El gran espejo de la aventura
Andr¨¦ Malraux traza el retrato de Lawrence de Arabia, un personaje que le obsesionaba, en un ensayo que se publica por primera vez en castellano
Una mirada excepcional: la de un aventurero, un hombre de acci¨®n arquet¨ªpico del siglo XX, sobre otro que le obsesion¨® y en el que a menudo quiso reflejarse. El trotamundos, jefe de escuadrilla, combatiente de la Resistencia, intelectual y pol¨ªtico Andr¨¦ Malraux plasm¨® su fascinaci¨®n -su intriga, dijo ¨¦l- por Thomas Edward Lawrence, Lawrence de Arabia, 13 a?os mayor, en un ensayo voluminoso y de una intensidad sobrecogedora. Se trata de El demonio del absoluto, que dej¨® inconcluso y que ahora publica por primera vez en castellano, en una cuidad¨ªsima edici¨®n, Galaxia Gutenberg.
El texto, de hondura filos¨®fica y fulgurante escritura, a veces irregular y contradictorio -inacabado al fin- pero imprescindible para todo el que se exalte con la sombra de un camello sobre una duna o se interrogue sobre la forja de un h¨¦roe y la creaci¨®n de un mito, es a la vez una biograf¨ªa de Lawrence (su epopeya y su calvario), una ex¨¦gesis y cr¨ªtica de su principal libro, Los siete pilares de la sabidur¨ªa ("Una tempestad de arena gobernada por fantasmas"), y una reflexi¨®n sobre la aventura y los aventureros. Tambi¨¦n una introspecci¨®n, pues al tratar de explicar al rey sin corona de Arabia, Malraux no puede -no quiere- dejar de hablar de s¨ª mismo.
A ambos les gustaba Oriente, disfrazarse y la aviaci¨®n
El demonio del absoluto, escrito en los a?os cuarenta, no aporta datos hist¨®ricos desconocidos sobre Lawrence, personaje extensamente biografiado en los ¨²ltimos a?os (e irreductible, de ¨¦l se puede decir lo que el propio Lawrence se?alaba de su camello: "Es f¨¢cil sentarse en su lomo, pero dif¨ªcil entenderlo"). Por supuesto, no habla -era a¨²n muy pronto- de su trastorno de flagelaci¨®n (aunque ya sugiere una neurosis y la falsedad del episodio de su violaci¨®n por los turcos en Dera). Tampoco de su implicaci¨®n en el espionaje antes de la aventura ¨¢rabe ni de sus contactos filonazis que apoyaron la teor¨ªa de la conspiraci¨®n en su muerte. Pero en el libro est¨¢n todos los sucesos famosos de su vida -el rescate de Gasim en el Nefud, la negligente ejecuci¨®n de Ahmed con el rev¨®lver, las atronadoras voladuras de trenes en la l¨ªnea del Heyaz, la toma de Aqaba, la masacre de la columna turca camino de Damasco...- ?contados por Malraux!, con su escritura poderosa y evocadora, a ratos vehemente -"Ay del h¨¦roe que no puede vencer dentro de s¨ª la soledad del coraz¨®n"-. Una mezcla, la del brit¨¢nico y el franc¨¦s, extraordinaria y arrebatadora.
Malraux traza con pericia el perfil de Lawrence: su inveterado af¨¢n de acci¨®n, "avisada bravura", "necesidad de plasmar sus sue?os" e imposible barbilla. Encuentra en su voluntad juvenil un elemento turbio, una ambici¨®n sin objeto (ese "demonio del absoluto") y una caracter¨ªstica esencial: su indiferencia "tanto al poder como a todas las formas de placer que unen a los hombres". Constata que no le interesaban las mujeres. Destaca su generosidad, su "incapacidad para el desprecio" y que era un buen tirador.
Mientras sigue el propio relato de Lawrence, Malraux apostilla y reescribe en parte Los siete pilares, con un par, truf¨¢ndolo con hermosas frases de su cosecha. Es como o¨ªr los pasos indochinos del Perken de La v¨ªa real en los pedregales de Wadi Safra. Un pentimento de aventuras. Hay admiraci¨®n en Malraux, pero contenida por un orgullo que le lleva a empeque?ecer a veces a Lawrence. Y tambi¨¦n envidia, seguramente porque Lawrence declin¨® el poder que a ¨¦l le sedujo.
M¨¢s all¨¢ del deseo de imitaci¨®n consciente de Malraux, ambos guardan mucho en com¨²n. Los dos se interesaron por la antig¨¹edad y las culturas de Oriente, fueron guerrilleros y soldados (y coroneles), gustaron de disfrazarse -la vestimenta de jerife y la de maquisard de opereta-, amaron la aviaci¨®n (la escuadrilla Espa?a o la RAF), les apasionaron Nietzsche y Dostoievski, escribieron textos de una conmovedora grandiosidad, con frases que uno conserva como quemaduras en el alma, y, parafraseando a Kipling, marcharon junto a reyes y generales (aunque no se puede decir que Malraux no perdiera la cabeza con el suyo).
?Llegaron a encontrarse Lawrence y Malraux? ?ste dijo que s¨ª. Pero todo apunta -v¨¦ase la biograf¨ªa de Jean Lacouture, tan desmitificadora con el ac¨®lito de De Gaulle- a que se invent¨® el episodio.
So?adores de d¨ªa, en la bella expresi¨®n de Lawrence, ambos ten¨ªan mucho de personajes en busca de un papel. Mucho de rom¨¢nticos, mit¨®manos y eg¨®latras. Podr¨ªa decirse que Lawrence fue hasta las ¨²ltimas consecuencias tr¨¢gicas de su personaje sufriente o su destino, mientras que Malraux, m¨¢s superficial, de un narcisismo menos atormentado que el brit¨¢nico (azotes incluidos), supo contemporizar mejor con la realidad. "Lo que nos distingue es que ¨¦l estaba convencido de fracasar en todo lo que hac¨ªa", dijo en una ocasi¨®n Malraux, "y yo siempre he cre¨ªdo en el ¨¦xito de mis tentativas; yo he actuado para ganar". Probablemente por eso ha perdido la partida en nuestros corazones y en el reino incandescente de la leyenda.
La condici¨®n humana del h¨¦roe del desierto
- "Le tra¨ªa m¨¢s o menos sin cuidado su prestigio entre los hombres, pero le preocupaba profundamente influir en su imaginaci¨®n".
- "Su m¨¢scara m¨¢s convincente no hab¨ªa sido aquel atuendo ¨¢rabe elegido, sobre todo porque le obligaba a exigir m¨¢s de s¨ª mismo, sino la aceptaci¨®n de la crueldad".
- "Al margen de la acci¨®n, s¨®lo era sufrimiento".
- "De los siete pecados capitales, algunos de los cuales unen tanto a los hombres, apenas hab¨ªa conocido uno, que es el que m¨¢s los separa: el orgullo".
- "El desierto exaltaba a Lawrence como exaltara el mar a Melville y la monta?a a Nietzsche. Y del mismo modo, confer¨ªa al rechazo del hombre a aceptar su inanidad el sonido grave de un hero¨ªsmo eterno".
Babelia
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