Una aventura realmente siniestra
Sicilia, hacia 1980. En un cat¨¢logo de viejas fotograf¨ªas de la isla un se?or llamado Gesualdo Bufalino escribe un prefacio que deja boquiabierto a Leonardo Sciascia, que intuye que tiene que haber una inteligencia literaria detr¨¢s de ese breve texto. En la isla se conocen todos y a Sciascia le extra?a no haber tenido nunca noticia alguna de don Gesualdo, escritor seguramente secreto. Pregunta por ¨¦l, lo localiza, y resulta ser un discreto profesor de sesenta a?os, natural de Comiso, que al recibir la llamada de Sciascia se pone muy nervioso y niega ser escritor, aunque acaba confesando haber traducido en cierta ocasi¨®n, por su cuenta y riesgo, las maravillosas Contrerimes, de Toulet. ?Y eso es todo? A Sciascia le parece que esa traducci¨®n la ha colocado don Gesualdo de cortina de humo para que no intente descubrir que tiene otros escritos escondidos. De modo que insiste y, tras un tiempo de intenso acoso, el profesor se derrumba y acaba confesando que tiene escrita desde hace diez a?os una novela titulada Diceria dell'untore (Perorata del apestado).
Le puede prestar el manuscrito, dice don Gesualdo, pero desaconseja por completo su publicaci¨®n. Y a la pregunta de Sciascia de por qu¨¦ tantos secretos y problemas, dice que considera que existen escrituras morales que se deben hacer p¨²blicas, pero que ¨¦se no es precisamente el caso de su Perorata, novela que le parece simplemente una operaci¨®n de baja lujuria, una especie de interminable y falsificado chisme sobre s¨ª mismo, destinada, por tanto, a una utilizaci¨®n estrictamente privada. Asegura adem¨¢s el profesor Bufalino sufrir lo p¨²blico como si fuera un bald¨®n, un sentirse "tan desnudo y humillado como si estuviera delante de una uniformada comisi¨®n m¨¦dica militar". Y a todos esos penares les da el nombre de s¨ªndrome de Wakefield, tomado de aquel personaje de Hawthorne que abandon¨® su propia casa para irse a vivir a la de enfrente y espiar desde all¨ª -invisible y cabe suponer que dichoso- la vida de su propio hogar. A ese s¨ªndrome de Wakefield, dice don Gesualdo, habr¨ªa que a?adirle un completo rechazo del sentimiento de protagonismo y una gran pasi¨®n por perder siempre en todo. Hasta en el ajedrez -al que ha jugado desde ni?o- prefiere adscribirse al llamado juego del aut¨®mata, que consiste en obligar al contrincante a vencer a pesar suyo.
En los siguientes d¨ªas, Bufalino se dedicar¨¢ a seguir revel¨¢ndose como un gran raro ante su descubridor siciliano. Le gusta extraordinariamente, le dice, la cultura francesa. Nada de particular, si no fuera porque explica que durante muchos a?os la boina de Mich¨¨le Morgan y las medias de Arletty y, sobre todo, Louis Jouvet recitando Verlaine mientras lo arrestan ("dans le vieux parc solitaire et glac¨¦") le parecieron el m¨¢ximo de cualquier sensaci¨®n art¨ªstica. ?Ironiza? Todo lo contrario. Se dir¨ªa incluso que su est¨¦tica procede del viejo parque solitario y glacial.
Recuerdo haber le¨ªdo Perorata hacia 1983, en Mallorca, en una casa junto a un parque que no ten¨ªa, por cierto, nada de glacial. La le¨ª en un verano muy caluroso y en la hist¨®rica primera edici¨®n de Anagrama, en la valiosa traducci¨®n de Joaquim Jord¨¤, que debi¨® de luchar a fondo con las dificultades de trasladar al castellano el brillante estilo barroco del autor; un estilo que da tenso cobijo a una historia de fragilidad, enfermedad, delirio y muerte: "S¨®lo por esto yo me hab¨ªa salvado de la guada?a: para prestar testimonio, cuando no delaci¨®n, de una ret¨®rica y de una piedad. Aunque ya supiera entonces que preferir¨ªa permanecer callado y llevar a lo largo de los a?os mi perorata al seguro debajo de la lengua, como un ¨®vulo de reserva...".
Esta historia de fragilidad y miseria mortal surge de la experiencia autobiogr¨¢fica de Bufalino en un sanatorio de Palermo en los a?os cuarenta, despu¨¦s de la guerra, cuando la tuberculosis mataba como en el siglo XIX. Es cierto que Thomas Mann hab¨ªa tratado el tema, pero la experiencia vital de Bufalino fue radicalmente distinta. Destaca en el libro la parad¨®jica exuberancia de la voz terminal que narra y la emocionada inteligencia con la que son tratadas la degradaci¨®n de la vida y de la historia, la curaci¨®n vivida como culpa y deserci¨®n, y el mundo visto como un sanatorio que ser¨ªa tanto un lugar de amparo y de hechizo como el eco siniestro de la desdicha m¨¢s infinita.
Hoy, pensando en esa ret¨®rica terminal y en la cuesti¨®n de las "m¨¢ximas sensaciones art¨ªsticas" sobre las que sin un ¨¢pice de iron¨ªa peroraba Bufalino, me pregunto si no ser¨¢ una de esas m¨¢ximas sensaciones extremas -en concreto la m¨¢s escondida de todas- la que cre¨ª encontrar en su d¨ªa y he vuelto a reencontrar en Perorata: esa impresi¨®n aciaga que se halla dentro de la historia misma de fatalidad que cuenta el libro y que se dir¨ªa emparentada de fondo con aquello que le manifestara don Gesualdo a Sciascia cuando ¨¦ste iba ya a publicar la novela: el presentimiento de que su destino de escritor "conten¨ªa las extra?as simientes de una siniestra aventura".
"Se?or Bufalino", le respondi¨® Sciascia, "tengo que decirle que despu¨¦s de haber publicado una veintena de libros y de haber alcanzado un cierto ¨¦xito y notoriedad, mi experiencia confirma su presentimiento: se trata de una aventura realmente siniestra".
Nada que a?adir, salvo que nada m¨¢s cierto que la afirmaci¨®n de Sciascia. En mi relectura de Perorata he vuelto a merodear por la sensaci¨®n extrema de ese presentimiento que, como si fuera el paisaje de fondo de toda incursi¨®n en lo p¨²blico, se percibe extra?amente oculto entre las p¨¢ginas del libro. Y he confirmado que han pasado los a?os y, como dir¨ªa el poeta, la verdad desagradable sigue asomando: la literatura es una sinfon¨ªa de cuervos, hoy perdidos en el mafioso centro de la selva f¨²nebre de su industria. Con tal estado de cosas, nada tan comprensible como un escritor de gran talento anunciando la semana pasada que se va: "Fui atrapado por todo este engranaje editorial, por todo este mundo que no pod¨ªa imaginar cuando publiqu¨¦ mi primer libro".
La reciente decisi¨®n de Lobo Antunes me record¨® el d¨ªa en que Bufalino, tras haber publicado varios libros despu¨¦s de Perorata, decidi¨® regresar al silencio y habl¨® del paisanaje cargante que hab¨ªa visto circular por la pista de su aventura siniestra. "No quiero seguir entre esos miserables, esa gente es terrible", afirm¨® despu¨¦s de que se armara en Italia un ingrato conflicto por un premio que le hab¨ªa sido otorgado. Para entonces, el panorama para Bufalino se hallaba ya saturado de resentidos o de simples est¨²pidos. Y aqu¨¦lla fue la gota que desbord¨® su paciente vaso. "No deb¨ª nunca acceder a publicar", debi¨® de pensar el escritor. Y su decisi¨®n de apartarse fue el comienzo de "una vida desnuda, un c¨ªrculo de d¨ªas previstos, ya para siempre a las puertas de la noche", pero tambi¨¦n el sabio retorno a una escritura en sigilo, y en el fondo el regreso a una vida mucho mejor. Si ven¨ªa de convivir con un orfe¨®n de cuervos, ahora al menos recuperaba el encanto de las ma?anas. Volv¨ªan las rosas, el caf¨¦, el sol, la ventana abierta, el sue?o de no haber publicado nunca, la alegr¨ªa del in¨¦dito.
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