Nuevas hip¨®tesis sobre el 'Cantar'
La Fundaci¨®n Ibn Tufayl viene editando obras indispensables, como los valiosos vol¨²menes de la Biblioteca de Al-Andalus, los estudios almerienses de Jorge Lirola, el fruto del trabajo investigador de la profesora Dolores Oliver en torno a la figura del Cid. Este ¨²ltimo libro argumenta una hip¨®tesis arriesgada que s¨®lo por resultar plausible reclama una reinterpretaci¨®n de la epopeya espa?ola y de las ra¨ªces de nuestra cultura. Si se confirmase supondr¨ªa una revoluci¨®n comparable al descubrimiento de las jarchas.
Heredera del esp¨ªritu de su t¨ªo abuelo Miguel As¨ªn Palacios, Dolores Oliver sostiene que el Cantar de M¨ªo Cid pudo haber sido escrito por el poeta y jurista ¨¢rabe Al Waqqasi, originario de Toledo, que ayud¨® a Rodrigo D¨ªaz de Vivar a gobernar la ciudad de Valencia despu¨¦s de su conquista. El Cid (del ¨¢rabe sayyid, "jefe de tribu") se habr¨ªa mostrado al principio muy clemente con los moros valencianos. Con el fin de hacerse aceptar, debi¨® encargar a Al Waqqasi la composici¨®n de un paneg¨ªrico a imitaci¨®n de las epopeyas ¨¢rabes preisl¨¢micas. Compuesto en lengua ¨¢rabe, el Cantar podr¨ªa haber sido transmitido por tradici¨®n oral a trav¨¦s de diferentes versiones en ¨¢rabe y en romance, hasta que Pere Abat lo fij¨® por escrito en la forma que conocemos.
El Cantar de M¨ªo Cid: g¨¦nesis y autor¨ªa ¨¢rabe
Dolores Oliver P¨¦rez
Fundaci¨®n Ibn Tufayl de Estudios ?rabes
(fundacion@ibntufayl.org. www.ibntufayl.org)
Almer¨ªa, 2008
416 p¨¢ginas. 23,50 euros
Las interrogantes que plantea la lectura del Cantar, hasta hoy sin respuestas convincentes, llevaron a Dolores Oliver a apostar por esta tesis, apoy¨¢ndose en su conocimiento de la lengua y la historiograf¨ªa ¨¢rabes. El riguroso estudio al que somete el poema revela que sus lados oscuros pudieran proporcionar la clave que permite esclarecer su origen. Sus expresiones extra?as encuentran explicaci¨®n si las consideramos como traducciones literales de locuciones ¨¢rabes. Su m¨¦trica irregular, ¨²nica en el mundo medieval de Occidente, obedecer¨ªa a una de las formas de la epopeya musulmana. La conducta a veces at¨ªpica del Cid, su peculiar manera de luchar, encuentran sentido si se le compara con los h¨¦roes ¨¢rabes. Bajo el texto en romance trasparecen as¨ª elementos de una cultura subyacente que conserva en ¨¦l su voz.
Los autores de las 'Cr¨®nicas alfons¨ªes' que recoge el Cantar, alejados de la influencia ¨¢rabe e incapaces de entender los t¨®picos de su cultura, no vacilan en rectificar o silenciar las partes en las que el Cid se aparta del modelo del caballero cristiano. Resulta sugerente la manera en que algunos historiadores ¨¢rabes de los siglos XI y XII describen los mismos hechos, desfigurando a su vez la imagen valerosa del Cid y la admiraci¨®n de sus correligionarios. Otros en cambio coinciden con las 'Cr¨®nicas cristianas' para realzar las virtudes del Se?or que protege sus tierras. En ambos casos, la figura del Campeador se ve modelada siguiendo intereses territoriales que desplazan a segundo t¨¦rmino los valores religiosos y culturales.
Rodrigo D¨ªaz de Vivar luch¨® al lado de los soberanos de Al Andalus contra los almor¨¢vides, pero tambi¨¦n contra los ej¨¦rcitos cristianos, a cambio de dinero y fortalezas. Aclamado por los ¨¢rabes como jefe guerrero y protector de las taifas de Zaragoza y Valencia, admirador de los h¨¦roes de la antigua ¨¦pica ¨¢rabe, quiso presentarse como uno de ellos ante el pueblo de Valencia, entrar en la leyenda en boca de sus antiguos enemigos. ?sta es la sugestiva hip¨®tesis de un libro con fundamento que, m¨¢s que enfrentarse a un concepto recalcitrante de grandeza, avanza decididamente hacia nuevos umbrales de comprensi¨®n, esbozados en su d¨ªa por la generaci¨®n del exilio.
?Y si las virtudes guerreras y literarias propias de cada lado de la frontera en la Espa?a medieval se hubieran intercambiado gracias a la fascinaci¨®n que provocaban en el otro bando? Nuestro tapiz cultural exigir¨ªa una serie de razones a?adidas a la raz¨®n de las batallas. Razones de poes¨ªa y leyenda contar¨ªan como hilos en la trama de las identidades peninsulares. Aunque las letras sirvan al poder con sumisi¨®n deliberada, portan calladamente la atracci¨®n de lo ajeno, tanto m¨¢s fuerte quiz¨¢ cuanto mayor es el temor al enemigo. La epopeya espa?ola, en este caso, no cantar¨ªa la pureza imaginaria de raza o religi¨®n, sino c¨®mo la estatua del h¨¦roe se yergue a partir del barro de tierras fronterizas.
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