"?Soy tu hijo! ?Abre, por favor!"
"?Estoy harto de pasar hambre y calamidades!", exclama Raimon mientras camina desde Ciutat Vella hacia el barrio de Sant Gervasi para solicitar un desayuno. ?Qui¨¦n hubiera pensado que despu¨¦s de probar los mejores restaurantes de la ciudad un d¨ªa se encontrar¨ªa sin un c¨¦ntimo para comer!
Sube por La Rambla y, una vez que cruza la Diagonal, llega a la otra Barcelona, la opulenta, la que conoce bien y donde reside parte de su familia. No visitar¨¢ a sus parientes. Dobla en la calle de Elisa y entra por una discreta puerta: es el Centro San Francisco de As¨ªs, donde reparten chocolate caliente y boller¨ªa a quienes se encuentran en total precariedad.
-Caf¨¨ o xocolata?
-Xocolata, si us plau.
En el Centro San Francisco de As¨ªs reparten chocolate y boller¨ªa a quienes est¨¢n en situaci¨®n precaria
Raimon toma dos cruasanes e intercambia algunas palabras en catal¨¢n con las voluntarias de los Franciscanos Conventuales, mujeres mayores que atienden a m¨¢s de cien personas que llegan diariamente. Raimon s¨®lo come una raci¨®n, cinco a?os en la indigencia le han achicado el est¨®mago, pero no le han curtido del todo el paladar: "?Me dan asco los comedores sociales! ?Dan pura mierda! ?Est¨¢n atascados de gente! Aqu¨ª es limpio, ordenado, es como regresar a casa. Vengo a recibir sensaciones. Estas se?oras son m¨¢s buenas que el pan. Me hablan en mi lengua y cuando me sirven parece que veo a mi t¨ªa o a mi madre", confiesa Raimon, quien recuerda que tiene madre, pero ella no quiere saber nada de ¨¦l.
En ese peque?o sal¨®n convergen la clase media y alta catalana con las clases proletarias de inmigrantes. No se mezclan, pero ambas prolongan el momento con interminables mordiscos antes de volver al mundo del desamparo. "Renunci¨¦ porque con el pretexto de la crisis me exigieron hacer doble jornada por el mismo precio. Collons!", dice un hombre. "?Sabes qu¨¦ es Catalu?a? Un pa¨ªs de vividores. Nuestros pol¨ªticos s¨®lo se preocupan por tener su culo bien asentado en el poder. No pueden siquiera gestionar una naci¨®n tan peque?a como ¨¦sta" , reclama Raimon con la rabia de quien se sabe olvidado por los suyos.
En la mesa contigua, las mujeres marroqu¨ªes y latinoamericanas arriban despu¨¦s de visitar las agencias de colocaci¨®n con la esperanza de encontrar un trabajo en el servicio dom¨¦stico. Muchas llevan a sus beb¨¦s y comentan: "Si las cosas empeoran, regresamos a nuestros pa¨ªses. Aunque sean pobres siempre te ayudan". Junto a ellas, j¨®venes barceloneses, algunos universitarios, se apresuran a comer y marchan diciendo: "Con esto tengo para el resto del d¨ªa".
Raimon sorbe los ¨²ltimos tragos de chocolate antes de regresar a las calles de Ciutat Vella. A?os atr¨¢s, hac¨ªa ese mismo trayecto para ir a su oficina en la quinta planta del Word Trade Center cuando era un exitoso ejecutivo, y aunque super¨® muchos obst¨¢culos, los fantasmas del pasado terminaron venci¨¦ndole. C¨®mo olvidar que a sus ocho a?os de edad le abandonaron en un internado y no regres¨® a casa hasta cumplidos los 13. Durante toda su infancia recibi¨® golpes de curas que a varazos y patadas trataron de corregir al ni?o rebelde; entonces aprendi¨® a odiar la religi¨®n y a sus cl¨¦rigos hip¨®critas. Creci¨® bajo la educaci¨®n represiva del franquismo, sin haber sentido afecto alguna vez. "?Verdad, madre, que as¨ª fue, verdad que me dejaste y te fuiste a tu casa del Pirineo?".
Cuando escucho a Raimon, miro aquellos hijos de familias solventes, hombres en edad madura, que devoran un cruas¨¢n y me pregunto: ?que no tienen un familiar que les apoye, un pariente que les regale dos panes y un caf¨¦? ?Acaso esta crisis termin¨® por detonar la desintegraci¨®n familiar y la falta de solidaridad que ya exist¨ªa? Quiz¨¢ muchos son tambi¨¦n cr¨ªos inadaptados de la dictadura, que al igual que Raimon no se atreven a tocar la puerta de su madre y decirle: "Soy tu hijo. Estoy derrotado. ?Abre, por favor!".
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.