci¨®n, aunque a ¨¦l quien de verdad le guste no sea Aleixandre, sino Alberti, del que se sabe un mont¨®n de poemas de memoria.
La gente que pasaba junto a la casa de Aleixandre pod¨ªa o¨ªr poemas que sal¨ªan volando por las ventanas
Pero lo que de verdad le encant¨® a Juan Urbano fue la idea que han tenido los promotores del grupo irland¨¦s U2 y el ayuntamiento de Nueva York de dedicarles una calle de la ciudad a los m¨²sicos, aunque s¨®lo durante una semana. ?No es bonito que un artista tenga una calle con su nombre de manera temporal? M¨¢s a¨²n si, como ocurre con U2, da la casualidad de que ha escrito una canci¨®n que se titula Where the streets have no name, donde las calles no tienen nombre. En Madrid, por esas razones de la pol¨ªtica que la raz¨®n no entiende, a los vivos no se les puede poner una calle, y a los muertos a quienes se puso una calle en vida, como Aleixandre, se los olvida en cuanto se quedan fr¨ªos los titulares de los peri¨®dicos en los que estaba escrito su nombre. Pero ser¨ªa bonito que un poeta, un m¨²sico, un actor o un pintor pudiesen tener calles semanales, y que a los vecinos les pudieran llegar cartas enviadas a esa direcci¨®n transitoria, a la calle de Joaqu¨ªn Sabina, o a la plaza de Francisco Ayala, o a la avenida de Jos¨¦ Manuel Caballero Bonald, por poner los primeros ejemplos que se le vinieron a la cabeza a Juan Urbano. Ahora que el alcalde anda preparando la entrega de las medallas de Madrid a algunas personalidades de la cultura y el deporte, igual podr¨ªa pensar en dedicarles a esas mismas personas una calle que dure hasta el a?o que viene. Ser¨ªa como en las canciones, donde ya existen calle de la Melancol¨ªa o la avenida de la Estrella Polar, pero al rev¨¦s, poniendo calles falsas en sitios de verdad. A Juan le encantar¨ªa darse una vuelta por ellas como si entrara en un libro, un cuadro o un disco, transformado en un personaje de ficci¨®n.
Pero no cree que eso vaya a pasar, porque en este mundo todo est¨¢ ocupado por la realidad y hay poco tiempo para todo lo que no sean negocios, luchas de poder e intrigas municipales. Juan Urbano se fue a caminar por Praga, en busca de la casa del poeta Jaroslav Seifert, aquel que amaba tanto el silencio que una vez dijo que le gustaba pasear en la oscuridad porque los que saben escuchar pueden o¨ªr por las noches, en las copas de los ¨¢rboles, el coraz¨®n de los p¨¢jaros. En Madrid hubo un tiempo en que la gente pasaba junto a la casa de Aleixandre y pod¨ªa o¨ªr poemas que sal¨ªan volando por las ventanas.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.