La estrategia de la muerte
l 1 de abril de 1939, el general Franco anunciaba el fin de la guerra que ¨¦l mismo comenzara, junto con otros militares, en julio de 1936. El comunicado victorioso no significaba la llegada de la paz. A la sangr¨ªa provocada por tres a?os de enfrentamiento armado le iban a seguir decenas de miles de fusilamientos decididos por tribunales militares, sin garant¨ªas para los procesados. La Guerra Civil comenz¨® como un golpe de Estado, se convirti¨® despu¨¦s en la confrontaci¨®n de dos grandes ej¨¦rcitos y acab¨® con una amplia matanza.
Todo empez¨® cuando una fracci¨®n, la principal, de la oficialidad del ej¨¦rcito espa?ol se puso de acuerdo para dar un golpe que acabara con el Estado democr¨¢tico presidido por Manuel Aza?a.
Durante los dos primeros meses del conflicto no hab¨ªa una direcci¨®n clara de guerra en ninguno de los dos lados
Por toda espa?a se extend¨ªa una fiebre homicida. A un lado se mataba a curasy monjas; al otro, a maestros y poetas
Aquella acci¨®n militar que pensaban completar los conjurados en pocas semanas mediante una limpia que costar¨ªa unas decenas de miles de muertos fracas¨® en sus inicios. Y ello provoc¨® una cierta desorganizaci¨®n en las filas golpistas, que compon¨ªan una temporal alianza de territorios. Muerto su jefe natural, el general Sanjurjo, en los primeros momentos, el general Emilio Mola qued¨® como rey del norte, mientras Gonzalo Queipo de Llano lo era del sur. Un tercer general, Francisco Franco, reinaba sobre las fuerzas africanas asentadas en Ceuta y Melilla y el resto de protectorado marroqu¨ª. Y eso afect¨® a la manera en que pusieron en pr¨¢ctica su primera andadura militar.
Mientras Queipo de Llano se dedicaba a pacificar su territorio con t¨¦cnicas policiales, Mola y Franco coincid¨ªan en que la principal l¨ªnea estrat¨¦gica de su plan era la conquista de Madrid. Cada uno la emprendi¨® a su modo: Franco, desde el sur, hizo caso omiso de los planes previos y eludi¨® Despe?aperros para acercarse a la capital con sus columnas africanas v¨ªa Badajoz. Mola, que entendi¨® muy pronto la d¨¦bil estructura de la resistencia republicana en el norte, debido a la indecisi¨®n de los nacionalistas vascos sobre su papel en el conflicto, aprovech¨® esa circunstancia para lograr una de las m¨¢s importantes victorias estrat¨¦gicas de los rebeldes en toda la guerra: el aislamiento del norte republicano de la frontera francesa. Lo hizo con poco esfuerzo. Pero, al mismo tiempo, ech¨® sus milicias de requet¨¦s y sus soldados de guarnici¨®n sobre Madrid. En la sierra norte le pararon las milicias antifascistas. A Franco, no, porque su ej¨¦rcito era el ¨²nico preparado para hacer una guerra, por mucho que el estilo de la misma fuera primitivo, propio de un conflicto colonial. En lugares como Galicia y Asturias, los rebeldes ultimaron planes locales conectados poco a poco con los m¨¢s importantes contingentes de Mola en Castilla y Le¨®n, Arag¨®n y Navarra.
En el bando leal, la desorganizaci¨®n que sigui¨® al fracaso del golpe fue mayor a¨²n. El ej¨¦rcito desapareci¨® en pocos d¨ªas, y un aluvi¨®n de milicias multicolores se ech¨® a los caminos sin que hubiera una planificaci¨®n militar del esfuerzo. En las primeras semanas, los m¨¢s combativos militantes que se hab¨ªan presentado voluntarios para acabar con la rebeli¨®n perecieron por centenares al paso de legionarios y regulares, que se los quitaban de en medio utilizando t¨¢cticas de envolvimiento y un armamento poco sofisticado. Los profesionales del ej¨¦rcito que hab¨ªan permanecido leales a la Rep¨²blica fueron sistem¨¢ticamente desobedecidos, juzgados muchas veces por asambleas de soldados y, en algunos casos, fusilados sobre el terreno si los hombres a su mando consideraban que no hab¨ªan cumplido con sus obligaciones de manera eficaz, o sea, si decid¨ªan que se trataba de traidores. En cada zona se produc¨ªa un fen¨®meno de resistencia diferente seg¨²n las circunstancias pol¨ªticas locales: los milicianos catalanes de la CNT, que hab¨ªan desde?ado hacerse con la direcci¨®n pol¨ªtica de Catalu?a, luchaban por su cuenta con la intenci¨®n de hacer la revoluci¨®n en su tierra y exportarla a Arag¨®n; los comunistas montaban sus unidades pensando en la defensa de la Rep¨²blica del Frente Popular. Los socialistas, igual, aunque con una menor eficacia.
Durante los dos primeros meses del conflicto, no hab¨ªa una direcci¨®n clara de guerra en ninguno de los dos lados. Ni siquiera en el lado rebelde, donde los generales pactaban en funci¨®n de su fuerza y sus logros. Franco, que fue muy pronto reconocido como el m¨¢s eficaz, logr¨® imponerse, gan¨¢ndole por la mano a Mola la autoridad que le daba su casi impune avance sobre Madrid. Con eso y con la baza del apoyo de Hitler y Mussolini.
El general rebelde Franco fue el primero en conseguir la unidad de acci¨®n. Su decisi¨®n pol¨ªtica de liberar el alc¨¢zar de Toledo contribuy¨® al retraso de la toma de Madrid, pero le asegur¨® la direcci¨®n indiscutible de su movimiento. El d¨ªa 1 de octubre fue nombrado jefe del gobierno del Estado que se construir¨ªa cuando el golpe triunfara.
Poco despu¨¦s de esas fechas, el socialista Francisco Largo Caballero consegu¨ªa lo que hab¨ªa parecido imposible hasta el momento: construir un gobierno de Frente Popular en el que estaban representadas casi todas las fuerzas pol¨ªticas y sindicales defensoras de la Rep¨²blica. Una de las primeras, si no la primera, tareas de ese gobierno fue la de poner en marcha una nueva estructura militar que fuera capaz de defender al r¨¦gimen legal. El tiempo perdido hizo a Largo y su gobierno considerar que Madrid no se pod¨ªa defender, porque no hab¨ªa tiempo para poner en marcha con eficacia las nuevas unidades encuadradas en brigadas mixtas que se formaban en Levante y La Mancha, y esperaban la llegada del armamento proporcionado por la Uni¨®n Sovi¨¦tica.
Anarquistas y comunistas aceptaron, de mejor o peor grado, en el Consejo de Ministros la decisi¨®n de Largo: Madrid se quedar¨ªa con una Junta de Defensa presidida por el general Miaja, y las l¨ªneas de defensa eficaces se situar¨ªan en las orillas del Tajo.
Sin embargo, cuando la batalla de Madrid comenz¨®, se produjo en el seno de la Rep¨²blica la primera desobediencia trascendente: con el apoyo de los sovi¨¦ticos, los comunistas decidieron que hab¨ªa que defender Madrid, pese a las ¨®rdenes de Largo Caballero. La primera brigada mixta con alguna capacidad operativa, la mandada por Enrique L¨ªster, apareci¨® en el sur de la ciudad el d¨ªa antes de que se iniciara el asalto. Las brigadas internacionales lo hicieron dos d¨ªas despu¨¦s. Largo tuvo que tragarse el quebrantamiento de su autoridad. Los anarquistas reaccionaron moviendo sus unidades, el ej¨¦rcito de Cipriano Mera, que estaba en La Mancha y Guadalajara, y la columna Durruti, tra¨ªda del frente de Arag¨®n en una iniciativa en la que no particip¨® el gobierno, para disputar la hegemon¨ªa militar a los comunistas en el frente de la capital. El general Sebasti¨¢n Pozas, y su directo subordinado el coronel Segismundo Casado, al cargo de la zona central, tuvieron que soportar la humillaci¨®n de ver c¨®mo Madrid se defend¨ªa, y atenerse a las nuevas circunstancias.
En Madrid se dio el ¨²ltimo combate de la fase del golpe. Fue una batalla repleta de im¨¢genes ¨¦picas, de hero¨ªsmo y de condensaci¨®n de la lucha universal entre el fascismo y el antifascismo. Pero sigui¨® siendo una batalla dominada por las caracter¨ªsticas m¨¢s primitivas. El uso de la aviaci¨®n y de los carros de combate tuvo una relevancia limitada al lado de las ametralladoras, la artiller¨ªa y los asaltos de la infanter¨ªa a cuerpo limpio. Mientras los combatientes hac¨ªan frente a los mercenarios moros y legionarios, hombres disfrazados como el ej¨¦rcito de Pancho Villa asesinaban a derechistas, sin juicio. Por toda Espa?a, una fiebre homicida se extend¨ªa. A un lado se mataba a curas y monjas, a tenderos y militares retirados, porque hab¨ªa desaparecido el Estado democr¨¢tico; al otro, a jornaleros, a maestros, a militares leales y a poetas, porque los alzados quer¨ªan construir un nuevo Estado nacionalcat¨®lico.
El fracaso del asalto franquista a Madrid fue seguido por la primera batalla de cierta entidad en campo abierto: la del Jarama. En esa ocasi¨®n, Franco pudo mover ya unidades encuadradas en divisiones y utilizar masas apreciables de artiller¨ªa. Su autoridad militar era en aquellos momentos indiscutible. La Rep¨²blica pudo contestar a la ofensiva con sus nuevas brigadas, aunque todav¨ªa faltas de entrenamiento y suficiente material b¨¦lico. Mejor resultado obtuvo de las remesas de cazas sovi¨¦ticos que equilibraron la balanza en el aire, que hab¨ªa sido favorable desde el principio, gracias a las ayudas alemana e italiana, a los rebeldes. Los carros rusos, aunque mal utilizados por falta de experiencia de los mandos, tuvieron un papel importante en el desenlace. Un papel que fue rebajado por la eficacia de las armas anticarro alemanas.
Aquella batalla acab¨® en empate. Fue una sangr¨ªa y dej¨® a los dos ej¨¦rcitos exhaustos.
La siguiente cita fue en Guadalajara. Una batalla en la que el CTV, el cuerpo expedicionario italiano, recibi¨® un severo correctivo. Sus 40.000 hombres bien armados, alimentados y vestidos no fueron capaces de quebrar las l¨ªneas republicanas. Y hay indicios para pensar que Franco no lament¨® que la derrota se produjera. Los militares italianos ten¨ªan instrucciones pol¨ªticas muy expl¨ªcitas de hacer la guerra por su cuenta, es decir, de ganarla para el Duce. Desde que desembarcaron, sin pedir permiso a sus aliados, en C¨¢diz durante el mes de diciembre, Franco no hab¨ªa podido imponer su autoridad sobre un ej¨¦rcito que le era imprescindible para lograr la victoria, pero pod¨ªa, en cualquier momento, si alcanzaba la hegemon¨ªa en su bando, imponerle condiciones muy serias sobre el futuro pol¨ªtico de Espa?a. La acci¨®n de Guadalajara ten¨ªa por objeto tomar Madrid y apuntarse un tanto propagand¨ªstico de primera categor¨ªa. En los cuarteles generales franquistas se lleg¨® a brindar por el resultado que hab¨ªa humillado al aliado fascista. En los republicanos se brindaba por la eficacia de un hombre que hab¨ªa sido decisivo para salvar Madrid y, ahora, hab¨ªa derrotado al enemigo en campo abierto, el coronel Vicente Rojo.
Establecida su autoridad, Franco no volvi¨® a sufrir ning¨²n contratiempo que pusiera en cuesti¨®n el car¨¢cter ¨²nico de su mando, aunque tuviera que imponer por la fuerza su visi¨®n de las cosas en la crisis que provoc¨® entre los carlistas y los falangistas para conseguir la necesaria unidad pol¨ªtica, el partido ¨²nico y el Estado nuevo que Ram¨®n Serrano S¨²?er dise?¨® a su medida. En la primavera de 1937, Franco era ya due?o y se?or pol¨ªtico de los territorios en su poder. La autonom¨ªa de la Legi¨®n C¨®ndor alemana no amenazaba su direcci¨®n, porque tan s¨®lo afectaba al modo de utilizar las unidades en el combate.
Fue a partir de entonces cuando pudo ejercer con toda la fuerza su autoridad militar. Y decidi¨® acabar con el frente norte. Hasta all¨ª desplaz¨® la mayor¨ªa de las unidades italianas y los efectivos artilleros y a¨¦reos alemanes, y emprendi¨® una ¨¢spera batalla que le permiti¨® hacerse, semana tras semana, de forma lenta y progresiva, con todo el territorio cant¨¢brico en manos de la Rep¨²blica.
Este cambio de rumbo fue decisivo, aunque supusiera dejar de lado el primer objetivo: Madrid. Si hubiera tomado la capital, su popularidad se habr¨ªa desbordado. Pero su Estado Mayor consideraba la empresa casi imposible.
Es discutible que la decisi¨®n fuera err¨®nea, pero desde el punto de vista militar, y contando con la posibilidad de que la pol¨ªtica inglesa de No Intervenci¨®n pudiera cambiar, la liquidaci¨®n del frente del norte ten¨ªa muchas ventajas para su bando: con su conquista, pasar¨ªa a controlar las zonas mineras y la industria pesada, y le permitir¨ªa agrupar sus fuerzas en una sola zona, sin tener a la espalda un ej¨¦rcito de 100.000 hombres, procedentes casi todos ellos de zonas proletarias con un alto nivel de conciencia. Aunque el duque de Alba y sus dem¨¢s agentes le transmit¨ªan desde Londres, Par¨ªs y Roma garant¨ªas de lo contrario, no era descartable que pudiera haber alteraciones en los equilibrios pol¨ªticos internacionales. Y si la pol¨ªtica inglesa variaba, y Franco no ten¨ªa poder para influir en ella, el bloqueo de los puertos cant¨¢bricos podr¨ªa romperse. En la primavera de 1937, Franco ya sab¨ªa, adem¨¢s, por sus privilegiados contactos con el Vaticano, que los nacionalistas vascos hab¨ªa intentado la mediaci¨®n del Papa para conseguir un cese de hostilidades, sin contar con el gobierno ni con las otras fuerzas asentadas en el territorio controlado por la Rep¨²blica.
?Controlado por la Rep¨²blica? Para entonces, el gobierno de Largo Caballero pod¨ªa presumir de poco m¨¢s que de controlar la regi¨®n central, parte de Andaluc¨ªa y el Levante. Catalu?a segu¨ªa presidida por un gobierno fantasma que no gobernaba m¨¢s que cuando le dejaba la CNT, y el Pa¨ªs Vasco, Santander y Asturias se reg¨ªan por gobiernos que no hab¨ªan sido legitimados en las urnas y se afirmaban en f¨®rmulas de taifa sin llegar a reconocer jam¨¢s del todo la autoridad del gobierno legal. La Espa?a republicana s¨®lo ten¨ªa autoridad en el centro y Levante.
Para recuperarla, se produjo la intervenci¨®n en Barcelona en mayo de 1937, despu¨¦s de que las unidades libertarias, por un lado, y los comunistas y nacionalistas catalanes, por otro, se enfrentaran durante una sangrienta semana que dej¨® cientos de muertos en las calles y la moral de la retaguardia catalana por los suelos.
Tras la crisis del desastroso gobierno de Largo Caballero, Manuel Aza?a nombr¨® a Juan Negr¨ªn presidente del Consejo de Ministros, y a Indalecio Prieto, ministro de Defensa. Ambos decidieron entregar al coronel Vicente Rojo la responsabilidad de las operaciones militares.
Rojo, acreditado como el mejor militar republicano, emprendi¨® una nueva organizaci¨®n de su ej¨¦rcito en torno a una idea central, la creaci¨®n de un ej¨¦rcito de maniobra que fuera capaz de moverse disciplinadamente en acciones de gran envergadura que necesitaban de conocimientos t¨¦cnicos y de un gran entrenamiento. Para mover grandes masas de hombres, no bastaba el valor miliciano. Y elabor¨® un plan de guerra que estaba marcado por la idea de conseguir victorias decisivas.
El ej¨¦rcito de maniobra se cre¨® en torno a las brigadas internacionales y a las unidades nacidas del V Regimiento, el germen del ej¨¦rcito comunista. Rojo no sent¨ªa ninguna simpat¨ªa personal ni ideol¨®gica por los comunistas, pero se hab¨ªa bregado con ellos en el asedio de Madrid y confiaba en su disciplina y lealtad en el combate.
Esa elecci¨®n cre¨® algunas suspicacias entre otros mandos republicanos. No s¨®lo entre los mandos. Las unidades donde se encuadraban los militantes socialistas y republicanos, por no hablar de los anarquistas, sentir¨ªan durante la guerra una hostilidad creciente hacia los hombres procedentes del V Regimiento.
La primera prueba de importancia para el germen del ej¨¦rcito de maniobra fue la batalla de Brunete, concebida por Rojo con dos objetivos de muy distinto alcance: el primero de ellos, el m¨¢s limitado, distraer las tropas que iban consiguiendo, de forma lenta pero sistem¨¢tica, rendir la resistencia en el norte. Indalecio Prieto consideraba que, adem¨¢s de la riqueza industrial que se concentraba, all¨ª estaban los mejores luchadores republicanos, los mineros asturianos y los concienciados trabajadores industriales vascos de militancia anarquista, socialista y comunista.
El segundo de los objetivos de Rojo ten¨ªa gran alcance: cortar las l¨ªneas de abastecimiento del ej¨¦rcito franquista y aislar a los contingentes que asediaban Madrid en una gran bolsa que pudiera ser aniquilada.
Su aspiraci¨®n era ambiciosa. Se trataba de dar una batalla decisiva que cambiara el rumbo de la guerra a favor de la Rep¨²blica. En su optimista concepci¨®n, el plan ten¨ªa muchos elementos razonables: a mediados de 1937, la Rep¨²blica no estaba en una gran inferioridad material frente a sus enemigos, porque los suministros sovi¨¦ticos de armas hab¨ªan aportado cuantioso material, y de muy buena calidad en lo que se refer¨ªa a aviones de caza y carros de combate.
Brunete fue un fracaso. Acab¨® sin que ninguno de los dos bandos pudiera adjudicarse una victoria terminante, pero las unidades republicanas perdieron 25.000 de sus mejores hombres por 10.000 de las franquistas. Cuando los combates se extinguieron, Franco, que hubo de mover una parte de sus efectivos del norte para atender el combate, los reintegr¨® a su lugar de origen y estabiliz¨® los frentes en el centro.
?Qu¨¦ hab¨ªa fallado? El propio ej¨¦rcito. Las divisiones de choque hab¨ªan estado mandadas por hombres sobrados de carisma y de valor, pero faltos de instrucci¨®n militar. Modesto, L¨ªster o Tag¨¹e?a hab¨ªan llegado a mandar grandes unidades porque hab¨ªan formado parte de las primeras riadas de voluntarios que cubrieron el colapso del ej¨¦rcito republicano. Alguno de ellos hab¨ªa realizado con aprovechamiento cursos de suboficial en la academia Frunze, en la URSS, pero ninguno conoc¨ªa las m¨¢s dif¨ªciles tareas de la batalla, c¨®mo mover las unidades, c¨®mo organizar los abastecimientos, c¨®mo desplegar las piezas de artiller¨ªa, c¨®mo tomar decisiones arriesgadas cuando se topaban con el ¨¦xito. Alguno de ellos, como el jefe de la divisi¨®n 46, el campesino, ni siquiera sab¨ªa leer un mapa.
En agosto de 1937, en la batalla de Brunete, se extinguieron muchas de las posibilidades de la Rep¨²blica de ganar la guerra.
Eso no significaba que Franco la tuviera ya ganada, porque enfrente ten¨ªa un enemigo vigoroso. Tampoco significaba que quisiera hacerla durar para ir limpiando bien la retaguardia de los territorios conquistados. No es suficiente reconocer el car¨¢cter despiadado del caudillo para probar que sus decisiones estuvieron siempre encaminadas a ganar la guerra. Cuanto antes, porque no pod¨ªa tener la seguridad de que la situaci¨®n internacional le fuera siempre favorable, por mucho que el Comit¨¦ de No Intervenci¨®n jugara a su favor.
El a?o 1937 se cumpli¨® el peor de los augurios para la Rep¨²blica. Los nuevos intentos de Rojo, como el de Belchite, fracasaron, y el frente norte se desplom¨® de la peor de las maneras: los batallones del PNV se encargaron de que la industria pesada vizca¨ªna cayera intacta en manos de Franco. Esos mismos batallones se rindieron en Santo?a a trav¨¦s de una negociaci¨®n realizada a espaldas del gobierno de Negr¨ªn. La Rep¨²blica perdi¨® un ej¨¦rcito de unos 100.000 hombres, y Franco gan¨® capacidad de movimiento para los 100.000 que ten¨ªa empe?ados all¨ª.
Franco dise?¨® entonces un nuevo plan de asalto contra Madrid, la ciudad que consideraba traidora y que segu¨ªa concibiendo como el alma de la resistencia republicana. El plan de ese ataque consist¨ªa en arremeter desde el noreste, desde Guadalajara, con toda la enorme masa de maniobra que hab¨ªa liberado desde la ca¨ªda de los ¨²ltimos reductos asturianos.
El Estado Mayor republicano intuy¨® esa maniobra, y Vicente Rojo, de acuerdo con el jefe del Gobierno, Juan Negr¨ªn, desarroll¨® un plan de gran estilo que fuera capaz de frustrarla y, adem¨¢s, le permitiera recuperar la iniciativa militar.
Entre finales de diciembre de 1937 y principios de 1938, de nuevo el ej¨¦rcito de maniobra se responsabiliz¨® de la acci¨®n, y atac¨® Teruel. Lo hizo con gran eficacia en una primera fase. Fue una victoria militar y moral, porque Teruel se convert¨ªa en la primera capital de provincia que la Rep¨²blica ganaba en toda la guerra. Pero las unidades rebeldes no sufrieron un castigo sensible. La Rep¨²blica gan¨® territorio y moral. Nada m¨¢s.
Aquella derrota, que era limitada, le plante¨® a Franco la necesidad de optar entre dos posibilidades. La primera, estabilizar el frente y continuar con sus planes de ataque sobre Madrid; la segunda, reaccionar y recuperar el terreno perdido. Se decidi¨® por la segunda.
Si Franco hubiera optado por insistir en su asalto sobre Madrid en aquel momento, se habr¨ªa encontrado con un ej¨¦rcito republicano en la regi¨®n central que todav¨ªa contaba con unidades muy aguerridas para la guerra defensiva, que hab¨ªa continuado con la instrucci¨®n de sus soldados y que no se hab¨ªa desgastado desde la batalla de Brunete. ?sas eran las mismas condiciones con las que hab¨ªa tenido que contar al hacer sus planes sobre Madrid previos a la p¨¦rdida de Teruel. Pero, tras ese descalabro, el ej¨¦rcito de maniobra republicano quedaba en mejor situaci¨®n para haber violentado su retaguardia.
Su plan result¨® ser m¨¢s ambicioso de lo previsto: recuper¨® terreno en torno a Teruel, y desde ese momento, aprovechando la excelente situaci¨®n de aprovisionamiento de material alem¨¢n e italiano y su gran ventaja en unidades capaces de maniobrar, se lanz¨® hacia la costa y consigui¨® partir la zona enemiga en dos, dejando de paso maltrecho al ej¨¦rcito que se le opuso. Sus tropas llegaron a Vinaroz y tomaron una parte de Catalu?a. El coronel Yag¨¹e se apoder¨® de L¨¦rida, afirm¨¢ndose en una excelente plataforma para atacar por las estribaciones del Pirineo. La decisi¨®n, vistos los resultados, fue excelente. Cabe discutir si la alternativa habr¨ªa sido mejor, pero resulta dudoso viendo los resultados.
Los generales de Franco vieron la guerra pr¨¢cticamente ganada a partir de ese momento. Pero Franco, no. Desde su Estado Mayor se le urgi¨® con una hasta entonces no vista insistencia en que atacara por el norte de Catalu?a para acabar con la resistencia en la zona m¨¢s industrializada de la Rep¨²blica y aislar del todo a ¨¦sta de Francia, acabando as¨ª de una vez con el contrabando de armas cuando la frontera estaba cerrada o con el paso masivo de suministros cuando se abr¨ªa.
Franco desech¨® la opci¨®n. Una nueva decisi¨®n discutible. Pero que ten¨ªa sus razones, sus poderosas razones, para tomar: en marzo de 1938 hubo varias reuniones del Estado Mayor del ej¨¦rcito franc¨¦s para valorar la necesidad o no de entrar en la guerra de Espa?a. Los contingentes italianos y alemanes que acompa?aban a Franco provocaban en Francia una racional desconfianza. La pol¨ªtica de apaciguamiento de Hitler impuesta a los franceses por el Gobierno brit¨¢nico no tranquilizaba ni a sus pol¨ªticos ni a sus militares sobre el peligro de una nueva guerra europea. Y la posible llegada de tropas alemanas e italianas a la frontera se ve¨ªa desde Par¨ªs como un riesgo serio.
Franco supo de esas reuniones. Y, aunque conoci¨® su resultado, favorable a sus intereses, liquid¨® la opci¨®n de continuar la guerra en las inmediaciones de la frontera francesa para no dar el menor motivo a Francia para una intervenci¨®n que habr¨ªa sido catastr¨®fica para su causa.
Fue una decisi¨®n, de nuevo, con un marcado car¨¢cter pol¨ªtico, que le oblig¨® a replantearse la recurrente decisi¨®n de atacar Madrid o continuar la guerra por otros caminos. Y escogi¨® arrojarse sobre Valencia para rendir a la capital por falta de suministros alimenticios y b¨¦licos.
Esa ofensiva termin¨® con un fracaso rotundo. Fue una batalla que gan¨® el ej¨¦rcito republicano del Centro, dejando a las unidades mandadas por Garc¨ªa Vali?o en unas posiciones desde las que pod¨ªan contemplar Sagunto, pero que no pod¨ªan avanzar. El 24 de julio, el general Matallana, amigo de Rojo y uno de los mejores militares de Estado Mayor del bando republicano, hab¨ªa conseguido la m¨¢s valiosa victoria para sus armas de toda la guerra.
Al d¨ªa siguiente, Rojo orden¨®, con el pl¨¢cet de Negr¨ªn, que sus tropas del ej¨¦rcito de maniobra pasaran el Ebro. De nuevo, en su concepci¨®n, hab¨ªa dos posibles objetivos. El de corto alcance consist¨ªa en distraer la ofensiva franquista contra Valencia, lo que ya era innecesario. El de largo, romper la comunicaci¨®n entre los ej¨¦rcitos del norte y de Levante. Un plan que era, dada la fuerza disponible, aut¨¦nticamente ilusorio.
Los dos primeros meses de enfrentamiento s¨®lo sirvieron para contar muertos y despilfarrar municiones. Franco hizo su famoso comentario: No me comprenden. Tengo a lo mejor del ej¨¦rcito rojo acorralado en 35 kil¨®metros. Su intenci¨®n era muy clara: exterminarlo, al coste que fuera. De nuevo, una opci¨®n discutible. Pero no m¨¢s discutible que la de su adversario. ?Por qu¨¦ se obstin¨® el mando republicano en mantener ese combate de exterminio? Podr¨ªa haberse decidido la retirada al otro lado del r¨ªo y evitar el desgaste de ese ej¨¦rcito. No se hizo.
Los dos ej¨¦rcitos se desgastaban de forma brutal. Pero a quien m¨¢s le conven¨ªa eso era a los rebeldes, que bombardeaban a placer las posiciones republicanas amparados en una abrumadora superioridad a¨¦rea y artillera. Negr¨ªn y Rojo, sin embargo, no ordenaron que se repasara el r¨ªo para preservar a su mejor ej¨¦rcito. Y el jefe del Estado Mayor republicano hac¨ªa llamadas infructuosas para que pusiera en marcha desde Valencia una ofensiva que distrajera al enemigo. El general Matallana lo intent¨®, pero con escaso impulso y ninguna posibilidad de ¨¦xito. No ten¨ªa capacidad para actuar a la ofensiva.
En septiembre de 1938 se firm¨® el compromiso de M¨²nich, por el que Francia e Inglaterra daban v¨ªa libre a Alemania para anexionarse una parte de Checoslovaquia. La Rep¨²blica pod¨ªa dar ya por enterradas sus posibilidades de mejorar las circunstancias pol¨ªticas internacionales. Ya s¨®lo hab¨ªa dos pol¨ªticas posibles: la de ganar tiempo hasta que estallara la guerra europea o la de intentar una negociaci¨®n, amparada por las potencias europeas, para buscar una paz que tuviera el menor coste humano posible. El presidente Manuel Aza?a s¨®lo ve¨ªa factible una soluci¨®n as¨ª, frente a la preconizada por Negr¨ªn, apoyado por su jefe de Estado Mayor, Vicente Rojo, de resistir para forzar al enemigo a negociar. Ninguna de las opciones se podr¨ªa poner a prueba ante la obstinaci¨®n de Franco.
En M¨²nich se acab¨® la historia militar de la Guerra Civil. Aunque no las historias que implicaban a los militares. Las diferencias, las suspicacias, los rencores, hab¨ªan crecido tanto en el bando republicano que la derrota anunciada no pod¨ªa sino ampliarlas. La negociaci¨®n era imposible, con un Franco crecido gracias al apoyo nazi-fascista. La resistencia a toda costa que pregonaban los comunistas y el gobierno de Negr¨ªn tampoco pod¨ªa prolongarse, porque el ej¨¦rcito de maniobra se hab¨ªa quedado exhausto en las tierras del Ebro despu¨¦s de haber aceptado un pulso in¨²til siguiendo la estrategia de conseguir victorias decisivas.
Y el ej¨¦rcito del centro, mandado por Miaja, se hab¨ªa dividido, en consonancia con la descomposici¨®n pol¨ªtica de las disgregadas y desalentadas fuerzas republicanas, y se preparaba para la definitiva confrontaci¨®n interna. La batalla de Catalu?a no fue sino el ¨²ltimo cap¨ªtulo de una derrota militar inevitable. Y el golpe de Estado de Juli¨¢n Besteiro y Segismundo Casado contra el gobierno de Negr¨ªn, su m¨¢s bochornoso acto. Ambos intentaron en vano negociar con Franco una paz entre militares, sin represalias.
Franco jug¨® sus cartas sin hacer ninguna demostraci¨®n de genio militar, pero sabiendo siempre qu¨¦ respuesta deb¨ªa dar a las distintas situaciones pol¨ªticas en las que se deb¨ªa mover. La Rep¨²blica, defendida de forma muy desigual por las distintas formaciones pol¨ªticas, pag¨® su desfavorable posici¨®n internacional y las graves desafecciones internas. Pero tambi¨¦n sus errores en el terreno militar.
La guerra hab¨ªa durado tres a?os porque millares de hombres leales a la Rep¨²blica hab¨ªan combatido contra un enemigo muy superior. Centenares de miles de espa?oles tuvieron que abandonar su pa¨ªs. Muchas decenas de miles que no lo consiguieron sufrieron la cruel venganza de Franco, apoyado por una Iglesia que le hab¨ªa regalado el nombre de cruzada para su guerra y un lema muy expl¨ªcito: Espa?a ser¨¢ cat¨®lica o no ser¨¢. Rendido el ej¨¦rcito republicano, ?hab¨ªa algo que le impidiera a Franco proseguir la matanza?
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